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miércoles, 11 de diciembre de 2019

Don Facundo y yo

1.-Me he dado cuenta, leyendo a Facundo Cabral, de que todos los ricos quitan importancia a aquello en lo que son ricos, en el logro de su felicidad.  Los millonarios, a su dinero; los impetuosos, a su ímpetu; los calmos, a su calma; los competitivos, a su competencia. Todos quieren ser valorados por el esfuerzo que se han tomado en conseguir ser lo que son. Pero mi duda es, ¿serían lo que son si ya no lo hubieran sido?  ¿En qué medida nos ha venido dado y en qué medida hemos construido –o destruido– lo que somos o podíamos haber sido?
Facundo Cabral, por ejemplo, nació ya rico de sí, mientras otros hemos nacido pobres de nosotros. Llegar a ser Facundo Cabral, tal vez no le haya sido cómodo, tal vez ha tendido dificultades, pero al final lo ha conseguido. No niego todo su esfuerzo, pero él tampoco me puede negar que ya tenía gran parte del camino hecho, él trabajaba a su favor.
Creo que otros no tenemos esa suerte. Mi hipótesis es que los que de verdad han tenido que trabajar luchando contra sí o a pesar de sí mismos para conseguir lo que han conseguido y que les da una especie de felicidad, viven con permanente miedo de perderlo. En cambio los que de algún modo ya eran lo que fueron y su trabajo consistió en reforzarlo, siempre se han sentido ser lo que son y por lo tanto no conciben que puedan perderlo. Y por eso don Facundo habla, a veces, con ese desprecio de nosotros, los que no tuvimos la suerte de ser como él y conquistar su libertad. Le odio cordialmente, don Facundo.


2.-Algunos nos pasamos la vida esperando a dejar de ser esclavos para ser libres. Envidiamos a otros que consideramos ya libres, (como Facundo Cabral –estoy leyendo ahora su Paraíso a la deriva– , a quien no conozco más que por lo que dice, porque, ¿cómo ha sido?, ¿cómo trataba a la gente?, ¿cómo se sentía cuando estaba solo?, ¿era en verdad lo que decía o eso que decía era lo que quería ser?, ¿era real o era un personaje?); pero que tampoco es por su esfuerzo, simplemente no tuvieron más remedio, pensamos; y nos consideramos más libres que otros que ni siquiera sospechan que son simples marionetas.
Ya sabemos todo lo que hay que saber para liberarnos. Y sin embargo seguimos esperando la oportunidad, el momento, o, por el contrario, razonamos que no existe tal cosa como la libertad tal y como la soñamos, sino que simplemente es una sublimación de todo lo que no somos y no tenemos ahora, y que esto, que somos y tenemos ahora, sería la libertad de ese otro estado cuando ya nos hubiéramos habituado a él. Tal vez todo sean trampas de la mente. Tal vez esto es la felicidad y no queda nada que esperar, como dice la canción1. Tal vez, estos talveces sean la demostración de ello, el hecho de que podamos perder el tiempo pensando en lo infelices que somos corrobora nuestra felicidad.
(Sí, felicidad y libertad son esencialmente la misma palabra. Para qué va a querer uno ser libre sino para ser feliz. Qué clase de felicidad puede ser una en la que no se es libre)



(1) Todo es tan fantástico como el cartel de las farmacias, canción de Detergente Líquido


miércoles, 4 de diciembre de 2019

Jesús y el zapatero, relato que cuenta Facundo Cabral

Me gusta la historia que cuenta Facundo Cabral acerca de un zapatero que es visitado por Jesús para que le arregle una sandalia.
Pero, no voy a poder pagarle, dice Jesús, porque no tengo con qué. Y el zapatero responde que él no trabaja por entretenimiento sino para comer, y que si lo que hace no le da de comer no le vale la pena hacerlo. Entonces Jesús le responde que él puede concederle, a cambio de su trabajo, lo que desee. El zapatero le responde, con sorna, que si podría, por ejemplo, concederle el millón que necesitaría para ser feliz y no tener que volver a trabajar.  Jesús le pregunta que si es tan pobre que no le alcanza para ser feliz, y el zapatero le responde que ser feliz es un vicio muy caro.
Entonces Jesús le promete que le concederá ese millón y dos más si a cambio está dispuesto a renunciar a sus piernas. El zapatero se espanta y, con un gesto de rechazo, contesta que para qué quiere él esos millones si no va a poder disfrutarlos viajando, paseando, corriendo por el campo entre las flores y los árboles, sintiendo la arena en sus pies descalzos, nadando en el mar.
Jesús le insiste, lo multiplica por diez si a cambio renuncia también a sus brazos. El zapatero se horroriza, cómo va a vivir sin brazos y sin piernas, cómo va a acariciar, cómo va a comer, cómo va a abrazar, qué clase de felicidad se consigue sin esas cosas.
Jesús insiste una vez más, lo multiplica por cien si a cambio está dispuesto a desprenderse también de los ojos. Y sin ojos, sin piernas, sin brazos, para qué vivir, dice el zapatero. No volveré a ver a mis hijos, a mi mujer, no disfrutaré de la belleza de los atardeceres, al cerrar la tienda y volver a casa. No podré leerle cuentos a mis hijos.
¡Qué afortunado y qué ignorante eres!, dice Jesús, vives con cientos de millones y ni siquiera te das cuenta.

Años después, el zapatero se acordaba todavía de aquel mendigo que le pagó un arreglo con una buena historia.