jueves, 25 de febrero de 2021

Ted Chiang, La torre de Babel, el papa negro y el Apocalipsis

Estoy leyendo un relato de Ted Chiang, La Torre de Babel, creo que es su título. Trata de eso, de la construcción de la Torre de Babel, solo que aquí no se viene abajo ni se confunden las lenguas, sino que logran su propósito. Es decir, que consiguen llegar al cielo y, al menos un personaje, Hilalum, consigue atravesarlo. Pero al llegar al otro lado se encuentra con que sigue estando en la Tierra. (No he acabado de leer el relato, no sé si pasa algo después de que se percate de que está en el mismo punto del que partió, al pie de la torre, después de haber desaparecido por el agujero del cielo)

Después de todo el trabajo que ha llevado construir la torre, siglos, generaciones de constructores, resulta que lo que hay arriba es lo que hay debajo, como también dice alguna máxima esotérica. 

--o--

Hay una profecía, atribuida a Nostradamus, y tal vez desvirtuada a conveniencia del que la repite, que dice que cuando en el Vaticano se nombre a un papa negro “será el último antes de que sucumba frente al Apocalipsis”. Es cierto que nunca ha habido un papa negro, lo cual da pie a especular qué pasaría si un día se nombrara a uno. Por lo visto, el cardenal  negro más relevante y con más posibilidades de ser papable, un tal Robert Sarah, de Guinea Conakry, que acaba de ser destituido (es decir, acaba de “presentar su dimisión” o baja como cardenal) es considerado un ultra radical completamente opuesto a las tesis aperturistas que está proponiendo últimamente el papa Francisco. Si un tipo tal llegara a subir al estrado papal, dios no lo quiera, lo que ocurriría es que volveríamos exactamente, como le pasó a Hilalum en el relato de Ted Chiang, al comienzo de los tiempos de la Iglesia, y quien sabe, si por influencia económica y política, del mundo occidental. Un verdadero apocalipsis si tenemos en cuenta lo terrible de aquellos tiempos en que la Iglesia imperaba en occidente con mando único imponiendo un único pensamiento político, económico, moral, científico y, por supuesto, religioso, sin importar cómo se chocase contra la evidencia de la realidad cotidiana. 


 

miércoles, 24 de febrero de 2021

Willard y sus trofeos de bolos, de Richard Brautigan

 Después de la última riseña (me da ni sé qué llamarlo reseña) sobre un libro de Brautigan, ya no puedo empezar con un tal vez no se lo crean. Cambiemos radicalmente y empecemos con un: 

¿Se lo pueden creer?, aún he leído otro libro de Richard Brautigan. Este no va de bolos. Un poco, sí de trofeos de bolos, pero solo un poco. Y Willard es un pájaro de papel maché. Con ese no hay mucho más que hacer. Tiene una presencia testimonial en el título, y en la novela está todo el tiempo quieto, no sé, mirando, o reinando en medio de sus trofeos de bolos. 

Alguien les robó los trofeos de bolos a los hermanos Logan. Para ellos eran muy importantes esos trofeos de bolos. Papá tiene sus transmisiones (entiende mejor a las transmisiones que a las personas), mamá tiene sus tartas (entiende mejor a las tartas que a las personas) Y ellos tenían sus trofeos. (Hay hermanas, pero el autor nunca las hace comparecer, no conocemos sus aficiones ni lo que piensan del robo de los trofeos)

Los privilegiados lectores sabemos dónde están los trofeos de bolos. Los tiene Willard, en casa de Patricia y John. No los robaron ellos, los compraron a alguien que los había encontrado en el interior de un coche abandonado. P&J son unos chicos simpáticos. Buena gente. Él trabaja en algo del cine y ella creo que es maestra. A veces salen a ver una película de Greta Garbo. Les encanta Greta Garbo. A veces hacen el amor y comen bocadillos de pavo después en la cama. Luego ella se queda dormida mientras él mira el programa de Johnny Carson. Lo apaga justo antes de que Johnny despida el programa. Piensa que así ejerce él el control. 

P&J viven en el apartamento que está debajo de aquel en el que viven Bob y Constance. Una pareja trágica. Tienen más o menos la misma edad que ellos y se llevan bien. A veces se reúnen. Una vez que estaban juguetones y algo borrachos, P&J les gastaron una broma intercambiando los números de sus respectivos apartamentos.  A Constance no le gustó el asunto. Bob se quedó muy confuso. Pero nunca devolvieron los números a sus respectivos portales.  Y así se quedó. Ahora B&C viven en el apartamento 1 que está en el segundo piso y P&J viven en el apartamento 2 que está en el primer piso. 

Bob está mal. Está perdiendo la cabeza. Está olvidadizo, abstraído, torpe. Obsesionado con su libro de recortes de sentencias de griegos que hace miles de años que desaparecieron. Son como restos de sentencias que han sido encontrados en las excavaciones, fragmentos, palabras. Se lo lee constantemente a Constance y medita sobre la futilidad de la existencia. Bob está aún muy lejos de esos achaques de la ancianidad. Pero algo le ocurre. Tal vez tenga que ver con los hongos que tiene en el pene y que le impiden hacer el amor con Constance de la manera normal. Ahora practican una especie de sadomasoquismo suave que no satisface a ninguno de los dos. 

Riiing, riiing. En una habitación de hotel, donde esperan los hermanos Logan suena el teléfono. Una llamada largamente esperada. Una voz informa de que los trofeos de bolos se encuentran en el número 1 de …

No puedo decir nada nuevo de Brautigan. Todo es lo mismo que ya he dicho. Sin embargo, intentando profundizar en esta espuma, tal vez uno aprecie detrás de toda esta nadería una cierta desolación, un algo de vacío derivado de un modo de vida nuclear, aislado. Digo nuclear porque son núcleos de convivencia reducidos, pero sin apenas contacto entre ellos. No es soledad, sino aislamiento el de todos los personajes. La tragedia de B&C se debe a un momento de traición  a ese núcleo (una infidelidad de Constance) que es justamente castigado con la enfermedad sexual. En cuanto a los Logan y su enconada búsqueda de sus trofeos de bolos, tan absurda, es otra forma, tal vez, de desorientación, de vacuidad de sus vidas, que los trofeos mantenían convenientemente solapada. Truco simple el del intercambio de números que provoca una injusticia que sin embargo, en cierto modo, es un alivio. P&J no son molestados porque están libres de culpa. No sé, un poco por sobre interpretar la nada y otro poco por rellenar un poco más esta larguísima hoja de papel.

Un libro muy ligero. Menos absurdo, tal vez, que los dos anteriores, pero no tanto. En general, a Brautigan se lo puede leer como quien se come un sandwich rapidito a media mañana. Es gustoso pero estás deseando, al poco, llegar a casa y sentarte a comer un buen plato de comida. Un guerra y paz con chorizo o algo así. 

martes, 23 de febrero de 2021

Cine, Azar, Universo... y un libro.

 El lunes fui al cine con X. Me llamó por la mañana porque tenía una entrada de sobra. Su compadre de cinefilia, Y, había fallado y pensó en mí porque estábamos yendo juntos a un curso sobre cine (sobre cómo ver cine, más bien). Yo no suelo salir entre semana, porque soy muy casero y porque no me gustan demasiado las zonas de multitudes, y, vamos, prefiero el cine en casa, pero como he emprendido hace un tiempo una especie de campaña del “sí, vamos pa'llá”, que últimamente estoy muy parado, pues le respondí de esa manera (casualidad 1).

No nos quedamos a ver la película. Nos tocó una muy primera fila donde las caras de los protagonistas y hasta de los secundarios eran más grandes que nosotros. Y las teníamos que mirar desde abajo. Me daba hasta un poco de reparo estar allí mirando hacia arriba cuando salieran las protagonistas con falda.  Con esto del COVID estaba la sala dividida por cuatro, es decir, cada cuatro butacas clausuradas había una operativa. Y para colmo las butacas habían sido asignadas con antelación de manera nominal. De modo que nos resultaba imposible ocupar otra butaca, aunque supiéramos que no iba a ser ocupada por su titular, sin quebrantar alguna normativa. Así nos lo explicó la chica de la puerta cuando nos quejamos de nuestra situación. Parece que la cosa estaba prevista. “Nos pasa siempre. Unos deciden quedarse por no perder el dinero, pero la mayoría se marcha”. Pues si lo saben y siguen vendiendo las entradas a propósito se trata de un timo o muy parecido. Cierto que las entradas cuestan una minucia irrelevante, pero no solo es dolo económico el timo, también son expectativas frustradas y  desilusión.

Apesadumbrados, quedamos con nuestro amigo Z a tomarnos unas cervezas y unos platos de pata de cerdo con su guarnición de papas arrugadas y mojo, que tan bien van para la tensión y que consuelan mucho y bien. Todo esto es solo la ambientación, ahora viene el meollo. 

Hace unas semanas que vengo leyendo al autor A. Sabía que X poseía algunos de sus libros y le pedí uno en concreto.  X creía que ese libro estaba en otra casa distinta a la que suele morar; tiene como una segunda vivienda donde va acumulando los libros que ya le van estorbando por leídos o por no. En la ocasión anterior que nos habíamos visto aún no había pasado por esa segunda vivienda, así que no me trajo el libro que yo tan ansiosamente esperaba. Por esa razón tuve que iniciar una lectura alternativa. Cuando recibió la llamada del amigo Y esa mañana avisando de su incomparecencia y me llamó a mí como compadre cinéfilo de sustitución lo hizo de manera extraordinaria (casualidad 2). Quiero decir que no es muy habitual que nos citemos para estos eventos. Justo también esa mañana estuvo de visita en casa de alguien, llamémosle L, que antes de despedirse se acordó de que había por la casa un libro de X que hacía tiempo tenía pensado devolverle y que por aquellas cosas del yo qué sé, aún no lo había hecho, y aprovechaba el momento para hacerlo. Ese libro era exactamente el que yo le había pedido a X (casualidad 3). Él se sorprendió mucho pues pensaba que ese libro estaba en su depósito de cadáveres de la segunda vivienda. Así que aprovechó que ya lo tenía para llevármelo a la cita cinéfila. 

A lo que quiero llegar es a que se unieron tres casualidades que, vistas con perspectiva soñadora, podrían no serlo tanto, sino una perfecta jugada ajedrecística del Universo, en la que concitó un conjunto de sucesos (casualidades) y creó una situación falsa (cita para ir al cine) que luego desbarató una vez cumplido su propósito (hacerme llegar el libro). Todo para, simplemente, hacerme feliz. Cosa que yo agradezco al Universo humildemente, esperando que nunca las mañas pierda. 

viernes, 19 de febrero de 2021

Un general confederado de Big Sur de Richard Brautigan

 


Tal vez no se lo crean, dada mi última reseña de un libro de Richard Brautigan, pero he vuelto a leer [otro libro de | a] Richard Brautigan. (Y aún leeré otro más si la muerte no me alcanza, si no llega el fin del mundo o no se cruza algo más interesante por el camino… vale, si, simplemente no cambio de humor). Porque lo cierto es que me divierto leyendo a Richard Brautigan. 

Este libro no es ni mejor ni peor que el anterior, La pesca de la trucha en América, pero tiene algunas similitudes que querría resaltar. Si en La pesca… no aprendiste nada acerca de la pesca de la trucha en América, ¡acertaste!, el libro no iba de eso. Ni de ninguna otra cosa. Pues bien, este otro libro tampoco va de generales confederados. Tal vez sí un poco de Big Sur, que es una zona de la costa oeste de Estados Unidos que ...(léanse la wikipedia).  Es famosa, en mi caso, quiero decir, que yo había oído hablar de ella, porque hay una curiosa novelita de Jack Kerouac, que se pasó una temporada por esos andurriales, metido en una cabaña de madera, en medio de un bosque en el quinto pino, aunque  no demasiado lejos de una carretera. Por lo que sé hay mucho de eso, bosques, pinos, alguna carretera (hay un puente muy bonito) y acantilados que llegan hasta el mar, y playas, también hay playas. 

Pues bien. Aquí sí hay una historia. Muy loca. Muy de ir a ninguna parte. Pero historia. El personaje central podríamos decir que es Lee Mellon. Un tipo muy loco que se nos presenta contándonos cómo ha atracado a un marica rico que pretendía cobrarse oralmente el servicio de autostop que le había prestado. No creo que Lee sea homofóbico ni nada de eso. Pero necesitaba dinero y el marica rico estaba allí y le dio una excusa. Así lo pienso. Pues bien. Lee creía que tenía un abuelo que había sido general confederado en la guerra de Secesión americana. Lo buscaron en un libro muy interesante, en la biblioteca, que por lo visto recopila el listado y las biografías de todos los generales confederados, pero no encontraron su nombre. Y además los echó la bibliotecaria porque estaban un poco excedidos de alegría. Tampoco está muy claro que nadie de Big Sur participara en aquella guerra. Por lo visto, en aquellos tiempos allí solo había indios con taparrabos y se duda que tuvieran interés en unirse a los confederados para defender su (de aquellos) sacrosanto derecho a tener esclavos negros trabajando en sus granjas de algodón. Mi mayor respeto para los indios con taparrabos, que además tenían el buen gusto, probablemente, de chapurrear el castellano.  Pues bien, a Lee no le va bien el tiempo que está en San Francisco o donde sea que están, que no me acuerdo, y fuera de dejar preñada a una chica, del resto pasa hambre y necesidades en la casa en ruinas que ocupa.  Tiene que echar mano de su amigo Jesse, el narrador, pero ni aún así consigue superar sus dificultades. Por eso se vuelve a Big Sur. La chica se quedó preñada más veces; le preguntaba mucho a Jesse si había visto a Lee Mellon, y Jesse se acostubró a mentirle que no, que no sabía nada del tipo.

Jesse se queda por ahí, por donde sea que no me acuerdo de qué ciudad era, y conoce a una chica, Elisabeth. Pero no le va bien tampoco con Elisabeth y decide darse un salto por lo de Lee. Allí conviven en aquella casa que Lee y otro tipo construyeron con sus propias manos y mucha ginebra. Razón por la cual ni los agujeros eran tan hondos,  ni los palos que sostienen el techo resultaban tan largos y la casa quedó un poco achaparrada. Entre ranas croando y chicos que intentan robarles la gasolina por la noche,  se pasan un tiempo. Luego bajan hasta, tampoco me acuerdo del nombre de aquella ciudad, a comprar algo de bebida con el dinero que les cobraron a los chicos por no dejarse robar la gasolina y conocieron a Elaine. Más tarde aparecerá por allí Elisabeth. Y aún hay otro más, un tipo muy loco con un maletín lleno de dinero que en uno de los mil y pico finales del libro acaban tirando al mar.

Este es un resumen, así a vuela tecla, de lo que trata el libro. A mí me divirtió. Y los pocos fragmentos que le leí a Poncho … no sé si le hicieron mucha gracia. Poncho es mucho Poncho y se tiene mucho recorrido. 

martes, 16 de febrero de 2021

Un poquito

 “Dice que no le importa. Pero miente. Miente bajito. Para no herir mintiendo. Evitando los ojos. Como con dolor de mentir porque no tiene hábito. Dice que no le importa importándole, pero no queriendo. Que le importe. Le importa, pero miente. Para no herir. Y porque querría que no le importase. ¿Te importa?. No. Mentirosa. Y aparta los ojos para que no lea en ellos la verdad. Medio sonríe y se aleja. Triste. La miro marchar. Espero que, como un Charlot precioso, a medio camino de la lejanía, recomponga su figura y continúe avanzando con ese paso resuelto, gracioso, seductor que llevaba el día que la vi llegar. También a contraluz, como ahora, que se marcha. Desde el horizonte donde termina la carretera y empieza el sol. Pero se pierde en su luz como cayendo”. 


Está bien. Muy bonito. Hay una historia antes de eso, que no sé cuál es. Y tal vez hay una historia después. ¿Qué es lo que anda importando ahí? No lo sé. ¿Qué relación tienen ellos? Hay una ella. ¿El que narra es un él? No lo sé. Supongo que no puedo pensar en ella, puesto que lo he escrito yo.  Es un él, pues. Eso que importa es algo grave. Se ve en que a ella le duele. A él, menos. Él es, pues, el que ha tomado la decisión. Es una decisión razonable, quizá. Por eso a ella no debería importarle. Pero es una decisión grave. Por eso a ella sí que le importa. Pero es una decisión razonable. Por eso ella se marcha sin luchar. Importándole. Y él se queda. Algo triste por cómo se aleja ella, pero sabiendo que es lo que debe hacer. Espera que ella comprenda, que reflexione a medio camino y diga, “bueno, a otra cosa, esto ya ha pasado”, pero la esperanza no se cumple. No tiene buenos presagios para ella con esa caída en el sol.


Así empieza todo. Con cuatro frases. Menos. Con una. Una sola frase que he pensado paseando al perro. Luego llego aquí y escribo. Y eso que escribo sigue escribiéndose. Lastimosamente se acaba pronto. Unas veces no llega a definirse, como ahora. Otras veces se define, a la velocidad del rayo, casi siempre, y a mitad de página ya todo está concluido y la misa está hecha y en tus manos encomiendo mi espíritu. Casi nunca da tiempo a un inspiración, por qué me has abandonado porque la impresión es de que la historia está hecha. Media página es, a menudo, suficiente para contar cualquier historia. Todo lo que pase de eso es ya novelar, rellenar, crear ambiente, abusar de la paciencia del lector que lo que quiere es enterarse y a otra cosa. Abusar de la paciencia del escritor que lo que quiere es soltar lastre, limpiarse y lavarse las manos escrupulosamente. Y hasta la vez siguiente en que vuelva a apretar. Nada de cumplir con un esquema, un protocolo, cincuenta páginas mínimo (¡uf!, ¿quién las ha visto?) Esto es una necesidad fisiológica como otra cualquiera. 


Ella escribe a menudo. No tanto. Escribe alguna vez. El también escribe, pero ella nunca responde. Solo escribe. Escribe como clamando. Como lamentándose de su soledad. De su miedo. Él lee como desde otro mundo. Como excluido. Queriendo creer que ella le echa de menos. Que en verdad, en verdad, podía haber sido. Pero sabiendo que la verdad es que no. Que todo está como debe estar y que siga en el sueño. Ella le olvida largas temporadas, como los volcanes dormidos. De pronto, un día despierta y escribe. “te echo de menos”. Y él sabe que es verdad. Que en ese preciso instante es verdad. Que no lo era antes y no lo será después, pero ahí, sí, justo ahí cuando estaba escribiendo, sí. Y se siente profundamente agradecido. Humillantemente agradecido. Y se complace en su pequeño amor que no se consume porque no se gasta... Y cuando deja de leer se pellizca y se dice. Bueno, ya estoy despierto, mejor que friegue estos platos que si no las cucarachas me montan una rave.


Todo tiene un sentido. Lo que pasa es que a veces tiene más sentido de lo que uno quisiera. Entonces busca la manera de ocultarle el sentido et voilá, nace la literatura. El sentido de todo esto es que quiero escribirte sin que lo parezca, pero no sé no parecerlo. Se me resbala la mentira como un jabón húmedo con las manos mojadas. Como un pez mojado con las manos húmedas. Como unas manos húmedas entre unas manos húmedas. Bueno no. También sé mentir. Algunas veces. Pero con mentiras de azúcar. Y también sé mentirme. Todo el tiempo sé mentirme para sobrevivir. Eso lo hago mucho. Como cuando tú escribes los viernes por la noche para conjurar el frío y la soledad y la muerte. Pero solo porque estás un poquito borracha. Y es viernes. Y estás sola. Y hace frío, no sé si por dentro o por fuera o por ambos lados. Yo aquí estoy calentito. Y con culpa, un poco, de no tener frío. Y no estar tan solo. Y con ganas de estar contigo. Un poquito. 

No hay nada que hacer. 

Claro que puedo hacer cosas, pero sería inútil y hasta lo fastidiaría todo, aunque todo sea nada. Si todo fuera algo, ¡ay!, entonces sería diferente: sería peor. Así que, como siempre, me llevo la mejor parte de lo peor que podría pasar: que no pase nada. 

¡Ay esta mansedumbre de buey con que arrastro la vida!

domingo, 14 de febrero de 2021

Las cosas que pasan leyendo a Brautigan

 Estaba por ahí, por las ramblas, paseando a Poncho y leyendo a Richard Brautigan. Me reía, esperando a que Poncho oliera uno matos, después de leer un párrafo de Brautigan donde contaba cómo Jesse recuerda la razón por la cual aquella cabaña de Big Sur tenía el techo demasiado bajo: "El día que levantaron las paredes había hecho mucho calor, y con tres botellas de ginebra, Lee Mellon no dejaba de empinar el codo, y el otro tipo, uno de esos sujetos religiosos profundamente perturbados, no dejaba de empinar el codo. Naturalmente, era su ginebra, su tierra, su material de construcción, su madre, su herencia, y Lee Mellon dijo: Hemos hecho los agujeros lo bastante profundos, pero los postes son demasiado largos. Los serraré". Y me reía porque imagino a Lee. Con esa seguridad que tiene en su completa irresponsabilidad. Conozco algunos tipos así, son simpáticos mientas te mantengas lo bastante alejado de ellos. Entonces, mientras reía, se abre la persiana de la ventana que tengo a unos metros por encima de mi cabeza, y una mujercita de aspecto bastante atractivo a pesar de estar recién levantada, me dio los buenos días.

--- ¡Eh!, Hola. Buenos días. ¿Qué es lo que te hace tanta gracia por ahí?. 

--- ¡Oh! -respondí- discúlpame. Sé que es temprano. Me distraje leyendo y a lo mejor hice mucho ruido.

--- La risa no es ruido. Te invito a un café y me cuentas qué es lo que te estaba haciendo tanta gracia.

La propuesta me resultó muy estimulante, pero las implicaciones me acobardaron. 

--- Te diría que sí, pero luego me vas a pedir que follemos y temo no estar a la altura de tus expectativas.

--- No te preocupes por mis expectativas. Vivamos el presente. Ya tengo puesto el café al fuego.

La dialéctica de aquella mujer me parecía admirable. Deshacía mi cobardía tan delicadamente como los rayos de sol despejan la niebla matutina. Me dirigí al portal, escuché el sonido del portero automático y entramos Poncho y yo. Subimos los pocos tramos de escalera necesarios para alcanzar la entrada a su piso. Ella estaba a la puerta, apoyada en el quicio. Vestía, o más bien la desvestía, una bata de tela muy ligera completamente desabotonada para que se percibiera con completa claridad que iba desnuda por dentro. Poncho puso la misma cara de tonto que yo. Pero yo me recompuse antes y tomándola por la cintura, por debajo de la bata, la besé en los labios y luego por el cuello hasta morderle la orejilla tan coqueta que lucía a uno de los lados de su hermosa cabecita. No me cabía duda de que al otro lado había incluso otra. Un derroche de belleza.

---Aún le faltan cinco minutos al café --susurró ella.

---Me sobran dos --respondí, tal vez precipitadamente.  


martes, 9 de febrero de 2021

La Pesca de la trucha en América, de Richard Brautigan

 A uno le gustaría escribir un libro. Pero no se le ocurre nada interesante sobre lo que escribir. Y si aun  diera con una idea que desarrollar, a uno le parece que no sería capaz de desarrollar gran cosa. Porque uno, cree uno de sí mismo, tiene una mente simple, y un libro…, amigo, un libro no es cosa vana. Un libro perdura a lo largo del tiempo. Un libro permanece imperturbable al paso de las horas, los decenios y los centenios, ofreciendo sus ideas, sus historias, su personajes, sus fórmulas a las ávidas mentes de los siglos venideros. La vida de un libro tiene comienzo, pero no tiene fin. Por eso cuesta tanto engendrarlo. Todo autor lo sabe porque muchos lo intentan y pocos lo consiguen. Y, peor que eso, muchos de los que lo consiguen nunca llegan a saber verdaderamente si su humilde trabajo llegó a afectar en algo el parecer del mundo. ¡Quién le iba a contar a Homero sin ir más lejos!

Pensando como piensa uno, según lo expuesto arriba, va y se pone a leer un libro como La pesca de la trucha en América (Richard Brautigan, 1967). Iba a describirlo pero busco en internet y hay otro uno que lo ha hecho con mis palabras, mucho mejor que yo. 


La Pesca de la trucha en América es un texto completamente original lleno de tonterías ingeniosas y de una profundidad estúpida, que recuerda los chascarrillos transmitidos por un sabio borracho mediante un formato de colección de cuentos cortos de libre asociación, sencillos y a la vez con un contenido más allá de lo tangible. (Pepe Rodríguez)

No se puede describir mejor. 

A uno no le cuesta imaginar el proceso de construcción de este libro. El autor recopiló en su propia papelera todos aquellas hojas arrugadas que contenían esos textos que uno a veces escribe cuando no está haciendo nada o mientras está haciendo otra cosa como hablar por teléfono o mirar películas porno. Como son pocos, uno se sienta, trágicamente, y se pone a no hacer nada a ver si consigue que le salgan un buen montón de páginas que no cuenten ninguna cosa porque uno no está pensando en nada, pero que lo hagan con tanta gracia y locura como esas por las que los amigos de uno, esos insensato siempre dispuestos al halago porque creen que ser escritor es algo así como avatar mítico que ha descendido de Walhalla para morar entre los hombres y repartir entre ellos unas migajas del cielo en forma de Literatura (luego en el siguiente nivel está los POETAS. Pero esa es otra historia), lanzan loas al cielo y le echan flores sobre la cabeza y posan a sus pies para que sus santos zapatos no se manchen con el polvo de la calle. 

Después de largos y duros minutos de trabajo, ayudándose de algún néctar como el champán o el oporto que sobró de las navidades pasadas, como los fantasmas, (y confiando en que volverán en las navidades futuras a reponer las estanterías) ya habrá conseguido rellenar dos o tres cuartillas más y cuando se siente satisfecho las une todas y dice: YA TENGO UN LIBRO.

Pero los editores, esos insaciables chupaletras que se comen el esfuerzo de los perseverantes escritores como quien chupa caramelitos de menta le desprecian el material porque no tiene un HILO CONDUCTOR estamos en el tiempo de las novelas, muchacho, si no hay novela no hay literatura. Y si quieres engañan a lector al menos proporcióname un HILO CONDUCTOR,  un tema común, una referencia, algo contundente como… como… ¿a tí no te gusta pescar?, pues escríbeme un libro sobre LA PESCA DE LA TRUCHA EN AMÉRICA. Y el desinflado autor regresa a casa apesadumbrado de fracaso y oprobio, echa los papeles sobre su mesa los mira y se dice, ¿lo que quieres es un hilo conductor?, te voy a dar hilo conductor. Y entonces nace LA PESCA DE LA TRUCHA EN AMÉRICA. Empieza a releer todos y cada uno de los relatos y en cada uno de ellos sustituye, aquí o allá, alguna palabreja inútil, que de todas maneras no cumplía ninguna función porque el relato no tenía función ninguna, por LA PESCA DE LA TRUCHA EN AMÉRICA, y


Y este es un libro de cocina muy pequeño para La Pesca de la Trucha en América, como si La Pesca de la Trucha en América fuese un rico gourmet y La Pesca de la Trucha en América tuviese como novia a Maria Callas y comiesen juntos sobre una mesa de mármol con preciosos candelabros.


Y Maria Callas le cantó a La Pesca de la Trucha en América mientras comían juntos las manzanas.


LA forma en la que el lirio cobra atrapa a los insectos es un ballet para La Pesca de la Trucha en América, un ballet para representar en la Universidad de California en Los Ángeles.


ESTA es la autopsia de la Pesca de la Trucha en América, como si la Pesca de la Trucha en América hubiese sido Lord Byron y hubiese muerto en Missolonghi, en Grecia, y no hubiese vuelto a ver las riberas de Idaho, no hubiese visto nunca Carrie Creek, Worsewick Hot Springs, Paradise Creek, Salt Creek o Duck Lake.

Volvió a recoger su rimero de hojas, su libro, y esta vez sí, le puso un buen título: LA PESCA DE LA TRUCHA EN AMÉRICA, y se lo echó bajo el brazo para llevárselo al editor. ¡Premio!, un pelotazo, dijo el editor, en América hay mucha gente que se aburre mucho pescando truchas, y qué mejor que un manual sobre la Pesca de la Trucha en América, para esos aburridos pescadores. Estoy seguro de que esta vez sí que te vamos a sacar del arrollo de la mediocridad Richard. Y se llevó tan contento el libro al impresor. Ya hablaremos, Richard le dijo a modo de honorarios.

--o--

Dicen que al autor lo encontraron un mes y pico después de que se hubiera metido en la cabeza una bala, en su apartada cabaña de Connecticat, o Wisconsin o Wichita o vaya usted a saber. La Pesca de la Trucha en América llevaba de excursión a sus hijitas reptando por la podrida epidermis del cuerpo en descomposición desde su seguro refugio en el interior de la cavidad craneal (donde ya se habían acabado de papear toda la masa encefálica y se habían organizado un coqueto apartamentito con tragaluz) hasta la zona del vientre donde se montaban orgías tremendas con otra gente que venía de fuera a participar del festín de La pesca de la trucha en América.

martes, 2 de febrero de 2021

Muchacha Punk y Urbana, de Fogwill

 Lo intenté con Fogwill, pero no me ha apetecido seguir. Ya con la Muchacha punk(*), me parecía que la escritura de este hombre no lleva a ninguna parte. Sí, muy graciosa, muy simpática. Con muchas digresiones que se van, se pierden por otras partes, y vuelven al tema central, que tampoco tiene mayor importancia y que nunca llegamos a saber por qué nos lo cuenta, como tampoco nos parecen tan relevantes las digresiones que se ha tomado para llegar hasta allí. Pero bueno, es un pequeño relato. Nos desvela una personalidad literaria. Muy bien. Pero es que ya no he podido con Urbana(**), que tiene unas centenas de páginas más. No sé. Estás leyendo por leer, pero después de la experiencia Laiseca..., tal vez sea eso, que ya Laiseca fue suficiente para leer sin que te importe nada lo que estás leyendo. Y eran casi dos mil páginas. Pero con Fogwill lo he dejado en la décima o la vigésima. No sé, me he dicho, qué demonios me está contando este tío. Y me he ido del libro como cuando te vas del bar porque ya no aguantas más al borracho que se ha empeñado en contarte sus penas. Y no es porque no lo cuente bien, ya digo, simpático, mucho sarcasmo, mucha ironía, mucha intervención del narrador para puntualizarlo todo.


(*)El tío está en Londres. Hace frío. Conoce a una muchacha punk. Luce una cicatriz maquillada en la mejilla. Cuesta carísimo  mantenerla con buen aspecto. Ella es hija de aristócratas. Cobra una pensión, peor casi todo se le va en mantener el buen estado de la cicatriz. Ella lo lleva a su casa. Conoce a la hermana y al novio de la muchacha punk. Ellos se acuestan en el suelo porque prefieren la piel de oso. Por la mañana se va. Tiempo después regresa a Londres y trata de ver a la chica pero ella está en los EEUU. (también está lo de la partida de ajedrez, lo de la pizzería española, lo de las armas que tenía que comprarle a los amigos)


(**) No me ha dado tiempo de enterarme de qué va. Hay uno que se muere y que por lo visto ha escrito un libro cuyos personajes no tienen nombre. Puede que haya estudiado en esas escuelas agrarias peronistas que colaban agua por todas partes y que luego los siguiente militarotes desmantelaron. También habla de moscas...