jueves, 23 de agosto de 2018

Nueva tanda de películas disponibles en youtube




Los conquistadores de Atlantis (Kevin Connor, 1978, Reino Unido)

Una expedición marina en medio del océano. Con un pequeño batiscafo buscan evidencias arqueológicas en el fondo y las encuentran, una enorme estatua de oro. Cuando la suben al barco los marineros inician un motín para quedarse con la estatua, pero un enorme pulpo los ataca. El pulpo se lleva a la mayoría de marineros y además a los dos que iban en el batiscafo, los introduce en su cueva y de pronto aparecen en la superficie. Pero no es exactamente la superficie sino una burbuja en el fondo del mar. Un señor vestido muy raro les dice que están en lo que queda de Atlantis. Allí al profesor se lo llevan a conocer la jerarquía mientras que la metralla está destinada a mano de obra y soldados. Pero ellos se escapan durante el ataque de unos grandes monstruos marinos. Mientras, los jerarcas explican al profesor que proceden de Marte y que tienen el propósito de dominar la Tierra por medio de su mente hasta conseguir que los seres humanos alcancen una tecnología que les permita marcharse de este planeta. Para ello necesitan por lo visto la mente del profesor, pues ellos tienen técnicas de control de la mente que les permite utilizarla para algo más que fantasías y matemáticas. Los amigos del profesor no quieren marcharse sin él, así que lo van a buscar. Y luego tras muchos avatares y algún que otro muerto, consiguen llegar al barco. Pero el haber atravesado juntos esas aventuras no parece haberlos unido más, cuando llegan arriba, a la vista de la estatua de oro, se reanuda el motín solo que ahora con la aquiescencia del capitan. Encierran al profesor y a su amigo -el padre del profesor se había quedado en el barco junto con un grumete- y entonces vuelve el purpo que se come a los malos y se lleva la estatua.

Anon (Andrew Nicoll, Alemania 2018)

Todo el mundo tiene implantado un chip que los mantiene plenamente identificados. Los policías pueden acceder a los registros de ese chip para saber exactamente qué es lo que ve cada fulano. Los crímenes se resuelven así, accediendo a esa información. Pero hay una serie de crímenes que  son raros porque lo que parece ver la victima es a sí misma desde el punto de vista del asesino. En realidad lo que la victima ve realmente es probbalemente oscuridad. Todo eso se debe a que el asesino es un hacker estupendo que manipula toda esa información incluso en tiempo real. De modo que usted no ve realmente lo que sus ojos están mirando sino lo que el chip le dice que sus ojos están mirando.
A los tipos que han conseguido desasirse del sistema se les llama anónimos y para el sistema son un peligro. Estos anónimos venden sus servicios profesionales ilegales para hacer desaparecer información de los registros, técnicamente para cambiar el pasado de las personas. Este asesino debe ser uno de esos hackers.

Lapso de tiempo (Bradley King, 2014, EEUU)

Tres chicos descubren que el vecino de enfrente es un científico que ha inventado una máquina que hace fotografías del futuro, con un día de antelación. Todos los días a las ocho de la noche toma una fotografía que se corresponderá con el día siguiente a esa hora. La cámara, un enorme trasto inmovible, apunta hacia el ventanal del salón de la casa donde viven los muchachos. El científico está muerto. Murió en su trastero del sótano causa de un accidente. Debió quedar encerrado. Los muchachos deciden no revelar este descubrimiento a la policía, sino aprovecharse de la máquina para hacer dinero con apuestas. La cosa va bien hasta que el corredor de apuestas se interesa por conocer de dónde viene tanta suerte. Después se complica cada vez más, con muchos muertos por medio.
¿Cómo lo hacen? Pues ellos pueden ponerse mensajes que saben que ellos mismos verán el día anterior. Por ejemplo miran quién fue el ganador de cualquier apuesta hoy y se lo comunican a sí mismos ayer, que comprará el número o hará la apuesta y ganará seguro.
Interesante, si yo pudiera decirme algo a mí mismo de ayer qué me diría.


Göl Zamani (afer Özgül Turquía 2014)
Está en turco sin subtítulos.

Dos chicos están paseando por el campo. Un hacendado los invita a su casa. Pasan la noche allí. Uno de ellos descubre de noche al hacendado fumando -¿hachis?- y escuchando música vestido de militar. Este lo invita a tomar una copa. Luego, paseando por el bosque a la luz de la luna, se encuentra con una silenciosa chica. Al día siguiente despierta solo en la cama pero nos insinúan que ha habido rollo. Cuando sale de la habitación hay una chica preciosa esperándole, debe tratarse de la misteriosa desconocida de la noche, con un gesto le retiene para que mantenga en secreto el encuentro.
Espera junto al carro para marcharse, cuando su amigo sale. Creo que le dice que no se va con él, que por lo visto ha tenido rollo con la hija del hacendado y se queda. Se le ve al tipo algo molesto por dejar a su amigo allí.
En la estación está la chica misteriosa. Algo se dicen.Él se va en el tren y ella se queda poniendo una cara algo preocupada o disgustada.
Pasa el tiempo. El está en su trabajo y ella entre por ahí. Se pasean, hablan. Hay algo de discusión.
El amigo se casa con la hija del hacendado. La mujer está un poco inquieta y la chica misteriosa la consuela. El tipo viene a la boda. Habla, como a escondidas, en el bosque, con la chica misteriosa. Parece que no terminan de arreglarse.
Una de mis hipótesis es que la chica misteriosa era la mujer del hacendado, pero me da que no porque él entra en su habitación y la besa en la frente y ella apoya su cabeza en su hombro.
Pasa el tiempo y el tipo va a visitar al amigo que ya tiene bigote, una consulta médica y dos hijos, uno de ellos de unos diez doce años. No viven en la casa del campo, pero van a visitarla. El criado del hacendado está, esta vez, muy solícito, cuando en otras ocadiones actúa bruscamente. El muchacho, por alguna razón no quiere estar sentado allí y se va. El criado del hacendado había ido a buscar un par de vasos de leche y se queda con ellos en las manos. En el camino de vuelta, él tipo en el carro, se la ve a ella paseando con un niño de unos diez doce años. El duda en si ir a saludarla, pero al final decide que no. Cuando él ya se está alejando ella de pronto mira y sabe que él va en el carro. Mira como melancolía. Se diría que casi reprime el impulso de llamarle.
El va a putas de vez en cuando. Lo tratan muy bien en el bourdel A renglón seguido lo vemos con una chica mirando un piso. Ella está muy contenta.
Están comiendo en el restaurante. Hablan. De pronto empezamo a ver a otra mujer. Es ella misma y ahora en la mesa hay dos niños. Ha pasado el tiempo, ya son un matrimonio veterano. Además él tiene bigote.
Tienen problemas conyugales. Ella no está satisfechas con algo.
El intenta escribir, pero no parece que le de resultados. Bebe una cosa blancuzca.
Después, en un banco en la orilla, ya de una botella en plan borracho.
Un muchacho, de unos veinte años, está esperándole a la puerta de su casa. Debe ser el hijo de su amigo, porque luego nos encontramos en una habitación con su amigo en la cama.
Lo va a visitar al hospital y también deja que el muchacho vaya a su casa y se duche y eso. Luego, los dos lo acompañan en tren a su casa.
Ahí está la mujer y la hija. El trato que le da la mujer a este amigo es siempre de disgusto, como si no le agradara que él anduviera por ahí.
¿Estará ahora por fin echándole la bronca a este amigo por haber sido tan ... con su hermana?
Ahora, después de haber hablado con su amigo él va a visitarla.
No ha habido una conversación amable entre ellos. Por lo menos él no ha salido nada contento. ¿Será ese el hijo de él y de ahítodo el drama? Le cierran la puerta y le apagan las luces. Él se queda a oscuras delante de la casa.
Cuando él paseaba por esos bosques, la segunda vez. Encontró a la gitana que tenía echado en el regazo a un hombre que parecía un moribundo. Ella le ofreció una manzana y él la rechazó. Luego él le ofreció dinero, pero ella se mantuvo indiferente. Ahora la gitana lo ha guiado con un farol hasta su casa, una chabola hecha con trapos y maderas. Le ha invitado a entrar y le ha hecho un gesto para que se echara en su regazo. Él lo ha hecho.

El silencio (Sokout) (Mohsen Makhmalbaf, 1998, Irán)
Subtitulada en inglés.

Un niño ciego trabaja para un fabricante de instrumentos como afinador. Su mandre y él están a punto de ser echados de su casa por el propietario, porque llevan un tiempo sin pagar. La madre insiste al niño que pida un adelanto a su jefe, pero este, en realidad, le quiere echar porque los clientes se quejan de que los instrumentos están mal afinados y además el niño siempre llega tarde al trabajo. En efecto, llega tarde porque, aunque trata de evitarlo taponándose los oídos, no puede evitar seguir una música agracdable cuando la escucha por el camino. Cuando su jefe lo despide, busca agrupogrupol músico que le distrajo para que vaya a hablar con su jefe y le explique que él fue la causa de que el niño llegara tarde. Pero egrupol ya el jefe no está. El músico se ofrece a ayudarle en lo que pueda, pero lo único que puede es interpretar música para ablandar el corgrupoazón del propietario, lo que es inútil porque al propietario no le gusta la música, solo el dinero. Al final los echan.
No he hablado de la niña, aunque acompaña siempre al niño, es una protegida del jefe. Todo esto no importa porque lo que importa es no sé, la imagen de la película, un tomo como de años setenta u ochenta, un poco desvaído. El lugar debe ser alguna ciudad del norte de irán, colindando ya con azerbayan o Turkmenistán, sospecho yo. Algunas imágenes, más que escenas, me parecen bellísimas.


The past (Asghar Frahadi, Iranian-French-Italian)
La mentira es lo que duele, no sus consecuencias.
Culpables, culpas y no hechos.
La película es una investigación de por qué se suicidó (intentó suicidar, porque está en coma) la mujer de Samir.
Ahmad, regresa porque Marie le ha llamado para que hable con su hija Lucie (no estoy seguro de que sea hija de Ahmad) que tiene un comportamiento extraño desde que ella está con Samir, además de para que firme los papeles del divorcio.
Cuando Ahmad habla con Lucie, esta se entera de que Marie va a tener un hijo con Samir. Entonces revela a Ahmad que Samir aún está casado y que su mujer está en coma porque se bebió una botella de detergente delante de su hijo. Aquí empieza la investigación.
Aparentemente la mujer de Samir tenía una depresión y en una pelea que tuvo con la dependienta de la lavandería propiedad de su marido Samir, se cogió un arrebato y se intentó suicidar. Pero lo que ocurrió es que por lo visto había recibido los emails que se enviaban Marie y Samir porque Lucie se los había facilitado y a causa de eso se suicidó. Lucíe creía haberse entrevistado con la mujer de Samir y por eso tenía su dirección de email, pero en realidad se había entrevistado con la empleada de Samir, que fue quien se lo facilitó. Esta obró por venganza y por hacer saber a la mujer de Samir que ella no tenía un lío con su marido, sino que este lo tenía con otra mujer con otra mujer.
Yo creo que de lo que trata la película es de la mentira, y de que no importan, anímicamente, las consecuencias de una mentira, que se pueden superar, sino el hecho de que alguien en quien teníamo confianza nos ha mentido. Así pasa entre la hija de Marie, Lucie, y ella, o entre Samir y Marie. Samir y Marie desconfían uno del otro porque no están seguros de que cada uno no esté utilizando al otro para rellenar un hueco emocional.
También trata de la culpa. De sentirse culpables. Lucie en realidad quiere huir porque no quiere enfrentar las consecuencias de sus actos, que supuestamente han provocado el intento de suicidio de la mujer de Samir. Samir se siente culpable por querer a otra mujer, Marie se siente culpable porque cree que a causa de su relación con Samir, su mujer se ha intentado suicidad.
Ahmed también es culpable, e intenta explicar a Marie el por qué él las abandonó cuando lo hizo, pero Marie no quiere escuchar esas excusas, que no importan porque la vida ha continuado y ya no importan.

martes, 21 de agosto de 2018

Sentirse como un tonto

En el momento en que esa voz anónima del teléfono que cree estar hablando con Celâl le dice a Gallip que sabe que él, Celâl y su medio hermana, Rüya, han estado jugando con  él, Gallip, noticia a lo que éste no parece haber reaccionado, se me vino una frase a la cabeza: Sentirse como un tonto.
No sé si han tenido alguna vez esa sensación, cuando te das cuenta de que has sido objeto de una burla ya consumada, no sé, cuando te dan una hora errónea y tú obras en consecuencia para luego descubrir el error, o cuando te señalan un camino equivocado y te das cuenta después de haber avanzado un largo trecho alejándote de tu objetivo que te mintieron. O cuando eres víctima de un timo del tipo de esos en que te devuelven cambio por un cantidad menor a la que tú has entregado y tú estás completamente seguro de la cantidad que entregaste y el otro se niega categóricamente a reconocer su error y además tiene cara de saber que ha sido un error o al menos eso te parece a ti con toda evidencia. O cuando, y nos acercamos al caso de Gallip, te das cuenta de que dos personas de tu mayor confianza han obrado a tus espaldas cuando creías que todo lo que pasaba entre ustedes era común a los tres fuera lo que fuese.
A lo largo de los capítulos en los que busca a Rüya como un sonámbulo y esa búsqueda se ha convertido en la búsqueda de Celâl, Gallip ha ido conociendo mejor a su primo, tanto a través de lo que ha escrito como a través de lo que le han contado otros, sobretodo envidiosos compañeros del periódico, de él, y ha descubierto un Celâl que se va distanciando cada vez más del pariente y amigo y consejero y hasta maestro que ha conocido hasta ahora. También nosotros hemos ido sospechando que la intimidad con Rüya tiene sombras o más bien insatisfacciones por parte de ella que al parecer Gallip no había advertido. (Toda la escena con Belkis, a quien aquella pareja que saludó en una cafetería, en los que reconoció a un compañero de clase en la escuela infantil en él y, casualmente, a una compañera de instituto en ella, negaron rotundamente que hubiera estado en el mismo colegio, de lo que estaban seguros porque ellos, muchas noches, se entretenían en mirar las páginas de los anuarios y recordarse historias de aquellos lejanos y tiernos tiempos, nos lo sugiere), pues, a pesar de ello creo que para Gallip tiene que haber sido una sorpresa enterarse por esa voz ajena que hay una quiebra en esa intimidad que él creía inquebrantable entre él, Rüya y Celâl, y se habrá sentido como un tonto.
¡Qué terrible sentise como un tonto! De pronto se abre un abismo entre lo que te resultaba cotidiano, corriente, normal, seguro y la realidad. Desconfías de todo, te sientes abiertamente desprotegido, toda mirada te intimida o te avergüenza, te parece amenazadora, o peor, temerosa, pero no temerosa por ser tú un peligro sino por ser tú un apestado, sientes que se apartan de ti como si de pronto se te estuviera cayendo la piel a trozos y te sangraran lo ojos, y de todas maneras los rechazarías si intentaran ofrecerte consuelo porque temes que sea otro ataque. Así se debe sentir Gallip o, probablemente, así me sentiría yo si me sobreviniera una revelación de ese tipo. Así me sentí una vez que sufrí un robo en el metro de Madrid a la vuelta de un viaje. Me metí en el vagón hacia el aeropuerto agarrando la bolsa en la que llevaba la ropa y los libros protegiéndola de todos contra la pared en el vagón atestado porque era hora punta y sintiendo manos que me hurgaban los bolsillos y voces amenazadoras porque hablaban en extranjero que planeaban ataques en cuanto surgiera la oportunidad. Miraba a aquellas gentes que habían sido testigos de la rápida maniobra que habían perpetrado los tres ladronzuelos –en el último instante le arrebaté la cartera de la mano a uno de ellos, estoy convencido de que «me la devolvió» porque estaba vacía hasta de tarjetas de crédito que había tenido la precaución de metérmelas en un bolsillo de la camisa– que me miraban no sé si con pena o con miedo, como decía antes, al apestado, pero que no hacían nada, que no decían nada y, no sé por qué, me acordé de los trenes de judíos hacia Auswicht de las películas sobre el genocidio.  Luego pensé que había sido una suerte para mi dignidad que no se dirigieran a mí porque, a igual que los niños cuando se caen sin testigos, que no lloran sino que se levantan y buscan a alguien al que contarle y romper a llorar, probablemente me hubiera echado a llorar ante cualquier gesto de consuelo. No sé qué hará Gallip en la soledad del cuarto de Celâl, probablemente escribirá otro artículo que firmará con su nombre para entregarlo en el periódico y que no despidan a su primo al que ya se le han agotado los artículos de reserva de la carpeta.

domingo, 5 de agosto de 2018

Un destino y medio

En la película El bibliotecario 3 la chica le dice al muchacho (siempre llamábamos así al personaje central de la película, que, por supuesto, siempre era un hombre, no había que cuestionarlo, aparte que, «la muchacha»  no tenía ese matiz de héroe, sino un tono más cotidiano, y si a eso le añadimos que los amigos con los que íbamos al cine -con los que a veces nos colábamos en el cine aprovechando una distracción del portero que recogía las entradas por otra puerta- le llamaban «el fulano», pues menos posibilidades tenía una mujer de ser la heroína de una película) que no puede escapar de su destino. Más genéricamente, que nadie puede escapar de su destino. Porque si se desvía de él será un pobre desgraciado.
Uno piensa en su vida y a veces le resulta difícil distinguir si es que esto que llama su vida es su destino o es el resultado de haber eludido su destino. No es que me considere un pobre diablo, no (no siempre), y más si me comparo con la gran mayoría de la humanidad, con respecto a la cual tengo una situación verdaderamente privilegiada,  pero tampoco es que crea que llevo una vida con un significado muy preciso, que es, supongo, el sentido que le damos a la palabra destino o a lo de tener un destino, es decir un objetivo. Volviendo a los dos libros con los que me ando últimamente, El libro negro de Orhan Pamuk y La materia oscura de Phillip Pullman(ya he llegado a El catalejo lacado, el último de la trilogía) si tengo que situarme dentro del aura de alguno de los personaje, estoy más cerca de el perdido Gallip, que no sabe muy bien por qué se ha marchado Rüya, aunque su búsqueda de identidad cada vez se lo deja más claro, que de Will (lo hemos conocido en el segundo libro, La daga) o Lyra, que prácticamente desde el nacimiento están marcados y empujados, de mala manera, diría yo, por él. Ellos, aparententemente, se han tomado el asunto muy en serio y, pese a todo el miedo que pasan, que el autor no deja de reseñar, toman siempre las decisiones adecuadas aun estando en contra de sus propios intereses.
 Si eso que se muestra en los libros es tener un destino, es perfectamente comprensible que la mayoría de los que estamos aquí debajo, en el mundo real, hayamos eludido el nuestro. Un destino tiene que ser muy insistente para que uno se de cuenta, después de haber huido un par o cien de veces presa del pánico, de que por fin ha llegado el momento de atravesar la cascada del miedo y descubrir de una vez si al otro lado hay una gruta o te vas a estampar contra la implacable piedra.
No, la vida no es así. Al menos a la que yo me he asomado. No hay destino, ni objetivo, ni nada de nada. Siempre podría ser que esté hablando mi miedo y mi instinto de protección y de autocomplacencia, pero yo aún no he encontrado ninguna fisura que me diga con claridad que esto podría haber sido otra cosa y que solo me ha faltado un gesto de valor para pasar al otro lado. Todo lo más, sí, podría haber cambiado de vida un par de veces, tomando las decisiones erróneas en algunos momentos, y estoy seguro de que ahora estaría también aquí -tal vez en algún otro aquí, pero con muy pocas diferencias de este aquí - lamentándome o celebrando -que nunca se sabe muy bién a qué lado me inclino en estos textos, aunque si analizamos el impulso que me lleva a escribirlos creo que resulta claro - esta vida miserable y cochina tantas veces (parafraseando a J.A.Goytisolo), aunque otras no tanto, no tanto, y menos en vacaciones.
Pero ¿qué es el destino?, continúo preguntándome. Yo tengo particular admiración por la gente segura de sí misma, por la gente que sabe lo que quiere y actúa para conseguirlo, por la gente que expresa su opinión con contundencia, y cuando se equivocan no se arredran ni un punto, hasta por la misma gente que llama gilipollas a los demás por la calle tengo una cierta admiración, aunque sean unos completos gilipollas. Me asombra, porque yo soy incapaz de hacerlo con esa seguridad, la gente que se atribuye calificativos como: soy ingeniero, soy escritor, soy un hombre, soy un padre de familia estupendo. Yo, que podría decir de mí todas esas cosas, solo me atrevo a murmurarlas y hasta con dudas razonables acerca de su verdad completa. Pues bien, yo creo que el destino es esa seguridad que la gente muestra en las cosas de la vida, lo que las lleva a lograr sus metas o fracasar estrepitosamente, pero que hace que sus vidas parezcan en movimiento, aunque no fracasen con la alegría de Zorba el Griego, en la novela de Kazantzákis. El destino es la seguridad que pone uno en vivir y en hacer cosas sin plantearse perpetuamente si está bien o si está mal, si es bueno o es mejor. Simplemente el hacer confiando en lo que uno hace solo porque uno lo hace y le gusta hacerlo, eso es el destino y el mejor camino que uno puede llevar. Metas, logros, solo son medios para que el camino nunca se acabe, nunca se acabe la ilusión de vivir, por creer siempre que ahí más allá, al otro lado, está lo mejor.

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