martes, 28 de junio de 2016

Remolones

¿Es realmente deseable alcanzar un estado de equilibrio interior? ¿Estamos preparados para ser personas equilibradas emocionalmente, racionales, que no se dejan nunca arrebatar por las emociones, las pasiones, que no sufren miedos absurdos, ni fantasías igual de absurdas, que no cometen cada día actos que contradicen sus propias consideraciones? ¿No significa tal estado un estado de detención? ¿Cuáles serían los alicientes de la vida en un estado como ese?
Si ya uno es una persona equilibrada, el dinero no será un aliciente, y tendremos la capacidad necesaria para procurarnos el que necesitemos, porque careceremos de sentimientos de incapacidad o de impotencia, o pereza, simplemente trabajaríamos en lo que mejor sabemos hacer de la mejor manera que sabemos y nos recompensarían por ello, u obtendríamos nuestra propia recompensa suficiente. Tampoco la búsqueda de la felicidad sería un aliciente, nos sentiríamos bien, equilibrados, es decir, ya seríamos felices. Tampoco el amor, aunque disfrutaríamos de nuestras compañías, estaríamos muy bien solos; pero nuestro estado de equilibrio, su falta de autovaloraciones de ningún tipo, ni positivas ni negativas, nos facilitaría en cualquier momento aproximarnos al otro sin ningún conflicto.
¿Cuál sería entonces nuestro aliciente de vida? ¿Simplemente vivir? ¿Un ser humano puede vivir simplemente viviendo? Eso lo hacen los animales. Pero, ¿un ser humano puede? ¿No es, tal cosa, un regreso a la animalidad, pero sin la inconsciencia de la animalidad? ¿Es ese retorno el destino de la humanidad? ¿Sería soportable? ¿O tal vez, en un estado tal, surgirían nuevos incentivos, nuevas inquietudes que nos moverían, que ahora somos incapaces de concebir?
No sé. Trato de imaginar ese estado de reposo y serenidad y me pregunto ¿y después qué? No hay nada. Al menos en esta «dimensión» que es nuestra forma de pensamiento actual. ¿No será esta preocupación, el «y después qué», la que hace que nuestro comportamiento sea así de absurdo en todos los ámbitos de la vida, esta falta de decisión, esta torpeza de movimientos que muestra la humanidad, no será simplemente porque teme llegar a un estado en el que ya no sea capaz de concebir una nueva  dirección hacia la que desplazarse?
¿No te ha pasado nunca que te haces el tonto y remoloneas para no terminar?
¿No lo hacemos todos?
¿O lo hago solo yo?

jueves, 23 de junio de 2016

Supongo que un elogio magufo (como nos llaman los escépticos)

Como yo soy un aficionado a los misterios del mundo, es decir, un aficionado a leer sobre posibles misterios del mundo que luego lo serán o no, pero al mismo tiempo soy o creo ser una persona lúcida, me gusta consultar simultáneamente las opiniones de los creyentes y de los detractores. Y he de decir que si bien los creyentes me resultan, con demasiada frecuencia, excesivamente, maravillosamente, fantasiosos, los detractores, por el contrario, me resultan, con demasiada frecuencia, excesivamente, deplorablemente, irónicos. Echo de menos, tanto en unos con en otros, lo que yo considero un sincero espíritu científico, que, para mí no tiene otro significado que curiosidad y asumir la realidad cuando la hay (cuando no, está permitido fantasear como se quiera). Tanto en unos como en otros lo que percibo es una completa soberbia, y una pertinaz defensa de sus inamovibles principios. Han establecido cuál es su verdad y la defenderán de cualquier manera contra cualquier intento de desplazarla. Por cierto que también percibo entre los escépticos un temor horrible a ser burlados. No darán nunca ningún paso hasta que alguien de su confianza, es decir, alguien que piense de la misma limitada manera que ellos, les confirme que, irremediablemente, hay que desplazar el mojón.
Para mi gusto, el conocimiento no es más que una narración. Una historia que nos contamos a partir de una serie de percepciones. El método científico consiste, al parecer, siempre según mi ígnara manera de comprender el mundo, en, una vez que tenemos construida esa narración, tomar una nueva percepción y comprobar si nos varía la narración, si no es así, nuestra narración sigue siendo válida para seguir deambulando por el mundo. Ahora bien, el mundo científico es ya una institución, y cuando digo esto quiero decir que es un organismo que se debe a un buen montón de obligaciones, obligaciones que se traducen en prestigio y financiación muchas veces, por mencionar las más banales. El mundo de los buscadores de misterio siempre es un mundo individual, y solo se debe al gusto de buscador, aunque en muchas ocasiones también se busca el prestigio, y también se busca el lucro. Toda institución tiene el inconveniente/ventaja de la falta de flexibilidad, porque, en cualquier institución, cuanto más aspiración tenga a durar, peor, lo que prima por encima de sus propios principios de partida, es su propia conservación. (La verdad es que ahora mismo en lo que estoy pensando es en la iglesia católica, la cual, es mi opinión, ha traicionado la mayoría de los principios básicos contenidos en su libro de referencia). Y puestos en el trance de tener que cambiar su narración ante un hecho nuevo que pudiera transformarla, se va a pensar primero qué implicaciones tiene, no para la calidad de la narración y su adecuación al objetivo principal de la misma, que es el ayudarnos a deambular por el mundo comprendiéndolo mejor, sino para la propia institución y su más pragmático objetivo principal, que es la permanencia.
Por esta razón desconfío tanto de la suficiencia de los escépticos como de la exuberancia fantasiosa de los buscadores de misterio, y por esta razón, las afirmaciones rotundas de la ciencia me dejan insatisfecho y siempre creo que ella solo afirma lo que puede mantener seguro dentro de sus márgenes, mientras que lo que queda dentro de la incertidumbre prefiere meterlo debajo de la alfombra mientras se resuelve su encaje en la narración oficial.
Ahora bien, la narración oficial no tiene misterio. Aspira a fijar, a establecer, asegurar que nada va a cambiar una vez que hayamos afirmado algo, y a mí eso me parece no solo aburrido sino peligrosísimo para la vida, al menos para la mía. Saber que las cosas son como son y que no tienen la más remota posibilidad de ser de otra manera me desanima bastante. Así que por eso me gustan los misterios y ante la falta de misterios, prefiero, como mínimo, ignorar. (Creo que esto, a la luz de los resultados electorales, le pasa a la mayoría de los españoles, por otra parte).
Saber es un compromiso, porque te obliga a, una vez que sabes, tener que decidir qué hacer con ese conocimiento. Y además, una vez que sabes, cada acto te juzga, puesto que el conocimiento te hace  responsable. Por eso es tan atractiva la ignorancia.
El único atractivo de la vida, ahora mismo, para mí, es creer que la vida pueda ser algo más que esto. Si llegase a la certeza escéptica de que esto es lo que hay, lo mismo dejaría de interesarme. Con independencia de que mi instinto de supervivencia, el muy cabrón, siguiera insistiendo en mantenerme vivo.

viernes, 17 de junio de 2016

Propuesta Radical

Creo que tenemos una opinión como individuos y una opinión diferente como masa. Es decir, nuestras consideraciones difieren cuando estamos solos de cuando estamos acompañados. Incluso, estando acompañados, depende, nuestra opinión, de cuál sea la compañía. Y no significa que elaboremos una opinión cuando estemos solos que cambiamos cuando estemos acompañados, sino que tenemos dos, o más, opiniones simultáneas sobre la misma cosa y en ambas creemos con cierta firmeza aunque tengan sentido contrario. Por eso se dice por ahí que aunque las masas están hechas por individuos no son los individuos los que forjan las masas. La masa se forja a sí misma incluso en contra de los individuos.
 El ejemplo es que muy poca gente, no hay más que preguntar por ahí, se siente solidaria con el pensar de las mayorías. Para cualquier persona, es la «gente» la culpable de los males del mundo. Su colilla arrojada a la calle es de tal insignificancia que no cree que él forme parte de esa mayoría que llena nuestras calles de colillas. Y cuando se lo haces notar te replican que ellos siempre arrojan su colilla a la papelera, pero que esta vez ha sido una excepción. Eso me lleva a pensar que lo que llamamos «mal» en el mundo (mal en sentido lato, desde arrojar una colilla al suelo hasta asesinar a una familia a hachazos) se debe, simplemente, a una acumulación de excepciones. La divulgación de estas excepciones, que por alguna razón resultan ser más noticiables que la divulgación de los actos felices de la humanidad, que siempre resultan ridículos, o anodinos, es lo que provoca que todos sintamos hacia todos los demás una desconfianza permanente. Esta desconfianza es la que nos hace mantenernos en guardia o, peor aún, actuar preventivamente para adelantarnos a las siniestras intenciones del otro. Es un círculo vicioso que se ve alimentado por las, en este caso manifiestamente intencionadas, malas prácticas de los medios de comunicación de masas.

Como propuesta radical de revolución mundial propongo el control de los medios de comunicación por parte de una comisión o «poder» del estado –legislativo, ejecutivo, judicial y comunicativo– (el famoso cuarto poder que ya no es cuarto, porque todos son prácticamente uno solo) que estaría compuesta de profesionales de alta cualificación (psicólogos, educadores, científicos, leguleyos, expertos en medios de comunicación, etc)  y se encargaría de gestionar los contenidos de los medios, los cuales estarían sujetos, bajo pena de ser despojados de las competencias de emisión, a sus estrictas normativas.
Estoy seguro de que un sistema como este permitiría reorientar a las sociedades en unidades previsibles de tiempo, creando una sociedad, como mínimo, mas educada, más crítica; pero también  ayudaría a fomentar objetivos comunes. Dado el estancamiento actual de nuestra sociedad, es necesario buscar alguna manera de generar un cierto magnetismo que reoriente las partículas sociales en una dirección común, solo eso podrá mover a una sociedad y esto solo lo pueden lograr los medios de comunicación.

 Por supuesto que se trata de un arma poderosísima que puede tanto encaminar a nuestra sociedad hacia la salvación como hacia la destrucción. Si resulta que es la destrucción, entonces será, simplemente, que hemos fallado como experimento del universo, y habrá que confiar que, en los otros posibles lugares del universo donde haya surgido la vida, las cosas hayan salido de otra manera. 

viernes, 10 de junio de 2016

Memoria

tengo memoria de mito. no sé si lo que recuerdo es lo que quería que sucediera, lo que sucedió o lo que temía que sucediera. tampoco recuerdo cuándo ocurrió lo que ocurriese. cada vez que recuerdo invento una historia nueva. a veces es amable, a veces es triste, a veces angustiosa y preferiría olvidarla. pero afortunadamente no olvido. porque no recuerdo, invento.

jueves, 9 de junio de 2016

Artesano

Yo me temo que ya estoy hecho al alambre. El resultado de fabricar estructuras con otros materiales, en mi pobrísima experiencia que se reduce a fabricar jaulas para pájaros, no es tan satisfactorio que me merezca el esfuerzo.
Es triste que esto sea así. Y no puedo culpar a otra persona que no sea a mí mismo. La única vez –no es fácil, usted comprenderá, para una persona como yo– que tuve oportunidad de fabricar otras estructuras con otros materiales, el resultado, si no desastroso, resultó bastante frustrante. Yo quería, y mucho, además, cambiar, hacer algo nuevo, aventurarme más allá, pero mi torpeza y la poca paciencia del material que, quizá, al final, tampoco estaba hecho para aquella estructura, a lo que se sumaba mi –es reflexión reciente, y por ello, tal vez, demasiado elaborada– inconsciente falta de predisposición para enfrentar nuevos retos –otros lo nombran simplemente: cobardía–, dirigió al fracaso aquel empeño.
Hoy comprendo mejor que entonces, y aún así –la comprensión suele llevar a la exculpación– sigo creyendo que desaproveché una buena ocasión para crecer como artesano.
Ahora me veo como usted me ve, limitado al alambre. No solo físicamente, sino también metafísicamente, para ponernos trascendentales; sin ilusión por nuevas aventuras, casi sin sueños, ¿me comprende usted?
Y yó qué sé, ¿mentiendusté?

miércoles, 8 de junio de 2016

Largo epitafio inútil (ahora que todos nos incineramos y no hay lápidas)


¡Qué bonito el cementerio
con sus tumbas y sus flores
todo lleno de colores
 y el enterrador tan serio!

Y con los deudos llorando,
y con los muertos riendo.
Los viejitos van andando
y los niños van corriendo.

Llegan a la sepultura
donde hay un hueco abierto,
meten allí al muerto
y se queda el pobre a oscuras.

Después, sonando pañuelos
unos, y otros aliviados,
se dan la vuelta cansados.
A cada olivo un mochuelo.

Y así transcurre la muerte.
Por lo menos así era;
ahora todo el mundo incinera
a sus muertos. ¡Vaya suerte!

que ni queda de nosotros
un resto para gusanos.
Dicen que eso es más sano,
no sé qué pensarán otros.

Yo, por mí, no sé qué pienso.
Sinceramente, me da igual
si en ese imperio astral
voy a estar en carne o en incienso.

Tampoco me lleven flores
que ni esto me preocupa.
Lo siento por el que me aúpa
en esa caja, y el que me llore.

Espero no morir gordo;
en cuanto a familia y amigos:
no crean que la muerte es castigo,
tal vez sea viaje o trasbordo.