viernes, 29 de noviembre de 2013

Cosas que pasan en otros mundos que también son este

Pasó el tiempo.
Venía un futuro milagroso y prodigioso,
lleno de alegría,
pero nos engañaron:
no se puede ser libre si se es idiota.
No se puede ser libre
si nos interesan los goles de la selección,
si nos apetece saber qué vestido vistió la Geisha en su último escándalo,
si nos masturbamos los unos a los otros al ver aquella televisión que nos convence que todo está de lujo,
que Chile está forrado,
que somos especiales,
somos el mejor rebaño,
el mejor de todos,
el más obediente,
upa dicen, chalupa gritamos.
Un incendio duerme en mi cabeza.
La alegría ya viene, hijos de perra.
Les creímos
Y NOS DOMARON,

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Las ventajas de hacer las cosas a lo grande

Si eres rico, algún día pagarás por lo que has tenido que hacer para serlo y mantenerte en ello. Si eres pobre HOY pagarás por lo que te han hecho para sigas siéndolo.

Es una frase que se me ha ocurrido después de leer un artículo que terminaba: algún día pagarán por ello. Ser rico sería, según este contexto, adquirir la posibilidad de postergar el castigo, para los pobres el castigo es inmediato. Creo que la cosa se va configurando en ese sentido. Defrauda millones y te darán la oportunidad de redención pagando un cuarto de lo que has defraudado. Defrauda un ciento en una fiesta de boda  y te caerá encima un inspector de hacienda para cobrarte el completo más la multa.
De ahí la filosofía de estos tiempos de hacer las cosas a lo grande. Si puedes hacer que el petróleo se vierta sobre toda la costa de una región no te pasará nada, pero ¡ay de ti si hubieras hecho que el petróleo se hubiera quedado confinado en una ría!, te hubiera caído todo el peso de la ley encima. Por eso está tan castigado el pasear perros por nuestra ciudad y no recoger sus deposiciones o limpiar sus orines con un chorrito de agua. Para reducir la multa tendrías que pasear una manada de elefantes. Por eso está tan castigado lanzar insultos frente a la sede de un partido, y tan poco castigado insultar diariamente a toda una nación.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Alexis Zorba

¿No es posible que un hombre haga algo sin un por qué, solo porque sí?
¿Usted es cocinero?
Los soy, ¿busca uno?
Quiero decir que a qué se dedica, cuál es su trabajo.
Miren que ocurrencia, tengo dos manos, pies, cabeza, todo eso trabaja, ¿quién soy yo para elegir?
En el trabajo, usted me manda, pero en cosas de tocar y cantar, yo soy mi amo.
¿Qué quiere decir?
Que soy libre.
¿Eres casado?
Soy un hombre, ¿no?, y todos los hombres son estúpidos, ¿no?, así que me casé.
Dios, que es muy inteligente ha puesto al alcance de usted, las frutas del paraíso.
No quiero buscarme problemas
Pero, la vida es buscarse problemas, solo la muerte no lo es. La vida es liarse la manta a la cabeza y buscarse problemas.
Dicen que los años apagan el fuego en el hombre, que la  muerte llega, llama a la puerta, y el hombre le dice, "pasa, necesito un descanso". Yo aún tengo fuego ardiendo dentro.
Dios tiene un corazón muy grande, pero hay una cosa que nunca perdonará: que una mujer llame a un hombre a su cama y este no le haga caso.
Usted habla como un maestro y piensa como un maestro, ¿cómo va a entenderlo?
Cuando habla yo le miro la cabeza, los brazos , el pecho, y están inmóviles, no me dicen nada.
Usted lo tiene todo menos una cosa, locura. Y el hombre debe estar un poco loco porque si no nunca se atreve a cortar la cuerda y ser libre.
Eh, jefe, ¿vio usted alguna vez un desastre más esplendoroso?

viernes, 22 de noviembre de 2013

El ingrediente secreto

Tuve un sueño. Visitábamos con el colegio una fábrica de cervezas. Yo tenía una novia. Una amiguita de la que no me despegaba. Cuando nadie nos veía nos cogíamos de la mano y nos dábamos besitos. Los de la fábrica nos hacían pasar a un salón y nos explicaban, con transparencias, todos los misterios de la elaboración de la cerveza. Pero callaban un ingrediente secreto. Éramos niños y tampoco nos dejaban degustar el producto. Luego pasábamos a una exposición, pero mi amiguita y yo nos escabullíamos por un pasillo. Cogidos de la mano y temerosos avanzábamos hasta una enorme puerta que daba entrada a un almacén y que decía en letras negras y también enormes: SECRETO.
Nosotros abríamos la puerta y entrábamos. Nos quedábamos asombrados al ver hileras larguísimas de estanterías metálicas en las que había gatos completamente inmovilizados. La única posibilidad de movimiento era para acceder a un cuenco siempre colmado de agua. Los gatos bebían y bebían y movían las colas. Y maullaban. Había un enorme griterío de gatos que recordaban a los llantos de los bebés. Por entre sus piernas bajaban unos tubos trasparentes por los que se veía descender un líquido amarillo. Los tubos se juntaban a los otros tubos de la misma fila en un haz y los de cada fila al final se juntaban en uno más grueso que iba a dar a un enorme contenedor metálico.  Nos paseábamos asombrados por entre aquellas hileras. Nos escondíamos para evitar a unos hombres en bata blanca, con mascarilla, guantes y gorra plástica cubriéndoles el pelo, que observaban y anotaban cosas en sus libretas.
Mi amiga y yo decidíamos liberar a los gatos y nos separamos. Desaté unos cuantos y de pronto había multitud de gatos chillando y saltando por todas partes. Los hombres de blanco corrían alocados buscando una explicación a lo que ocurría.  Mi noviecita y yo nos reuníamos al final de un pasillo. En una pared había una reja que daba a la calle y yo me senté en el suelo y me puse a patear la reja hasta que se rompió. Por ahí nos escapábamos y nos alejábamos hacia el horizonte cogidos de la mano.



¡Mierda!, he estado bebiendo demasiado últimamente.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Todo sobre sexo



Descubrí el sexo a los siete años, a través del escote de la profesora sustituta de la Señora Directora, que era la titular. No recuerdo el nombre de la Señora Directora, aunque ya adulto hecho y derecho advertí que sí que recordaba su cara, al cruzarme con ella, ya muy anciana, mientras yo paseaba al perro. Se detuvo a hacerle cosquillas al animal y no pude reprimir el gesto de pisarle la cola al chucho para que con el cabreo le soltase un chasquido a la Señora Directora que tantas palmetas había estrenado en mi inocente mano por mi obtusa cabeza. La sustituta era, como debe ser, muy cariñosa con los niños, incluidos los de la mesa del fondo que, durante su estancia, nos comportamos modélicamente. Tenía aquella señorita la agradable costumbre de inclinarse para corregir nuestros escritos, y al hacerlo nos daba la oportunidad de atisbar por dentro de su escote. Casi no miento al decir que aún recuerdo la emoción de ese descubrimiento, que en aquellos momentos ni siquiera era capaz de explicarme. Aquellos trozos de carne que pendían y pendulaban mientras ella tachaba implacablemente mis faltas de ortografía me provocaban un éxtasis que me duraba días y que me hacían echarla muchísimo de menos cuando faltó definitivamente, recuperada la Señora Directora de su, compasiva con ella cruel con nosotros, enfermedad.
La vida sexual de mi adolescencia y juventud caben en una sola palabra: pajas. Durante ese tiempo me enamoré de muchas chicas y muchas de ellas lo supieron de  viva voz, y a todas las que lo supieron les encantó saberlo, y me comunicaron que era bueno que así fuera. Desde esa época conservo un odio feroz a las conjunciones adversativas.
Conocí a mi mujer ya terminada la carrera y sin excusa para eludir el cuartel. Estuvimos de noviazgo un año. Hasta que a ella le pareció que no podía soportar más el hosco gesto de mi madre por no ir a dormir a casa cuando libraba del servicio, y nos casamos.
Nos casamos ya maduros los dos. Ninguno teníamos mucha experiencia. Yo aprendí lo que sabía sobre sexo haciéndome pajas mientras veía películas pornográficas y ella aún no sabía nada al respecto.  Al principio de nuestras relaciones podría decirse que todo iba bien. Yo la recorría de arriba abajo y de adentro afuera, levantándola y moviéndola como si fuera una muñeca hinchable, y ella llegaba a tener sus orgasmos también, no crea. Alguna vez hasta obtuve el premio de un gemidito por lo bien que lo había hecho, naturalmente algo extraordinario que ella me regalaba involuntariamente. Pero poco a poco me fui cansando de aquel paisaje, como uno se cansa de su ciudad y acaba siempre paseando por las mismas calles. Y así llegué a una rutina, limitando mis visitas a unas pocas partes de su cuerpo y llegando cada vez más pronto a la penetración. Al final casi me quedaba quieto sobre ella y esperaba la llegada del orgasmo como quien observa pacientemente la entrada de un barco por el puerto, mientras realizaba movimientos imperceptibles. Pero lo mismo que pasa con las ciudades que uno conoce, un día llega alguien de fuera que lo mira todo con ojos nuevos y le descubre a uno las maravillas que ve todos los días al pasar de largo, pero no se entretiene en apreciar. Ella conoció a un tipo que se comportaba como yo al principio, solo que él era otro. Y ella reaccionó de una manera nueva con él. Y cuando volvía a casa, ilusionada con todo lo que había descubierto, lo ponía en práctica conmigo en un sincero propósito de compensarme todos aquellos años que habíamos perdido, según ella. Empezó a realizar sus quiebros, que luego se volvieron movimientos y más tarde casi un baile que ella realizaba entorno a mí, y ahora era yo el que me quedaba quieto y ella me exploraba por todas partes, me obligaba a levantarme y darme la vuelta y subirme por allí y bajarme por allá. Pero yo ya estaba habituado a mi nueva modalidad sexual y aquello no me gustaba. Así empezamos a distanciarnos.  Nuestro amor seguía imperturbable, pero acabamos siendo completamente incompatibles en la cama.  Ella continuó con su amante que le trajo de un viaje a la india un Kamasutra en el que sólo se entendían los dibujos, y se dedicaron durante más de un año a aprenderse todas aquellas posturas que yo no veía más que como estorbos para una sana práctica sexual. Ella, por las noches, se empeñaba en explicármelas tratando de lograr mi colaboración, pero para mí aquello ya no tenía atractivo. Poco a poco se fue cansando y por las noches apenas hablábamos de literatura y de ajedrez, actividad esta segunda que a mí tampoco me interesaba y que ella también había descubierto con su segundo amante, un jugador de ajedrez profesional que pasaba sus vacaciones en la ciudad y que en uno de sus viajes le trajo un antiguo volumen chino sobre las prácticas sexuales en el viejo imperio. Estaba escrito por un francés y las descripciones sexuales habían sido transcritas en latín para no correr el peligro de que los niños se perdieran ojeando aquel librito, si el demonio tenían la mala idea de acercarlo a las manos de uno de estos inocentes. Como ninguno de los dos sabían latín, tuvieron que pedirle a un íntimo amigo cura que se lo tradujera, y el sacerdote, hombre del renacimiento que tenía muchas habilidades y una mente muy abierta, no sólo se lo tradujo en un estilo impecable, sino que se preocupó de ilustrar los pasajes más complejos con unas figuritas que representaban a un monje y una monja practicando el coito sin deshacerse de los hábitos. Penosamente, unos meses después de finalizar las traducciones, encontraron al sacerdote colgado de una viga de la casa de la iglesia, con la tenebrosa peculiaridad de que antes de colgarse se había seccionado el pene con unas tijeras podadoras. El segundo amante de mi mujer sufrió una terrible depresión a causa de aquello, lo que le hizo perder muchos campeonatos y al final verse obligado a retirarse de la competición para dedicarse exclusivamente a jugar simultáneas por las ciudades donde lo invitaban. Su carrera cayó en picado, pasando de ser contratado por instituciones ajedrecísticas a serlo después por colegios y por fin por asilos de ancianos, donde enseñaba a las viejecitas  mientras hacía la vista gorda cuando lo viejos, que solo se apuntaban para eso, les metían mano.
Para entonces mi mujer había conocido a su tercer amante, un contorsionista, con el que terminó la lectura de las traducciones del monje y comenzaron nuevas investigaciones. Fue entonces cuando ella decidió que nuestro matrimonio no tenía sentido y me comunicó que se marchaba con su contorsionista a recorrer el mundo en el circo en el que aquel muchacho trabajaba. Yo quedé solo, padeciendo su abandono hasta que me trasladaron a un depósito de cadáveres, no como muerto sino como empleado. Fue precisamente en la época aquella tan trágica que tuvo nuestra ciudad con la ola de suicidios de adolescentes a causa de un programa de televisión transgresivo y criminal que las conminaba a rebelarse contra su destino precisamente asesinándolo. Muchas chicas se tomaron la orden por ese lado, si estabas muerta, ya no habría destino. Otras, simplemente tomaron el rumbo de sus vidas, que era lo que pretendía el programa. El presentador se llamaba Sergio Ruandés, un negro alto, guapo, que se había hecho famoso como el primer presentador negro de este país que se había hecho famoso. Había habido otros presentadores negros, sobre todo jovencitos, en programas musicales, que, en cuanto alcanzaban una edad suficiente como para no poder aplicarles ese calificativo, dejaban el programa. Por cada suicidio, Sergio R. era demandado y el programa aumentaba de audiencia, hasta que un padre enloquecido le atacó con un martillo en plena calle, a la salida de los estudios y todo aquello terminó, incluyendo Sergio. Le he dedicado estas líneas inmerecidas porque me proporcionó la época más feliz de mi vida. Cuando llegué a mi nuevo destino y vi aquella sala llena de estanterías con cuerpos jóvenes, apenas dañados y muchos de ellos sin autopsia porque la causa de su muerte resultaba evidente al primer lavado de estómago – muchas de ellas optaban por las pastillas que robaban a sus padres o a sus hermanos distribuidores en fiestas rave – me costó mucho reprimir un gesto de euforia que se manifestó en desbordamiento lagrimal afortunadamente mal interpretado por mi jefe: “aquí no hay lugar para sentimentalidades, amigo, si no cree que pueda soportarlo, será mejor que lo diga ahora y buscamos a otro”.

¿Y ahora qué hacemos?

Dice Rubén


Estas cosas quedan muy bien por escrito. Una verdad contundente: echamos a perder nuestras vidas por culpa de las obligaciones que nos imponemos o nos imponen a cuenta de vivir en la sociedad en la que vivimos, sujetos a sus condicionamientos.

Este tipo de textos son únicamente una salida de gases para aliviar la presión interna. Pero qué hacemos luego de leerlos o escribirlos y sentirnos muy identificados y satisfechos de la contundente verdad que acabamos de expresar o leer...continuar con nuestro trabajo, que muchas veces sentimos absolutamente inútil, salvo porque si no lo hacemos no nos pagarán a final de mes y no podremos tener una casa, un coche, un lavavajillas, una o varias cenas a la semana, cine, móvil, ordenador... y todo lo demás que nos sirve para quejarnos de la prisión en la que vivimos.
No nos atrevemos a dar el paso, no me atrevo a dar el paso, de bajarme y seguir andando.
Soy de los cobardes que han elegido vivir una vida que no deseaba a cambio de disfrutar de unos privilegios que en realidad, si no los tuviera, no estoy muy seguros de que fuera a echarlos de menos.

jueves, 7 de noviembre de 2013

La casa de Hilde, de Francesco de Gregori


La casa de Hilde

La sombra de mi padre era dos veces la mía, él caminaba y yo corría sobre el sendero de agujas de pino. La montaña era verde. Mas allá de aquel monte, la frontera. Más allá de la frontera, quién sabe. Más allá de aquel monte estaba la casa de Hilde.
Me acuerdo de que tuve miedo cuando tocamos a la puerta, pero ella sonreía, y nos dijo que pasáramos.Estaba vestida de blanco.  Nos quedamos sentados escuchando la puesta de sol. Ella, a oscuras, tocaba la cítara.
Por la noche, mi padre dormía y yo miraba la luna en la ventana, casi podía tocarla, no estaba más alta que yo. El cielo parecía más grande y yo me sentía ya un hombre, cuando la nieve comenzó a cubrir la casa de Hilde.
El aduanero tenía un fusil cuando vino a despertarnos. Le dijo a mi padre que levantara las manos y rebuscó en la bolsa, pero no encontró nada, solo una fotografía de recuerdo. Hilde, en la oscuridad tañía la cítara.
El aduanero, desolado, le dio la mano a mi padre. Más tarde, Hilde abrió su cítara y sacó los diamantes. Luego brindamos con una copa de vino; yo, solo medio vaso. Cuando amaneció, dejamos la casa de Hilde.
Más allá de la frontera, con mucho dolor, no encontré demasiadas flores, pero en el camino había una cabra que se mostró curiosa de nosotros. Mi padre se le acercó y se dejó capturar, le atamos una cuerda y se vino con nosotros.


miércoles, 6 de noviembre de 2013

El extraño caso de Angélica de Manoel Oliveira. Película narrada.

Un fotógrafo judío, llamado Isaak, judío sefardita que ha poco ha llegado a la ciudad, es llamado de madrugada (el fotógrafo ejerciente está en Porto para tres días), a las tres de la mañana, para que vaya a fotografiar a una mujer joven, recién casada, que acaba de fallecer de forma repentina. 
Al llegar, conoce a la hermana de la difunta, que es monja, a su hermano y a la madre. Al sacar la fotografía, observa que la luz está muy floja y pide una luz más potente. Se la traen y comienza a sacar las fotografías. Entonces, encuadrando a la difunta, esta parece despertar, aunque nadie, salvo él, lo advierte y solo ocurre cuando la encuadra con la cámara.
Hay una cierta ambigüedad temporal, porque los coches son modernos, pero el ambiente parece como de los años cincuenta.
Día siguiente. (El hombre es lector. Al principio se le conoce recitando un texto que lee) Está poniendo a secar fotografías. Todavía no hemos visto las de la mujer. Cuando las vemos, la mujer parece revivir en la propia fotografía. Son en color. Estaremos en los años setenta. El hombre se asusta y da un paso hacia atrás. Luego le llama la atención la calle y se asoma al balcón. Parece olvidar lo que ha visto. Con un binóculo observa a unos hombres cavando Llaman a la puerta. Es la patrona de la pensión que le trae un desayuno. Le gusta fotografiar el mundo que se termina. Quiere ir a fotografiar aquellos hombres y deja a la casera con el desayuno sin probar.
Los encuadres de este hombre son de un equilibrio absoluto.
Estamos donde los hombres cavando. Cantan mientras cavan. Uno, que no cava, dirige el canto. Él canta una estrofa y los cavadores un corto estribillo. 
Llega el fotógrafo. Traje negro, con sombrero, camisa blanca. Toma fotografías. El final del canto indicado por el que dirige es también el final del trabajo. Se van. El fotógrafo les sigue. Cavan más arriba. Proceden de la misma manera, colocándose en fila con el "director" frente a ellos. Inicia de nuevo el canto. Ahora toca un silbato y de nuevo dejan de cavar y se trasladan a otro lugar. No, han terminado de cavar. El fotógrafo saca una toma de cada uno de los trabajadores.
Suena la campana. Son las doce. 
Un cementerio. Entra el fotógrafo. Un mendigo le pide limosna.  Iglesia. Esos encuadres perfectos de don Manoel. El pasillo, al fondo la puerta de entrada por donde entra el fotógrafo. Se detiene en medio del pasillo a mirar las esculturas y pinturas. Se acerca a donde unas mujeres admiran la belleza de la difunta. Él mira. En efecto, la difunta sonríe. 
Entra el sacerdote. Inicia la misa. El fotógrafo sale. El mendigo vuelve a pedirle, pero ahora no le da. 
El campo, presumiblemente viñedos, un señor ¿echando veneno? El fotógrafo se dirige hacia el cortijo. No parece haber nadie. Se pasea, parece que hay una ermita. "Tiempo, detente, Y vosotras criaturas celestiales" es lo que recitaba cuando le conocimos en su cuarto. 
Sube las escaleras y golpea una puerta verde. A lo lejos, las campanas de la iglesia. Abre una criada, mira y luego cierra otra vez. No le deja pasar, le quita el sobre de las fotografías y le indica que espere. Al regresar únicamente le dice que las fotografías han sido entregadas. El hombre se marcha. Un comportamiento antipático el de la criada.
En su cuarto. Noche. No puede dormir. Se levanta. Lo vemos hacerlo a través del espejo. ¿Qué mira?  Las fotografías colgadas. También las vemos a través del espejo. Se acerca y toma una. Mientras la mira, el fantasma de ella aparece en la ventana. Se abrazan y se elevan juntos.
La fotografía queda sobre una mesa. Ellos vuelan por el cielo, entre árboles. Sonríen. Eh, recuerda a Chagall. Sobrevuelan el agua de un río y él coge una flor al pasar. Es de noche, no hay colores. A ellas se le cae la flor. Siguen volando por entre nubes. Ahora deben estar muy altos porque se ve la tierra como desde el google maps. Él cae, grita su nombre y volvemos al cuarto con el brusco despertar de él.
Sentado en la cama se enciende un cigarrillo. Piensa en lo que pueda significar esas extrañas visiones. El humo, compara las visiones con el humo del cigarrillo. "Este encantamiento borra todas las angustias que me persiguen". "¿Será locura mía?" Se asusta de eso. Aumenta el ruido de un camión desde la calle, él se levanta y se asoma hasta que pasa. Desde el balcón mira las fotografías colgadas a secar. Se acerca. Toma una. La mira a la luz del amanecer. La insistencia en mirarla será porque se reproduzca el fenómeno, pero no ocurre y vuelve a ponerla en su sitio. Ahora la vemos nosotros.
Ahora estamos en un comedor con la patrona y unos invitados. Hablan del fotógrafo. "Es lo antiguo lo que me interesa" dice la patrona que dice el fotógrafo. Lo califican de tipo extraño. Hablan de la muerta. Dicen que estaba embarazada.  El señor Isaak se está volviéndose enigmático. Porque echa fotos como un loco.  Parece que el cambio se ha producido desde que fotografió a la mujer. Lo califican de desesperado por las fotos que hace. Les extraña que saque fotos a los cavadores. Citan la frase de siempre de ortega. Habla el ingeniero de un problema que tuvo con un proyecto cancelado por causa de la crisis económica. Un puente que iban a diseñar con una brasileña. Llega el fotógrafo. Parece que es la hora del desayuno.
El fotógrafo se acerca a la mesa, a donde la patrona le va a traer su desayuno y donde están sentados todos. El mira una flor que hay sobre la mesa, parecida a la de su sueño.  El fotógrafo se queda de pie. Llega la brasileña. La brasileña es ingeniera como él, pero "de mérito", la presenta el ingeniero. Mientras ellos se cumplimentan el fotógrafo queda en pie y hasta vuelto de espaldas a ellos. Raro. Hablan de la crisis mundial. "los siete mosquitos del apocalipsis". Una de las mujeres que estaba a la mesa, Rosa, se marcha. Siguen hablando los sentados a la mesa -materia, antimateria- el fotógrafo escucha en la misma actitud. -energía como resultado de la unión de materia y antimateria- el fotógrafo relaciona a Angélica con todo esto. Esa continua alusión a los mosquitos. Terminan y se retiran.  La brasileña mira con extrañeza a Isaak vuelto de espaldas, sin hacerles caso. Qué extraño caballero, le comenta al ingeniero; este le responde que todos piensan lo mismo. Queda solo Isaak en el comedor. Vemos la rosa solitaria sobre la mesa. El sigue frente a la ventana, de pie, tomando de su taza. Vuelve la patrona y alimenta al pájaro. Aparece la cola de gato. Ella habla con isaak, le recuerda que por las noches no duerme, gime, y le pide que deje los excesos. Que se cuide. Habla con tono maternal. Se marcha e Isaak, poco después hace lo mismo. Nos quedamos un rato mirando a la habitación con el pajarillo cantando.
Campo. Se aproxima un tractor. Isaak, de negro con su caja de "herramientas", saca la cámara de ella. Va detrás de tractor fotografiando la mecánica que va rompiendo la tierra. Ahora estamos en su cuarto. Tiene una pesadilla-se oyen ruidos de cavadores- despierta muy sobresaltado. Se levanta y se dirige a las fotografías, son fotografías de cavadores. Las de la muerta cuelga entre ellas.  Se detiene ante la de la muerta y mirándola, aparece detrás el fantasma, pero cuando él se gira desaparece. La coge del tendedero y vuelve a ocurrir lo mismo, aparece el fantasma, y cuando él se gira desaparece. Se asoma al balcón después de volver a colgar la fotografía. Se dirige a la cama, y enciende la luz. Saca del ropero su traje.
De día La ciudad al otro lado del río, al pie de unas colinas.  El comedor. La patrona y Rosa, una mujer que estaba antes en la reunión de todos. La patrona le habla de Isaak, pero también, creo, de la brasileña. Llega isaak. Saluda. Rosa parece un poco irónica porque él ha saludado también a los señores. "Hoy ya fue así". No sé por qué la repite, ni qué dice exactamente en portugués. De nuevo se queda de pié tomando de la taza. Las mujeres abandonan el comedor. Él queda girado hacia la ventana. Se oye ruido de tormenta. La patrona regresa a avisarle de que han venido a avisarle del cortijo para que vuelva a hacer fotografías. El pájaro no canta en la jaula.
Desde dentro de la iglesia del cementerio vemos como el mendigo se acerca a Isaak a pedirle limosna y este le da. Canta un coro en la iglesia. Isaak saca la cámara para fotografiar. La canción habla de una enamorada. No parece una canción religiosa. Sale Isaak de la iglesia. El mendigo lo saluda al pasar y se le queda mirando.
Isaak observa, en el cementerio, al marido de Angélica que está apoyado penosamente contra el muro del un panteón. 
La criada mira desde la ventana cómo cargan bultos en un coche y la llegada de Isaak. La puerta está abierta, pero Isaak no entra. La criada antipática sigue mirando por la ventana y cuando le parece baja. Mira a Isaak. Y lo llama por su nombre, él, que está de espaldas, cree que es Angélica y lo dice en voz alta. La criada vuelve a comportarse de modo impertinente. Esta vez lo deja esperar en la sala. Sobre la mesa sigue el pez de colores. También hay un grueso álbum de fotografías. 
Llegan las mujeres y le reprochan que llegara tan tarde.  Le piden las fotografías en tamaños variados.  Aquella en la que sonríe, en tamaño mayor. El álbum de familia es el que está sobre la mesa junto a la pecera. Ella le muestra las fotos del álbum. Llegan unas niñas correteando. Las nietas. Le explican que se van a Lisboa. Isaak les desea buen viaje. Se retiran. Isaak toma sus cosas y se marcha, como a toda prisa. Oímos el ruido del agua en el plano congelado de la puerta y lo que le rodea, y luego aparece la criada. Recoge el sobre de fotografías que Isaak se dejó sobre la mesa y sale.
Isaak camina hacia una verja, ¿la del cementerio? y grita el nombre de Angélica. Llega la criada. Y lo mira extrañada. Él se sorprende, ella antipática como siempre. Él, distraído, aturdido. Llega el mendigo y le muestra el sombrero boca abajo: unas moneditas.
Cambio de contexto. Piano y paisaje de la ciudad
Una mariposa sobrevuela por el cuarto de Isaak, que está en la cama. Se oye el ruido del viento y de pronto aparece ella flotando sobre él. Él estira las manos pero no llega. Era un sueño, cuando despierta todo recobra color. Ruido enorme de camiones que pasan. Aves. 
En el comedor. Todos miran cómo la patrona gime y llora la muerte del pajarillo. Es brujería, piensa la patrona. Desgraça que entro en  esta casa. Le aconsejan embalsamarlo. La patrona no está convencida. Era un jilguero. Anoche pasaron cosas extrañas. Gemidos y ruidos extraños, dice la patrona, procedentes del cuarto de Isaak. Como si hubiera traído a alguien a su cuarto. (A la criada antipática, aventura) Parece bruxelos, cosa de brujas. Llega Isaak.  Mira el pájaro muerto en las manos de la patrona y, muy afectado, pregunta. Al contestarle que ha muerto, Isaak sale corriendo a la calle.      
Corre hasta el cementerio. Vemos al mendigo que lo observa. Grita el nombre de Angélica sacudiendo unas verjas. Sigue corriendo. Unas señora comentan, al verlo correr, que debe estar loco para ir corriendo así sin sentido. 
Cae al suelo, en el campo, agotado de correr. Se oyen cantos infantiles. Llega un grupo de niños, los que cantan. Hablan de pedir ayuda al ver a Isaak tirado en la tierra. 
Ambulancia, que gira alrededor de una fuente. Ahora estamos en el cuarto. La patrona pregunta por qué lo han traído y no lo han llevado al hospital. Habla con un doctor. Isaak está tumbado en la cama, vestido. Cuando la patrona se va, el médico le hace un leve reconocimiento. Mientras prepara algo, Isaak se levanta, como sonámbulo. Se dirige al balcón donde el fantasma de Angélica le llama. El cuerpo de Isaak cae y su fantasma sigue hasta encontrarse con ella que se lo lleva volando. Llega la enfermera. El médico y la enfermera recogen el cuerpo y lo llevan a la cama.
El médico lo reconoce, pero determina que ya ha fallecido. Manda a la enfermera que llame a la patrona, que llega y tapa el cuerpo de Isaak con una sábana. Le coloca encima una cruz. Se oyen los cantos de los cavadores y el ruido de estar cavando mientras seguimos mirando la escena del cuarto. 
La patrona cierra las ventanas del balcón. Vemos la hilera de fotografías colgando. Luego se hace oscuridad, con un último ruido de puerta.

martes, 5 de noviembre de 2013

contar

Un dos tres cuatro cinco seis siete ocho nueve diez once doce trece catorce quince dieciséis  diecisiete dieciocho diecinueve veinte veintiuno veintidós veintitrés veinticuatro veinticinco veintiséis veintisiete veintiocho veintinueve treinta treinta y uno treinta y dos treinta y tres treinta y cuatro treinta y cinco treinta y seis treinta y siete treinta y ocho treinta y nueve cuarenta cuarenta y uno cuarenta y dos cuarenta y tres cuarenta y cuatro cuarenta y cinco cuarenta y seis cuarenta y siete cuarenta y ocho cuarenta y nueve cincuenta cincuenta y uno cincuenta y dos cincuenta y tres cincuenta y cuatro cincuenta y cinco cincuenta y seis cincuenta y siete cincuenta y ocho cincuenta y nueve sesenta sesenta y uno sesenta y dos sesenta y tres sesenta y cuatro sesenta y cinco sesenta y seis sesenta y siete sesenta y ocho sesenta y nueve setenta setenta y uno setenta y dos setenta y tres setenta y cuatro setenta y cinco setenta y seis setenta y siete setenta y ocho setenta y nueve ochenta ochenta y uno ochenta y dos ochenta y tres ochenta y cuatro ochenta y cinco ochenta y seis ochenta y siete ochenta y ocho ochenta y nueve noventa noventa y uno noventa y dos noventa y tres noventa y cuatro noventa y cinco noventa y seis noventa y siete noventa y ocho noventa y nueve cien.

lunes, 4 de noviembre de 2013

Loa a la inerte obstinación de la piedra en no apartarse del camino.

 El Hombre es el único animal que se tropieza dos veces con la misma piedra


Mi teoría es que el Hombre no se tropieza la segunda vez con la piedra por estulticia o indiferencia ante las cosas del mundo, sino por soberbia. Para él es inconcebible que la piedra, tras el primer percance, no se haya apartado voluntariamente del camino, humildemente consciente de su error, al interponerse entre el Hombre y su destino.
La primera mitad de la frase definiría perfectamente al Hombre: “El Hombre es el único animal”, entendiendo por “animal” la acepción peyorativa de bruto, ser bárbaro que carece de las características de bondad y racionalidad que el Hombre se atribuye. Pero aún podemos reducir más la frase y quedarnos con que el Hombre es único. Y esta unicidad se la confirma el resto del aforismo puesto que lo destaca a él como único que comete dos veces la misma acción estúpida, sin aprender de su experiencia, cosa que, presume el dicho, no hacen los animales, que obran sujetándose más estrictamente a un comportamiento mecanizado y por lo tanto más regular. Esta irregularidad del Hombre es la que le hace estar propenso a mayor número de errores y es precisamente por esta causa que resulta un animal, un bruto, un torpe, puesto que el resto de animales obran por instinto y siguiendo unas reglas prefijadas de convivencia en un ecosistema que les ahorra muchísimos errores y esfuerzos de repeticiones; salvo excepciones, que también resultan naturales, pues la naturaleza es un sistema en continua evolución que aplica un esquema de prueba-error, aunque a una escala muy superior a la del individuo.  En este esquema, el Hombre, en su continuo propósito de desgajarse de la naturaleza, precisamente por la parte de su individuación,  está constantemente oponiéndose a las sujeciones que ella le impone, rompiendo con ello el equilibrio y poniendo en peligro al sistema completo. Y esto lo hace sin tener un sistema alternativo al que acogerse, sino de por sí, alzando su imperfecta razón, aún en fase de desarrollo y de comprensión por parte del propio Hombre de los mecanismos que la conforman, como garante de ese nuevo equilibrio que pretende imponer, con él como centro y señor.
Aludimos a la soberbia del Hombre de creerse al margen de la naturaleza que lo ha engendrado y creo que la frase completa también podría interpretarse en ese sentido si, burlonamente, hacemos notar que se presta demasiada atención a la acción u omisión del Hombre al tropezar varias veces con la misma piedra y no prestamos atención a la piedra en sí y su orgullosa obstinación en no apartarse del camino del Hombre, a pesar de que sabe que éste va a volver a pasar por allí. Podríamos, darle la vuelta al refrán y decir que “La piedra es el único ente  que se atreve a interponerse dos veces en el camino del Hombre”, tal vez porque es el único que sobrevive después de ello.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Reflexión porque sí y sin fundamento

Después de leer lo poco que he leído sobre la guerra civil española, que muchos actualmente recuerdan con un gesto reivindicativo no solo contra el actual gobierno y sus prácticas siniestras sino contra el común de los españoles que siguen viviendo como dios buenamente les da a entender como han hecho durante siglos, procurando no joder demasiado a nadie si no es obligatorio y el resto del tiempo ocupándose de lo suyo que, aunque muchos no lo comprendan así, otros sí que lo han entendido, es lo de todos, pues mis conclusiones son y siguen siendo hoy que la guerra civil no la ganaron los fascistas sino que la perdieron los antifascistas y que la única razón fue que pese a que los antifascistas tenía un claro objetivo que era evitar que llegaran a poder los fascistas, eran muchos y muy variopintos y se la pasaron gastándose la mitad del esfuerzo que tenían que haber empleado en eso que era tan claro y tan simple como pelear contra los fascistas, peleando unos contra otros y discutiendo acerca de qué y cómo serían las cosas cuando les ganaran a los fascistas y acusándose unos a otros de lo flojos que eran en la auténtica lucha contra el fascismo y cada uno creyéndose ejemplo glorioso de lucha heroica contra ese demonio que, mientras, podía haberse limitado a quedarse sentado y esperar que estos valerosos muchachos defensores de la libertad de los pueblos se matasen entre ellos, pero tampoco eran tan listos y además estaban henchidos de ardor guerrero y toda esa mierda que luego les metieron por el culo al resto de los españoles hasta que acabamos todos creyendo que al fin y al cabo tampoco fue tan malo, que porque no nos dejaran leer cuatro libros que de todas maneras no íbamos a leer no podía ir exagerándose con lo de la falta de libertad etc.

Pues bien, nada ha cambiado, me parece a mí.