miércoles, 28 de febrero de 2024

Garcilaso y Culianu

 De aquella vista buena y excelente

salen espirtus vivos y encendidos,

y siendo por mis ojos recibidos,

me pasan hasta donde el mal se siente.


Entránse en el camino fácilmente,

con los míos, de tal calor movidos,

salen fuera de mí como perdidos,

llamados de aquel bien que está presente.


Ausente, en la memoria la imagino;

mis espirtus, pensando que la vían,

se mueven y se encienden sin medida;


mas no hallando fácil el camino,

que los suyos entrando derretían,

revientan por salir do no hay salida.


Me gustó este sonecto de Garcilaso (1491-1536) porque, leyendo a Culiano – ahora lo tengo parado –  hablar sobre Giordano Bruno(1548-1600) y su maestro (no directo, sino por influencia de sus lecturas ) Marsilio Ficino(1433-1499), viene a decir, o así entiendo yo, que uno se enamora de otra persona porque aquella emite unos a  modo de rayos que penetran por mis ojos y estimulan mi espíritu, el cual comunica a mi alma una fantasías a la que aquella responde tal vez recordando su estancia en el lugar innombrabla indifinible inabordable al cual pertenece y del cual se encuentra temporalmente exiliada en este cuerpo. Estos rayos provocan una atracción ineludible hacia el objeto amado, básicamente el resultado de una cierta magia erótica, atracción que es "materializada" a su vez por unos rayos invisibles que buscan asirse a la amada hermosa para mantener un lazo permanente con ella. Pero esta atracción solo sucede si hay algo de similar en ambas almas, de otro modo lo único que se produce es un rechazo. Bueno, poco mas o menos, es una interpretación libre. 

El caso es que aquí don Garcilaso parece haber leído a Culiano… no eso no puede ser, tal vez a Bruno o a Ficino, en aquello de los espíritus vivos y encendidos que proceden de la belleza de ella y que adentrándose por sus ojos, los del poeta, le causan tanto estrago en donde mal se siente. También de sus ojos, del poeta, salen sus espíritus yendo a buscar aquella belleza que tanto le estimula, llamados de aquel bien que está presente, –como para atraparla – , camino que les es facilitado por el  camino previo que trazaron los espíritus de la belleza de ella para llegar hasta él. 

Ahora bien, cuando ella no está presente, no puede verla, y Ausente, en la memoria la imagino, él la imagina y esta imaginación provoca tanto ardor en él que esos mismos espíritus que provoca su visión directa, se mueven y se encienden sin medida, pero ahora sin una causa física – la está imaginando – y por lo tanto al querer dirigirse hacia ella no encuentran el camino despejado y estallan en su propia cabeza,  revientan por salir do no hay salida. Entiendo que habla aquí del deseo de verla que le provoca el imaginarla. 


lunes, 5 de febrero de 2024

Casi un epitafio

 Hoy me duele la articulación del dedo gordo de la mano izquierda. Menos mal, peor sería la derecha que es con la que escribo (mejor para usted, lector). Me siento viejo. En internet leí un poema de una «joven poeta» muy laureada. Me he dicho, mira, esto podría haberlo escrito perfectamente yo, lo que no es muy habitual; me refiero a que no suelo identificarme con los poetas, escriben muy raro y nunca estoy muy seguro de que quieran decir lo que están diciendo. Ni siquiera que estén diciendo algo, muchas veces apenas están diciendo (Me gusta esta repetición porque uno acaba por extrañar esa palabra y preguntarse, qué significa «diciendo» ), lo sé porque les he preguntado y me han respondido: es solo un poema. 

Supongo que envidio a las «jóvenes poetas». Yo nunca fui joven poeta. Mi juventud me dejó mucho que desear. Me aburría ser joven. Me daba vergüenza gritar ¡waooo!, así, en plan inglés, echando los brazos al aire y con un radiante sonrisa en la cara. Nunca tuve un amigo que tuviera un descapotable y/o una casa en la playa de Wanalulú.  No sé, no me sentía así la mayor parte del tiempo. La mayor parte del tiempo me sentía agobiado por los estudios y por el futuro, y por la falta de presente, supongo. Y por no follar. No tenía mucha confianza en mí (en eso sí que sigo siendo joven). Ni en mí ni en nada, como Pessoa. Como ahora; pero ahora está bien que así sea, voy para viejo, ya empiezan a dolerme las articulaciones, y tengo más o menos alguna experiencia: de mí, ya nada espero; de los demás, mejor no presionarlos demasiado. 

Da la impresión de que mi vida fue un fracaso. Bueno, nunca esperé gran cosa ni de mí ni del mundo. Supongo eso reduce la sensación de fracaso y de desilusión. (“Cuando un hombre tiene por sueño comerse una hamburguesa más grande y dormir más los fines de semana, nadie puede robarle su sueño”, esto, poco más o menos, le dijo Margie a Homer una vez que este estaba preocupado por una amenaza del señor Barns). Habité estos años con cordura, mucha cordura, y he vivido bien. No he arriesgado. Mis pérdidas, como en banca, son las que he dejado de ganar. Tampoco deseé. Disfruté lo que me cayó encima y no eché de menos lo que ni sabía que podía haber tenido. 

Me pregunto si podía haber hecho más. Pero por más que trato de imaginarlo, nada se me ocurre. Supongo que hay una forma de ignorancia de vivir que hace que tus horizontes se reduzcan. Si hubiera viajado más, si hubiera conocido a más gente, si hubiera follado más, tal vez sería capaz de percibir nuevos horizontes por conquistar. Yo lo único que he hecho, a mi parecer, ha sido leer. Y eso no me ha llevado muy lejos. Ni se me ha expandido la mente ni nada. Ni me siento más sabio. Al contrario. Tampoco en eso he tenido objetivos, ni pretensiones. Lo que me da el día. Básicamente un cazador recolector de autores. En la edad de piedra de la intelectualidad. En fin. Ni lápida tendré, ya he dejado indicado que prefiero la incineración y el soplido. Y que lleven una caja de zapatos para recoger mis polvorientos restos, no vale la pena invertir en una urna. (¡es verdad, El gran Leboswky!)