miércoles, 28 de marzo de 2012

Hacia rutas salvajes

¿Les conté que siempre -¿siempre?- quise ser vagabundo? De pequeño leía lnovelas de viajes y aventuras: las de Julio Verne, las de los bosques de Canadá de James Oliver Curwood, las de Alaska de Jack London, La isla misteriosa, Sandokan... Cuando viajaba en coche, a menudo iba pensando que lo que me gustaría sería estar ahí fuera, a ritmo de paso, solo en medio del paisaje. Alguna vez me eché a monte con algún amigo, siempre a iniciativa suya: una semana, quince días, sin lavarnos apenas, comiendo latas y bebiendo en los grifos de la calle. Y una vez, una sola vez, salí dispuesto a vagabundear en solitario. Me volví a casa al día siguiente. No por nada, lo pasé bien, tal vez una noche penosa espantando a los ratones, pero bien; me comí una lata de sardina en un parque y saludé a un funcionario del ayuntamiento que me miraba por la ventana de su despacho. Simplemente es que no sabía qué hacer, adónde ir. Me volví a casa de puro aburrimiento y falta de interés por ir realmente a alguna parte. Pero no me desilusioné. Viví la realidad y no me gustó, así que me volví a los libros y al sueño. Seguí leyendo libros de viajes y seguí soñando con todos aquellos lugares. Y seguí, como hago ahora, saliendo al balcón a mirar al horizonte con los ojos empañados, como si hubiera perdido algo, como si hubiera sacrificado una maravillosa vida de vagabundo, por esta placentera vida de funcionario gordo y medio feliz que llevo ahora.

Acabo de ver la película de Sean Penn “Hacia rutas salvajes”. Chriss McCandles, ya hablé de él una vez, después de acabar la universidad, dio a una institución de caridad todo el dinero que tenía y se echó a la carretera a vagabundear. Recorrió el país, preparándose para su gran proyecto que era irse a vivir a los bosques de Alaska. Después de dos años se sintió preparado y allá que se fue. Pero no estaba lo suficientemente preparado. Supongo que demasiado romanticismo y poca disposición práctica. Murió de hambre en Alaska. El asunto es que yo no considero su muerte como una derrota, sino como un inconveniente que se le plantó delante. El tipo hizo lo que quería hacer, eso lo tenía muy claro: salirse de un modo de vida que le parecía absurdo. Pero no lo planificó convenientemente, se precipitó, quizá. En modo alguno su muerte es una confirmación de que estaba en un error.

En cambio, esas veces que salgo al balcón, me domina la desagradable sensación de que mi supervivencia no es exactamente una victoria, y echo de menos esa intensidad de vivir y conocer y darle más importancia al camino que a la seguridad de un sueldo, de una pensión cuando sea viejo, de una casa y una familia.

Pero no se engañen: en cuanto regreso del balcón porque se me ha acabado el cigarrito, me preparo un güisqui, lo llevo hasta el sillón, enciendo la lamparita, y me sumerjo plácidamente en remotos paisajes y trepidantes aventuras, hasta que mi mujer, bostezando, regresa del cuarto de la televisión y me pregunta “¿te quedas?” y yo digo, “acabo el capítulo y voy”.
 
HACIA RUTAS SALVAJES 

JON KRAKAUER, ZETA BOLSILLO, 2008
ISBN 9788496778740

La imagen aparece en la película y en el libro. Yo se la he tomado prestada a este blog donde también habla de la película