miércoles, 23 de julio de 2014

Burbujas

Con frecuencia me siento habitando una burbuja de realidad, de mi realidad.  Una burbuja de hábito, de cotidianeidad, de costumbre. Las mismas personas transitando por las mismas calles. Personas que conozco y trato y personas que no conozco, que pasan, pero que forman parte de mi habitual paisaje. Calles que atravieso habitualmente y otras de las que sé aunque no las visite mucho, pero que están ahí, como siempre han sido, o transformadas con los años. El mundo siempre igual con sus cambios que no lo hacen diferente.
Hay días que advierto esto, que me hastío un poco de esta semejanza de lo de ayer con lo de hoy, de esta calle con aquella, de cada persona con cada otra. Pero asumo que esto es el mundo y que esto es Todo el mundo. Porque mi burbuja es el mundo, Todo el mundo. Hasta que algo ocurre, algo mágico.
Ese algo mágico puede ser tan tonto como que sentado en un asiento del teatro descubra que cinco asientos más allá haya una persona, una desconocida en realidad, pero que fue habitual de mi paisaje cotidiano de hace algunos años y que no había vuelto a ver. O que descubra en el facebook a un amigo de mi juventud que había desaparecido de mi vida. ¿Dónde habían estado? ¿Cómo es posible que no nos hayamos tropezado en todos estos años? Esta no es una ciudad muy grande. ¿Cómo es su vida habitual que en tantos años nunca ha colisionado con la mía en uno de esos roces casuales que tienen las partículas que se mueven azarosas por el universo?
El primer punto a considerar es, ¿cómo desaparecieron esas personas de mi vida? En el caso de la persona que no conocía, simplemente dejó de frecuentar el lugar en el solía verla. En el caso del amigo, simplemente dejó de frecuentarme a mí. Y ya no nos volvimos a ver. Ni en el paseo de Triana, ni a la entrada del teatro o del cine, ni de borrachera en un bar. Los hábitos y lugares de esas personas y los míos no tienen puntos coincidentes. Habitan, pues, otras burbujas.  Esas personas se salieron de mi burbuja, o más propiamente, su burbuja dejó de colisionar con la mía. A partir de ese momento su mundo y el mío fueron dos mundos completamente distintos. Porque igual que yo, cuando ellos miran al mundo exterior desde dentro de sus burbujas, lo que ven en gran parte es el reflejo de su propio mundo en las paredes de la burbuja. Y por eso, como yo, confían en que lo que hay allá afuera es prácticamente lo mismo que lo que hay aquí adentro. Al afirmar esto de ellos les estoy describiendo como un reflejo de mí mismo, porque en buena verdad, yo no sé cómo son, cómo piensan ni como viven, son completamente ajenos a mí.
Algunas veces me entra esa angustia de querer saber qué pasa allá fuera, cómo son los demás, qué otros paisajes pueden existir. Casi nunca salgo a buscarlos, porque no sé qué caminos hay que seguir para llegar hasta ellos. Todos los caminos de mi burbuja me devuelven a mi burbuja, todas las personas que soy capaz de conocer son muy semejantes a las que ya conocía, todos los paisajes que me decido a visitar son una copia con muy ligeras variantes de los paisajes que ya he visitado. Mi burbuja es un laberinto sin salida. O un universo sin más allá.
Pero afortunadamente están los libros que calman un poco mi sed. En los libros puedes encontrar testimonios de otros mundos, de otras burbujas, descripciones de otros paisajes. Pero pasa con los libros lo que con los caminos de mi laberinto, también los decido yo: al final siempre elijo los mismos autores, que me cuentan las mismas historias, y en muy escasas ocasiones me confirman esta sospecha de que mi burbuja no sea Todo el universo.
Ah, pero pasa que alguna vez, sin saber cómo has llegado hasta allí, te encuentras fuera, y cuando pasa ocurre algo terrible. Mi burbuja crece, digiere el nuevo conocimiento, lo incorpora a su universo y al poco, transcurrido un breve, siempre tan breve, periodo de adaptación, ya forma parte de ella. El instante ha sido maravilloso, una estrella fugaz que ha penetrado en nuestra atmósfera y que ha ardido en la noche, una fiesta de movimiento y luz en medio del paisaje fijo que termina por fijarse como referencia más o menos luminosa junto a las otras.
Después, otra vez a lo mismo. A esperar a que algo pase observando el cielo, ¿qué habrá más allá? Esperar es mi sino, porque no soy un hombre de acción. Vivo en mi burbuja porque no tengo impulso ni razones para salir de ella, la curiosidad no me mueve. Pero me producen placer las novedades, las rarezas: soy un espectador, no un actor. La acción me provoca hastío; la observación, en cambio, me alimenta, me crece.
Pero también pasa que no me gusta lo que veo. Que me siento desprotegido fuera de mi burbuja de cotidianeidad. Que tengo frío y siento miedo. Que todo es demasiado extraño y por extraño, peligroso. Ojos que me observan desde la oscuridad. No acierto a dar un paso más allá, a separarme demasiado del umbral salvador que me devuelve a la seguridad de lo conocido, de lo aburridamente conocido, pero esperado, preciso, seguro en ese sentido. Es cuando necesito una mano que tire de mí, que me arrebate a mi miedo. Es el momento del valor, de la decisión de saltar fuera para siempre o quedarme aquí. El momento de las dudas, los por qués, para qués, qué sentido tiene ir más allá si aquí lo tengo todo. Ese embriagador momento que algunos no soportamos y al que otros, ¿será cierto?, tienen adicción. ¿Los envidio? Desde dentro sí, desde la plácida seguridad de mi cama y mi lamparilla con el lápiz cerca para subrayar, los envidio hasta la angustia. La mano salvadora, la mano que no tiró de mí. La mano que me empujó, compasiva, dentro de nuevo y se alejó en el silencio y la oscuridad para siempre.  Tu mano.

En el fondo... me quiere


No te quiero
mentir
no te quise
engañar
no te querré nunca
hacer daño

lunes, 21 de julio de 2014

Vela en el hospital, Bernat Nadal

Vela en el hospital (pinchar para ver original)

En aquellos días fértiles el tiempo era un poco lento,
todo era realidad: la lluvia nos hundía
la alegría, cuando no podíamos ser los héroes
de la calle. El gran sueño era el juego colectivo
con los amigos, de bolas de fango y otros juegos,
juegos violentos, robar piedras de mechero
hasta que el rojo lejano de la tarde
ponía fin a la diversión que me hacía pensar en todos ellos,
amigos medio olvidados que casi todos han muerto
sin dejar más pistas que un moderado conformismo
y lágrimas efímeras de viudas sin sueños.
La agonía perfuma reflejos del pasado.

Ahora te miro, demacrado, leyendo en tu rostro
el pasado y el polvo que busca tu destino
de retornar a la tierra. La cama de hospital
es austera, no me ayuda a olvidar temores,
ni a invocar ningún cielo que no haya disfrutado ya
en aquellos tiempos de luz que están a punto de desvanecerse.

Solo podemos intuir cómo son los paraísos
cuando no se encuentran, cuando la felicidad
es una espina en el corazón y el corazón es una víscera
que no soporta más la vida ni los recuerdos.

Amigo mío, sin ti no sabré cómo reparar
los vacíos que se funden como vulnerables nubes.
Bien pronto ya no serás, y los árboles crecerán
como si nada, y el mundo será injusto, como siempre,
y algunos que lo pueden hacer seguirán ignorando
todo lo que no es poder, dinero, codicia.

Vivir me será pesado si no hago como el buitre
que planea sobre teorías en versos
agarrando cualquier palabra lejana, pasada de moda,
que me hable de placeres, de amores, de paraísos
que existen y llevo clavados en la esperanza.
Para sobrevivir es necesario instruirse en olvidos,
dejar ir los oráculos, recordar la belleza
que nos ha proporcionado instantes resplandecientes del pasado.
Con letra temblorosa de pulmones resecos
me llegan las palabras que amplían el desierto
cansado, sin respuestas, del futuro inminente:
Te me vas con tanta paz que me infectas de vida.

Bernat Nadal (1950)

La traducción es del autor de este blog, que no tiene ni idea de catalán.

sábado, 19 de julio de 2014

El Cazador de Mariposas

El cazador de mariposas es una recopilación anárquica y perezosa de mis relatos menos perjudiciales para la salud. No tiene hilo conductor, porque al contrario que en aquella película, El salario del miedo, no encontré quién quisiera conducir estos trastos. Y mira que podía haber echado mano a recursos desesperados como que "son relatos de amor y muerte, aunque no se muere nadie, y en cuanto a lo del amor mejor ni hablamos", o "son los ensayos previos que llevarán inevitablemente a una obra maestra", o bien "la edad del autor no prometía tanto desorden, caos, extrafalarismo, desvergüenza, impudicia, impericia, etc".
En fin, al final se salvó la obra, contra todo pronóstico, y aquí está, dispuesta a soportar los próximos quinientos años en los fondos, como mínimo, de la Biblioteca Nacional, donde creo que todavía se deposita un ejemplar.

viernes, 18 de julio de 2014

CAAM exposición Leiner- Cinto- Rennó


Sandra Cinto
Comencé por el sótano. Se trataba de un montaje de Rosângela Rennó, cuya exposición se denomina Todo aquello que no está en las imágenes.
Habían montado una tarima alta –hay que mirar para arriba para ver los bustos, y en cambio hay que medio agacharse para leer la leyenda que describe la obra– rodeando el cuarto central que hay en el sótano. Sobre la tarima se alinean una serie de bustos –al parecer procedentes del Museo Canario. Los bustos pertenecen a personas muertas, hechos en yeso a partir de máscaras extraídas de sus cadáveres –esto se sospecha por cómo tienen los ojos y la expresión–, procedentes de diferentes lugares: Europa, Asia, África y América. Predominan los hombres. La colección de bustos tiene, probablemente, el interés de representar diferentes tipos raciales. Por lo visto proviene de Francia. No me enteré muy bien, por leer con prisas, de quién las realizó y por qué vinieron a parar al museo Canario. Uno de ellos, por cierto, es ¿Jean Jacques Rousseau?, ahora dudo. Es la única que está incompleta. Causa impresión recorrer con la vista aquellos bustos de personas que han muerto. ¿Porque han muerto? Supongo que sí, por representar a seres que vivieron y murieron. En parte están ahí, su expresión es algo vivo, aunque muerto y de muerto. Es una forma de post existencia. Al mirarlos pensamos en ellos, quiénes fueron, cómo murieron. Casi todos son “negros”, es decir, no occidentales y sabemos el trato que teníamos los europeos con las mayorías en esos pueblos sojuzgados. Tal vez muchos de los que aparecían allí fueron asesinados por los propios occidentales, los mismos que luego se interesarían por sus característica raciales.
En la sala central del sótano debería, así lo entendí, haber una sucesión de imágenes proyectadas rotando sobre la pared. Las imágenes estaban estáticas. La proyección se realizaba a partir de un negativo, y las paredes están pintadas de blanco, así que lo que se proyecta es en realidad unas sombras, un rostro fantasmal. Creí entender por la leyenda que las imágenes deberían estar desplazándose por la pared en rotación continua. Yo vi solo dos imágenes distintas proyectadas en una esquina de la sala.
En la primera planta seguimos viendo el trabajo de Rosângela. Volví a leer la leyenda a toda prisa. Hablaba de unos robos en no sé qué biblioteca brasileña. Robos de fotografías antiguas. Algunas se han recuperado y otras no. La sala expone un montón de marcos con un contenido en gris. Debajo se describe qué es lo que debería haber allí. En algunos marcos se adivina una forma, como de fotografía muy borrosa o tal vez que simplemente les han dado la vuelta y vemos lo que apenas se transparenta.  Supongo que lo que hay que extraer de aquí es una situación. La sala entera es el objeto expuesto y no cada uno de los marcos vacíos. Uno se siente allí un poco ridículo mirando marcos vacíos. Pero si te paras en medio y miras alrededor y tratas de percibirlo como un todo, incluyéndote a ti mismo como espectador de aquello, no sé, tienes una sensación extraña. Si eludes la sensación de ridículo de no comprender sino que simplemente te dejas estar allí.
He olvidado decir que durante todo el tiempo se oye lo que parece un silbador gomero. En efecto es un silbador gomero pero silbando no en español, sino en lengua ¿tupi?, una lengua aborigen de Brasil –nuestros autores son brasileños–.
La última parte de la muestra de Rosângela es unas columnas de nombres canarios aborígenes en las paredes. Al parecer la mujer se tropezó con un libro de nombres de origen canario y lo que ha hecho es ordenarlos por las diferentes ¿culturas? aborígenes que habitaron las diferentes islas. Es decir, que los ha ordenado por islas a partir la información dada en el libro. Los nombres masculinos están en negro y los femeninos en rojo.  Siento decir que esto no me ha causado ninguna impresión, si esto mismo no es una impresión. En el centro de la primera planta hay una proyección que me senté a mirar un buen rato. Lo que se proyecta son manchas y rayas y nada en blanco y negro y el sonido es un continuo fluir del mar. Pero está subtitulada. Y a través de los subtítulos puedes seguir la historia de los primeros conquistadores portugueses que llegaron al Brasil y se pusieron en contacto con los indígenas y celebraron su primera misa. Todo siguiendo los diálogos de los propios actores, como si fuera una película. La idea, según la leyenda es imaginar que estamos viendo las imágenes originales de aquella exploración. Tan originales que están completamente deterioradas hasta no percibirse nada definido. Y, en efecto, recuerda a esas manchas y rayas que se ven en las fotografías y películas muy viejas, solo que en estas toda la imagen se ha perdido y nos hemos quedado con el ruido.
Bien, subimos a la segunda planta y nos encontramos con los trabajos de Sandra Cinto. En la primera sala que entro me encuentro con las paredes rayadas de una manera que recuerda a una partitura en blanco. También refuerza esa impresión el encontrarnos algunos instrumentos sin cuerdas, pintados de blanco y con unos extraños ondeantes dibujos en sus caparazones. Hay dos ¿violonchelos? en pie sobre unas tarimas que parecen columnas de libros y luego algunos violines pegados a las paredes y también una flauta. La flauta, he de decir, me parece fuera de lugar. Es negra y sobresale de la pared como un miembro fálico. No lo encajo con la blancura del resto. De nuevo, ante mi incomprensión, no me hago preguntas, simplemente me veo a mí mismo en medio de aquella sala extraña. Pausa se llama, por lo que recuerdo, y en efecto alude al silencio musical, al silencio en general. Y sí, si te dejas estar allí el tiempo suficiente transmite una cierta serenidad en medio de la extrañeza. Creo que esto es lo que me gusta de este tipo de cosas, lo raro, lo extraño de todo esto. Es como salirse de la vida cotidiana y entrar en un mundo ajeno inexplicable y eso es lo que me provoca fascinación. En cambio si trato de bajarlo al lenguaje, a hacerme preguntas y a tratar de buscar respuestas, solo puedo decir que son mamarrachadas extravagantes.  Y sin embargo no lo son, porque consiguen trasladarme de mi mundo cotidiano de paseo al perro, potaje de lentejas, ida y vuelta al trabajo, conversaciones estúpidas, etc. a un mundo diferente y muy extraño a todo lo que me parece “normal” por unos minutos.
Lo que más me ha “gustado” conscientemente está en la siguiente sala. Un enorme cuadro que ocupa toda la pared más larga de la sala con un dibujo de líneas blancas sobre fondo negro -ya he visto algo parecido dibujado sobre los cuerpos de los instrumentos vacíos de la sala anterior–  que a mí me causa la impresión de un extraño mapa. Un mapa de esos antiguos en los que se dibujaban físicamente la localizaciones, montañas donde había montañas y ríos donde estaban estos, y hasta esquemáticas construcciones indicando castillos. Esa es la impresión que me ha dado, estar mirando un mapa antiguo de una misteriosa región que no pertenece a este mundo. Muy acertadamente hay un asiento para reposarse y extender la mirada por aquellas regiones y perderse en sus recovecos. Pienso que muchas de estas salas que he visto tal vez con demasiada prisa, son para quedarse en ellas largos minutos, relajadamente hasta conseguir penetrar el misterio que su mudez está pronunciado. Sí, una extraña impresión de que es la obra la que te está observando en silencio esperando a que tú te pongas en contacto con ella. Reposo es a lo que invitan, no a mirarlos de largo y pasar a la siguiente sala porque esta no me ha dicho nada explícito.
La siguiente sala de Sandra es una habitación con una mesa, con un aspecto completamente inoperativo, de atrezo, detrás de la cual hay una montaña de papeles arrugados más alta que yo. Me fijo en los papeles y veo que tienen rayas que recuerdan a las del mapa y a las que había en los cuerpos de los instrumentos. Esa es, obviamente, su caligrafía. Lo que se confirma con una última secuencia de cuadros de formato pequeño que vuelven a reproducir esos dibujos y a confirmarme la idea de que reflejan paisajes, que podrían ser reconocibles, pero que están dibujados, tal vez, por alguien que no percibe ni transcribe lo percibido con la misma lógica que nosotros los seres corrientes que vamos al mercado los sábados y nos emborrachamos los jueves con los amigos. Volviendo por un momento a la sala anterior, no me produjo ninguna impresión, pero me sugirió la idea de llenar una habitación de papeles arrugados a modo de piscina tridimensional de bolas. Una habitación llena de bolas de papel arrugado hasta el techo en la que uno pueda entrar y sentirse en un lugar extraño.
Una reflexión me sobrevino antes de subir a la siguiente planta.  Coherencia es lo que hace a un artista, dispersión es lo que somos el resto de los mortales. Lo coherente en esta mujer es su caligrafía, por de pronto, esa manera de dibujar que como digo da la impresión de no percibir y reflejar las imágenes con la misma lógica que nosotros. Además de coherencia hacen falta otros elementos. Pero la coherencia es esencial para que nuestros actos tengan efectividad y causen alguna impresión de lenguaje.
La última sala es la de Jac Leirner. De aquí solo puedo decir que la única sensación que he tenido es estar visitando el catálogo exposición de una ferretería. Cadenas, hilos, diferentes tipos de cuerdas y de niveles (esa herramienta de albañilería para medir el nivel de una superficie). Hay una ordenación de esos elementos, pero solo consiguen que uno recuerde los tiempos en que tenía cierta afición por estas cosas de la construcción y las manualidades. No percibí ni misterio, ni lenguaje, ni tampoco tenían los precios ni las referencias los productos expuestos.

Ya sé que esto es una descripción de bruto, de ignaro zoquete, pero alguien tiene que explicarles a estos tíos del Arte Exquisito qué es lo que ven los ojos de un fulano cualquiera que entra a alguna de sus exposiciones. Creo que estas palabras mías, si consiguen trascender ese estilo chabacano y cínico que las despoja de credibilidad muchas veces, les reseña con más claridad la exposición que los catálogos que describen cada una de las muestras.  De Sandra se dice por ejemplo que en su trabajo nos movemos entre la seducción y la tragedia, entre la atracción de la belleza y la desgarradora conciencia de las heridas del viaje, que da forma visual a la dificultad de transitar por la vida, de sobrevivir. Creo que yerran al describir las cosas de esa manera, prestando más atención al efecto de la frase que a lo que efectivamente pueda significar en el contexto de la muestra actual. Hacen sentir a cualquiera un completo estúpido al estar contemplando aquellas paredes buscando la seducción, la tragedia, y sobre todo la desgarradora conciencia de las heridas del viaje que deberían estar muy claras. De Jac, al menos, se limitan a mencionar su carácter minimalista, su obsesión, evidente, con los objetos, los colores, la colección, organización y transformación, todo lo cual no traiciona las impresiones que he recibido, aunque me deja igualmente frío. A Rosângela la describen más bien como una estudiosa de los aspectos culturales y coloniales, y eso también es lo que se percibe en su muestra, además de la sensación de que con esto aún tenemos demasiado poco para evaluar el potencial expresivo, a mí me gusta hablar de lenguaje, de esta mujer; creo que con esta muestra se ven muy pocos caracteres como para poder descifrar un mensaje de sus expresiones, más allá de que se interesa por esos aspectos culturales y los efectos de la colonización. En general con los demás pasará lo mismo. Para hacerse con el lenguaje de un creador es necesario ver una amplia muestra de su obra, porque es el conjunto de los elementos el que habla y no cada uno de ellos aisladamente, al menos, según mi entender, si lo que nos interesa es descubrir ese lenguaje en conjunto y no simplemente dejarnos impresionar por los destellos que tendrán o no las obras individuales. Es cierto que una simple palabra nos puede resultar fascinante, graciosa, expresiva, pero si lo que queremos es comprender lo que nos dicen nos hacen falta frases enteras, párrafos. Para mí al menos, el arte entendido como un montón de obras individuales no tiene mayor interés que el rato que se extasía uno mirando una obra particular, éxtasis que termina por apagarse cuando uno se acostumbra a ella. En cambio penetrar en el universo de un artista es algo semejante a un viaje o a una lectura que consigue sacarte de tu circunstancia física concreta y sumergirte en sus profundidades, eso al menos es lo que a mí me llama de cualquier forma de arte.

miércoles, 9 de julio de 2014

Un viejito en la parada de la guagua


Estaba esperando la guagua. En el tiempo que estuvo esperando pasaron tres, pero ninguna era la suya. No había nadie más en la parada. Por fin apareció la suya y se puso en pie con impaciencia, pero estaba abarrotada. Se detuvo, pero solo para que pudiera bajar un señor, anciano, con mucha dificultad. Miro al chofer, pero este mantenía su vista fija en el espejo retrovisor observando las lentísimas maniobras del anciano. Cuando este tuvo por fin ambos pies en la acera cerró la puerta y sin mirarle, a él que esperaba impaciente, arrancó. No se desesperó, no le apetecía meterse en aquella lata de sardina. Miró hacia el anciano que se había quedado como plantado mirando al frente sin moverse. Se acercó y le preguntó si estaba bien. El anciano parecía estar ausente. Le insistió. Entonces, como si despertara, le miró y sonrió. Hizo un gesto con la mano señalando la cabeza. Se dirigió hacia el banco de la parada y se sentó trabajosamente. Él se le acercó solícito. Volvió a preguntarle si se encontraba bien. El anciano le respondió que sí, que no le pasaba nada, que acababa de morirse, pero lo habían echado de vuelta. Él pensó que estaba loco. El anciano le respondió a su pensamiento que en efecto, debía ser que estaba loco. Entonces Él se asustó. El anciano no había movido los labios. Pero él había escuchado la frase perfectamente. El anciano volvió a hablarle. A lo mejor el que está loco es usted. Y sonrió. Él empezó a sentir miedo. El anciano, siempre a su manera, le dijo que se sentara. Él lo hizo. Un poco alejado del anciano. Me acabo de morir, siguió diciendo el anciano. Es increíble, pero me acabo de morir. Así, como pasa en las películas. Ya sabe a qué me refiero. Me morí. Estaba en una sala amplísima, mucho debía ser porque no se veían paredes por ningún lado. Un tipo siniestro, no sabría describirle cómo, se acercó a mí y me llevó ante otro tipo más siniestro aún. Miraba unos papeles sobre una mesa, concentrado. El que me acompañaba tosió discretamente y aquel levantó la mirada. Sabía mi nombre. Me saludó, hola Jacinto. Te tenías que morir, dijo, pero hemos decidido cambiarlo. Decisión de las altas instancias, ya sabes, y señaló, con cierto gesto de displicencia, hacia arriba. Que al parecer tu vida ha sido una mierda completamente insatisfactoria y que vas a tener que repetirla. Yo no decía nada, qué iba a decir. Que vale, que bueno. ¿Te acuerdas aquella película que viste?, la del tipo que le ofrecían volver a vivir diez años de su vida. Pues tú igual. Sin millón de euros, conste. Es una nueva idea. Eres como una especie de experiencia piloto. Últimamente las cosas no han ido muy bien por aquí. Nos llega la gente muy apagada, muy insatisfecha. La gente llega encantada de morirse. Unos muertos muy tristes. Qué mal lo están haciendo por ahí fuera. Pues, después de unas reuniones, hemos decidido que hay que repetir. Al que le salga mal, repite. Y si le sale mal otra vez, pues a repetir de nuevo. No queremos muertos tristes. Queremos muertos alegres, gozosos. Y te ha tocado inaugurar el procedimiento. A ver piensa, piensa, dónde quieres empezar. Y yo sin decir nada. Asombrado. Ya me dirá usted. No me lo podía creer. Mientas hablaba yo me estaba preguntando si me habría tomado todas las pastillas esta mañana. Y creo que sí. Tengo buena memoria. Una roja, dos verdes, pero de verdes distintos, tres blancas. ¿Influirá algo el orden? Con las de colores no hay problema, pero cuando son del mismo color... nunca me aprendo los nombres. Todos son tan estúpidos. Cabezín, tensiopan, circulavin. Por un momento se me ocurrió que pudiera ser verdad. Pero entonces pensé que ya me estaba llegando la demencia senil. Siempre he sido un hombre muy racional, un escéptico. Simplemente esto no podía estar pasando. Y como no podía estar pasando pues no estaba pasando. Eso pensé. Además, qué coño, yo me quería morir. Si es verdad que esto está pasando que me hagan entrar ya que mi mujer debe estar por algún lado. Es la única persona con la que quiero estar, y ya llevamos muchos años separados, maldita salud de hierro, o malditas pastillas. Y que soy un cobarde, oiga. Me las tomo. Sin olvidarme ni un día. El tipo siniestro insistió. Así como dándome prisa, que ya venía el siguiente. Le daba igual lo que yo dijera, solo quería firmar, estampar el sello y a la calle. Si no le importa, me deja a cinco minutos antes de ahora, justo cuando me levantaba del asiento se me escapó un pedo y no me gustaría dejar una mala impresión. El tipo ni pareció escuchar lo que le dije. Y entonces escuché el timbre de la guagua. Me levanté trincando bien el culo. Agarrándome a todo el que podía me bajé de la guagua y aquí me tiene. Se lo crea o no, joven, ahora, tengo que morirme. Inclinó la cabeza, cerró los ojos y nada más. Él miraba al viejo todo el rato, asombrado. Esperando que continuara. No continuó. No hizo nada. Lo empujó ligeramente y el cuerpo se inclinó peligrosamente.  Lo retuvo y lo colocó en posición de equilibrio de nuevo. Le temblaban las piernas y no podía tenerse en pie. Pasó otra guagua, pero no se levantó ni hizo ningún gesto. Al rato decidió sacar el teléfono y llamar al 112.

martes, 8 de julio de 2014

El tonto del pueblo lamiéndose (nadie no te olvida)

Venciste
otra vez
venciste siempre
derrotaste al alma cándida
al mediocre
al payaso
lo venciste lo subyugaste
lo hiciste polvo
lo acabaste al triste
al loco al tonto
¡victoria! Venciste
lo ignoraste
lo eludiste
no lo mataste
no lo mataste
hasta ese punto
alcanza tu crueldad
y tú
seguiste siendo como eras
hasta ese punto
no no no
así te quería el tonto
así el manso
así el lánguido
así te quería y así te quiere
el poco el casinada en tu tierra de semidioses
el fantasma
así siempre
esperanza
inmortal y vana
esperanza loca
tonto de pueblo
cansino
¡aguanta!
“mientras tú existas”
no se habrá perdido nada

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jueves, 3 de julio de 2014

Dan pena

Dan pena, sí, dan pena
y una horrible gana de acabar
con esa pena que dan
matándolos asépticamente
o muriéndonos sintácticamente
dan pena esos pobres diablos
y qué impotencia da esa pena
que es una pena estructural
sin alivio posible
tal vez la trepanación
o los excesos sexuales
que dicen que lo resuelven todo
hasta la impotencia
pero no ha lugar, no admiten
que se les trate de aliviar esa pena
que dan, que regalan, que escupen
que contagia como saliva de sifilítico
como manzana podrida en un cesto
de lozanas manzanas felices
que somos o éramos antes
de infectarnos con esa pena que dan

miércoles, 2 de julio de 2014

Tipejos

Esta clase de tipejos,
me los conozco bien,
que se hacen los distraídos
para no cumplir, que disimulan
para no saludar, que si les gritas
lloran y en cambio se ríen solos,
porque siempre andan solos
aunque estén en compañía,
que tienen muy pocos amigos,
que leen obsesivamente,
siempre historietas, niñerías
y poemas,  que “miran,
callan y piensan” sin arriesgar opinión,
que no son productivos, salvo en pereza,
que no contribuyen,
ni al bienestar nacional,
ni al producto interior bruto,
ni a la economía municipal,
que todo el rato quieren morirse,
y todo el rato se andan enamorando,
y escribiendo cartas de amor,
ridículas, y poemas, ridículos,
y otros textos inútiles
y ridículos también que nadie quiere leer,
que pueden pasarse horas
mirando una pared,
o,
dicen,
oyendo rodar el mundo en la madrugada,
que no les preocupa la opinión
que los otros tengan de ellos,
y que tienen de ellos mismos
una alta opinión
que no les gusta compartir
porque no se las rebatan,
que nunca se ponen a prueba
por miedo a fallar, 
aunque en sus buhardillas no fallen nunca,
que nunca se comprometen
por miedo a no cumplir, 
que hablan como si citaran
textos de otros para darse importancia,
que beben, beben y beben,
como esos peces del río,
como si buscaran la destrucción
algunas veces, que se aburren
soberanamente, dios, cuando no sufren
o gozan, que no admiran a nadie
y no hay nadie que no hayan querido ser,
al menos por un ratito,
que no olvidan
sino con dolor
y que no recuerdan
sino con melancolía,
que nunca se dejan arrebatar
por la euforia, porque son unos tristes,
y están orgullosos de ello,
que dan pena, sí, dan pena,
y las mujeres tienden a aplicarles diminutivos
bajo los cuales ronronean como gatitos,
como gatitos vagabundos de ciudad,

a esta clase de tipejos, me temo, es a la que pertenezco.