miércoles, 26 de febrero de 2020

La tensión

— ¡Oye, que ya está, que te vas a morir!
—  ¿Pero así, sin avisar ni nada?
—  ¡Hombre!, te estoy avisando, esto es el aviso.
—  ¡Ah!, ¿entonces no es ahora mismo; ya, ya?
—  No, no. Todavía tienes un tiempo. Aunque no sé si vas a poder aprovecharlo todo.
— Eso me suena mal.
— Es que estás muy malito, tío. Y peor que te vas a poner.
— Pues yo no me noto nada.
— Es que la llaman, la muerte silenciosa.
— A quien.
— A la tensión alta.
— ¡Acabáramos! ¿Lo que tengo es la tensión alta?
— Altísima.
— ¿Y eso es malo?
— Malísimo.
— ¿Y no se quita?
— ¿El qué?
— La altura. ¡Yo qué sé!, tú eres el médico.
— No, no. Todavía no se sabe cómo quitarla. Si adelgazaras un poquito, a lo mejor… ¡Pero a lo mejor, eh, no prometo nada!
— Nada, nada, adelagazo.
— Si dejaras de fumar…
— Pero si no fumo.
— Pues no fumes menos.
— Lo intentaré. ¿Algo más?
— Nada de sal, nada de grasas, nada de café.
— No es problema.
— Nada de alcohol.
— Eso va a ser un problema. Uno tiene una reputación.
— Nada de alcohol, salvo un poquito.
— Así puede sobrellevarse. ¿Y así no me muero?
— Pues… no sé. A lo mejor no.
— ¿Y si sí?
— Pues, supongo que te morirás con unas ganas locas, porque la vida que tienes que llevar …
— Sí, eso sí. ¿Ustedes lo tienen todo pensado, eh?
— Se intenta. Son años y años de estudio.

viernes, 21 de febrero de 2020

Jordi Sierra y Fabra y un servidor

Hay un vídeo (ver enlace) por youtube en el que Jordi Sierra i Fabra, el célebre escritor, habla a unos jóvenes sobre su vida. Empezaba admitiendo que era tartamudo. Y, en efecto, aunque se expresaba fluidamente, de vez en cuando se le notaba una trabazón. Contó los padecimientos que sufrió durante la infancia a causa de ello en la escuela –padecimientos no solo infligidos por sus compañeros, sino también por los profesores–. No obstante hablaba sin ningún resentimiento.  Es una persona, al parecer, muy segura de sí misma, al menos muy segura de lo que quiere. Muy obstinado en seguir sus sueños ya desde muy pequeño. Y esa obstinación y esa seguridad es lo que le ha traído a ser lo que es hoy: alguien que ha escrito más de 400 novelas (tal vez ya más de 500), de las cuales no pocas han llegado a ser superventas, y que en conjunto ha vendido más de 10 millones de libros.
Es consciente de que la suya no es una literatura precisamente de gran calidad, y se siente justificado por el hecho de que el tipo de literatura a la que tenía acceso dado sus recursos económicos y dado su entorno familiar, al parecer nada propicio a veleidades culturales, era la que era, literatura de la llamada barata de la que podía encontrar en los kioscos de segunda mano y de intercambio.
No es un autor que me interese demasiado, pero me interesó, sí, la persona que estaba hablando allí. Podríamos decir que es un prototipo de eso que los americanos llaman un hombre hecho a sí mismo, solo que este, en lugar de un gran empresario, que por lo visto también lo es, es un gran escritor. La característica que mayormente se destaca en él, a mi parecer, o la que a mí más me llama la atención es la seguridad en sí mismo, la absoluta confianza que tenía en que quería hacer lo que había decidido querer hacer, pese a sus dificultades comunicativas, pese a sus profesores y pese a su padre, un señor, al parecer, muy pragmático.
El resumen de la historia de Fabra podría ser La vida puede hundirte o impulsarte, tú escoges. Es decir, lo que te pasa, solo te pasa, y de ti y de tus reacciones dependen las consecuencias.
Pero seguí pensando y preguntándome, ¿si Jordi Sierra no hubiera sido como era, si no hubiera sido un tipo soñador y también un tipo obstinado, habría llegado a ser lo que es? De algún modo me pregunto si Jordi Sierra hizo algo que requirió un esfuerzo, es decir, si realmente torció su rumbo o simplemente dobló una esquina. ¿Escogió o ya estaba dentro de él esa opción y lo único que hizo fue seguirla como hacemos todos con la nuestra? Si Jordi Sierra en lugar de darle por escribir le hubiera dado por construir puentes, ¿sería ahora mismo el famoso Jordi Sierra i Fabra constructor de más de mil puentes? Me animo más por creer que sí que por creer que no. No se le ocurrió construir puentes porque no estaba dotado para los estudios, según dice. Pero por poco que se le hubiera metido en la cabeza , estoy seguro de que lo hubiera conseguido y que ahora sería Jordi Sierra el famoso constructor de más de diez mil puentes.
El otro día,(ver enlace) reflexionando sobre algo parecido, pero con Facundo Cabral, venía a decir que él, Facundo Cabral, ya tenía algo adelantado para llegar a la vivir de la manera tan libre que decía vivir y que recomendaba en sus charlas poniéndose como modelo: él ya era Facundo Cabral; nosotros, que no somos Facundo Cabral, estábamos un paso por detrás. A mí me parece que Jordi Sierra i Fabra ya era Jordi Sierra i Fabra desde pequeñito, solo tuvo que seguirse. Ahora bien, eso es lo que hacemos todos, seguirnos, y aquí estamos. Probablemente hemos doblado tantas esquinas como Jordi, solo que las nuestras eran más modestas, con menos pretensiones, con menos obstinación, porque nosotros no eramos Jordi Sierra.
¿Tomaron Jordi Sierra o Facundo Cabral una decisión en algún momento de sus vidas que significase un auténtico rompimiento con lo que estaban destinados a ser? Esta es la auténtica pregunta que debe uno hacerse para saber si una historia es ejemplar o no. ¿Saltó de un tren en marcha o se dejó llevar por su tren? Cada uno va en su tren que lo lleva, a unos más lejos y a otros cuatro calles más allá de donde nació. Salvo que uno salte de su tren y pille otro, vamos adonde estamos destinados a ir por ser como somos. Hay gente más impulsiva y habemos gente más retraída. Hay tanto mérito en que ellos realicen acciones impulsiva como que nosotros no las hagamos. Evidentemente ellos se arriesgan más y obtienen mayores beneficios cuando dan con un buen asunto. Nosotros nunca vamos a dar con un buen asunto o, simplemente, pasaremos por encima de él sin verlo.
Yo me he preguntado muchas veces si han habido instantes en mi vida en los que el futuro dependiera de una decisión. Y sí, he fijado unos cuantos de esos instantes en mi vida, y en todos tomé la opción «por defecto», es decir, esa opción que sigues de corrido a no ser que digas otra cosa. (Si es “si” escriba “SI”, si es “no”, solo dele al enter) Yo me he pasado la vida dándole al enter porque nunca he sentido que ese fuera un momento crucial en mi vida. No tuve dudas de que había hecho lo correcto hasta ahora, años después, en que me pregunto ¿Qué he hecho con mi vida?, no porque esté desilusionado de esta, que sí, sino porque, coño, ¡me he perdido tanto otro!
Ellos, los impulsivos, probablemente también le dan al enter, solo que en su caso la repuesta por defecto es sí,y nunca se tomaron la molestia de escribir el NO. Conozco mucha gente así, que ni por asomo ha llegado a Jordi Sierra i Fabra o Facundo Cabral, y hasta que puedo considerar que no alcanzaron ni siquiera el más modesto objetivo de ser Riforfo Rex.
Una de las escenas más simbólicas que he percibido en la literatura a este respecto la destacó Borges en alguno de sus cuentos. Referida al Martín Fierro, habla del momento en que Cruz, que era uno de los policías que habían ido a detener a Fierro, se pasa a su lado al considerar injusto que a un hombre tan valiente se le acose de aquella manera. Cruz tampoco se sentía muy a gusto ejerciendo de policía, y cargaba detrás algunas cuentas, así que aprovechó aquel momento, en que sintió tal vez repugnancia por hacia dónde le estaba empujando la vida, para torcer el rumbo de forma brusca al grito de “Cruz no consiente que se mate ansí a un valiente”. El destino de Cruz estaba marcado, era un hombre manso, que se había dejado atropellar por determinadas circunstancias, y de pronto algo ocurrió en su interior que le impulsó a saltar, a oponerse, a decir, no, no sigo, empiezo otra o ninguna. Escribió el SI y saltó en lugar de pulsar enter. Lo cómodo, lo de siempre hubiera sido pulsar el enter,  pero por un instante se detuvo, detuvo el flujo de conciencia tal vez, consiguió retener la inercia de actuación, pensó y escribió SI.
Hoy, me he dado cuenta, me pasado uno de esos instantes. Tal vez no tan trascendental,  pero que en mi ánimo, que estos días anda caviloso, prendió con la llama del qué hubiera ocurrido si..., tenía que haber actuado. No actué y me decidí por la opción por defecto. Seguí de largo, me maldije un rato y no hubo nada. Tal vez otro Jordi Sierra i Fabra, otro Facundo Cabral, otro Cruz que se perdió.

miércoles, 12 de febrero de 2020

Gatito, gatito

Si me dijeran «pide un deseo», te pediría a ti. Como quien pide un gatito u otro animal de compañía. Ya sé que no está bien desear poseer un alma. No te poseería, solo te tendría. Te amansaría hasta que te acostumbrases a mí y luego nos ignoraríamos mutuamente, pero sabiendo que estamos ahí, que si estiro la mano encontraré tu lomo, que si necesitas rebujarte encontrarás mi vientre.
Nada te extrañará. Si entras en mi interior encontrarás casa amueblada. Te sentirás cómoda como si ya hubieras vivido antes aquí, aunque nunca hayas estado.
Eres la ilusión de cada día, como los números de la once, pero, como decía mi abuela, yo no tengo suerte. Supongo que la vida sabe a quién le reparte y cómo y que ese premio gordo no me está destinado. Al fin y al cabo yo ya soy funcionario de carrera, y me basta con un reintegrillo de vez en cuando para sentirme afortunado. Soy afortunado, qué caray, tengo recuerdos, tengo sueños. Y un amor imposible que los alimenta. Mira tú por dónde, soy auto sostenible. ¿Qué más se puede pedir?

martes, 4 de febrero de 2020

Oda al agua sucia

Otra vez la dama etérea
me derrama sobre el mármol
y otra vez acaricia el mármol
con la seda, el lino o la fibra sintética,
y otra vez me abrazo al trapo
en un instante de unión y goce
interrumpido prontamente por
las crueles torturas a que ella somete
al amado hasta que él me desprende
de sus pliegues para volver
al común del balde sintiéndome
más sucia y más nada.