miércoles, 24 de diciembre de 2014

y todo lo demás

Dice Jodorowski que el inconsciente o el subconsciente o eso que está detrás de lo consciente es como un niño y se lo cree todo. Por eso funciona de alguna manera esa tontería de repetirse una frase de autoestímulo, y también lo contrario. Por eso los rituales y las ceremonias son importantes. No hay que creérselos para llevarlos a cabo, simplemente hay que hacerlos porque tu inconsciente o tu subconsciente o esa parte hundida del iceberg no sabe y no le importa si lo estás haciendo en serio o en burla, él se lo está creyendo, se está formando con tus actos un nuevo rol que, de pronto, un día, te encuentras asumiendo sin complejos.
Los roles yo no soy la clase de persona que; yo soy esa clase de personas; una persona como yo... Yo creo que no somos nada en concreto, así podemos ser todo, pero nos empeñamos en ser solo de la manera en que creemos ser y no ser de la otra manera que no creemos ser. Pero de pronto un día se abre una puerta y es otra sala completamente distinta y es sorprendente lo rápido que asumimos las nuevas dimensiones y lo pronto que nos cansamos de ella, o más que cansarnos nos habituamos a la nueva estancia, ayer no estaba y mañana estuvo desde siempre. Esto no es una mala traducción es que escribo así. No sé, me he levantado hoy pensado en todo lo que he dejado de ser por no ser la clase de persona que...
Una vez me asomé a lo alto del muro de la casa de una niña rica. Al  principio consideré un regalo aquella visión, después se fue volviendo poco a poco un castigo. Más tarde, quizá, se volverá una enseñanza. Lo fácil que es olvidar y lo difícil que es asumir ser olvidado. Eso también merece ser una enseñanza. También he visto muchas veces a la niña asomada al muro mirando hacia mi casa pobre. No es ahí, es aquí. Pero no tengo tiempo de ponerme a buscarlo ahora. Nunca hay tiempo porque al final es vivir lo que importa. En el fondo todo es miedo a tomar decisiones y equivocarse. Por eso los malvados, los sin escrúpulos, los falsos, los egoístas tienen tanto éxito en la vida y están tan satisfechos de sí, les importa una mierda las consecuencias de sus errores. En su favor diremos que tampoco tienen miedo de arriesgarse.

martes, 23 de diciembre de 2014

Empiezo por aquí y acabo por allí, al final nada importa demasiado pues todo tiene que ver con todo y todo lo demás...

La bondad, la honradez. ¿Somos buenos, honrados, porque tememos las consecuencias de ser malos, granujas? Probablemente la respuesta sea: muchas veces sí, pero algunas veces no. La cobardía, la inconsciencia, probablemente nos haga muchas veces obrar de una manera  preceptiva, pero no voluntaria. Pero, en algunos casos, la observación del mundo y de tanta confusión generada porque cada uno cree en su propio derecho de dictar las normas en el momento de actuar, hace que uno se de cuenta del sentido que tiene seguir unas reglas de comportamiento incluso en los momentos en que esas reglas son completamente absurdas, como pararse en un paso de peatones con semáforo en rojo a las cinco de la madrugada cuando no se ve un coche en toda la calle: crear hábitos de comportamiento que terminen por interiorizar el comportamiento regular.

Libertad es tanto poder hacer lo que te dé la gana cuando te dé la gana como decidir no hacerlo. Difícil es, creo yo, saber exactamente que las razones por las que estás obrando o dejando de obrar no están dictadas exactamente por tu voluntad sino por un imperativo externo.

Hay quien opina que en realidad el concepto de voluntad no significa nada pues todo lo que pensamos y, como consecuencia de ello, hacemos, es resultado de un estímulo o influencia externa. Desde los que pretenden estudiar nuestros caracteres y sucesos futuros en las estrellas, las líneas de la mano o los posos del café, hasta los que pretendían construir un robot que sea indistinguible de un hombre (cibernética).

En realidad tengo yo mismo esa vaga idea, pero pienso que el número de variables y relaciones entre ellas  es tan complejo –la misma razón por la cual aún somos incapaces de comprender el mismo cerebro- que sería imposible para ningún ser humano predecir con infalibilidad el comportamiento de otro ser humano por más que estudiara y controlara los acontecimientos y estímulos a que sea sometido. (Ojalá no me equivoque, porque creo que eso es un objetivo de una parte de la ciencia armamentística, y no otra cosa es el lavado y reacondicionado de cerebros del que tanto se habló en otra época, o la publicidad subliminal y todas esas historias).

Y, al final, no me parece que sea otro el campo de investigación de la publicidad que buscar la manera, por medio de estímulos convenientes, de condicionar el comportamiento humano. Para cosas bien estúpidas como comprar un determinado detergente y no otro, o creerte, como ya lo han conseguido,  que debes usar un jaboncillo diferente para lavarte la cara, las manos, los pies, el pelo, las uñas, las nalgas y los testículos,  a riesgo de perder la salud o cómo mínimo que te llamen excéntrico cuando vas por la calle.

Si hubiera un ser que fuera capaz de conocer exactamente nuestro comportamiento conociendo y controlado todos y cada uno de los estímulos a que somos sometidos, ese ser sería  Dios. Ya en las discusiones teológicas se habla de esto, y se preocupaban por ello, y fue necesario, para delimitar las cosas, introducir el concepto del Libre Albedrío, como diciendo, “Dios lo sabe todo, pero, oye, tú aún tienes responsabilidades”. No me meto en esto de las discusiones teológicas, pero me interesa ese Dios que lo sabe exactamente todo sobre todo, y para el cual el universo, en efecto, es un gran espacio detenido, puesto que el tío sabe exactamente donde está cada cosa y cómo va a evolucionar a cada instante. Lo concibo como un plano y a él flotando por encima de ese plano y abarcándolo todo con una simple mirada. Conceptos como presente, futuro o pasado  solo son para él coordenadas en ese espacio estático. Extático  y silencioso, así está el Dios observando. Lo que está, en realidad, es aburrido.

martes, 16 de diciembre de 2014

Mahabharata


El Mahabharata es uno de los libros sagrados del hinduismo. En él se habla de dos tipos de libros, los que se consideran revelados (sruti) y los que se consideran oídos (smriti) o transmitidos por la tradición. El Mahabharata se encuentra entre estos últimos.
Es un relato épico que cuenta la batalla entre dos clanes de una misma familia, los Kurus y los Pandavas. Algunos lo sitúan en un origen tan largo como 3000 años antes de Cristo. Estaríamos hablando de la civilización del valle del Indo, de la cual muy poco se sabe salvo los relativamente recientes descubrimientos de las ciudades de Mohenjo Daro y Harappa. Otros los consideran una obra de procedencia Aria. Se cree que los arios llegaron a esa zona del valle del Indo en torno al 1500 antes de Cristo y que su llegada significó el final de la civilización que construyó aquellas ciudades mencionadas (otros dicen que esa civilización ya había entrado en decadencia un siglo antes). No obstante se le atribuye su autoría a un tal Vyasa. Aunque este hombre muy bien podría haber sido el que fijara en escritura un texto que se habría transmitido por tradición oral. (Lo que resulta increíble es que pueda transmitirse por tradición oral una historia que tiene las dimensiones de nada menos que siete veces el número de versos de la Ilíada y la Odisea juntos)
La historia comienza con un tal Hastinapura que tenía dos hijos. El mayor se llamaba Dhritarashta y el menor Pandu. La corona le correspondía al hijo mayor, Dhritarashta, pero este era ciego y no quedaría bien que dirigiera el reino un monarca ciego que fue su hermano menor, Pandu, el que asumió el cargo. Pandu tenía cinco hijos: Yudhistriya, Arjuna, Bhima, Makula y Sahadeva. Junto con ellos, y a causa de una ofensa, tuvo que retirarse al bosque durante doce años. Mientras, su hermano, el ciego, asumió la corona. Este hombre tenía un hijo con bastante ambición Duryodhana que estaba ansioso por heredar la corona y que se puso muy nervioso cuando los cinco hermanos regresaron -supongo que Pandu murió en el exilio- y Dhritarashta los acogió como a sus propios hijos. Por recomendación de un tío suyo, Bhishma, decidió que concedería la mitad del reino a los hijos de Pandu, pero Duryodhana, su propio hijo, no estaba conforme con ello y decidió engañar a Yudhistriya, el mayor de los hijos de Pandu y por lo tanto el heredero de esa mitad del reino, jugándose con él a los dados la herencia. Lo consiguió, aunque sin el consentimiento de Dhritarashta, y ya no recuerdo por qué, para limar asperezas, supongo, los cinco hermanos se marcharon otra vez al exilio por otros doce años. Durante ese tiempo se casaron, todos a una, con una tal Draupadi. Al volver reclamaron su parte del reino a Duryodhana, pero este se negó ni siquiera a concederles una ciudad a cada hermano por lo que se montó una guerra.
Antes de enfrentarse piden su colaboración a Khrisna, un dios, el cual les da a elegir a cada uno: unos recibirán el apoyo de sus tropas, los Vrishnis, y los otros se verán asistidos por su sola presencia. Duryodhana, opta por lo material, las tropas, mientras que los Pandava, se quedan con el propio dios.
En el mismo momento de la batalla, Arjuna, que es el héroe central de esta historia, siente desfallecer. No le hace ninguna gracia tener que guerrear contra los miembros de su propia familia. Entonces Khrishna le suelta un discursito. Este discurso es otros de los libros sagrados de la India, porque contiene los fundamentos de la religión, se llama el Baghavad-Gita, en él se expone todo este asunto de la intrascendencia de lo material, y de la necesidad de unirse con la Realidad Última. Empieza diciéndole cosas como el hombre sabio no debe sentir compasión por los vivos, ni tampoco por los muertos porque la vida y la muerte no son diferentes. Total que lo convence de que no hace nada malo combatiendo pues cumple con su deber. Tiene lugar la batalla y ganan. Tras la victoria, Arjuna y sus hermanos se retiran al Himalaya buscando alcanzar el paraíso.

Y en eso estamos ahora. De esta narración hay una película que hizo Peter Brook, el mismo que filmó Encuentros con hombres notables, la célebre autobiografía de Gurdjieff.


jueves, 11 de diciembre de 2014

Señalados por los dioses

La gloria vacía de estar solo haciéndome el triste, haciéndome el lobo. (de la canción ¿Qué hago ahora contigo?, de Silvio Rodríguez)

Me gusta esa comprensión de cómo idealizamos nuestra desdicha. Tal vez es la demostración de que esa desdicha es más racional que emocional. Nos enorgullecemos de esa tristeza, de esa sensación de aislamiento de los otros, de Lobo Estepario; nos sentimos distinguidos por ello. Sí, nosotros, los tristes, los lobos. Esa gloria vacía. Estamos haciendo una representación para nosotros. Nosotros solo, y apartados del común de los otros, de la masa homogénea al otro lado. ¡Oh, sí! Señalados por los dioses aunque sea para la desdicha.

martes, 9 de diciembre de 2014

La alegría de Dios

Creo Dios el universo, contemplolo y sintiose vacío.
Poblolo de planetas y soles y estrellas; contemplolo y sintiose vacío.
Entonces creó la vida. Y designó a la Tierra como el centro.
Día y noche creó; creó mar y cielo.
Aves, peces, y bestias poblaron la tierra bajo su orden.
Contemplolo todo y sintiose vacío.
Entonces creó al hombre y a la mujer y ordenoles amarse.
Pero ellos no lo hacían bien.
Esperó generaciones y generaciones, Dios, a ver qué ocurría.
Empezaba a desesperar, a retorcerse las manos y a murmurar pestes contra su creación...
hasta que un día nos encontramos.
Nos sonreímos.
Nos hablamos y todo se llenó de luz.
Y la luz hirió los ojos de Dios, que, sorprendido y agradecido por nuestro gesto audaz
decidió posponer el gran desastre por un tiempo, a ver qué ocurría.
(Dios es Dios y sabe que las cosas nunca son todo lo hermosas que parecen
pero siendo Dios sabe también que basta con que sean lo poco hermosas que son para que reine la hermosura entre tanta miseria)
Tal vez no llenemos el vacío de Dios, pero el pobre se ha alegrado
y nos señala con el dedo, orgulloso, aunque no tiene a nadie a quien mostrar su alegría.

sábado, 6 de diciembre de 2014

Náufrago en la luna (2009) Hey-Jun Lee (Corea)

Náufrago en la luna o la isla de Kim  (2009) Hey-Jun Lee
Un tipo se intenta suicidar tirándose de un puente, pero el agua lo arrastra hasta una isla desierta que hay en medio del río. El tío no sabe nadar. Y aunque enfrente está la ciudad, es como si estuviera en medio del océano.  Aún así se decide a echarse al agua para alcanzar el otro lado, pero es muy torpe y se hunde. Regresa a la isla desanimado e intenta ahorcarse, en ese momento le entra una diarrea por el agua sucia que ha tragado mientras intentaba nadar y al final decide posponer su muerte.
Sobrevive a base de plantas y setas. Intenta pescar pero no lo consigue y también intenta cazar pájaros, pero le cagan en la cabeza y no consigue nada. Precisamente lavándose la cabeza con un detergente que encuentra –a la isla llega mucha basura de la que trae el río –empiezan a flotar peces muertos, envenenados por lo que quiera que se está echando en el pelo. Por fin come algo sustancioso, pescado asado. Esa misma noche las aves que hay alrededor se acercan a picotear los restos de pescado mientras él duerme y a la mañana siguiente encuentra un ave muerta, tal vez envenenada con lo que envenenó al pescado. Así que al siguiente día come pollo asado.
Después de un tiempo ya está habituado a comer pescado y aves, y echa de menos otras cosas. Un día encuentra una bolsa de comida preparada, vacía, claro. Es de fideos con judías. Le entra una fuerte melancolía recordando las comidas de antes.  Intenta prepararse una masa con la que hacer fideos, machacando semillas que encuentra, pero nada. Y decide cultivar los ingredientes para prepararse un plato de fideos con judías y salsa picante. ¿De dónde sacará las semillas?, ah, sí,  de las cacas de los pájaros.

Por otro lado hay una chica observándole desde unos edificios que están en la ciudad. La chica está encerrada en su habitación. Su único contacto con el mundo es el ordenador y una cámara con gran objetivo en la ventana. Su madre le pregunta qué necesita y ella le responde por el móvil y con un mensaje escrito. La chica descubre al robinsón, por un mensaje que él había escrito en la arena. Al principio escribió HELP cuando aún quería que lo rescataran, pero luego lo cambió por HELLO. Ella decide contestarle y escribe un mensaje que mete dentro de una botella y por primera vez en muchos años sale a la calle para tirar la botella a la isla. El mensaje dice ¿CÓMO ESTÁS? (en inglés)
Después de tres meses él encuentra la botella con el mensaje y le responde escribiendo en la arena  FINE, THANK YOU? Así transcurre esta conversación. El sabe que lo espían. Y eso y su expectativa de hacerse los fideos con judía le mantienen la esperanza. Cuando ella descubre qué es lo que está intentando conseguir, le envía a un recadero de una casa de comidas que le lleve precisamente unos platos de fideos con judía –para llegar allí el chico tiene que alquilar precisamente un patito como el que él usa de vivienda, y que es una barca a pedales. El náufrago rechaza dignamente la comida y cuando ella le pregunta  por qué –mensaje, botella, salir a la calle a tirar la botella al río –él le responde que ese plato de fideos con judía es  sus esperanza. Ella siguiendo un poco los pasos de él decide ponerse a cultivar millo en su casa y para ello, de nuevo por primera vez en años, le habla a la madre para pedirle semillas y tierra, etc. La madre no puede creer que haya pasado.
Por fin el tío cultiva su primera piña de millo. Y luego el resto de cosas. Seca las piñas, tritura el grano, lo amasa –la sal la consigue de su propio sudor, es graciosos verlo freír un huevo y echar sobre él unas gotitas de su sudor que conserva en un tarrito de perfume –y se hace su plato de fideos que se come llorando de la emoción.  Tras eso se queda sin proyectos. Entonces vuelve a pensar en su misterioso observador y le pregunta WHO ARE YOU? Pregunta que hace entrar en crisis a la chica lo que la retira de la observación durante un tiempo. Pero llega una tormenta y ella preocupada por el tipo vuelve a observarlo. El tipo pierde todo lo que tenía, incluyendo la barca en forma de pato que le servía de vivienda.  Para colmo aparece gente en su isla. Gente del ayuntamiento que viene a limpiar la isla tras la tormenta. La isla es una zona protegida y restringida a las personas así que lo detienen y se lo llevan de allí. La chica lo observa todo por su cámara y decide salir a buscarle. Las otras veces que ha salido lo ha hecho completamente oculta a las miradas: de noche, cubierto todo el cuerpo, incluyendo guantes, y con un casco de motorista. Cuando se acerca alguien se oculta detrás de un paraguas. Pues esta vez sale en el camisón que usa mientras está en el cuarto y con los botines que se pone allí.
A él lo han dejado en un parque, y decide regresar a casa. Toma un autobús y se sorprende que todavía le funcione su bono.  Ella corre detrás del autobús pero este se escapa.
Al principio, cuando conocemos a la chica, ella nos explica que la cámara de fotos la tiene porque dos veces al año, en los equinoccios  o en los solsticios, no sé bien, se dispara una alarma en la ciudad y se realiza un ejercicio de seguridad. Todo en la ciudad se detiene, nadie puede circular por las calles. Eso dura unos minutos y ella aprovecha esos minutos de tranquilidad de la ciudad para tomar fotos de las calles vacías, sin gente, sin coches circulando, sin movimiento. Pues cuando ella ya se estaba rindiendo, suena la alarma. Sabe que el autobús se detendrá. Por fin se encuentran. Ella llega al autobús  y lo saluda –ante la mirada asombrada de todos que ya estaban bastante asombrados con la estrafalaria presencia de él –presentándose en inglés, HELLO, MY NAMES IS…  y luego la última frase que él escribió en la arena  WHO ARE YOU? (en realidad la última frase fue FUCK YOU porque ella no le había respondido a la pregunta y él se sintió frustrado). El autobús arranca y ella cae hacia él,  él la toma de la mano para ayudarla a no caer.

Se llama náufrago en la luna porque ella al principio lo asemeja a un extraterrestre o a un astronauta en la luna. Porque otra de las cosas que hace es fotografiar la luna en sus diferentes fases.

Allí está la isla. Bamseom o Isla Bam en medio del río Han en Corea del sur.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Magia, fe y razón

Cada vez que veo un espectáculo de prestidigitación, habitualmente por la tele, me quedo preocupado. Sé que no es magia, es prestidigitación, es decir, habilidad. Pero lo sé por razonamiento. Y sin embargo soy incapaz de descubrir los trucos. Cuando desvelan algún truco me quedo desilusionado, principalmente conmigo mismo por no haber sabido descubrirlo, por ser sujeto de engaño, pero también con la realidad, por ser tan evidente, tan simple, tan sin misterio.
La realidad es una construcción interna hecha con los materiales que nos proporciona la percepción.  También está hecha con materiales que nos proporciona la razón, pero no somos tan razonables como queremos; cuando la percepción contradice a la razón, dudamos, y si no somos fuertes cedemos a la percepción, a pesar de saber que es falible, más que la razón. Acabo de ver a un tipo saludando al vacío, había una columna por medio y mi razón me decía que detrás de la columna había una persona, pero como a medida que yo avanzaba la persona lo hacía igualmente en sentido contrario y quedaba siempre oculta por la columna, nunca llegué a verla -decidí no darme la vuelta-, por lo que mi percepción me decía que ese tipo había saludado a un fantasma, al menos a alguien que yo no podía ver.
Pienso en los tiempos en los que la razón no tenía un armazón tan estructurado. Los tiempos de la magia, cuando sí que había misterio en el mundo. En esos tiempos yo estaría convencido de que ese tío había saludado a un fantasma. Y porque los tiempos son los que son, me parecería bien.  Pienso también en los tiempos de la fe, impuesta por la iglesia, cuando se imponían unos criterios que contradecían claramente a la percepción -en realidad sólo pienso en el asunto aquel de los experimentos de Galileo- y si uno les llevaba la contraria lo ajusticiaban. Porque la razón de Dios no se discutía. Ahí la Iglesia me habría dictado que si yo no podía ver a la otra persona es porque Dios, por alguna razón, la habría ocultado a mis ojos, y mi única duda debería ser en qué habría ofendido a Dios para que me hiciera eso. Pienso en estos tiempos actuales en los que la razón se ha impuesto a la fe. Para muchos de nosotros nada ha cambiado. Quiero decir que, antes era la fe la que nos imponía una visión de la realidad, se contradecía con la percepción, pero a veces me pasa que veo cosas donde no las hay y lo contrario, no veo lo que tengo delante, por qué voy a creer más en mi percepción que en lo que dicen los Padres de la Iglesia. Con la razón me pasa igual, muchas veces no soy capaz de explicarme racionalmente algún asunto, pero sé que otros lo han hecho, otros que son más razonables que yo, por lo tanto les creo, dejando de creer en mi propia percepción tan falible. Al final es el mismo asunto que el de la fe.
Con respecto a esto de la razón me gusta mucho una frase que aparece en Sherlock Holmes que me parece todo un método de investigación: cuando hemos eliminado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, es la verdad. Sin embargo, aún este contundente método, tiene un fallo. Lo imposible va referido a la razón, cuando habla de lo imposible quiere decir imposible racionalmente. Es imposible que un tipo corte en dos a una señorita y luego vuelva a unirla y que la señorita salga tan campante. Sin embargo mi percepción me ha dicho que la cabeza de la señorita estaba a un lado y las piernas al otro de donde cortó la sierra. Puesto que es imposible que el tipo haya cortado a la señorita, necesariamente las piernas y la cabeza no pertenecían al mismo cuerpo de señorita. Por improbable que parezca, en aquel huequecito tan pequeñito había otra señorita escondida. En el tiempo de la fe, este hombre simplemente habría obrado un milagro, porque no eran imposibles los milagros, y en el de la magia, pues simplemente magia, porque nada era imposible si yo lo estaba viendo. Cómo iba a dudar yo de eso, si es lo que acababa de ver.
Cuando uno lo piensa, no es tan evidente que el mundo de la razón sea radicalmente distinto al mundo de la fe, o al mundo de la magia. Importa solo una cosa, que sea lo suficientemente consistente como para que podamos movernos por él, encontrar alimentos, relacionarnos. Estamos aquí porque todos ellos sobrevivieron y evolucionaron, los de la magia, los de la fe y ahora los de la razón (estos últimos todavía no tenemos tan claro que vayan a sobrevivir, la razón no es tanta que les impida autodestruirse, aunque eso sí, metódicamente, sofisticadamente, y sin tabúes ni restricciones). Para mí es evidente que si conseguimos sobrevivir a nosotros mismos la cosa seguirá hacia adelante. Nos falta mucho todavía por afinar este nuevo órgano que recién hemos estrenado. Aún tiene que imponerse sobre muchos rejos atávicos, animalidades que nos tiran hacia abajo, de las que estamos tan orgullosos, cuando nos proporcionan placer y que deploramos tanto cuando nos proporcionan congoja, siendo, en muchas ocasiones, las misma emociones las que resultan en una u otra consecuencia. Creen algunos que la siguiente fase será más espiritual. Yo diría que más bien será más fantasiosa, viviremos más en nuestras mentes, como lo estamos haciendo ya comunicándonos y fluyendo por los mundos de internet y los móviles más que interactuando físicamente en el mundo real. Pero, ¿quién sabe nada de lo que pasará? Solo somos capaces de tomar lo que nos rodea y estirarlo hacia el futuro para hacer alguna prospectiva, pero cada futuro trae su propio afán y solo nos queda esperar a ver qué pasa.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Lázaro, yo


Me despierto de la siesta algunas veces abriendo los ojos y mirando hacia fuera, extrañado, paralizado, con estupor, incomprensión de estar aquí. Tal vez como debió sentirse Lázaro cuando lo sacaron a la fuerza del cálido abrazo de la muerte después de tres días de estar gozándola. ¿Qué hago yo aquí otra vez? Siempre me he preguntado qué es lo que hizo Lázaro después. En la película La Última Tentación de Cristo el tío se quedaba sentado mirando al vacío. No hacía nada. Yo me levanto y camino por la casa como recuperando el espacio, como asimilando que he vuelto y que más vale que empiece a hacerme cargo. Me consuelo pensando que es solo por un rato, que ya está próxima la noche, que ya no queda nada para volver a dormir. Tal vez Lázaro hacía igual, esperar, sin mostrar ansiedad, sin mostrar nada, solo esperar sabiendo que esto era muy breve, que ya le quedaba muy poco para volver. En la película lo mataban, no podían permitir que la gente supiera que se podía volver de la muerte. Dejarían pasar una semana y luego dirían que era mentira, que nunca resucitó Lázaro. La prueba es que estaba muerto. Hasta los que lo vieron con sus propios ojos dudarían de haberlo visto salir de la tumba transcurrido un mes de su nueva muerte. Hasta ahora cuando dudaban bastaba con acercarse a su casa y allí estaba, sentado a la puerta, como un hijo bobo de las hermanas Marta y María. No, no, allí no está, qué tontería creer que alguien ha podido resucitar. Me vuelvo a la cama. 

sábado, 29 de noviembre de 2014

Sin destino (2005) Lajos Koltai (Hungría)

Sin destino (2005). Película húngara. Director Lajos Koltai . Eran unos húngaros de Buda-Pest. El protagonista es un chico, no tendrá catorce años todavía. Sus padres están separados. Su padre vive con otra mujer y él pasa el fin de semana con él y su mujer. El padre tiene que marcharse. Lo obligan a ir a un campo de trabajo. Son judíos. Estamos en los años de la guerra.
El muchacho, como al parecer otros muchos judíos, tiene un pase que le permite soslayar el toque de queda para los judíos. Con el pase puede regresar tarde de la fábrica en donde trabajará obligatoriamente, así se lo cuenta a su madre cuando va a verla. Sus abuelos -¿son sus abuelos?- tienen una discusión, como siempre, que todos se toman ya como un acto cotidiano, sobre si debe tomar el tren o el autobús para ir a la fábrica.
Un policía detiene el autobús y hace bajar a los que llevan en el pecho, en el lado izquierdo, sobre el corazón, una estrella amarilla. No saben por qué. El policía sigue parando autobuses y haciendo bajar a los de la estrella. Mientras, los demás esperan escondidos en un terraplén. Luego los hace esperar en un edificio que parece una estación. Más tarde se los llevan a otro lugar, y luego a otro. Acaban en una fábrica de ladrillos. Pero allí los están reclutando “voluntariamente” para ir a trabajar a Alemania, donde, seguro, los tratarán mejor.
En el tren un policía les dice que están a punto de cruzar la frontera y salir de Hungría. Les dice que deben desprenderse de su dinero y de todo cuanto tengan de valor porque en Alemania no les servirá de nada. Les dice que lo mejor es que se lo entreguen todo a él,  al fin “todos somos húngaros, ¿no?”, mejor que lo tenga yo que puedo aprovecharlo a que ellos lo tiren todo a la basura. Ellos tratan de canjear sus bienes por agua, hace horas, días que no beben agua. El policía se niega. Acaba insultándolos y llamándolos judíos de mierda.
Después de muchas jornadas de viaje y de ser trasladados de un lugar a otro, el muchacho ha llegado a un campo. Creo que es Buchenwald –al menos el último campo en el que estuvo se llamaba así. El muchacho y otros cuantos están sentados en el suelo, aún medio sorprendidos de que hayan acabado allí. Se presentaron voluntarios en la fábrica de ladrillos porque creyeron que peor que como estaban allí no podían estar. Ahora tienen uniformes de presidiario y les han cortado el pelo. Los encargados de controlar a los presos directamente no son exactamente soldados, son también presos o expresidiarios. Uno de ellos le da un golpe en la cara al muchacho por pillarlo hablando en la fila del recuento.
Está en otro campo. Ya no tiene amigos. Les ha perdido la pista a todos. Conoce a un tipo que es de Budapest. El tipo es muy optimista. Trata de motivarle explicándole cómo debe actuar: lavarse mucho, esconder parte de la comida para ir royéndola poco a poco, y sobre todo no perder la autoestima; esas son sus enseñanzas.  Pero el muchacho poco a poco se va deteriorando. Tienen que sostenerlo en la fila, su rodilla está muy hinchada, lo llevan a un dispensario.
Acaba en un barracón con otros enfermos. Le traen a un muchacho que acuestan en su misma cama porque no hay sitio disponible. Cuando vienen a traerles la comida, él se encarga de cogerle la sopa y el pan al muchacho, que sigue dormido. Al intentar despertarlo se da cuenta de que ha muerto, pero decide no decir nada para poder seguir recibiendo su ración. A los tres días, el preso que reparte el rancho advierte que aquel chico duerme demasiado. Le dice al chico que avisará para que lo retiren. Comprende la razón por la que el chico se ha callado. Lo han tirado dentro de un camión donde hay otros como él que parecen cadáveres, la impresión que da es que lo van a enterrar como si efectivamente lo fuera.
Ya no recuerdo esta parte, por qué lo llevan a cuestas, tal vez es cuando él cree que lo van a enterrar como si ya estuviera muerto. Pero no lo entierran, por el contrario, lo llevan a una sala sorprendentemente limpia, con la estufa calentando, lo acuestan en una cama con sábanas blancas, y que tiene una manta enrollada a los pies. Un chico, también con uniforme de preso, pero muy lozano, le infunde confianza y le trae comida.
Ya ha acabado la guerra, al menos ya están allí los americanos. Un soldado le pregunta de dónde es. Trata de convencerlo de que no vuelva a Hungría y se vaya a Estados Unidos.
Los montan en un camión. El tipo que los dirige lo hace como si fueran una compañía de soldados. Está muy eufórico y lanza consignas patrióticas porque van a regresar a casa. Suben a la parte de atrás de un camión. El soldado que habló antes con el chico les explica que no pueden llevarlos hasta más allá de la frontera de Hungría. Ahora ese país está gestionado por la Unión Soviética.
Están en una sala donde los parientes de los desaparecidos muestran fotografías y les preguntan si han visto a tal o cual persona, marido, hijo, esposa. Un señor se acerca al muchacho y le pregunta si él de verdad ha visto las cámaras de gas.  “Si las hubiera visto no estaría aquí”. Pero tiene que confesar que solo ha oído hablar de ellas que no las ha visto. El hombre se aleja satisfecho.
El chico, ya en una ciudad completamente devastada por los bombardeos, se aparta del grupo  y toma un autobús. Un revisor le pide el billete y trata de echarle del vehículo porque no tiene y no puede pagarlo. Un señor se presta a pagarle el billete. Él lo reconoce como un héroe, un superviviente. Trata de preguntarle, pero el muchacho no es muy hablador. Qué siente, al ser un superviviente: “Solo siento odio”.
Llega a un edificio y pregunta en un departamento por alguien. Creo que es aquel que le enseñaba a sobrevivir en el campo. Siempre decía que se volvería a pasear por las calles de Budapest, y mencionaba su dirección. Dentro hay una mujer relativamente joven y otra ya mayor. Le responden que aquel por el que pregunta no está allí, que pregunte mañana y a lo mejor ya ha regresado.
Llega a su casa y pulsa el timbre. Una desconocida le abre apenas la puerta y luego la vuelve a cerrar.  En la puerta de al lado le abren sus parientes, aquellos abuelos que discutían y una abuela. Le cuentan las noticias de su padre. Muerto. De su madrastra. Muerta también. Su madre aún vive. Le dicen que ahora debe pensar en su futuro. En la escalera se tropieza con una muchacha a la que antes de que todo sucediera la había visto llorando muy enfadada porque no comprendía por qué la odiaban todos por ser judía cuando ella ni siquiera comprendía qué es lo que significaba ser judío. Ella le reconoce, aunque lo nota extraordinariamente cambiado. El solo dice que “ya no puede enfadarse por nada”.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Cosas de la vía

Anoche me robaron el dinero de la cartera. Llovía y me mojé bastante. Me quité la chaqueta, que estaba húmeda, con la cartera dentro y la dejé en un cuarto que me señaló el tipo del local, uno que tienen como almacén. Y cuando fui a buscarla para pagar, la cartera no estaba. Volví a mirar y la encontré en el fondo de una caja sobre la que había colocado la chaqueta, pero estaba vacía. Quiero recordar que habían unos setenta euros. No suelo dejar mi cartera por ahí, de hecho lo que suelo es ser excesivamente precavido con eso, pero no sé por qué esta vez no me preocupé, ni siquiera cuando volví a comprobar si se había mojado un libro que llevaba en el bolsillo y que hasta cogí el móvil y me lo metí en el bolsillo del pantalón que me parecía más seco que el de la chaqueta, ¡pero no cogí la cartera! No sé, supongo que confié en que si el tipo me decía que la pusiera en aquel cuarto, allí estaría segura.
Me sorprende que ante un acto como este, yo mismo me sienta culpable y avergonzado, hasta el punto que cuando se lo comenté a tipo del bar y él se lo tomó a broma yo no le insistí; de hecho es el único efecto que me perturba, porque el dinero realmente me resulta irrelevante. El ultraje verdadero es el que me causo yo mismo al sentirme así, ultrajado. Me sorprende también que la primera reacción de los otros, al comentarles lo que me sucedió, sea el reprocharme el error cometido sumando a esa mi ya vergüenza y culpabilidad, en realidad los otros son mi mujer a la que se lo comenté al llegar a casa. -He de excluir de esto a J que estaba conmigo y que reaccionó exactamente de la misma manera que yo, es decir, sin saber muy bien cómo tomárnoslo-. La consecuencia final de todo es que uno queda como un idiota y el ladrón -el ofensor de cualquier ultraje- como un tipo listo que supo aprovechar con astucia su oportunidad.
Todavía recuerdo otra experiencia parecida que me ocurrió en Madrid, con una banda de carteristas en el metro. Pude recuperar a tiempo mi cartera de la mano de uno de los carteristas, no sé si ya le había dado tiempo a comprobar que estaba vacía y simplemente me la estaba devolviendo, la cogí de su mano, me la eché al bolsillo y continué mi entrada en el vagón, pero en mi interior ya me sentía, de nuevo es la palabra que mejor me encaja, no por su significado sino por su sonido, ultrajado. Y frente a toda aquella gente que había sido testigo y me miraba con una mirada espantada, yo sentía como si me despreciaran y al mismo tiempo temía que de toda aquella masa hostil salieran manos que intentaran de nuevo robarme. Esa sensación de desamparo y de temor a todo el que se me acercaba me duró hasta que me encontré sentado en el avión. Cuando lo conté en la tertulia de amigos, la primera frase que escuché fue la que me acusaba de medio tonto “por haberme dejado robar”.
Todo esto me hace pensar en que uno de los males esenciales de la humanidad es precisamente este culto que le tenemos a ser ofensores y a la vergüenza de ser víctimas. En cierta medida y en todos los casos admiramos a los ofensores y despreciamos a las víctimas, incluyéndonos en ambos caso a nosotros mismos. Y enseñamos a nuestros hijos a ser antes ofensores que víctimas porque eso preserva su orgullo, su  dignidad.  El ser capaz de imponerse a otro, sea por engaño, sea por fuerza, sea por astucia, y cuando digo imponerse digo, al final, causarle un daño, es al final un mérito, un acto que nos hace sentirnos fuertes y orgullosos. El ser una víctima, no solo nos hace sentir desvalidos, sino además indignos y avergonzados de ello. Y no solo nosotros nos sentimos así, sino que, al menos en una primerísima reacción, aunque luego sobrevenga un sentimiento de compasión y solidaridad con la víctima, los demás sienten por ellas un cierto desprecio.
Una de las primeras ventajas que tienen los ofensores de todo tipo es precisamente esta vergüenza que hace que uno sienta temor, por esa vergüenza, a la denuncia. Pasa con las mujeres violadas o maltratadas por ejemplo y pasa con las víctimas de timos y estafas en las que muchas veces queda más patente la estupidez del timado que la infamia del timador.  No sé cómo se podrá cambiar todo esto si no es por educación, una especie de adiestramiento del orgullo de no sentirse víctima, erradicar el famoso victimismo que nos hace sentirnos merecedores de los males que nos ocurren simplemente porque no hemos sido capaces de reaccionar como debimos. Esto me recuerda otra ocasión, y creo que es la última, quiero decir que estas tres son las únicas en las que he sido víctima de un latrocinio, al menos que se me hayan quedado grabadas en la memoria: estábamos mirando un escaparate y de pronto advertí que alguien estaba tirando del bolso de mi mujer, ella apenas tampoco se estaba dando cuenta de lo que pasaba, entonces salí corriendo detrás del tipo hasta que un coche se paró a su lado y el fulano se metió dentro y huyeron. Mientras corría me preguntaba qué coños iba a hacer si lo atrapaba, pues al final no se había llevado el bolso. Sin embargo esa reacción creo que menguó bastante la sensación de ultraje, de hecho continuamos paseándonos como si nada hubiera ocurrido. No obstante, muchos años después, cuando volví a ponerme una chaqueta que hacía tiempo que no me ponía, me di cuenta de que todo aquel tiempo había dejado de usar esa chaqueta porque me daba un aspecto de persona respetable, es decir de sujeto propicio a ser atracado.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Cuéntame algo


Este texto, como toda mi obra, tiene un fin moral. Lo anima el ilustrar una enseñanza. Muchos tenemos amigos que nos toman por el pito del sereno, sobre todo cuando se enteran de que tenemos afición a contar historias. De pronto están aburridos y con gesto de rey dirigiéndose a su bufón le ordenan: cuéntame algo
Estoy cagando muy bien últimamente. En realidad siempre he cagado bien, lo que he notado estos últimos tiempos es la regularidad y la homogeneidad en la conformación de la mierda, una mierda muy consistente que forma un churrete casi diríamos canónico. Apenas variando en el color, claro que ya sabes que cuando tu dieta es muy ligera, refiriéndome con ligera a verduritas, pues la mierda te sale muy pálida, enfermiza, diría yo, mientras que cuando comes buenas grasas te sale un color más sano, más definido. Eso sin llegar a la exageración de una mierda después de haberte cogido una buena mierda con vino, valga la redundancia, que una vez salí del baño gritando de miedo porque pensé que había echado las tripas y que me iba a morir, por lo feísimo que había salido aquello, no sé por qué pienso en las tripas como una masa oscura y putrefacta. Pues en los últimos tiempos, y yo sospecho que gracias al vaso de agua tibia que me tomo cada día, justo al levantarme, y antes de desayunar, echo unas cagadas que dan ganas de fotografiarlas y ponerlas en el facebook de lo bonitas que me salen. Es que leí un artículo de esos de remedios milagrosos que dicen, los japoneses, por lo visto, que si te tomas un vaso de agua tibia todos los días en ayunas eso te cura de todos los males, y no es que me lo crea, pero como solo se trata de agua que apenas me cuesta, no como el vaso de zumo y el bocadillo que me pego después para desayunar que por eso solo me soplan cinco euros, pues lo estoy haciendo, y para dejar contenta a mi mujer, que remedio que lee en internet remedio que se aplica. Pues algo debe estar funcionando porque me salen unas mierdas preciosas; vamos, que dan ganas de volvérselas a comer. ¿Te he dicho que yo he comido mierda? No, claro, así de comerla con plato y cuchara, que si hablamos de lo que he comido en plato y cuchara probablemente habrían cosas que después de probarlas las habría cambiado por un plato de buena mierda; no, apenas sacar la lengua y probar un poco, a ver a qué sabía. En verdad te digo que la repugnancia, el asco, no es una verdadera emoción animal, mi perro se pirraría por zamparse cada uno de mis moñigos, bastante tengo que vigilarlo en los parques para que no se coma los de los mendigos que cagan entre los arbustos. No sé por qué me dio por hacerlo un día que estaba pensativo sentado en el retrete dándome el tiempo necesario para no meter prisa a las tripas que muchas veces no se toma uno tan en serio como debiera esto de cagar. Y que probablemente ya habría leído no sé qué libro de Henry Miller en el que el personaje hacía una cosa parecida. Opus Pistorun, creo que se llamaba.
Ahora me limpio el culo con la mano izquierda. Bueno, aún estoy en periodo de entrenamiento. No creas, aprender a limpiarse el culo con la mano izquierda es tan difícil como aprender a escribir. Es cierto que cuando uno ya sabe hacerlo con una mano comenzar a hacerlo con la otra ya tiene unas ciertas bases en el cerebro, pero en cualquier caso no es una tarea trivial. Pues en eso ando ahora. Estoy harto de que la mano izquierda permanezca la mayor parte del tiempo ociosa. Y que como yo voy mucho al baño, que entre cagar y mear me paso la mitad de la mañana, porque también meo litros y litros que a veces me pregunto si no me estaré deshidratando, porque no puedo beber tanta agua como meo. Pues como decía, que como voy tanto al baño, siempre me encuentro gente a saludar justo al salir de uno de esos trances, que en el trabajo el retrete está en un sitio de paso, que, de verdad, los arquitectos deberían pensar que a uno, en estos sitios, le gusta estar con cierta intimidad; pues no, se conoce que siguen consignas de productividad y de que cuanto menos tiempo esté uno en el baño mejor para la empresa, que acabarán haciendo los baños con paredes de cristal para que uno permanezca en ellos el menor tiempo posible; pues claro, saludar a cualquiera con la mano que ha estado trasteando por el culo unos minutos antes siempre resulta un poco incómodo. Y no es que no me lave, que soy muy escrupuloso, pero en la mirada del otro siempre está esa prevención al presumir qué es lo que hemos estado haciendo por ahí dentro. A eso tenemos que sumarle que no suelo secarme las manos, sino que me las dejo húmedas y que se vayan escurriendo: comprendo que darle la mano a un tipo que tiene las manos húmedas recién salido del baño, por muy buena voluntad que se tenga siempre da reparo. Pues como te decía, le enseño a mi mano izquierda a limpiarme el culo, que ya está bien de estar ociosa. Y que no sé donde, he leído por ahí que el tener ambidestreza es signo de inteligencia, de hecho los tipos más inteligentes eran ambidiestros, como Leonardo da Vinci que escribía simultáneamente dos textos distintos con ambas manos. Pues yo estoy en camino de ello. Y nada de privilegios, como los hijos de los empresarios cuando entran a trabajar en la empresa del padre: hay que empezar por lo más abajo, por los trabajos más serviles, sí señor. Así se enseña a un hijo, y a una mano izquierda. Estoy seguro de que con esto estoy mejorando mi nivel intelectual. En cuanto haya aprendido todas las minucias del limpiarme el culo pienso enseñarla a escribir. Y mañana quién sabe hasta donde puede llegar.
Al final no me he atrevido a poner la foto de una auténtica mierda

lunes, 17 de noviembre de 2014

Asesino potencial, más no de facto

De vez en cuando violo la ley. No por comodidad o por descuido sino conscientemente y en situaciones en que me debo forzar a ello. Lo hago para recordarme que no respeto la ley por miedo o por coacción, sino por simple convicción. Ayer mismo le machaqué la cabeza a una niñita que jugaba en un parque. Es verdad que lo hice con su martillito de juguete, que cada vez que la golpeaba el martillo hacía chuuiick y la niña reía hasta dar miedo, pero eso es irrelevante; en mi ánimo estaba el acto delictivo y la convicción de que si no realizo esas horrendas acciones es simplemente porque me lo prohíbo por medio de  mi razón, convencido de que la vida en sociedad requiere una normas.

jueves, 13 de noviembre de 2014

La luna

Gordon es un astronauta que ha viajado a la Luna y ahora no se acostumbra a vivir en la Tierra.

Allá en la Luna uno se olvida de todo, amigo.  De las tristezas del amor, del presupuesto de gastos espaciales, de la declaración de rentas, del lío de los hijos... de todo. Creo que hasta de la muerte – continuó. Se había puesto un poco solemne, y X pensó que ese era el estado perfecto para un astronauta, para un hombre que ha vislumbrado la belleza del espacio y ha sido desterrado para siempre de él, condenado desde entonces a vagar por la atiborrada superficie de la Tierra en perpetua nostalgia.
Lo malo -declaró Gordon enseguida- es no poder volver.
Alguien dijo, discúlpeme, no sé si fue Horacio o Virgilio, que siempre partimos del lugar donde hubiéramos sido eternos y felices.
(esto lo dice X)

(Extraído de La Nave de los Locos de Cristina Peri Rossi)

Hay muchas lunas

hay muchachas luna

de las que nunca se apetece volver
pero se vuelve
siempre se vuelve, como dicen que dice Horacio
o Virgilio,
de los lugares en los que hubiéramos sido eternos
y felices.

 

lunes, 10 de noviembre de 2014

Pascual Calabuig, iniciador al amor por la literatura. ¡Pues no faltaba más!


Resulta que, leyendo el otro día Paradiso, la novela inabarcable de Lezama Lima, don José, llegué a una secuencia en la que Bernardo, tío de José Cemí, leía una carta que le había enviado otro tío del personaje central de la novela, el tío tarambana, Alberto. La lectura de esa incomprensible carta, se decía en la novela, despertaba a José Cemí a la palabra, queriendo con esto decir que, y es mi particular interpretación, el niño descubría una fuente nueva de placer: el sonido de las palabras, sus reverberaciones en -ya es antiguo decirlo, pero queda bien cuando se habla de estas cosas- el alma, el arte de componerlas para transportar el espíritu a un mundo inaprensible, que expande hasta el infinito las tristes limitaciones de los sentidos. Me dio por pensar en qué momento de mi infancia, si ocurrió, recibí yo esa iluminación y me sorprendo descubriendo que fue escuchando en la radio los comentarios deportivos de PascualCalabuig, aquellos que siempre terminaban con la frase: ¡Pues no faltaba más! Me sorprendo porque ni entonces ni ahora he sentido nunca la más mínima atracción por la actividad deportiva, lo cual, para mi entender, refuerza la poética de ese mi despertar a la palabra.
Vaya esto como homenaje a este hombre que sin saberlo fomentó en mí este amor inquebrantable, inagotable hasta el éxtasis por las letras. Liberándolo, por otra parte, de toda clase de responsabilidades, que asumo gozosamente, por los perjuicios que ello haya podido ocasionar a la sociedad al haber dado pie a un tipo de tan poca utilidad, alimentando una de esas bocas inútiles que se mencionan en la últimísima novela de Julio Verne. 


¿Y si?




Tus y si te comerán
te masticarán pacientemente
con cuchillo y tenedor,
y un vaso de hiel
para pasar el bocado.
Tus y si te aherrojarán
en la torre de tus fantasías,
mi pobre Segismundo.
Mas, no siendo un pez,
ni un ave, ni un bruto,
¿tengo menos libertad?

viernes, 7 de noviembre de 2014

Aprofesionalidad

No sé si es por mi espíritu de vagabundo (dentro del armario), o por mi arraigado complejo de inferioridad, por mi espíritu de poeta maldito o por mi vocación de pereza ya anunciada desde mi apellido, o tal vez mi simple condición de español, pero albergo una inherente repugnancia por la palabra profesional y por todo lo relacionado con ella.
Lo profesional, desde las personas más rectas y comprometidas, hasta los más siniestros y arteros, ávidos de beneficios y prestigios, o en las cosas, desde lo primorosamente confeccionado hasta los más abstrusos documentos minuciosamente redactados, edificios perfectamente acordes con las normativas más coherentes con el  medio en el que se alzan o aquellos alardes de ostentación desajustada de que algunos arquitectos se envanecen, todo lo que me huela a perfecto orden sea real o simulado, escondiendo debajo de una impecable fachada un foco de podredumbre,  me provoca desconfianza, temor, repeluz, como lustrosas ratas húmedas procedentes de las más infectas alcantarillas.
El profesional es el que se despoja de su ser persona para adoptar su ser función. Es el que asume completamente en su vida que ésta es su oficio. No que hagan un oficio de su vida, sino de su oficio lo hacen su vida. Dejan de ser personas para ser ejecutivos, obreros de la construcción, funcionarios de ventanilla, camioneros. Esos son los que van por ahí reprochándole la falta de profesionalidad a los otros, los que detestan a España por ser país de pandereta. 
Lo profesional se me antoja completamente opuesto a espontaneidad, que creo que es una palabra esencial si hablamos de seres humanos, o al meno si hablamos de mí. Aunque mi espontaneidad se manifieste en quedarme mirando a la pared durante horas proyectando en ella las fantasías extraviadas que me cruzan por la imaginación. Reclamo mi derecho a la pérdida de tiempo y de recursos, reclamo mi derecho a la chapuza, a la mala letra y la falta de ortografía (no sistemática, claro, la ignorancia pertinaz y sistemática es también una forma de profesionalidad), reclamo mi derecho a la confusión, a la duda. Reclamo mi derecho a hacerlo más o menos bien o como se pueda. Reclamo mi derecho a no buscar beneficios, económicos o curriculares en todo lo que emprendo. Reclamo mi derecho a la contradicción, a la utopía.
Pero no soy iluso. Sé en qué mundo vivo. Este es su mundo, Los Profesionales mandan. A ellos no les importan mis reclamaciones, sino mis contribuciones, mi efectividad, mi competitividad, mi currículum, a ellos no les importo yo sino mi Fuerza de Trabajo. Por eso no reclamo, les dejo el mundo de arriba y yo bajo a las alcantarillas de la simulación.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Cordura sin vocación

Cuánto nos cuesta soltar lo que tenemos retenido y que es ya inútil por miedo a quedarnos vacíos. Por miedo a admitir que somos como todos, que no somos ese héroe mitológico que creemos íntimamente ser porque nosotros sí que somos sinceros, y eternos, en todo lo que prometimos. Y no es verdad. Lo digo y no quiero creerlo. Lo sé y no lo admito. Resignarnos a ser la poca cosa que sospechamos ser: NUNCA. Al menos nosotros, al menos nosotros sí. Pequeña hoguerita inútil que no nos calienta del frío. Se me resbala de las manos y aprieto más fuerte. Y ese nos engañoso detrás del que me oculto. Y ese recuerdo persistente de la imagen de una foto que se desvanece, que ya no veo con los ojos. Triste condición esta cordura sin vocación.

viernes, 31 de octubre de 2014

Una conferencia de autor

El otro día fui a una conferencia de un escritor de cierta relevancia nacional. Resultó que la relevancia no fue la suficiente, pues al llegar al lugar donde se había de desarrollar me encontré con que no había más que tres personas, además del escritor. Uno de los concurrentes era el responsable del local, un museo, así que en puridad, los espectadores éramos tres. Otro de los asistentes era un conocido escritor, al que conocía de vernos en estos ambientes, y me presentó al autor invitado como “él también escribe”, lo que me resultó muy embarazoso. El anfitrión decidió que no valía la pena hacerle pasar un mal trago al escritor y nos invitó a todos a un recorrido guiado por el museo.
Al final del recorrido, y con la llegada de una señora, hubo un amago de culminar el acto como se debía, pero se decidió que, de hacer algo, se hiciera ante unas cervezas en alguna terraza para cumplimentar el calor de este que alguno ha llamado veroño. Se tomaron las fotografías de rigor, se firmó la asistencia debida en el álbum de invitados del museo y salimos rumbo a algún local, que por ser jueves tenía la zona cierta variedad donde elegir. Yo, que soy patéticamente tímido, y que me sentía incómodo porque estaba completamente sudado de la caminata que había hecho para llegar a la conferencia, me excusé y me retraje de la cervezada.
Lo lamenté a posteriori, claro, como siempre, y por compensación inventé el siguiente diálogo.


Ya sentados en la terraza, quedábamos el escritor, el autor invitado y yo. El escritor hacía exhibición de sus conocimientos sobre el ilustre personaje al cual estaba dedicado el museo, el autor invitado, tal vez algo acobardado por falta de equivalentes recursos, asentía interesado, y yo callaba sin poder insertar más que alguna interjección admirativa. Tras la segunda cerveza el autor invitado se fue animando y  su euforia conseguía enfrentar la discreta verborrea del escritor que era abstemio. En un momento angelical (pasa un ángel) se fijaron en mi reservada presencia. ¿Y tú qué escribes? Me preguntó el autor, supongo que tratando de desviar el peligro de que la espiral conversacional cayera en el vórtice el ego del escritor. Si te digo lo que creo, tonterías, le respondí. Eso hacemos todos, ¿no?, replicó él mirando directamente al escritor, que, con cierta confusión, titubeó una respuesta afirmativa. Tal vez, continué, mi pecado sea no creérmelas demasiado. Haces bien, respondió él, yo procuro mantenerme en el límite, sobre todo para que cosas como la de hoy no me afecten demasiado. Has tenido mala suerte, consoló el escritor, hoy precisamente es un día de muchos actos, y, casualmente hoy, de relevancia, pues un conjunto de los autores locales más conocidos se reunían en la Biblioteca. , reflexionó el autor, supongo que es así, lo que no hace sino confirmar que aún estoy en un infra-nivel  en el que dependo de la suerte. Pero la alternativa, si lo piensas, dije, es que no dependieses de ella debido a una luminosa fama que te destacase. Al final, continué, tu trabajo, la mejor o peor calidad que tuviera, nunca estaría entrando en cuestión más que en un segundo grado. Bueno, dijo el escritor, lo que sostiene la fama es la calidad del trabajo, si no hay una buena obra no habrá fama posible. No estoy tan convencido de eso, respondí, y desde luego, si echamos un vistazo a las listas de ventas tú tampoco podrías estar de acuerdo. No olvides que hay un género, que llamamos despreciativamente bestseller -¡hombre, despreciativamente, no!, intentó puntualizar el escritor- que todos despreciamos, incluyendo a los propios lectores, que saben que están leyendo basura, pero que se dejan enganchar por ellos, muchas veces, simplemente, para poder tener un tema de conversación, y sentir que forman parte de una comunidad. Aunque, y tal vez eso sea peor, muchos de esos lectores son completamente sinceros y leen con devoción. Y digo que es peor porque son lectores que nunca progresan o refinan sus elecciones cayendo presas de un tipo de literatura que explota la simplicidad enriquecida de sabores artificiales, que es lo que son los lugares comunes, el morbo, el sexo y la violencia, el equivalente de los potenciadores de sabores de la comida basura. El autor, mientras se volvía a llenar el vaso, casi murmuró para sí, ¡hombre, esas obras no dejan de tener una cierta calidad!, lo que le valió una saeta lanzada desde los ojos del escritor. Pero aún dando por sentado, seguí imparable, que tal vez al principio sean requeridos unos niveles de calidad para llegar a ser percibido, y cuando se habla de calidad, hay que hablar de objetivos, que en muchos casos están muy lejos de ser literarios, lo que en realidad consigue que un trabajo sea percibido es la fama, que en los comienzos sería el saber venderse o el que sepan venderte. El escritor insertó una cuña adoptando un tono doctoral: Hoy en día, qué duda cabe, sin una poderosa promoción publicitaria, ninguna obra tiene oportunidad de darse a conocer, y dentro de la campaña publicitaria, un escritor mediático no es el elemento menos importante, pero no veo en qué pueda significar eso un desdoro de la obra o una disminución de su calidad. Yo no podía soltar mi hilo discursivo que iba lanzado y rematé mi frase: Y cuando el escritor no ayuda se le crea una leyenda como a Pynchon o a Bukowski. El autor afirmaba enfáticamente a mi enfática parrafada, mientras que el escritor buscaba un resquicio para poder introducir sus matizaciones. Yo continué aún más acelerado para impedírselo. Para saber venderse hacen falta dos cosas, ninguna más prioritaria que la otra: la primera es que el trabajo tenga alguna calidad contrastada, es decir que sea comparable con otros trabajos que ya han tenido éxito, y la segunda que el autor esté completamente convencido de sus méritos. Y es mi convencimiento de lector que muchos han conseguido la fama debido a la segunda virtud más que a la primera. Y en muchas ocasiones, el mérito de la primera resulta ser el parecerse a los productos que ya circulan, lo cual redunda en reforzar la segunda virtud del autor. En muy pocas ocasiones un autor con un producto realmente novedoso y de calidad consigue la fama, al menos en vida; en primer lugar porque su producto no puede ser catalogado por las mentes simples de los que forman las masas que encumbran, y en segundo lugar porque al percibir la baja recepción de su obra el autor resta coraje para defenderla. Noté que el escritor empezaba a sentirse molesto, tal vez por mi acaparación del discurso, tal vez por mi énfasis en expresarlo que más parecía una acusación que una exposición, lo que siempre me ocurre a la cuarta cerveza, y que el autor, ya en la quinta, aceptaba con un aire decidido, aunque distante -sospecho que completamente ajeno-; entonces quiso desactivar mi teoría de la manera más burda pero más efectiva que se conoce: acusándome de estar barriendo para casa. ¿Tú no serás un representante, dijo, de esos que que defiendes? Nunca me atrevería, respondí desafiante, a afirmar tal cosa. Sin embargo sí que me considero con una absoluta falta de disposición vendedora, por lo que, aún teniendo una obra de calidad contrastada, es decir comparable a la de cualquiera, nunca alcanzaré la fama, lo cual, en cierto modo es una injusticia para la calidad de mi obra. Desde luego es cierto, terció el autor que al parecer no se encontraba tan ajeno, pues había conseguido llamar la atención del camarero que ya se retiraba con la orden de una nueva ronda, que muchas obras de calidad se quedan en el silencio o la oscuridad de los sótanos simplemente porque no se hizo un esfuerzo en su divulgación. Esa es la labor del escritor hoy, insistí yo, y no la de simplemente escribir y dar al mundo su obra. El escritor que aspire a tener un lugar en los altares de la actual literatura debe ser un probado ejecutivo con altas capacidades competitivas y mediáticas. ¿Me estás diciendo, intervino el escritor cada vez más molesto, que ya la obra no importa en sí, que la literatura es solo una estantería de mercado? Eso no puedo aceptarlo. Cuando una obra es buena brilla por sí misma, y sale a la luz tarde o temprano: mira Kafka, mira Poe, o Walser. Sus obras no fueron reconocidas en su tiempo, pero al final ascendieron a la superficie sin que sus autores fueran vendedores. Tal vez eso ocurra con las auténticas obras, tuve que admitir, pero hay que recordar que esas obras fueron encumbradas por autores que ya estaban en la fama. Sin la fama de ellos aquellas obras hubiera seguido en sus oscuras simas, pienso en Baudelaire traduciendo a Poe, pero seguro que tú tienes más ejemplos, yo con los datos soy una nulidad y empeoro con la ingesta de cerveza. El autor ya se había quedado dormido así que la conversación era un cara a cara entre el escritor y yo. Cuando él advirtió esta situación y que yo amenazaba con seguirle los pasos al autor dejó traslucir un viso de fastidio en su cara y dio por zanjada la sesión. Me parece que se me está haciendo tarde, dijo, voy a tener que retirarme, y levantó la mano para llamar la atención del camarero. Yo me quedé con el cuello alzado pero sin lanzar el cacareo y cuando conseguí asimilar la información manoteé torpemente el bolso buscando mi cartera.
Me hubiera tocado acompañar al autor a su hotel y quien sabe si ayudarlo a acostarse y arroparlo. Es muy probable que me hubiera quedado dormido junto a él y a la mañana siguiente nos despertásemos con fama de homosexuales trasnochadores. Lo mismo eso hubiera impulsado mi carrera literaria, una lástima ser tan corto.

miércoles, 29 de octubre de 2014

comentario a Antonio

Iba a poner un comentario en el blog de Antonio, pero me salió largo así que lo pongo aquí, detrás de un enlace a su página
Texto de antonio

Desde luego todo esto demuestra una grave deficiencia en el Ser Humano. Por mucha tecnología y avances científicos y médicos que nos aporte esta visión científica de la realidad, está dejando muy atrás -esa visión científica, práctica e inmediata- un progreso intelectual, moral y hasta diría racional -puesto que nuestra razón está muy contaminada de emociones e instintos que somos incapaces de controlar- del hombre imprescindible para su supervivencia como especie -tal vez algunos individuos, que nos creemos a salvo porque estamos en el lado bueno del mundo, no seamos capaces de verlo y creamos que todo va bien porque tenemos móviles y curamos de la gripe y nuestros infectados del Ébola tienen más probabilidades de salvarse-.
(Es que en la última sesión tuvimos una discusión muy animada sobre estos temas y mi postura era que no será tan buena una visión científica de la realidad cuando dejamos atrás aspectos cruciales que nos comprometen como especie. Por mencionar el Ébola creo que esta rapidez actual del hombre equivale a la velocidad con que el Ébola mata eliminando precisamente el sostén que lo mantiene vivo; esas plagas matan muy pronto y por eso se extinguen muy rápido por falta de nuevas víctimas, un sinsentido en el ámbito de la supervivencia. El mismo sinsentido del Ser Humano llamando progreso a una destrucción sistemática del medio ambiente para obtener beneficios inmediatos completamente banales -como lo es cambiar cada año de móvil, por ejemplo-, y a costa del sacrificio -a los dioses que rigen ese progreso- de seres humanos, hambres y miserias que nuestra voracidad económica y tecnológica -no olvidar que muchas de las materias primas que alimentan nuestros electrodomésticos provienen de países interesadamente depauperados por criterios económicos- originan.)

París en el siglo XX de Julio Verne (un cachito)

-Mi querido Jacques -dijo Quinsonnas-, deseaba presentarte a Michel Dufrénoy para que conocieras a otro de los nuestros, otro de esos pobres diablos a quienes la Sociedad se niega a dar empleo conforme a sus aptitudes, otra de esas bocas inútiles que se encadenan para no alimentarlas.
-¡Ah! monsieur Dufrénoy es un soñador -observó Jacques.
-Un poeta, amigo mío. Y te pregunto qué habrá venido a hacer en este mundo donde el primer deber del hombre es ganar dinero.
-Evidentemente -replicó Jacques- se ha equivocado de planeta.
-Amigos míos -dijo Michel-, no son ustedes muy entusiasmantes. Pero comprendo estas exageraciones.
-Este muchacho -insistió Quinsonnas- espera, se entusiasma, trabaja por los buenos libros, y cuando no lee a Hugo, Lamartine o Musset, escribe para que lo lean a él. ¿Pero acaso ha inventado una poesía utilitaria, una literatura que reemplace al vapor de agua o al freno instantáneo? ¿No? ¡Bien! ¡Cómete lo tuyo, hijo! ¿Quién te escuchará si no relatas algo asombroso? Ya no es posible el arte, a menos que llegue a extremos imposibles. En estos tiempos, Hugo tendría que leer sus Orientales equilibrándose en caballos de circo, y Lamartine derramar sus Harmonies desde lo alto de un trapecio y cabeza abajo.
-¡Un ejemplo! -gritó Michel, y saltó.
-Calma, muchacho -dijo el pianista-. Pregunta a Jacques si no tengo razón.
Cien veces confirmó Jacques. Este mundo es un mercado, una feria inmensa, y hay que divertirse con farsas groseras.
-Pobre Michel -dijo Quinsonnas, suspirando-. Su premio de versificación latina lo va a liquidar.
-¿Pero qué quieres probar? -preguntó el joven.
-¡Nada! Sigues tu destino, después de todo. Eres un gran poeta. He visto tus obras. Sólo te puedo decir que no corresponden al gusto de este siglo.
-¿Cómo es eso?
-¡Sin duda! Tú utilizas temas poéticos, y eso es hoy un error en poesía. Sólo hablas de praderas, valles, nubes, estrellas, del amor; todo eso está gastado, ya no se usa.
-¿Y qué puedo decir entonces?
-¡Tienes que celebrar con tus versos las maravillas de la industria!
-Jamás! -exclamó Michel.
-Ha dicho lo que tenía que decir -agregó Jacques.
-Veamos -continuó Quinsonnas-, ¿conoces la oda que coronaron el mes pasado los cuarenta de Broglie que llenan la Academia?
-¡No!
-Bien. Escucha y que te aproveche. Estas son las dos últimas estrofas:
El carbón lleva entonces su flama incendiaria
en los tubos ardientes de la enorme caldera.
El monstruo caliente no teme a rivales.
La máquina ruge de entusiasmo y temblores,
y expande el vapor y desarrolla sus fuerzas
de ochenta caballos.
Pero el conductor va bajando la pesada palanca,
se expande el tiraje y en el grueso cilindro,
veloz y gimiente, va corriendo el doble pistón.
La rueda patina. La velocidad va activándose.
Se escucha el silbato. ¡Salve locomotora
del sistema Crampton!



Lo peor de todo es que la oda tampoco es que esté mal, parece uno de esos poemas Futuristas que se dieron en los años veinte (Verne escribió la novela a mediados del diecinueve, poco antes del nacimiento de Marinetti) que celebraban la maquinaria, y la guerra como hitos cumbres del progreso y la civilización. A continuación un poema de Marinetti, poeta futurista (un trocito)

  ¡Dios vehemente de una raza de acero,
    automóvil ebrio de espacio,
    que piafas de angustia, con el freno en los dientes estridentes!
    ¡Oh formidable monstruo japonés de ojos de fragua, 

    nutrido de llamas y aceites minerales,
    hambriento de horizontes y presas siderales
    tu corazón se expande en su taf-taf diabólico
    y tus recios pneumáticos se hinchen para las danzas
    que bailen por las blancas carreteras del mundo!
    Suelto, por fin, tus bridas metálicas.., ¡Te lanzas
    con embriaguez el Infinito liberador!


lunes, 20 de octubre de 2014

La manada

Hay que buscar la manada. Ni más ni menos. Hay que comprender que si no perteneces a esta manada no debes obligarte a integrarte a ella, a asumir sus presupuestos que se contradicen con los tuyos y que por causa de tu empeño, van a aplastar los tuyos, a oprimirlos, a hacerlos entrar en conflicto; porque tú necesitas pertenecer a una manada y esta es la manada que has conocido siempre. Si no exploras no sabrás que existen otras manadas, y entre ellas una a la que perteneces, a la que puedes integrarte sin traicionar tus presupuestos. Mientras te empeñes en entrar en una manada a la que no perteneces siempre estarás en conflicto entre rechazar tus presupuestos que son los únicos que puedes aceptar y aceptar los presupuestos de esa manada que, por tu natural ser, rechazas.
Tus presupuestos no son razonamientos que puedas cambiar, es la base de lo que eres, de lo que se puede llamar tú. Es sobre lo que se va construyendo tu vida como individuo, tus razonamientos, tus deseos y apetencias. Es tu yo desnudo, por así decirlo, sin toda la carne que le va creciendo a medida que vas adquiriendo experiencias.
Somos individuos, sí, y somos autónomos, tanto como nosotros queramos serlo, allá cada uno con su ser, pero dentro de la manada. Fuera de la manada somos seres perdidos, contradictorios, incapaces de lograr en nosotros un equilibrado desarrollo, es decir, incapaces de alcanzar un estado de reposo que llamamos felicidad.


sábado, 18 de octubre de 2014

Me alegro por ti

Nunca entendí eso de “me alegro por ti”. Perdóname, pero me sonaba a falso y me suena a falso en cualquiera que lo diga. El “por ti” es un pero al me alegro que viene a desmontar su veracidad. No entiendo cómo alguien puede alegrarse por alguien. Cuando yo me alegro me alegro, cuando no me alegro no me alegro. Pero no puedo alegrarme “por alguien” y que otra parte de mí se quede sin alegrarse, que es a lo que eso me suena.  También depende mucho el tono en que se dice. Cuando tú me escribías “me alegro por ti”, no podía escuchar el tono, pero –supongo que prejuicios –el tono que yo le ponía era el mismo que “me importa una mierda”. Lo siento, pero sí, tus ”me alegro por ti” me sonaban a “me importa una mierda yo sigo estando jodida”. Cuando uno de verdad se alegra por alguien simplemente se alegra, se alegra de que a alguien le haya pasado algo, se alegra y ya está. Y si no, no se alegra. Pero ¿alegrarse por la otra persona?, ya lo hace la otra persona, alegrarse ella misma, alégrate tú por ti si te alegra que la otra persona se alegre.

Yo entiendo que es una frase hecha. Entiendo que su propósito es hacer comprender a otro que su felicidad nos alegra o como mínimo una frase de cortesía cuando el otro nos anuncia una buena nueva que le afecta. Pero no sé por qué le he tomado manía a esa frase. Algo en ella me chirría, me parece cínico. Me alegro por ti, no por mí, yo por mí no me alegro. No sé.  Esa consideración de parcialidad de la alegría. La alegría no es numerable, no es partible, no se puede estar medio alegre, ni se puede estar alegre por otra persona y quedarse sin estar alegre por uno. De hecho no se puede estar alegre por unos y por otros no. Ni siquiera se puede estar alegre por uno. Se está simplemente alegre, no hay direccionalidad. Tal vez la frase sea una elisión de algo así como me alegra porque tú estás alegre y tu alegría se me contagia. Pero el tono en el que yo escucho ese “me alegro por ti” es siempre un tono funeral, siempre veo una cara de palo, “me alegro por ti” y la mano fofa y fría. Me alegro por ti y suena a ¡ah!, hasta tú tienes tus ridículas alegrías, y yo qué. En fin. Discúlpame. Todo esto ocurre en mi cabeza. Y ahora que ya no me escuchas, lo saco afuera.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Hay días


Hay días, sí, hay días,
en que preferiría estar muerto.
Luego se pasan,
lo que no ocurriría si efectivamente
lo hubiera estado.
Hay otros días, en cambio,
en que me alegra, simplemente
doy gracias por estar vivo.
Y luego están los más, en que no sé.
Está bien. Ni fu ni fa. Y, fíjate,
esos son los que me duelen,
esos días vacíos, esos días
son los que me reconcomen.
Te prestaría mis días, algunos de mis días,
para que los vivieras tú como quisieras,
a ti que a veces te faltan.
Sería fantástico saber que nada se tira.
Y sería, bueno, sería otra forma de decírtelo.
Y si lo aceptaras, sería uno de esos días buenos,
de gracias;
y si lo rechazaras, bueno,
sería otro de esos días perdidos,
tú te lo pierdes.
Los días malos,
los de estar muerto,
esos también están llenos.

domingo, 12 de octubre de 2014

Cuatro colores

Creo que aún conservo la ingenuidad de creer en las palabras
en lo que dicen
en tratar de confirmar con mi ser lo que digo
y sentirme mal cuando no lo consigo
no sé
me debo haber perdido en alguna parte del camino


viernes, 10 de octubre de 2014

Otro de los poetas catalanes Roser Matheu.

¡De qué me sirves, débil cosa,
misteriosa construcción,
donde está  mi alma recluida;
cuerpo mío, desesperante prisión!
¡De qué te vale este orgullo y este buen aire,
y los sentidos afinados y tan valientes,
si de obedecerme no sabes mucho,
y de contentarme nada!
¡De qué te vale sentirte maravilla
entre las maravillas de este mundo
si no puedes abarcar un esqueje de estrellas
con la angustia y el sudor de tu frente!
¡De que te vale este freno que no descansa,
y  la comedia y los ropajes
si no puedes traducir con palabra y con danza
la sed inmensa que te mendigo por dentro!
¿De qué me sirves? ¿Cuándo sonará la hora
en que llegaremos a un mínimo acuerdo?
Insaciable, ambicioso, explora
acá el deseo, allá el recuerdo,
que,  del campo de tus locas aventuras
retornes desolado y mudo,
funde la ilusión en las manos impuras,
la vergüenza estampada en la frente caída.
¿Por qué te he dado tantos ratos
cuidando de ti como de un enfermo
si  nunca te das por satisfecho ni escarmentado,
soberbio y a punto de saltar?
De día y noche he vigilado mi viña
que no entren la zorra ni el cerdo
y tú rapiña que rapiña
para llenarte la cesta hasta hartarte.
La exigencia ni un momento acatas,
nunca sé si mi tesoro tengo bien seguro,
pasa el amor batiendo las alas
y también quieres acapararlo tú.
Un látigo por tu osadía
sean mis horas, mal sirviente
que intentas tomar categoría
y no sabes ser un instrumento.

¡Oh, se dice que no hay cordaje
más retorcido, ni damasco tan bien tejido
como este nuestro maridaje
bajo la farsa del vestido!
¡Y que no se suelta ni se destrenza
y que tengo soportarlo cada instante,
y hasta cuando me enojo mucho te mataría
pero no puedo, porque te quiero tanto!
Escucha; antes de que suene, irreparable,
la hora de la liberación,
trabaja, busca, carcasa miserable,
sírveme de verdad al menos una vez.
Exprime el jugo de las secretas rosas
no te detenga ni la miel ni el veneno,
rasga la fibra de las cosas
da igual si con el goce o con el sufrimiento,
no escatimes que yo no pondré impedimentos
para que te ajustes a mi aleteo,
pero, cuando más te necesito,
más inhábil y más cobarde te veo.
¡Ah, qué te pido si eres nuestra esclavitud
imposible de llevar por mejor suerte!
Busco huir y encuentro por guía
solo la pasarela oscura de la Muerte.

Franca solución a nuestra lucha
romper el vínculo que a mí te ata
y dejarte como una raíz vacía
que no me habrá servido para nada.

Roser Matheu 1892-1986
En traducción infame de este su servidor.

viernes, 3 de octubre de 2014

Niñito perretoso deja escapar el globo

¡Ay! Días que, no se sabe cómo, se van
de los dedos[,] de las manos y los pies,
del cuerpo entero se van sin dejar rostros,
sin dejar huellas, sin dejar recuerdos
que los aten a la memoria, como globos
escapados que se pierden para siempre
dejando al niño triste que somos en la feria
con los puñitos limando lágrimas sin llorar
por miedo al enfado del viejo ogro, nuestro padre,
que se avergüenza de haber cedido al capricho
del niñito perretoso: “otro día más, papá,
concédeme otro día más”.

martes, 30 de septiembre de 2014

PERSUADE A RIFORFO SER ÉL MISMO LA INQUIETUD DE QUE DESEA HUIR

PERSUADE A FABIO SER ÉL MISMO LA INQUIETUD
DE QUE DESEA HUIR

Si otra patria, otras leyes, otro fuero,
otra edad o fortuna te deseas,
no es porque con razón infeliz seas,
es que hallas en ti mal compañero.

Huye de la borrasca el marinero,
y más que el mar le turban sus ideas:
mudarás de sudor, no de tareas;
de heridas mudarás, mas no de acero.

Si cual ciervo la flecha en la herida
tus pensamientos tiñes de corales,
estafeta es de penas tu huida,

tú y las penas corréis cursos iguales:
a un tiempo huyen muerto y homicida;
huye, Fabio, de ti, no de los males.


Juan Bautista Poggio y Monteverde (Santa Cruz de La Palma 1632-1707)

viernes, 26 de septiembre de 2014

Disposiciones para cumplir después de muerto



Para después de muerto me comprometo a no sentir
el sentimiento sin cuerpo es cosa vana
el espectro o la sombra que seré
vagará ausente como en vida hice
y todo será igual, pero sin pena ni gloria.
Para después de muerto me comprometo a mirar
aunque haya sombras allá donde esté miraré
escrutaré el misterio de la nada
hasta que se ilumine el misterio aún más profundo que habrá detrás;
tengo toda la eternidad para aguardarlo.
Para después de muerto, ay, me comprometo a no olvidar
ni un gramo, ni un centímetro, ni un aire
de cada instante vivido con gozo
han sido tan pocos que caben en la clepsidra sin límites que seré
e irán cayendo grano a grano, gota a gota
y brillarán con minúsculos destellos;
no se agotarán nunca porque allí no hay física que cuente
y los más brillantes estarán llenos de ti.
Para después de muerto me comprometo a no volver
ya antes de muerto estoy bastante escarmentado
todo lo que no pude ser me ha dado la espalda
o no tuve el ánimo de enfrentarme a la sospecha
que secretamente anidó en mi cobardía fundamentándola.
Para después de muerto me comprometo a no esperar
no repetiré, espero, ese error tantas veces cometido
simplemente estaré sin estar y no haré nada
apenas notaré el cambio en la transición.
Y una gran paz, seguramente, y un gran tedio
y... en fin, qué puedo esperar si estaré muerto.

jueves, 25 de septiembre de 2014

lunes, 15 de septiembre de 2014

Crónicas Marcianas o Elogio de la vulgaridad


En una entrevista que leí hace tiempo a David Foster Wallace, el hombre decía que uno de los motivos por los cuales muchos leíamos -me incluyo yo, fuera de cita indirecta- es porque encontrábamos en los libros esa afinidad que no encontrábamos en las personas. No pasa siempre, pero ocasionalmente uno lee frases o párrafos en los que se reconoce completamente, identifica un pensamiento que creía suyo original, y que, hasta el momento, no había escuchado expresar a ningún otro, y entonces tiene lugar ese momento mágico en el que uno cree haberse tropezado con “uno de los nuestros”. Aunque leo mucho, y hay muchas ocasiones en las que me manifiesto de acuerdo con sentencias y expresiones, personaje o situaciones que considero originales, y hasta las anoto para hacerlas mías, con no tanta frecuencia me doy con uno de esos instantes mágicos. Me ha pasado con un libro de Francisco Ramírez Viu, Hojas en la orilla, el texto es el siguiente:
Por eso estoy en guerra -contestó- la guerra es muy fácil y muy difícil de explicar, porque yo también busco algo, como tú. Y también, igual que tú, estoy perdida. En mi camino, cada paso desorientado es un milagro -hizo una pausa y cerró brevemente los ojos-. Avanzo entre cadáveres, yo misma lo soy, a mi alrededor hay tantos muertos que muchas veces no sé si estoy viva. Solo a veces, como ahora, creo que todavía lo estoy”.

Esta idea de avanzar entre cadáveres, de sentirse vivo entre muertos, y aún dudar de eso, es en lo que coincido yo con este texto; al menos me saltó a la memoria un presunto poema que escribí una vez:

a favor de que todo el mundo se muera menos yo
que todo se quede como está, los coches parados o en marcha con un difunto al volante
las neveras repletas
los cines funcionando con miles de cadáveres ciegos mirando la pantalla
las grúas dando vueltas dirigidas por las rígidas manos de un obrero muerto
las televisiones encendidas mostrando los cadáveres de los presentadores corrompiéndose
las universidades hirviendo de cadáveres por los pasillos y en las clases los cadáveres atendiendo por primera vez a las mudas explicaciones del occiso profesor
los trenes interminables que no paran en las estaciones
las estaciones llenas de muertos que ya no esperan ningún tren
los teatros silenciosos donde un público de ojos vacíos observa atónito el espectáculo petrificado de los actores muertos
las calles
las playas con cuerpos muertos desnudos tomando el sol
las oficinas estatales donde los difuntos ciudadanos esperaran infinitamente a que el funcionario también difunto les resuelva un complicado papeleo
y yo paseando por todos estos lugares,
yo solo, caminando y riéndome de todos estos muertos menos yo
que no estoy muerto, já.

Es cierto que en mi poema hay elementos discordantes, como eso de que esté a favor de que todo el mundo se muera. Pero mi personaje se pasea entre los cadáveres, que en realidad es una metáfora -sospecho- de lo que la chica dice en el texto de Ramírez Viu. Los cadáveres están todos en sus labores cotidianas, allí les pilla la muerte, y todo continúa como está como si esa cotidianeidad no se hubiera percatado de que todo el mundo está muerto. Como si la cotidianeidad continuara a pesar de que todos están muertos. Creo que la idea del poema es expresar esa sensación de aislamiento que todos sentimos frente a los otros, esa sensación de que somos nosotros los que realmente percibimos las cosas como son y que los demás no. Los demás están muertos porque son incapaces de percibir, de sentir, de comprender como nosotros comprendemos. Por eso estamos solos, y nos paseamos entre cadáveres. Por eso los miramos en sus labores cotidianas como si se entregaran a ellas, como si fuera la cotidianeidad la que funcionara en ellos y ellos estuvieran definitivamente muertos al no resistirse, a no ser capaces de percibirlo, como nosotros, el personaje, que no está muerto.
Yo, claro, sospecho que hay un error en todo esto. No puede ser que todos estén muertos y solo yo esté vivo. No puede ser que yo sea el único que tenga razón: vaya suerte la mía que me vino a tocar a mí precisamente tener razón. No. Aquí falla algo. En efecto ocurre que nos sentimos aislados porque comprendemos que los demás no comprenden de la misma manera que lo hacemos nosotros, no aman como nosotros amamos, no sienten, ni perciben como nosotros percibimos. Tratamos de explicarles, pero ellos permanecen obtusos a nuestras explicaciones, tratamos de encontrar afines entre ellos y todos nos parecen planos, o retorcidamente complicados, o absurdos, o maliciosos, en fin, muertos. Gracias a los libros descubrimos -o los libros nos engañan- que hay gente que es más o menos afín a nosotros, o, al menos eso nos hacen pensar algunos escritores cuando aciertan a conseguir que nos veamos reflejados en sus textos. Y esto nos proporciona algún consuelo, puesto que si alguien en alguna parte llegó a conclusiones afines, tiene que ser porque hay alguien vivo en alguna parte, pero no es suficiente, no calma nuestra sed la simple constatación del agua.
Alguna vez ocurre que nos tropezamos con uno de los nuestros. Mientras deambulamos por esas calles llenas de cadáveres, de pronto percibimos uno que se mueve (“Tú está más loco que yo”, me dijo alguien una vez; esos instantes no se olvidan nunca) y nos quedamos como atravesados por un rayo, temblando, emocionados. Entonces empezamos a hacerle gestos intentando revelarle nuestra posición, hacerle entender que nosotros también estamos vivos y que podríamos unir nuestros caminos y acompañarnos. Gesticulamos, saltamos, gritamos, escribimos y nada. Entonces comprendemos. Esta es la tragedia del Ser Humano, señores. Ese ser afín, ese compañero del alma único entre tantos muertos que vive como nosotros, no nos ve. Para él nosotros también estamos muertos. No es simétrica esta percepción. No hay sincronía entre los seres humanos. Es un puro azar encontrar a uno de esos seres vivos, como nosotros, entre todos los muertos que abarrotan las calles. Pero es un milagro que coincida que ese ser vivo, como nosotros, también nos vea a nosotros como ser vivo, como él.
Por eso nos homogeneizamos. Por eso tendemos a gustar de los mismos espectáculos, por eso disfrutamos tanto de la televisión, del fútbol, de la moda. Cuanto más comunes seamos, más probabilidades de encontrar vivos entre los muertos tendremos, y más probables serán esos milagros de que alguno de esos vivos que encontramos también nos vean a nosotros.

En la última parte de Crónicas Marcianas, la serie para televisión, no los relatos de Bradbury, Rod Hudson -no recuerdo cómo se llama el personaje- habla con un marciano. Una conversación curiosa. El marciano piensa que Hudson es un fantasma, mientras que Hudson piensa que el marciano es un fantasma. Los terrícolas creen que la raza marciana se extinguió hace millones de años, y que de su recuerdo tan solo queda las geométricas, cristalográficas formaciones artificiales que ellos han supuesto restos de ciudades. El marciano le refuta que no tiene más que mirar, que ellos están ahí, que las ciudades siguen pobladas, que no han desaparecido. Tal vez esa es la conclusión que saca el terrícola, crítico con la actitud de los terrestres: la de que la única manera de convivencia con los marcianos es esa, que ambos se mantengan en su planos respectivos, que no se perciban los unos a los otros salvo en instantes azarosos. Ya hemos visto en un capítulo anterior lo que ocurre cuando un marciano se adentra en la jungla humana: las emociones humanas, tan egoístas, acabaron con él.
No es posible mezclar sensibilidades distintas, porque esa mezcla llevaría a la destrucción de una o de otra. Tal vez la enseñanza es que estamos condenados a andar así, solos, aislados en nuestra burbuja de concepciones de cómo es el mundo, condenados a deambular azarosamente chocando por azar con otras partículas que no nos perciben o que no percibimos y nos atraviesan o las atravesamos como los neutrinos solares; y, ocasionalmente, algunos, de la misma consistencia, por azar se encuentran, chocan y la energía que desprende ese choque despide un leve destello, cuya luz tal vez se propaga y perdura en la memoria, pero enseguida se apaga y todo queda de nuevo envuelto en la oscuridad. Miramos al cielo y percibimos constantes destellos luminosos. Es hermoso. Pero es tan escaso.