Nada. Que no se me apetece nada convertirme en príncipe ahora. Ya me he acostumbrado a esta charca, a la humedad y a la charla de mis compañeros y compañeras batracias. Hasta el sexo me parece satisfactorio y eso que solo consiste en hacerme una paja sobre el lomo de ella. Pero es lo mismo que hacía contigo cuando éramos adolescentes. Y como no conocía más, aquello me gustaba. Y como poco después de que me despreciaras me convertí en rana, que ahora me dices tú que fue por tu culpa, que aquella bruja te castigó, que vaya castigo, digo yo, que viene a dar en cabeza ajena, ahí me los dieran todas a mí, pues es lo único que conocía del asunto y me pareció bien que aquí fuera igual.
Sí, al principio estaba un poco asustado. No alternaba mucho con los compañeros y compañeras batracias. Pero son muy sociables; en cuanto me vieron solo y apartado, de manera muy discreta, se me aproximaron, me enseñaron a croar, que lo hacía muy mal ya desde humano, recuerda los pellizcones que me daba el cura en el coro, también porque tú me distraías, pero como tú eras la princesa, todo lo que hacías estaba bien. No es reproche, no. Que yo ni me daba cuenta de eso. Para mí tú eras lo único que importaba en el mundo, ni castigos, ni pellizcones, ni los extraños comportamientos de la gente que te rodeaba para conmigo me importaban; los sufría como quien sufre llover o tropezarse con una piedra. Es después cuando he ido comprendiendo quién eras tú y quién era yo. Es solo después, cuando nos hicimos mayores; cuando tú te hiciste mayor y empezaste a vestir de otra manera y a no querer correr por el jardín. Cuando empezaste a no dejarme tocarte y por supuesto a no dejarme entrar en tu habitación. Cuando pusiste esa cara de horror ante mi propuesta de jugar a las ranas, sí, ya sé que nosotros le decíamos jugar al juego. Fue después cuando comprendí que algo había cambiado y por más que me rompía la cabeza no sabía qué. Después, cuando ya no me dejaban entrar en tu casa si no era anunciándome primero. Cuando dejé de ir y te esperaba en el bosque, junto a esta charca y unas veces venías y las más de las veces no.
En fin, empecé a pensar en todo eso cuando un día me desperté cansado de dormir y de esperarte y me sentí raro, húmedo, desnudo. Y al intentar levantarme sentí que ya estaba en pie. Y al intentar andar, saltaba. Y esa extraña querencia por el agua que de pronto me dominó. En fin. Me vi reflejado y ni gritar de horror pude.
Me costó acostumbrarme. Y me costó haberme acostumbrado. Pero también eso pasó. No sé ni cuánto tiempo del tuyo llevo siendo rana, pero ya ni pienso en cuando no lo era. Lo estaba olvidando. Hasta que hoy te he visto como una loca llamando por mi nombre a cada bicho con que te tropezabas.
Que has comprendido, dices, que al fin has aprendido la lección. Que la bruja no era tal sino un hada buena que solo pretendía corregir tu soberbia. Que me quieres y tal. Lo aprecio, no creas que no lo aprecio. Pero yo ya soy otro. Y otra también eres tú. Y yo estoy bien como estoy, no tengo aspiraciones y tú en cambio me necesitas para ser reina. Y yo no quiero ser rey, ni rey consorte, ni mucho menos. Ahora solo quiero ser rana. Echar unos polvos sobre las espalda de mis compañeras. Bañarme, mientras quede agua, que mira cómo nos tienen esto con lo del cambio climático que no llueve ni tiros: cuando seas reina haz algo en ese sentido. Y preocúpate un poquito que el campo no es un vertedero y mira cómo lo tienen tus futuros súbditos. Búscate un marido bueno y juicioso que te de buenos consejos.
Y ahora tengo que dejarte que se va poniendo el sol y he quedado para un concierto. Si te quedas un momento podrás escucharnos, no lo hacemos mal. Aunque siempre perdemos con los de la charca del norte, la que está cerca de las rocas. Pero ellos están mejor situados porque reciben el agua más directamente de la montaña y eso se nota. Tentado he estado alguna vez de emigrar, pero sería una traición. Ahora, adiós. Aquí seguiré mientras dure, que ya mucho, en tiempo del tuyo, no me ha de quedar. ¡Croac!
Sí, al principio estaba un poco asustado. No alternaba mucho con los compañeros y compañeras batracias. Pero son muy sociables; en cuanto me vieron solo y apartado, de manera muy discreta, se me aproximaron, me enseñaron a croar, que lo hacía muy mal ya desde humano, recuerda los pellizcones que me daba el cura en el coro, también porque tú me distraías, pero como tú eras la princesa, todo lo que hacías estaba bien. No es reproche, no. Que yo ni me daba cuenta de eso. Para mí tú eras lo único que importaba en el mundo, ni castigos, ni pellizcones, ni los extraños comportamientos de la gente que te rodeaba para conmigo me importaban; los sufría como quien sufre llover o tropezarse con una piedra. Es después cuando he ido comprendiendo quién eras tú y quién era yo. Es solo después, cuando nos hicimos mayores; cuando tú te hiciste mayor y empezaste a vestir de otra manera y a no querer correr por el jardín. Cuando empezaste a no dejarme tocarte y por supuesto a no dejarme entrar en tu habitación. Cuando pusiste esa cara de horror ante mi propuesta de jugar a las ranas, sí, ya sé que nosotros le decíamos jugar al juego. Fue después cuando comprendí que algo había cambiado y por más que me rompía la cabeza no sabía qué. Después, cuando ya no me dejaban entrar en tu casa si no era anunciándome primero. Cuando dejé de ir y te esperaba en el bosque, junto a esta charca y unas veces venías y las más de las veces no.
En fin, empecé a pensar en todo eso cuando un día me desperté cansado de dormir y de esperarte y me sentí raro, húmedo, desnudo. Y al intentar levantarme sentí que ya estaba en pie. Y al intentar andar, saltaba. Y esa extraña querencia por el agua que de pronto me dominó. En fin. Me vi reflejado y ni gritar de horror pude.
Me costó acostumbrarme. Y me costó haberme acostumbrado. Pero también eso pasó. No sé ni cuánto tiempo del tuyo llevo siendo rana, pero ya ni pienso en cuando no lo era. Lo estaba olvidando. Hasta que hoy te he visto como una loca llamando por mi nombre a cada bicho con que te tropezabas.
Que has comprendido, dices, que al fin has aprendido la lección. Que la bruja no era tal sino un hada buena que solo pretendía corregir tu soberbia. Que me quieres y tal. Lo aprecio, no creas que no lo aprecio. Pero yo ya soy otro. Y otra también eres tú. Y yo estoy bien como estoy, no tengo aspiraciones y tú en cambio me necesitas para ser reina. Y yo no quiero ser rey, ni rey consorte, ni mucho menos. Ahora solo quiero ser rana. Echar unos polvos sobre las espalda de mis compañeras. Bañarme, mientras quede agua, que mira cómo nos tienen esto con lo del cambio climático que no llueve ni tiros: cuando seas reina haz algo en ese sentido. Y preocúpate un poquito que el campo no es un vertedero y mira cómo lo tienen tus futuros súbditos. Búscate un marido bueno y juicioso que te de buenos consejos.
Y ahora tengo que dejarte que se va poniendo el sol y he quedado para un concierto. Si te quedas un momento podrás escucharnos, no lo hacemos mal. Aunque siempre perdemos con los de la charca del norte, la que está cerca de las rocas. Pero ellos están mejor situados porque reciben el agua más directamente de la montaña y eso se nota. Tentado he estado alguna vez de emigrar, pero sería una traición. Ahora, adiós. Aquí seguiré mientras dure, que ya mucho, en tiempo del tuyo, no me ha de quedar. ¡Croac!