lunes, 27 de septiembre de 2021

El volcán de los deseos

 Me gustaría...                        

                        (¡cuidado con lo que vas a decir!), 

es verdad, nada. 

Un «me gustaría» es un “pero si no hay que molestarse demasiado, y si puedo decir que no después de adquirido y me doy cuenta de que no, de que en realidad no, o de que ya no...” 

Sí, me paso el tiempo con estos me gustaría que preferiría que no, no sea que al final no me gustase. En realidad es que trato de llenar mi, no sé qué, mi bolsa de sensaciones, engrasar mi máquina de sentir, de desear, deseando algo aunque sea en vacío, pero lo intento y me sale esto, esta desactivación automática de perspectivas falsas. 

Es, supongo, mi lucidez, o mi ancianidad, que esto sí que debe ser hacerse viejo, cuando uno ya tiene que forzarse a desear para querer algo, cuando ya no le brotan deseos de la tierra estéril por más fertilizante que uno le eche. 

No sé. Me gustaría volver a desear algo. Es cierto que no tengo buenas experiencias con esto de los deseos (casi todos iban de mujeres), pero echa uno de menos esa parte de su vida en la que aún creía que existían tierras ignotas en su propio futuro. No. El mapa parece ya cubierto de nombres, vías, rayas que forman fronteras, colores que indican propiedades. A lo más que puede uno aspirar es a viajar como turista dentro de su propio porvenir. 

Y de pronto, un volcán  te echa de tu casa y borra de la superficie todo lo que tienes, y te encuentras solo y desnudo, como quien dice, al principio de un camino y sin ganas, ya sin ganas, de ir a ninguna parte, que estás más cerca del ya haber vuelto y descansando. No. No me ha pasado. Solo trataba de imaginar cómo es eso, cómo sería eso de, de pronto, volver a tener que… 

Qué pereza, 

que desgana, 

¡qué mierda!


Y qué suerte que no me ha pasado a mí.

martes, 7 de septiembre de 2021

El soldado americano, una película de Fassbinder

 Era un chico de buena familia. Vivían en una pueblecito de Ohio. Tenía una hermanita menor, llamada Betsy, a la que quería mucho, y un perrito, wolf, que entraba y salía de su cuarto por la ventana porque la madre no lo dejaba pasar por el salón, que siempre mantenía impecable. El chico tenía un mejor amigo, con el que había rozado una fugaz experiencia homosexual, y una novia desde el instituto; se pensaban casar después que él terminara la universidad. 

Pero lo llamaron a filas y tuvo que ir a Vietnan donde un bombazo de los comunistas lo disgregó en trocitos irreconocibles. Solo quedó aprovechable la mano que transplantaron a Franz un chico de ascendencia alemana que había ido voluntario para poder adquirir la nacionalidad. Franz había perdido la mano en el mismo bombazo que hizo desaparecer al chico y los médicos pensaron que se trataba de su mano que se había amputado casi quirúrgicamente en la explosión

Cuando Franz regresó a casa como excombatiente no le quedó otra que caer en el hampa. Dada su experiencia militar y su frialdad, acabó siendo considerado uno de los mejores asesinos profesionales. 

Unos policías alemanes corruptos lo contrataron para que, allá en Munich, acabara con un tal el gitano, un delincuente que sabía demasiado sobre sus asuntos y podría terminar delatándolos al jefe. Este ya tenía la mosca detrás de la oreja susurrándole que algo mal olía en aquella ciudad, y él no perdía ripio que no repitiera a los policías corruptos, que temían que el jefe terminara por descubrir sus negocios sucios.

Munich era la ciudad de origen de Franz, así que aceptó el encargo. Se alojó en un hotel donde los policías tenían comprado al conserje para que les informara de todos los pasos de Franz. En el hotel había una camarera que en cuanto vio a Franz se sintió atraída por él, Franz estuvo con ella un par de veces, pero siempre la trataba de manera displicente, no quería implicarse. Aprovechó que había regresado para ver a su amigo, Fassbinder, un camarada del barrio, con el que se inició en sus primeras correrías delictivas allá en la infancia. 

La llamada le informó del nombre del encargo, y de dónde podía encontrar información. Una tal Magdalena, conocida vendedora de revistas porno, e informadora de todos los detalles acerca del tipo en cuestión. El gitano era en verdad gitano, siempre iban con él dos guardaespaldas. Le gustaba leer la mano. Solían parar por un local del barrio …

En el local habían tres personas y el barman. Franz preguntó a los tres tipos si eran gitanos. Ellos afirmaron. A uno de los guardaespaldas le comentó que había escuchado que los gitanos sabían leer las manos. El guardaespaldas le respondió que hacía tiempo que los gitanos habían olvidado esas cosas, apenas los más viejos recordaban que sus abuelos… Pero que había tenido suerte porque aquel tipo aún conocía tales artes. Así supo cuál de los tres era el gitano. Se sentó junto a él. El gitano  le tomó la mano y estuvo mirándola un rato. Tenía unos movimientos muy suaves, una mirada gatuna, un rostro delicado. Le dijo que vivía en un cuarto arriba. Allí estarían más tranquilos. Subieron. Mientras  el gitano se está desnudando en la cama Franz saca la pistola. El gitano está muy sorprendido.

—Nunca me había fallado la lectura de la mano –dijo, confuso y aterrado.

—No es mi mano –dijo Franz, enigmáticamente, y le descerrajó tres disparos. 

Al llegar al hotel pidió al recepcionista que le enviaran una puta. El recepcionista llamó a los policías y estos, para que no hubieran más curiosos mezclados en este asunto, enviaron a la novia de uno de ellos. Cuando llegó la mujer al cuarto de Franz, la camarera se sintió muy ofendida. 

Franz y la mujer se cayeron bien. Cuando terminaron Franz no la dejó marchar sino que la invitó a comer. Por el pasillo se cruzaron con la camarera que  lloraba y suplicaba por teléfono a un novio que la estaba abandonando. Luego colgó, gimoteó un poco y terminó clavándose un cuchillo en el vientre. Franz y la puta pasaron junto a ella indiferentes. 

La llamada informó a Franz de que tenía un segundo encargo. Tenía que eliminar a la soplona, Magdalena. El asunto fue muy fácil. Solo tuvo que seguirla, borracha, hasta su casa, adelantarla y esperarla dentro con la luz apagada. Ella llegó con un tipo que prácticamente la sostenía en pie. Cuando lo vieron allí despatarrado en la mesa de la cocina con la pistola apuntándoles al estómago y un cigarrillo colgándole de la boca, se echaron a reír. Y así murieron los dos.

Franz fue a visitar a su madre y a su hermano. Una historia rara. Había tenido que huir de casa porque su hermano se había enamorado de él. A la madre también le pasaba algo raro. No sería extraño que ella también estuviera enamorada de él. Franz no soportaba aquella locura en la que aquellos dos pretendían involucrarlo. Por eso salió huyendo. Ambos se sorprendieron al verlo. Algo en ambos pareció despertar como si hubieran estado esperando su regreso. Franz notó que todo aquello todavía continuaba vivo y no quiso permanecer mucho rato en aquel incómodo ambiente. La madre encargó a alguien por teléfono que siguiera a Franz.

Estaba decidido, Franz y la chica pensaban largarse a Japón con la pasta que cobrara por sus trabajos. Ella corrió a casa a hacer las maletas mientras Franz esperaba la llamada para cobrar. Pero el policía descubrió que la chica pretendía fugarse con Franz. Era su chica y no podía permitirlo.

La llamada le proponía un nuevo encargo. Franz era un profesional, lo mismo le daba dos que tres si el precio se ajustaba correspondientemente. Le dieron una dirección. Cuando abrieron la puerta allí estaba la chica. Franz no dudó en ejecutar el encargo. 

Franz había acordado con la voz del teléfono que el dinero se encontraría en un casillero de la consigna de la estación del tren. Llamó a su amigo Fassbinder para despedirse y quedaron en la estación. Cuando Franz abrió el casillero no encontró ninguna bolsa, a cambio había una pistola. Otras tres pistolas lo encañonaban por detrás. Los policías le habían tendido una trampa. Pero entonces apareció Fassbinder, al que los policías desconocían, que se percató de la situación y pilló a los tres policías por sorpresa desarmándolos. Franz y él ya se alejaban cuando aparecieron la madre y el hermano, que habían hecho seguir a Franz y querían convencerle de que no volviera a huir de su lado. La distracción permitió que los policías recuperaran sus armas y acabaran con Franz y su amigo. El hermano de Franz casi se volvió loco al ver su cuerpo ensangrentado en el suelo. La madre quedó paralizada. 

FIN.


No sé por qué veo las películas de Fassbinder, sinceramente. Supongo que por curiosidad. Es un cine tan poco convencional, tan poco, diría yo, atractivo, tan poco cinematográficos (desde el punto de vista de un espectador estándar, como yo). Y supongo que esa es la única gracia que les encuentro: que son completamente otra cosa de lo que estamos acostumbrados a ver como cine. Sin dejar de serlo. Es cine a lo pobre. Cine a la patalallana. No tengo ni idea de por qué Fassbinder es un grande del cine. Supongo que si hacemos números, si nos ponemos a contar, que si plano para aquí, que si punto de vista, que si estructura, que si técnica, se le acumulen los méritos, pero a mí como espectador solo me llega la extrañeza, ¿por qué estoy viendo estas películas? Bueno, pues esa extrañeza es de lo mejorcito que nos puede ofrecer cualquier tipo de arte hoy. Mucho más que la belleza, el goce estético, que al final también obedece a un dictado externo. Solo la extrañeza es realmente una respuesta que podemos llamar propiamente nuestra. Y ante ella sabemos que estamos ante un paisaje nuevo. Estamos descubriendo mundo.

jueves, 2 de septiembre de 2021

Podcast literario. Cultura en la red

Mi libro, Inventos y Mixtificciones, ha sido considerado digno de atención para este gran crítico del que no puedo enunciar más que alabanzas, loas y parabienes, mientras no me lo eche a la cara navaja en mano.