jueves, 29 de agosto de 2013

Nínive

Nínive.

Son las doce. Y no sé qué hacer. Me levanto, escribo, me siento, navego, me levanto, bebo café, me siento, navego, me levanto, no encuentro un cigarrillo por toda la casa, me siento, navego,  me levanto, me lavo, y decido salir a la calle. A caminar. A leer. A caminar leyendo o leer caminando.
¿Por qué tengo tanta dificultad en recordar ese nombre? No lo sé, de pronto se ocultan unos determinados nombres, caras, recuerdos más complejos, detrás de una roca y se niegan a salir hasta que uno no mira hacia otro lado como dejando de prestarles atención, entonces, como un gatito miedoso o un pajarillo desconfiado, asoman la cabeza, Apolonio, y se te van acercando poquito a poco hasta que ya lo están lo suficiente para atraparlos de un zarpazo, ¡Apolonio de Tiana!, eso voy leyendo en el tablet mientras camino. 
La ruta. Salgo de mi calle y me dirijo al parque de los Juegos Olímpicos de México de 1968. Los devotos de Pitágoras de Samos dicen de él lo siguiente.  Bajo por la calle Juan Ramón Jiménez paralela al complejo deportivo López Socas hasta la explanada de Altavista, donde está el centro religioso coreano. Lo que Pitágoras reveló, lo consideraban como ley sus discípulos. Desciendo las escaleras del parque –¿cómo se llamará?– que adorna la ladera y salgo a las espaldas de don Gregorio. Por consiguiente me parece que no debo ver con indiferencia la ignorancia de la gente. Enfilo el Paseo de Chill hasta el barranquillo Don Zoilo y bajo por ahí hasta el comienzo de Juan Ventitrés –eximio Papa–. Entonces unos cisnes, a los que el prado criaba, formaron corro en torno suyo. Pero no continúo por la senda papal, sino que agarro por Pérez del Toro hasta la placita Tomás Morales que mira ensimismado la verga enhiesta del Obelisco.  Que necesitaba a alguien que transformara en sequedad la lluvia. Cruzo el parque y tomo por su calle, la de don Tomás, por la acera de la izquierda dirección sur. Aquí, al eludir a una muchacha, alzo la mirada y me sonríe.  Y los dioses que, por supuesto, obran con rectitud, al que hayan sano y sin herir por el vicio… Se me llena de gozo y desilusión el alma, miro hacia atrás y percibo que ella, mucho más discreta, apenas ha rebasado con la barbilla la línea del hombro, los ojos, zoom virtual, han realizado el resto del trayecto, la sonrisa persiste. Creo que mi obligación como ser humano en busca de la felicidad, por efímera que fuere, era seguirla, pero yo, hombre minúsculo, penetrado de contradictorios complejos y con Apolonio de Tiana en medio de ninguna parte, suspenso en la falta de sentido de una frase sin terminar, continué mi camino hasta la librería próxima. ...lo envían con seguridad por este camino, tras coronarle, no con corona de oro…
Elipsis.
Salgo con el libro Sarajevo, de Izet Sarajlič –atento a los cuernitos encima de la c final–.Ahora también duermen nuestros queridos inmortales. Decido regresar andando pero ahora acompañado del Bosnio y sus desgracias. Turismo horrible aquel de la tristeza. Continuo pues por Tomás Morales hasta Bravo Murillo, antiguo Camino Nuevo y más antiguo aún ¿Paseo de la Muralla? Pues por ahí en dirección al mar hasta la esquina León y Castillo, Hablo de la sartén, pero en realidad estoy llorando, que recorro a paso de lectura y sin tropiezos salvo por una breve parada en el abrevadero de los hermanos García. En todo este tiempo también yo he cambiado de domicilio. Cervecita. Dos señores hablando de cuándo van a cumplir los setenta años, uno de ellos tiene cierto amaneramiento. Comentan lo increíble que les parece tener setenta años. Después de todo, no hemos conseguido conservarnos. El amanerado tiene un plan de vida bastante  metódico, paseo, playa, regreso del paseo, ducha.  Se retiran, dejando a deber; los conocen de toda la vida. Llega una señora que pide un John Haig para llevar. Una chica, también  muy conocida del local que pide lo suyo para llevar porque ya llega tarde.  Uno treinta la cerveza. Continúo, como digo, hasta Juan XIII y luego a emprender el ascenso. ¿No soy quizá un perro, y sobre todo, un vagabundo? Paso por debajo del puente que prolonga paseo de Chill de un lado al otro del barranquillo don Zoilo. Subo hasta el paseo y llego hasta  don Gregorio, que no me saluda ni yo a él. ¿Qué nos ha sucedido a todos, amigos? Subo las escaleritas hasta la explanada de Altavista, junto a la Iglesia Coreana (Nota: la calle que rodea este parque, en frente de la Iglesia Coreana, se llama Parque Agustín del Castillo, ¿no era este conde?), enfilo Juan Ramón Jiménez arriba paralelo al López Socas, complejo deportivo, cruzo  Ortiz de Zárate en su very begining , frente al antiguo Merendero López Socas. ¿Mi vida futura? Quizá ni siquiera exista. Y ya estoy de nuevo en los funestos Juegos Olímpicos de México de mil novecientos sesenta y ocho, creo. Tantas mujeres y ninguna tú.


miércoles, 28 de agosto de 2013

Cómo hacer mortadela casera

¿Les he contado alguna vez la historia del hombre que hizo mortadela con su propia polla?
Estaba en un momento muy bajo de su vida y se enteró de que la mortadela se hacía con carne de cerdo, así que…
Pues todo empezó porque conoció a una chica… Más bien todo empezó porque la chica decidió dejar de conocerle a él. ¿No empiezan y acaban todas las historias así? Pues esta también. Lean, lean cualquier historia de amor contrariado y me ahorrarán papel.



¿Ya han leído? Pues eso que nos hemos ahorrado. Recogemos al tipo con una pala en medio de la calle. Borracho, sucio, medio loco, aullando por las noches subido a lo alto de la azotea gritando el nombre de la chica. Pero, obviamente, la chica no le respondía. Tenía que oírle porque vivía en su misma ciudad, en alguna parte de la noche vivía la chica. Ya era todo noche para el tipo que por el día no hacía más que morir, y solo al esconderse el sol mostraba él su cara a los gatos, a los otros borrachos, a las viejas que se asoman por la mirilla para verle rodar escaleras abajo en busca de un bar, un veinticuatro horas u otro borracho dormido que hubiera dejado su tetrabric de vino a medio terminar en algún callejón. Aullaba como perro herido y maullaba como gato maula por las calles dormidas y mal iluminadas de esa parte de la ciudad a la que había ido a parar huyendo de todos sus conocidos y de todos los desconocidos que lo vieron alguna vez andando orgulloso con el rostro resplandeciente como una amapola del brazo de ella. Huía de la luz para que la luz no le devolviera ni su sombra. Un tipo lastimoso en verdad. Un tipo miserable que se paró un día delante de una chacinería o charcutería. Una chacinería elegante que ilustraba al pueblo acerca de lo que comía. La palabra le gustó: chacina, y como en otros tiempos, cuando andaba con ella, solía ser un tipo ilustrado, supo lo que significaba esa palabra –no como el autor de este embutido de palabras que ha tenido que buscarla en el diccionario– y por si los vapores del alcohol barato y lleno de babas que sorbía del tetrabrick con la boquilla chupada por decenas de bocas desdentadas hubieran maleado sus neuronas y éstas no le hicieran el favor de recordar, un primoroso cartel le informaba de que una chacinería era un local donde se dispensaban embutidos confeccionados en su mayor parte con carne de cerdo: “anda, como yo”, se dijo el tipo. Y casi podríamos decir que encontró un sentido a su vida. Madrugó esa madrugada y rebuscando por todo el chiquero encontró algunos billetes y monedas que crecían como hongos rancios, tal vez, y fue a sentarse delante de la puerta de un bazar chino en cuyo escaparate figuraba, resplandeciente como un trofeo, un curioso aparatito que lucía como un sagrado cáliz mortecino (mortecino ha sido incluido aquí por el ritmo de la frase no porque sepamos muy bien qué significa)



Y bien. Ahí se estuvo mirándolo arrobado a medida que la salida del sol iba iluminando el escaparate y los gentiles rayos de la aurora iban arrancándole tornasoles a su cromada cobertura. Hasta que por fin, a primera hora oficial, apareció una asustada chinita que le pidió por favol no tocal escapalate, ensucial dedos sucios, pol favol. Y nuestro hombre, ansioso, extrajo de los bolsillos un montoncito de billetes sucios y arrugados entremezclados con monedas, y balbuceando con su lengua hinchada y desacostumbrada al trato con seres humanos –solo perros y gatos, golletes y picos babosos de tetrabricks– le señaló el preciado tesoro que deseaba adquirir. La chinita lo miró con desconfianza, y luego le miró las manos con avaricia remilgosa, espele aquí, le dijo y entró en la tienda cerrando a sus espaldas. Nuestro personaje quedó aguardando ante la puerta y observando cómo la chinita se adentraba en la tienda, y se hacía la luz dentro de ella, y luego surgía detrás de la picadora manual de carne y con gesto descuidado la cogía por el precioso mango blanco, echaba a andar con ella como quien arrastra a un niño desobediente a la escuela, todo el rato observada por los ojos ansiosos del extraño individuo que aguardaba ante la puerta, ansioso, muy ansioso. Se produjo el trueque de una manera muy poco profesional, y en cuanto la china se vio con el montoncito de billetes y monedas cerró violentamente la puerta del local y se puso a contar, pero ya nuestro hombre le había dado la espalda y se volvía a casa con su preciado objeto asido con ambas manos casi hasta la altura de sus ojos.
Y hasta aquí puedo contar porque el resto permanece bajo secreto de sumario. Lo que halló la policía en aquel cuchitril que el individuo habitaba es perfectamente describible para cualquiera que tenga ojos, pero no estómago. El cadáver tardó en descubrirse una semana; menos por el olor que salía de aquella pocilga, que para todos los vecinos era un olor más o menos habitual, tal vez ligeramente más dulzón en los últimos días, que por las prisas de la casera por cobrar la semana porque no se fiaba un pelo de la solvencia de este inquilino y había quince africanos que estaban muy interesados en alquilarle un huequito en cuanto se le quedara libre algo decente.
Esta es la historia. Sé que todos esperaban una receta más elaborada, unos detalles más preciso acerca del proceso de fabricación y no pienso desilusionarles, así que aquí van:

Ingredientes para Mortadela Casera: 

500 g de carne magra cerdo “Excesivo, pretencioso, pensó el tipo, yo apenas tengo veinticinco gramos”
250 g de tocino fresco: “tocino sí que tengo, de eso no me va a faltar
350 g de tocino salado (panceta) “tengo tocino de sobra y tampoco me falta sal. Resuelto
250 g de carne vacuna “Un juego de palabras fácil sería que aún tengo la marca de la vacuna, pero no da para doscientos sin cuenta
1 cucharadita de salitre “salitre, si se refiere al moho que crece en las paredes por la humedad, vale
1 cda de condimento especial para mortadela “impreciso. Algo así como lo definido dentro de la definición
1 cda de sal “Salgo
1 cda de fécula de maíz “esto me suena a pedo de maíz
2 cdas de harina de mandioca “Si mandioca es uno de esos africanos valerosos …
1 taza de agua “agua, esto puede echar a perder el producto, mejor vino
bolsas plásticas especial para embutidos “ en alguna parte debo tener condones

Cómo hacer Mortadela Casera paso a paso:          


Picar la carne de cerdo  “Procedamos…

martes, 27 de agosto de 2013

Belchite

No puedo recordar nada de Cariñena, pero no íbamos allí, sino a Belchite, pueblo que tiene en su nombre remembranzas de la Guerra Civil y de la otra, la II Guerra Mundial, por un tanque que entró, dicen –Cantata del exilio, Antonio Resines, 1978, CD –el primero en París después de su liberación,  y que iba cargado de españoles. Camino de Belchite, pues, llegamos a Fuendetodos, aldea natal de Francisco de Goya y Lucientes. Y ya que estábamos allí visitamos el museo de su nombre –unas cuantas series de grabados –y su casa natal. Por el mismo precio conocimos mínimamente la obra y existencia de John Berger, que experimentó por aquellos alrededores con las distintas técnicas de grabado, y que según interné es un excelente crítico de arte además de un magnífico novelista.
Desde Fuendetodos había una ruta a pie dirigiéndose a unos “restos de la guerra civil española”, pero como íbamos en coche no la seguimos. Y continuamos hacia Belchite. Un pueblo achaparrado. Su edificio más alto y más desproporcionado es la iglesia.
 Belchite fue un pueblo arrasado por la guerra. Hasta tal punto fue arrasado que se decidió abandonar las ruinas del pueblo antiguo y levantar un pueblo nuevo. De ahí, supongo, esa desproporcionada iglesia izada como homenaje a los caídos en la Sacrosanta Cruzada, y que las ruinas fueran conservadas tal cual supongo que querría recordar la Barbarie Roja de la que afortunadamente fuimos salvados por el glorioso alzamiento. (Belchite opuso una heroica resistencia al avance republicano sobre la ciudad de Zaragoza)  Leo ahora, porque yo siempre me documento después y no antes de los viajes, que el ayuntamiento de Bechite tiene organizadas las visitas a las ruinas a unos horarios establecidos y previa contratación vía interné. Es una decisión reciente debido al escaso civismo de los visitantes dejados a su libre albedrío.
Llegamos a una mala hora, la de la siesta, y todo estaba bastante muerto. Pudimos tomarnos una cerveza en un bar a la entrada del pueblo, que daba un poco de grima por su aspecto de lupanar. Luego resultó un lugar de lo más acogedor. Cuando nos adentramos por el pueblo ya percibimos una cafetería más corriente también abierta. Y sentada como única cliente a una muchachita muy blanca, muy rubia, muy sola y muy enigmática que desapareció en la siguiente vuelta que dimos por allí después de rodear la iglesia. Ya digo, en el pueblo no había mucho que ver y regresamos al coche. En lugar de salir por donde entramos, continué pueblo adentro hasta rodearlo, y poco antes de salir a la carretera general vimos a la rubia de nuevo, sentada a la sombra, tal vez esperando el autobús, igualmente blanca, igualmente sola, igualmente enigmática su sonrisa. Algún efecto extraño debido al calor, al cansancio del turista o al deslumbre que me provocaba la rubia me hizo creer que, pese a que estaba sentada a la sombra, proyectaba un perfil luminoso en la pared tras ella. No sé por qué le dije a la gorda: “gorda, creo que he visto a la muerte”. Regresamos a Cariñena donde buscamos algún lugar donde comer algo y luego nos volvimos a Calatayud. Pero poco antes de llegar recordé la visión de una iglesia en lo alto de un pueblo presidiéndolo y vigilando su moral de un solo vistazo y se me apeteció pararme a visitarla. El pueblo era Villalba del Perejil y para aparcar hice una mala maniobra, lo que pudo haber provocado un triste suceso, un numerito más en las estadísticas de accidentes de tráfico durante las vacaciones. Una vez aparcado y tranquilizado le volví a comentar  a la gorda. “¿Te acuerdas que te dije que había visto a la muerte?”

domingo, 25 de agosto de 2013

Un poema de Joan Margarit

Una gran mujer

Ha leído todas las novelas
que hablan de parejas o de madres e hijos.
Novelas de amor, pues.
No creo ni en la sombra de un dios,
no creo más que en las personas.
Cuando me acuesto con mi cinismo,
me escucha y se entristece. Me he dado cuenta
cómo la deseo todavía, pero ella
tiene mi amor lejos de la pasión,
tal vez por tanta muerte, por una vida
llena pero difícil: a veces
brutal de plenitud. No la he comprendido bastante,
y no sé cuánto ha comprendido ella de mí.
Pero hay una amparanza* entre los dos.
Y tengo un privilegio: llevo escrita
en la mirada su poema.
Yo no sabría escribir nada así.


*Situación de amparo, acogimiento, protección. 

sábado, 24 de agosto de 2013

un gesto

un gesto una parte
no un todo
nada espero sino un gesto
una parte
apenas un todo
espero

nada

jueves, 22 de agosto de 2013

Noticias locales

Individuo detenido por sonreír en público

Detienen a un individuo que iba sonriendo por la calle bajo la sospecha de que era feliz. Trasladado a las dependencias policiales e interrogado, el individuo admitió que en efecto, estaba sonriendo, que se sentía terriblemente avergonzado por ello y que tal vez su falta se debiera a que se encontraba temporalmente en esta ciudad de vacaciones, razón por la cual había relajado inadvertidamente su moral. El juez de guardia, sin abandonar su severidad, tuvo en cuenta estas atenuantes y le impuso al infractor una multa simbólica de cincuenta euros. 

lunes, 19 de agosto de 2013

Los siete locos, de Roberto Arlt

Citas de Los 7 locos de Roberto Arlt


Una respuesta de Erdosain: “Sí, algo estudia uno para destruir esta sociedad”. Un cierto toque de ironía que no tiene, en realidad, la novela de don Roberto. En realidad Erdosain es un inventor fracasado. Sus inventos no acaban de materializarse y además él no cree demasiado en sus posibilidades. Entre los estrafalarios inventos que sugiere  está la metalización de las rosas y la tintorería para perros. Pero también estudia medios para acabar con la humanidad, gases tóxicos, cañones de sonido y rayos de la muerte.

Cita: “Los hombres están tan tristes que tienen necesidad de ser humillados”. Erdosain está triste hasta ese extremo y Erdosaín, y sus angustias,  representa a la humanidad en esta novela. El hombre ha perdido interés en la vida. La vida moderna lo mantiene esclavizado con sus rutinas y sometido, sin posibilidad de desarrollar sus sueños. La sociedad moderna ha matado los sueños del hombre, la tecnología, los descubrimientos científicos le han robado al hombre la posibilidad de soñar, es decir –esto lo incluyo yo –de infinito, todo está explicado, resuelto. El único papel del hombre es el que realiza en las ciudades como un mero elemento de la maquinaria social. Cualquier hombre que tenga aspiraciones se ve inmediatamente sofocado. Este es un poco el espíritu de sociedad que se representa en esa novela, yo recordaba a aquellos bajos fondos de Metrópolis.

Cita: “A pesar de todo es necesario injertar una alegría en la vida. No se puede vivir así, no hay derecho. Por encima de toda nuestra miseria es necesario que flote una alegría, qué se yo, algo más hermoso que el feo rostro humano, que la horrible verdad humana. Tiene razón el Astrólogo, hay que inaugurar el imperio de la mentira, de las magníficas mentiras”. Este es en realidad el gran plan del Astrólogo, fundar una nueva sociedad en la que la mayoría de la sociedad sea mantenida en la ignorancia para que puedan volver a cuajar en ella los mitos y las supersticiones. En principio no por beneficio propio sino por recuperar a una humanidad que de otra manera se ve abocada a la auto destrucción por simple desesperación de vivir.  Por otro lado, evidentemente, esa sociedad debería estar regida por unas élites inteligentes, que comprenderían, cuya labor sería crear mentiras para la masa, pero que a cambio viven alejados de ella y en una condiciones de bienestar superiores –vuelve otra vez la imagen de Metrópolis, la película de Fritz Lang.

Cita: “Un espejo de agua mordía los troncos de los árboles siempre florecidos en blanco mayor”. Erdosain  sufre o disfruta de extraordinarias visiones a cada momento. Verdaderas escenas se le representan y la narración se va por ellas confundiéndolas con hechos reales. En otras ocasiones son imágenes poéticas como esta o absurdas como verse a sí mismo rodeado de “tiburones tuertos”

Cita: “Posiblemente en aquel instante, en él se destruyó todo el amor inconsciente que el hombre siente por una mujer, y luego le permitirá afrontar situaciones terribles, que serían insoportables de no haber sucedido previamente aquel momento”. Me parece una cita terriblemente precisa y acertada. Esos momentos existen. Y cuando no, ese momento terrible que te alcanza te golpea como un rayo sobrevenido de no se sabe dónde, y es cuando recuperas  todos esos miedos, esos recelos a lo desconocido y supersticiones ancestrales, el viejo terror a lo misterioso y terrible que nos acecha desde el otro lado. No recuerdo bien pero creo que esta frase concluye el momento en que Elsa le acaba de contar a Erdosain un encuentro con el Capitán.

El discurso de Hipólita sobre los hombres: “Todos son así, sin embargo. Los débiles, inteligentes e inútiles; los otros, brutos y aburridos. Todavía no he encontrado entre ellos uno digno de cortarle el pescuezo a los otros, o de ser un tirano. Dan lástima.
Pensaba así frecuentemente, a medida que la realidad deslucía los fantoches que su imaginación teñía de vivos arrogantes un momento. Podía señalarlos con el dedo. Este pelele erguido, perfumado y severo que los días hábiles hacía reputación de su empaque y silencio, era un infeliz lascivo, aquel otro pequeño y modosito, siempre gentil, discreto y sensato, era víctima de vicios atroces, aquel brutal como un carretero y fuerte como un toro, más inexperto que un escolar, y así todos pasaban ante sus ojos anudados por el deseo semejante e inextinguible, todos había abandonado un instante las cabezas en sus rodillas desnudas, mientras que ella, ajena a las manos torpes y a los transitorios frenesíes que envaraban los fantoches tristes pensaba, áspera, la sensación de vivir como un sed en el desierto.
-Así era. A los hombres sólo los movía el hambre, la lujuria y el dinero. Así era.“
/…/
“En el transcurso de los días, los raros personajes de novela que había encontrado, no eran tan interesantes como en la novela, sino que aquellos caracteres que los hacían nítidos en la novela eran precisamente los aspectos odiosos que los tornaban repulsivos en la vida.”

Los personajes de 7 Locos.
Erdosain (Augusto Remo) Inventor estrafalario, atormentado porque su vida es miserable. Es débil de voluntad pero con una imaginación emprendedora. Al no conseguir salir de su miseria y no ser capaz de actos desesperados que lo saquen de ella se atormenta. Roba pero con temor, sueña en matar pero delegando en otro el acto.
Gregorio Barsut. Es otro desesperado, pero de signo diferente. Este envidia a Erdosaín porque a él le ama Elsa. No le importa Elsa, y desprecia profundamente a Erdosain, pero que ellos tengan ese amor, que Elsa ame a Erdosain  a pesar de lo débil y miserable que es, mientras que  manifiesta por él un claro desprecio le parece inexplicable. Gregorio es un psicópata, sin ninguna empatía, el sufrimiento de Erdosaín solo le provoca burla, a cambio no siente ningún pudor en contarle todos sus pensamientos y aún espera que este se le muestre agradecido por ser tan sincero con él.
El Astrólogo es un profeta, un visionario que aspira a hacer una revolución mundial que destruya la sociedad de los hombres al completo, porque según él está completamente podrida, ha perdido todo su fundamento. Esto es esencialmente debido a la pérdida de Dios. El Astrólogo es completamente ateo, pero cree que el hombre debe creer en algo que esté más allá del propio hombre porque de lo contrario su vida carecerá de sentido, de objetivos, de necesidad. En la sociedad tecnificada y en los avances y usos de los conocimientos científicos ve la manifestación de este efecto. El hombre se aburre de vivir, sus esperanzas son aplastadas por la simple realidad. El hombre necesita una gran mentira que lo impulse. Y puesto que ya hemos descubierto que no hay Dios, es necesario retroceder en el conocimiento, volver al estado de superstición.  El Astrólogo aspira a crear una sociedad en la que una pequeña élite, inteligente gobierne a la masa ignorante pero feliz por haber recuperado sus ideales y supersticiones que le hacen poner sus esperanzas más allá del hombre.
Ergueta es un loco. Un tío genial que lleva una vida de facineroso, borracho, putañero y jugador, pero que ha descubierto a Jesucristo. Y está en esa lucha del orgulloso “bacán” que no se arrodilla ante nadie, frente a Jesus, a quien desea adorar.
Hipólita. Una mujer fascinante. Siendo criada comprendió que no quería ser criada toda la vida y preguntó a un abogado cómo tenía que hacer para convertirse en una mujer de la vida. Es decir, tenía claro que podía vivir de otra manera sin sacrificios pues a ella la lujuria de los hombres no era algo que la estorbara ni le perturbara. Ella simplemente se veía disponiendo de un instrumento y pensaba aprovecharlo.  Termina casándose con Ergueta, el único hombre que parece encajar en su idea de hombre ideal, pero el pobre tipo acaba volviéndose loco. Acude a Erdosain en busca de ayuda.
Haffner, el Rufian Melancólico. Fue profesor de matemáticas, pero ahora es cafisho. Y le va muy bien. Se ha unido a la banda del Astrólogo, pero solo como asesor. A él no le importan los ideales del Astrólogo ni cree en ellos, pero se aburre y las ideas del Astrólogo le parecen curiosas, por eso le asesora, pero no quiere que le consideren formando parte de nada.

Cita: “Hasta en determinados momentos tuvo en la epidermis la sensación, que solo se tocaba con los bordes de su alma…”, frases que suelta, en medio de los ensimismamientos de Erdosaín, nuestro gran don Roberto.
Cita: “Y el espacio entró en él como el océano en una esponja”

Cita: “No se arrodilló (ante el Nazareno) porque un bacán conserva siempre la línea y no se arrodilla frente a un carpintero judío” Ergueta, ya en el manicomio, se encuentra con el mismísimo Jesucristo. Aunque esta frase parece de desprecio, es todo lo contrario, de hecho más adelante abandona su orgullo y se arrodilla.
Cita: “Lamentábase de que no hubiese allí alguien con quien golpearse para demostrarle al Señor cuánto lo quería”. A esto me refiero. Lo ama Ergueta al Señor, pero es un bacán y lo ama a la manera de un bacán.

Cita: “¡Ah!, poder dormir en el fondo del mar en una pieza de plomo con vidrios gruesos. Dormir años y años mientras la arena se amontona, y dormir”. Otro de esos momentos de Erdosain.

Cita:” El superhombre es la voluntad en su máximo rendimiento” Una de las sentencias de El Astrólogo.