martes, 13 de junio de 2023

La cantidad de tiempo que se pierde perdiendo el tiempo. (*)

Boberías sin importancia


Se queda uno – yo – asombrado de cuánto tiempo pierdo. Pero si me paro a pensar no sé muy bien qué estoy diciendo con “perder el tiempo”.  El tiempo no se pierde, pasa, razona mi versión lógica. Perder el tiempo es darle al tiempo o a lo que se hace en él un valor que, como hecho natural, hecho de la naturaleza, no tiene. La salida o la puesta del sol, el girar de la Tierra, son simples sucesos. Un terremoto, una primavera, son simples sucesos. Es mi testimonio, mi conciencia de ellos lo que les asigna un valor, una emoción, un sentido, una carencia o una sobra. Lo mismo pasa con lo de perder el tiempo. La cuestión no es si pierdo o no pierdo el tiempo, sino por qué pienso que estoy perdiendo el tiempo. 

Acabo de leer en la  biografía de Aleister Crowley – no sé si me falta una í por alguna parte – que ha descubierto, en este momento de su vida, que todo es magia, que la vida es un estado de ánimo, una situación espiritual y que cuando actuamos sobre la realidad lo hacemos para cambiar ese estado espiritual, a esto él lo llama acto mágiko. 

Leyendo a Culianu que trata de hacernos comprender el pensamiento medieval, nos habla en los mismos términos. En aquellos tiempos se consideraba que nuestra condición de seres racionales se debía a que el espíritu nos habitaba. El propósito de la mente es el de traducir del lenguaje material al lenguaje del espíritu para hacernos comprender el mundo. Y lo hace convirtiendo la percepciones en fantasías ( Culianu dice fantasmas) de modo que el espíritu lo pueda comprender, pues esas fantasías están más cerca de la naturaleza del espíritu que la propia realidad que traducen. Para esas personas la fantasía era el medio de conocer del espíritu y por lo tanto tenía mucho más predicamento, mucha más credibilidad que el razonamiento lógico. Así que un acto mágico que viene a consistir en que a través de la fantasía se actúe sobre la naturaleza de la realidad no era algo extraordinario. Más bien lo extraordinario era que uno creyese en causas y efectos en el mero ámbito de los natural, de lo material, que no estaban dotados de espíritu y por lo tanto no tenían capacidad de engendrar movimiento, consecuencias. 

Pues yo me preguntaba, decía, por qué considero que pierdo tanto el tiempo. Y desde luego una de las razones es la de que siempre estoy queriendo hacer otra cosa de lo que estoy haciendo, pero no tengo el impulso suficiente para levantarme y ir a hacerla, porque no me parece que hacerla sea en realidad algo satisfactorio. Al contrario, mi contacto con la realidad siempre me resulta desalentador para nuevas experiencias, nunca valió la pena haberlo hecho, por lo menos en comparación con haberlo deseado hacer. Y esta conciencia permanente es la que hace que permamentemente esté deseando hacer otra cosa, estar en otra parte, leer otro libro, viajar a otro lugar distinto al que he viajado ya y no hacerlo. Es la permanente insatisfacción que sin embargo no provoca como uno esperaría un impulso vital de movimiento sino, al contrario una tendencia a alargar la siesta, a permanecer largas horas saltando de un vídeo de youtube a otro, escogiendo libros larguísimo para no sufrir la agonía de tener que escoger un nuevo libro, y en fin, no literalmente pero permanecer horas y horas mirando a la pared soñando con aventuras por el mundo como fantástico marco polo, intrépido indiana jones, obstinado shackelton. Y esto, que en realidad es lo que me produce placer, me incomoda, porque soy contemporáneo de un mundo en el que actuar es lo que da condición de vida, actuar y dejar rastro de haber actuado, evidencias, que se dicen en el ámbito profesional, hasta el punto de que hay quien se contenta con crear falsas evidencias de haber actuado sin haberlo hecho, solo para dejar constancia aun siendo falsa; porque otro de los elementos que da condición de vida es la de hacer saber a los otros sobre uno. Es decir, anunciarse, enunciarse a través de las evidencias de lo que uno ha sido, ha hecho. Como si ya no bastara simplemente ser para uno mismo. Tal vez nunca ha bastado. De ahí que hayamos formado sociedades. Y tal vez todo esto es una manifestación de la deriva que toman nuestras sociedades en las que todos queremos ser individuos destacados y nos inventamos para ello una versión de nosotros que todos puedan admirar. Vamos hacia un modelo de sociedad de individuos aislados que se buscan rehuyéndose.

También yo busco esa admiración que me refuerce mi condición de ser y la repudio porque tengo extrema aversión a, créanselo, exhibirme, hacerme notar.  

Es todo tan contradictorio, tan extraño. Fuerzas que tiran de nosotros hacia afuera deshaciéndonos en lugar de  compactarnos. Noto que todo esto es una enfermedad, que hay un conflicto que tengo que resolver que necesariamente tiene que ver con quedarme aquí, ahora, haciendo esto, algo que parece tan fácil. Porque materialmente lo es, y sin embargo, espiritualmente es tan complicado. 



(*) me pregunto si no será una de las famosas frases de Luis, aquel que dijo “digo tantas tonterías que digo más tonterías en un minuto que en dos”.

miércoles, 7 de junio de 2023

El Mago, de César Aira y el billar online.

 Cuando juego al billar online con el ordenador tengo siempre una sensación de estar en desventaja, porque juego en su campo y es él el que al final da mi golpe y mueve mis bolas. Confío en que el algoritmo tiene programado el movimiento de las bolas siguiendo las leyes de acción y reacción y de reflexión para el choque de las bolas con otras bolas o con los bordes, aprecio que ha incorporado defectos  en el tablero de modo que a veces las bolas asumen movimientos inesperados, etc. Es decir, presumo que juega limpio, que no interviene, más allá de aplicar esas reglas que se ha impuesto, para realizar el movimiento de las bolas. También he observado que en ocasiones realiza tiradas claramente fallidas a propósito, así que es muy probable que incorpore un mecanismo de ventaja para el jugador humano. Pero en ocasiones consigue unas jugadas compuestas de varios rebotes que al final dan con la bola adecuada en la tronera precisa que me hace preguntarme, ¿hasta qué punto ese resultado de una tirada suya ha sido una casualidad y no estaba exactamente prevista por el algoritmo? Estoy seguro de que se puede programar un algoritmo para que gane siempre sabiendo casi con exactitud todos y cada uno de los rebotes que va a dar una bola desde el momento en que se la golpea. Conociendo con precisión los defectos y las trayectorias y los puntos exactos de choque con otros objetos.  Entiendo que jugar con un algoritmo así es inútil, no hay diversión en ello. Uno tiene que creer que puede ganar y que el otro puede fallar para que haya diversión. Yo mismo he conseguido algunas jugadas que me han dejado asombrado y no dudo de ellas, de que el algoritmo ha aplicado exactamente las reglas para realizar el movimiento de las bolas, y que el azar virtual ha conseguido ese precioso resultado para mí, pero sí dudo cuando él lo consigue porque sé que es todo poderoso y que puede intervenir tanto en sus jugadas, modificando inadvertidamente el movimiento de su bolas para que vaya un poquito más allá y no un poquito más acá donde dictaba el azar virtual y así con seguir el resultado deseado. O hacer lo mismo con las mías, a favor o en contra. Pero no lo sé, y si quiero disfrutar con el juego y creer que soy un máquina al conseguir encajar una bola en la tronera más alejada con un tiro de la bola desde el lado contrario después de tres rebotes, no debería pensar demasiado en ello. 

¿A qué viene aquí Aira?, pues a que en esa novela el Mago es un mago de verdad. Es decir, el Mago tiene todas las capacidades que en este juego tiene el ordenador. Si jugara con el Mago sería casi lo mismo que jugar con el ordenador, nunca sabría cuándo estoy jugando contra las habilidades del hombre o cuándo contra las artimañas del mago. Lo peor de todo es que probablemente, y esa es un poco la conclusión que creo que tenía ese libro, el Mago tampoco lo sabe del todo.


Postdata: hace años que leí el libro, apenas lo recuerdo ya, salvo estas conclusiones, y la palabra Panamá, que no sé por qué viene a cuento.