jueves, 27 de mayo de 2021

La pervivencia de la inmadurez

 Acabo de sorprenderme dándome cuenta de que un autor (bloguero) que yo creía más viejo que yo –por lo que le he leído únicamente, pues él nunca ha declarado su edad ni muestra fotos que  nos permitan intuirla por su aspecto–  es más joven, yo calcularía mínimo de 10 años. La confirmación de que es en efecto más joven que yo la da una referencia temporal imprecisa;  no obstante, por lo allí mencionado, estoy noventa y nueve por ciento seguro de no me supera en edad. Hasta ahora yo le atribuía unos sesenta largos, a punto de hundirse en los 70 si no estaba ya nadando en ellos. A mí me quedan todavía unos cuantos añitos para la jubilación.


Creo que es la primera vez que me pasa que una escritura me engañe de esa manera. Lo corriente es que los autores sean más jóvenes que yo y que mi intuición normalmente juegue con bastante ventaja atribuyendo juventud. Las pistas para una estimación la dan la temática que tocan, las referencias que usan, incluso el estilo en que escriben. Pero esta vez la intuición me ha fallado. Y me ha sorprendido. No sé, hay una escritura muy meditada, temas de cierto calado que expone muy personalmente, es decir, usa citas, pero no descansa íntegramente en ellas como acostumbran a hacer los que quieren pasar por académicos. Se nota o quiero notar que el origen de cada entrada deriva de alguna lectura en marcha. Aborda los temas con absoluta mesura, no le he leído ningún exabrupto, y son temas poco relacionados, saltando de un ámbito a otro. Los autores frecuentados por este autor me suenan habitualmente, es otra medida de que pertenece a mi generación o anterior. Y una última cosa es que acostumbra a referirse a «los jóvenes» como a una raza aparte. 


Los escritores más jóvenes suelen ser mucho más cachazudos, más coloquiales o confianzudos en la escritura incluso aquellos que sientan cátedra y afirman con rotundidad y están avalados por infinidad de títulos y citan multitud de autores de los que yo no he oído ni hablar, gente muy moderna; muchos son bastante jactanciosos, y escriben con sorprendente seguridad en sí mismos, o esa es la impresión que dan. 


Esta sorpresa me ha hecho meditar sobre nuestra imagen llamada virtual. Me pregunto cómo se me verá a mí desde ahí fuera. No quiero ni pensarlo, porque yo, desde aquí dentro ya me veo bastante ridículo muchas veces.  Me río comentando muy a menudo cómo en el mercado las dependientas me siguen tratando de mi niño, – aunque lo considero una estrategia de marketing, más descarado es el pescadero que todavía me trata de  campeón– , pero, aunque presumo de parecer más joven de lo que soy, frecuentemente me acuerdo de algo que leí sobre Walter Benjamin, que se quejaba de que una novia que tenía le trataba con apelativos ridículos, del tipo cuchi cuchi,  o mi chiquirritín,  que a él le hacían sentirse subestimado intelectualmente (además le pinchaba en su complejo de bajito), y la verdad es que me incomoda dar esta imagen infantil y poco madura que sospecho que doy, porque en realidad así es como me siento, cuando quisiera parecer serio, distante, respetable. Y desde luego mi escritura, vamos a decir que tengo una escritura, es bastante informal y a veces populachera. No es imitación, naturalmente, de los modos juveniles, para que se me crea joven, sino simple pervivencia de mi inmadurez, mi baja extracción social y mi fobia a asumir actitudes ceremoniales, entre las cuales cuento la imitación de otros, tanto en mi actitud como en mi estilo de escritura e incluso en mi vocabulario. Esto me hace, llamémosle contradicción, darme cuenta de que mis textos dejan mucho que desear sobre todo en credibilidad, autoridad, literaturalidad, lo cual me molesta, pero  tampoco es que me la vaya a echar fingiendo que se trata de una postura ética que voy a mantener firmemente, más bien es que soy incapaz de hacerlo de otra manera. Me temo que no estoy, dolorosamente, a la altura de mis propias expectativas sobre mí. 

domingo, 16 de mayo de 2021

La biblia no es un buen aval

 No soy precisamente un comprometido político, pero coño, tampoco soy imbécil. 

 No me quiero preocupar mucho de las cosas de la política porque preocuparse mucho de las cosas de la política es revolcarse en el barro de las miserias humanas, y yo prefiero estar para otras cosas. No. Soy más bien de los de "cuando se maten todos nos vamos a quedar más tranquilos".

 Lo malo, claro, es que esos cabrones son listos y no se matan entre ellos sino que prefieren matar a los demás. Es lo que ocurre siempre en las guerras, los que menos mueren son los que luchan en ella. 

¡Si quieres sobrevivir, alístate! 

Esta es otra de esas guerras. Las llaman "respuesta terrorista", pero esto hace mucho que es un monólogo con algún que otro pero, miserable también, pero que apenas llega a pero, frente al abuso contrario, intercalando cada cien disparo con un ay. Porque Israel golpea mientras grita ay. (Otra vez los marcianos de Mars Attack "venimos en son de paz, venimos en son de paz")


Lo sospechoso de las estrategias "antiterroristas" de Israel es que golpean al enemigo donde menos les duele, que es en la población civil; al menos esa es la impresión que da (que a Hamas le importa menos su población que su orgullo ). Más sospechoso aún es que cuando no hay ataques directos, Israel siga golpeando a la población civil preventivamente. Y que considere acto terrorista quejarse de los abusos, de los bloqueos, de la precariedad, de las violaciones de derechos, de las expulsiones, de las ocupaciones de territorio. Y que todo esto ocurra periódicamente, como si estuviera pactado. Como si hubiera un acuerdo de matar civiles en masa, destruir sus viviendas, mantener viva la llama de rabia, y siempre culpándoles a ellos que son los que reciben los palos. 

La estrategia israelí es la de los alemanes que tanto deploran, 10 x 1 y mejor que sean civiles, que así matamos dos palestinos de un tiro, porque se defienden menos. 

No. No me gusta la política. Y si fuera hoy israelí estaría muy avergonzado. Pero eso es porque me considero de izquierdas, por lo visto. Se siente menos vergüenza en el otro lado. Donde se tienen más claras las cosas. 

Y si fuera palestino, sentiría rabia, y odio contra Israel. Que supongo que es el objetivo de Israel, mantener la llama viva. Y supongo que también contra Hamás, cuyo objetivo es el mismo.  Y contra todos nosotros que miramos y lo más que podemos hacer es decir, pobrecitos niños. 

(La Biblia no es un buen aval porque todo esto ya está escrito: matar y que los maten parece ser su sino en la Historia. Sin aprender nunca nada de eso)


miércoles, 12 de mayo de 2021

Teoría de la creación

 


Todo es copia. Aprender es copiar, comprender cómo lo han hecho otros y conseguir hacerlo igual. El que escribe, generalmente quiere escribir como lo que ha leído y  le ha parecido bien; el que lee, quiere leer lo que se parece a lo que ya ha leído y le ha gustado. Y generalmente llamamos «hacerlo bien» al que lo hace como otro que ya lo hizo antes. Es muy raro que alabemos una novedad. Lo desconocido es feo, provoca desconfianza, o como mínimo es raro. Solo cuando lo acepta una cantidad suficiente de gente nos sentimos cómodos aceptándolo nosotros también. 

Son muy pocos los que quieren hacer «algo nuevo», y muchísimo menos los que consiguen hacer algo nuevo y que sea valorado por los demás. La mayoría lo que ha intentado es hacerlo como lo hizo ya otro. A muchos les sale mal. Y algunos de esos, ese fallo resulta que les viene bien. Es aceptado y quedan como unos innovadores.   

domingo, 9 de mayo de 2021

Capítulo 1 (y único)

 Vivo en un barrio tranquilo. La principal afición de mis vecinos macho los domingos por la mañana es lavar los coches con la radio a todo meter y los bafles encendidos para no perder ni el menor detalle del pumba pumba del reguetón de turno. La principal afición de mis vecinas hembra es gritar los nombres de sus cachorros situándose en la zona de la vivienda con mayor proyección de eco hacia la calle. 

Las campanas de misa de nueve o diez –me niego a contar los domingos por la mañana– terminan por desalentar cualquier propósito de dormir la resaca. Así que me siento en el balcón con una cerveza y una caja de aspirinas y observo el ir y venir de los trapos, la alta frecuencia de los cepillos de diente sobre alguna manchita en el reluciente metal de las llantas, o el arte del gargajo sobre el parabrisas (“es mejor que el mejor limpiacristales”, se gritan de esquina a esquina).

Limpio poco mi coche. Aunque es de esos coches que no se nota que se han limpiado cuando se han limpiado. Un poco como yo mismo cuando llevo traje y aún así siempre tratan de echarme de las bodas. Pero de vez en cuando bajo  dispuesto a ser un buen vecino y colaborar con el ensuciado de las calles. Es hermoso ver al final de la mañana una calle de domingo baldeada de aguas negras, salpicada de bolas de papel de periódico usado para lustrar los cristales y decorada con botes vacíos de crema para carrocerías, pinturas quita roces, aceites lubricantes, etc. 

Cada vez que esto ocurre mi mujer me mira atravesado, como si pensara que me he vuelto a echar una amante. Esto me tranquiliza porque demuestra que no sabe con qué clase de mujeres puedo tropezarme esas misteriosas noches de sábado de las que está rigurosamente excluida. Si piensa que aún puedo atraer a mujeres a las que le importa la limpieza de mi coche es que, en el fondo, todavía me quiere, es una santa. Un observador metódico no tardaría en detectar que estos impulsos higiénicos esporádicos solo me sobrevienen a final de mes. Si echara un vistazo a mi cuenta bancaria, después de dudar si la coma es separador de miles o de decimales, se haría cargo de mi estado financiero deplorable. Y si me conociera mínimamente ya estaría al tanto de la despreocupación con que manejo la cartera y el abandono con que dejo caer entre o debajo de los asientos del coche monedas o billetes que mi estado de ebriedad me impide recuperar. En cualquier caso debería sospechar del entusiasmo con el que mis compañero de farra aceptan subir al coche conmigo de conductor y el desprendimiento con que se ofrecen a pagar la última en el próximo bar de la esquina después de haber declarado solemnemente en el anterior que ya no tenían ni un solo euro. Raro es que no consiga reunir, entre lo recaudado en el coche y lo recaudado en el sofá donde me quedo dormido los sábados con el cigarrillo en la boca tratando de fijar la mirada en algún documental de la 2 con la pretensión de despejarme un poco antes de meterme en la cama, algunos euros que me pagan los cafés del lunes y el carajillo de las diez que acaba definitivamente con los despojos de la resaca, preparándome para una nueva.

Ese domingo, mientras repasaba desganadamente las grietas del asiento de pasajeros, y descubría alguna nueva que en vez de enfadarme me daban esperanzas, porque eran nuevos huecos donde encontrar monedas, noté una humedad extraña, un olor desagradable y un color muy poco tranquilizador. Traté de recordar qué es lo que había pasado la noche anterior, pero lo dí por imposible, ya me había pasado diez minutos intentando encontrar el lugar donde había conseguido, el ser humano es una máquina cuya presunta pieza fundamental a veces es completamente prescindible, aparcar el coche. Mi último recuerdo de la noche era de mí mismo apagando a soplidos una quemadura del cigarrillo en el sofá y sorprendiéndome porque a cada soplo se hacía más grande. No había duda, aquello era sangre. Me palpé por todos lados buscando una herida pero era imposible que desde el asiento del conductor hubiera salpicado tan atrás –con resaca y todo aún seguía razonando con precisión científica– así que alguno de los que iban conmigo anoche sangraba y bastante, pero ¿quién era, y qué había sido de él?