miércoles, 22 de diciembre de 2021

Una tarde de leones

 Ayer, después de la hora de lectura tras la siesta, me paseé por la leonera un rato y luego me senté delante del ordenador a mirar películas. No me acuerdo de qué película vi primero. Después sí, empecé a ver...ahora me viene a la memoria: vi El profeta de Dino Risi. No es una de sus mejores películas. Un poco panfletaria. Muy evidente. Muy italiana. Vittorio Gassman da para unos papeles y para otros resulta excesivo. Y si uno lo mira a los ojos ve como un vacío. Mi película de Dino Risi es Il sorpasso. Ahí Vittorio Gassman está en su papel. Bueno, en cierto modo, también en El profeta lo hace bien, no engaña, quiero decir, uno nunca se cree que el personaje se crea de verdad todo eso de la montaña y el retiro. Aunque se suponga que lleva cinco años retirado. No, sabemos desde que lo vemos aparecer encima del árbol que es un fraude. Y toda la película va de eso. De su «perversión» o re-perversión al regresar a la ciudad. En fin. Que luego seguí hurgando y encontré una muy curiosa película de Raoul Ruiz, uno de los cineastas chilenos, de la diáspora, más curiosos. Esta con que di era La ville des pirates. Adelanto que no la vi. Era muy… surrealista, pero de verdad, de surrealismo del original, no simplemente por cosas raras que pasan o porque no se entienda. Diálogos absurdos, pero extrañamente coherentes. Comportamientos coherentes pero extrañamente absurdos. Así todo. No la vi porque para eso hay que estar atentos y yo estaba de león incómodo en su jaula. Así que seguí buscando y encontré una de no sé quién basada en el comisario Maigret protagonizada por Jean Gabin. Esta se puede ver con la cabeza vacía. Y pulsé. El principio me pareció raro. Una chica mirando por la ventana, una voz en off la primera vez que la vi.  No tardé mucho en darme cuenta de que había pulsado mal. Aquello era Fanny Pelopaja, la película de Vicente Aranda que por una cosa o por otra siempre he evitado, y me ha salido muchas veces al paso. No sé. No tengo a Vicente Aranda entre mis directores ni más ni menos.  Es decir, es un desconocido para mí. Sí que me suena. Si me preguntan ¿quién es Vicente Aranda?, respondo sin dudarlo, ese que dirige películas en las que actúa Victoria Abril. Osea que sé que es un director de cine y tal. Pero no me preguntes más. Puede que El amante bilingüe, que tampoco he visto. Mirando en la Wikipedia reconozco unas cuantas más, desde la serie Crónica del Alba hasta la más lejana que reconozco, La muchacha de las bragas de oro, que supongo que he visto, pero que creo no haber leído o sí o no sé. Ya todo se confunde aquí dentro. Me pasa a veces que no sé si he visto la película o he leído el libro o las dos cosas. A veces ninguna y es que me la contaron, como aquella de Tarzán en Nueva York que me contó, completamente falseada, mi amigo Walter cuando estábamos en segundo de BUP. No vi nunca la película por no descubrir el fraude. Yo respeto a mucho a mis viejos amigos. De Walter no se nada desde que pasé a tercero. Pero estábamos con Fanny Pelopaja. Es una delincuente. Hace poco que ha salido de la cárcel y trabaja en una gasolinera. Tiene los dientes postizos, pese a ser una muchachita. Un amigo la llama por teléfono y le dice que ha localizado a un tal el Gallego. El Gallego es el tipo que le hizo lo de los dientes. No el que le hizo la dentadura, sino el que le hizo el hueco para ponérsela. Era un policía. Y también fue el que mató a su novio. También, claro, el que se la folló unas cuantas veces a cambio de ayudarla a que ella ayudara a escapar a su novio. El chico tenía una información que el policía necesitaba y se lió a matar pájaros. La cosa es que el poli se enamoró de ella. Un enamoramiento, así, a lo bruto, a lo macho. Como diría Sabines, “sin decirse te quiero, que es cosa de mujeres” (pero no recuerdo en qué puñetero poema). A ella da la impresión de que, molestándole, tampoco le disgusta demasiado. Aquí está el rollo Vicente Aranda, el rollo de las pasiones desatadas que van incluso contra las propias consideraciones, contra el propio razonamiento. El típico “yo no debo estar haciendo esto” mientra está en ello. Bueno, pues él, el policía, mató al novio de Fanny. Lo mató básicamente por celos, porque ella le quería. Y porque sí, porque era un drogadicto inútil, y él era un policía. Total que ella quiso delatarlo y él le rompió la boca con la culata de la pistola. A ella la metieron en la cárcel y a él, por lo visto, en un manicomio. Cuando ella salió solo pensaba en vengarse. Y ahí está la llamada. El amigo se ha enterado de que el ex-policía trabaja en una empresa de seguridad, transportando dinero y le propone que atraquen el camión cuando más embuchado está. Para engolosinarla la incita con que en un atraco siempre pueden haber muertos, es inevitable. Y se ponen a la tarea. Buscan otros socios, planifican y todo sale de puta madre. En el último momento ella se va hacia el pre-dentista y lo apunta con la pistola, pero no le sale pulsar el gatillo. A cambio le pega, con la culata un par de tímidos golpecillos en la boca, nada que ver con el arreglo que él le hizo. Esto es como la marca de la casa, el tío la reconoce. El atraco sale bien. El tío se guarda la información y al salir del hospital la busca. La encuentra en la misma pensión en la que la obligaba a acostarse con él. Allí está ella esperándolo. Aquí vuelven otra vez esos resabios arandinos, no se disparan mutuamente, pese a que están apuntándose. Por el contrario echan un polvete, ya digo, las pasiones irrefrenables. Luego sí, ella pilla su navaja automática de gran calibre y se la clava al tío en toda la espalda. Después se queda catatónica. Y volvemos al principio a la chica mirando por la ventada desde un hospital psiquiátrico. El mismo, nos aclaran, en el que estuvo residiendo el Gallego después de haberle vaciado la boca de perlas. 

Qué quieren que les diga. Es cine barcelonés de los años setenta, ochenta. Un cine muy callejero, eso sí, y me gusta, pero algo pretencioso, algo creído, no sé cómo explicarlo; los actores tienen que hacer esfuerzos para parecer malotes, y se ciñen demasiado a la letra en los diálogos, se les nota demasiado; el guión, el argumento, la historia, pretende ir mucho más allá de lo que me parece a mí que consigue, y no consigue ser natural, es decir, que uno se crea aquello. Cuidado, son imputaciones, pero es un cine hecho con personalidad de autor muchas veces, con intención, tal vez sobrada, cinematográfica, de estilo. A diferencia del cine hecho en Madrid, es su némesis y hay que compararlos, que siempre tiene un aire más comercial, más de espectáculo facilitado para que no haya que hacer mucho esfuerzo al masticarlo, más puré. Cine barcelonés, noventa y nueve por cien, Pero Vicente Aranda…, no sé, no acabo yo de encajarlo.

Y bueno. Se hizo de noche. Mi señora me invitó a un cigarro, nos fuimos a sentar a la puerta de la calle, para no molestar a las gatitas. Y luego me volví a JJ Armas Marcelo, un machote. El árbol del bien y del mal, un torrente testosterónico de caciques fornicadores y rancias familias en declive. Tampoco es que … pero uno es un lector y tiene unas responsabilidades. Ya veremos si hablo de esto. 

viernes, 10 de diciembre de 2021

Pueblo Blanco, de Serrat


Colgado de un barranco
Duerme mi pueblo blanco
Bajo un cielo que, a fuerza
De no ver nunca el mar
Se olvidó de llorar
Por sus callejas de polvo y piedra
Por no pasar, ni pasó la guerra
Sólo el olvido
Camina lento bordeando la cañada
Donde no crece una flor
Ni trashuma un pastor
El sacristán ha visto
Hacerse viejo al cura
El cura ha visto al cabo
Y el cabo al sacristán
Y mi pueblo después
Vio morir a los tres
Y me pregunto por qué nacerá gente
Si nacer o morir es indiferente
De la siega a la siembra
Se vive en la taberna
Las comadres murmuran
Su historia en el umbral
De sus casas de cal
Y las muchachas hacen bolillos
Buscando, ocultas tras los visillos
A ese hombre joven
Que, noche a noche, forjaron en su mente
Fuerte para ser su señor
Tierno para el amor
Ellas sueñan con él
Y él con irse muy lejos
De su pueblo y los viejos
Sueñan morirse en paz
Y morir por morir
Quieren morirse al sol
La boca abierta al calor, como lagartos
Medio ocultos tras un sombrero de esparto
Escapad gente tierna
Que esta tierra está enferma
Y no esperes mañana
Lo que no te dio ayer
Que no hay nada que hacer
Toma tu mula, tu hembra y tu arreo
Sigue el camino del pueblo hebreo
Y busca otra luna
Tal vez mañana sonría la fortuna
Y si te toca llorar
Es mejor frente al mar
Si yo pudiera unirme
A un vuelo de palomas
Y atravesando lomas
Dejar mi pueblo atrás
Os juro por lo que fui
Que me iría de aquí
Pero los muertos están en cautiverio
Y no nos dejan salir del cementerio


La canción Pueblo Blanco, de Serrat, nos muestra una visión muy pesimista del mundo rural. No es tanto a la pobreza a lo que la canción alude sino al aburrimiento, al pasar del tiempo sin que nada suceda, a los días iguales en sucesión infinita hasta que llega la muerte. Una síntesis perfecta del tono de la canción la frase: el sacristán ha visto hacerse viejo al cura, el cura al cabo y el cabo al sacristán, y mi pueblo, después, los ha visto morir a los tres. Y me pregunto por qué nacerá gente si nacer o morir es indiferente.

Los viejos quieren morirse con la boca abierta al sol, como los lagartos, y las mujeres esperan al hombre ideal, duro y blando, amable y rudo, educado y procaz, hermoso siempre, que si existe solo piensa en marcharse lejos. Mención final para el narrador, el poseedor de ese mí que domina la canción, que es un abatido difunto que, los cementerios son prisiones, no puede huir de su pueblo blanco.


No sé, me siento disconforme con el tono amargo de la canción. Tal vez como hombre de ciudad, donde todo transcurre a velocidad y el polvo que se levanta nunca cae en el mismo suelo del que se alzó (qué bonita metáfora, diomio), donde las relaciones personales duran cortísimas eternidades, y hasta las familiares son distantes y desconfiadas. Donde la labor diaria da una sensación de completa inutilidad, de inanez, de noria de burro, donde nadie es imprescindible, y los muertos se velan contando chistes o pactando negocios. A mí que el sacristán, el cura y el cabo se vean envejecer uno al otro me da una sensación de serenidad, de saber que esto es lo que somos. Miro con ternura el hueco mío entre los ancianos que esperan la muerte al sol de la tarde con algún perrito echado a sus pies. Y hasta le reprocho al muerto que no disfrute de su sombra de ciprés y de su tierra húmeda. 

miércoles, 1 de diciembre de 2021

Genio de la lámpara

 Pide un deseo. 

No estar aquí.

Deseo concedido  ¡plop!

¿Dónde estoy?

En ningún aquí, es decir, no estás. 

Pero sigo siendo. Cómo se puede ser sin estar.

Soy mago.

¿Qué se puede hacer no siendo?

Me temo que no mucho. Pensar.

Voy a probar un rato. … No me sale nada.

Normal. 

¿Puedo cambiar de deseo?

Mmm...no, pero puedes pedir otro.

Quiero estar en algún otro sitio.

Imposible. Este no es un sitio así que no hay «otro» sitio.

Pues quiero estar en un sitio.

Concedido ¡plop!

¡Qué falta de imaginación! Estoy donde estaba al principio.

También los magos somos perezosos.

Y muy graciosos.

Es muy aburrido ser mago. En algo hay que entretenerse.

¿No solían ser tres deseos?

Mmm, sí. 

No eres muy informativo, tú. ¿No estás obligado a explicármelo desde un principio?

Ha cambiado la normativa. La gente no suele acertar a gestionar tanta información de una vez.

Por lo tanto me queda uno, ¿vale?

Correcto.

Quiero…

¿No lo quieres pensar un rato?

Ya lo pensé antes, cuando me puse a pensar.

Dijiste que no te salía nada. 

Sí, es verdad. A lo mejor lo he pensado ahora, pero con aquello como experiencia.

Y qué has pensado, a ver.

¿Lo pido ya?

Sip.

Quiero… querer estar aquí.

Concedido.

Qué bien. Qué a gusto. Como si me hubiera tocado la lotería. Pero sin los inconvenientes. 

Me alegro. Ahora me voy. 

Gracias. 

Tú mismo. (la gente es cada vez más estúpida)

Coño, ahora que lo pienso, podía haber pedido que me tocara la lotería.