Cada vez que veo un espectáculo de prestidigitación, habitualmente por la tele, me quedo preocupado. Sé que no es magia, es prestidigitación, es decir, habilidad. Pero lo sé por razonamiento. Y sin embargo soy incapaz de descubrir los trucos. Cuando desvelan algún truco me quedo desilusionado, principalmente conmigo mismo por no haber sabido descubrirlo, por ser sujeto de engaño, pero también con la realidad, por ser tan evidente, tan simple, tan sin misterio.
La realidad es una construcción interna hecha con los materiales que nos proporciona la percepción. También está hecha con materiales que nos proporciona la razón, pero no somos tan razonables como queremos; cuando la percepción contradice a la razón, dudamos, y si no somos fuertes cedemos a la percepción, a pesar de saber que es falible, más que la razón. Acabo de ver a un tipo saludando al vacío, había una columna por medio y mi razón me decía que detrás de la columna había una persona, pero como a medida que yo avanzaba la persona lo hacía igualmente en sentido contrario y quedaba siempre oculta por la columna, nunca llegué a verla -decidí no darme la vuelta-, por lo que mi percepción me decía que ese tipo había saludado a un fantasma, al menos a alguien que yo no podía ver.
Pienso en los tiempos en los que la razón no tenía un armazón tan estructurado. Los tiempos de la magia, cuando sí que había misterio en el mundo. En esos tiempos yo estaría convencido de que ese tío había saludado a un fantasma. Y porque los tiempos son los que son, me parecería bien. Pienso también en los tiempos de la fe, impuesta por la iglesia, cuando se imponían unos criterios que contradecían claramente a la percepción -en realidad sólo pienso en el asunto aquel de los experimentos de Galileo- y si uno les llevaba la contraria lo ajusticiaban. Porque la razón de Dios no se discutía. Ahí la Iglesia me habría dictado que si yo no podía ver a la otra persona es porque Dios, por alguna razón, la habría ocultado a mis ojos, y mi única duda debería ser en qué habría ofendido a Dios para que me hiciera eso. Pienso en estos tiempos actuales en los que la razón se ha impuesto a la fe. Para muchos de nosotros nada ha cambiado. Quiero decir que, antes era la fe la que nos imponía una visión de la realidad, se contradecía con la percepción, pero a veces me pasa que veo cosas donde no las hay y lo contrario, no veo lo que tengo delante, por qué voy a creer más en mi percepción que en lo que dicen los Padres de la Iglesia. Con la razón me pasa igual, muchas veces no soy capaz de explicarme racionalmente algún asunto, pero sé que otros lo han hecho, otros que son más razonables que yo, por lo tanto les creo, dejando de creer en mi propia percepción tan falible. Al final es el mismo asunto que el de la fe.
Con respecto a esto de la razón me gusta mucho una frase que aparece en Sherlock Holmes que me parece todo un método de investigación: cuando hemos eliminado lo imposible, lo que queda, por improbable que parezca, es la verdad. Sin embargo, aún este contundente método, tiene un fallo. Lo imposible va referido a la razón, cuando habla de lo imposible quiere decir imposible racionalmente. Es imposible que un tipo corte en dos a una señorita y luego vuelva a unirla y que la señorita salga tan campante. Sin embargo mi percepción me ha dicho que la cabeza de la señorita estaba a un lado y las piernas al otro de donde cortó la sierra. Puesto que es imposible que el tipo haya cortado a la señorita, necesariamente las piernas y la cabeza no pertenecían al mismo cuerpo de señorita. Por improbable que parezca, en aquel huequecito tan pequeñito había otra señorita escondida. En el tiempo de la fe, este hombre simplemente habría obrado un milagro, porque no eran imposibles los milagros, y en el de la magia, pues simplemente magia, porque nada era imposible si yo lo estaba viendo. Cómo iba a dudar yo de eso, si es lo que acababa de ver.
Cuando uno lo piensa, no es tan evidente que el mundo de la razón sea radicalmente distinto al mundo de la fe, o al mundo de la magia. Importa solo una cosa, que sea lo suficientemente consistente como para que podamos movernos por él, encontrar alimentos, relacionarnos. Estamos aquí porque todos ellos sobrevivieron y evolucionaron, los de la magia, los de la fe y ahora los de la razón (estos últimos todavía no tenemos tan claro que vayan a sobrevivir, la razón no es tanta que les impida autodestruirse, aunque eso sí, metódicamente, sofisticadamente, y sin tabúes ni restricciones). Para mí es evidente que si conseguimos sobrevivir a nosotros mismos la cosa seguirá hacia adelante. Nos falta mucho todavía por afinar este nuevo órgano que recién hemos estrenado. Aún tiene que imponerse sobre muchos rejos atávicos, animalidades que nos tiran hacia abajo, de las que estamos tan orgullosos, cuando nos proporcionan placer y que deploramos tanto cuando nos proporcionan congoja, siendo, en muchas ocasiones, las misma emociones las que resultan en una u otra consecuencia. Creen algunos que la siguiente fase será más espiritual. Yo diría que más bien será más fantasiosa, viviremos más en nuestras mentes, como lo estamos haciendo ya comunicándonos y fluyendo por los mundos de internet y los móviles más que interactuando físicamente en el mundo real. Pero, ¿quién sabe nada de lo que pasará? Solo somos capaces de tomar lo que nos rodea y estirarlo hacia el futuro para hacer alguna prospectiva, pero cada futuro trae su propio afán y solo nos queda esperar a ver qué pasa.
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