miércoles, 29 de octubre de 2014

París en el siglo XX de Julio Verne (un cachito)

-Mi querido Jacques -dijo Quinsonnas-, deseaba presentarte a Michel Dufrénoy para que conocieras a otro de los nuestros, otro de esos pobres diablos a quienes la Sociedad se niega a dar empleo conforme a sus aptitudes, otra de esas bocas inútiles que se encadenan para no alimentarlas.
-¡Ah! monsieur Dufrénoy es un soñador -observó Jacques.
-Un poeta, amigo mío. Y te pregunto qué habrá venido a hacer en este mundo donde el primer deber del hombre es ganar dinero.
-Evidentemente -replicó Jacques- se ha equivocado de planeta.
-Amigos míos -dijo Michel-, no son ustedes muy entusiasmantes. Pero comprendo estas exageraciones.
-Este muchacho -insistió Quinsonnas- espera, se entusiasma, trabaja por los buenos libros, y cuando no lee a Hugo, Lamartine o Musset, escribe para que lo lean a él. ¿Pero acaso ha inventado una poesía utilitaria, una literatura que reemplace al vapor de agua o al freno instantáneo? ¿No? ¡Bien! ¡Cómete lo tuyo, hijo! ¿Quién te escuchará si no relatas algo asombroso? Ya no es posible el arte, a menos que llegue a extremos imposibles. En estos tiempos, Hugo tendría que leer sus Orientales equilibrándose en caballos de circo, y Lamartine derramar sus Harmonies desde lo alto de un trapecio y cabeza abajo.
-¡Un ejemplo! -gritó Michel, y saltó.
-Calma, muchacho -dijo el pianista-. Pregunta a Jacques si no tengo razón.
Cien veces confirmó Jacques. Este mundo es un mercado, una feria inmensa, y hay que divertirse con farsas groseras.
-Pobre Michel -dijo Quinsonnas, suspirando-. Su premio de versificación latina lo va a liquidar.
-¿Pero qué quieres probar? -preguntó el joven.
-¡Nada! Sigues tu destino, después de todo. Eres un gran poeta. He visto tus obras. Sólo te puedo decir que no corresponden al gusto de este siglo.
-¿Cómo es eso?
-¡Sin duda! Tú utilizas temas poéticos, y eso es hoy un error en poesía. Sólo hablas de praderas, valles, nubes, estrellas, del amor; todo eso está gastado, ya no se usa.
-¿Y qué puedo decir entonces?
-¡Tienes que celebrar con tus versos las maravillas de la industria!
-Jamás! -exclamó Michel.
-Ha dicho lo que tenía que decir -agregó Jacques.
-Veamos -continuó Quinsonnas-, ¿conoces la oda que coronaron el mes pasado los cuarenta de Broglie que llenan la Academia?
-¡No!
-Bien. Escucha y que te aproveche. Estas son las dos últimas estrofas:
El carbón lleva entonces su flama incendiaria
en los tubos ardientes de la enorme caldera.
El monstruo caliente no teme a rivales.
La máquina ruge de entusiasmo y temblores,
y expande el vapor y desarrolla sus fuerzas
de ochenta caballos.
Pero el conductor va bajando la pesada palanca,
se expande el tiraje y en el grueso cilindro,
veloz y gimiente, va corriendo el doble pistón.
La rueda patina. La velocidad va activándose.
Se escucha el silbato. ¡Salve locomotora
del sistema Crampton!



Lo peor de todo es que la oda tampoco es que esté mal, parece uno de esos poemas Futuristas que se dieron en los años veinte (Verne escribió la novela a mediados del diecinueve, poco antes del nacimiento de Marinetti) que celebraban la maquinaria, y la guerra como hitos cumbres del progreso y la civilización. A continuación un poema de Marinetti, poeta futurista (un trocito)

  ¡Dios vehemente de una raza de acero,
    automóvil ebrio de espacio,
    que piafas de angustia, con el freno en los dientes estridentes!
    ¡Oh formidable monstruo japonés de ojos de fragua, 

    nutrido de llamas y aceites minerales,
    hambriento de horizontes y presas siderales
    tu corazón se expande en su taf-taf diabólico
    y tus recios pneumáticos se hinchen para las danzas
    que bailen por las blancas carreteras del mundo!
    Suelto, por fin, tus bridas metálicas.., ¡Te lanzas
    con embriaguez el Infinito liberador!


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