martes, 19 de abril de 2022

Y vio que era bueno

 Acabo de venir del baño. 

Antes de tirar de la cisterna he mirado al abismo y me he maravillado de la perfección de mi obra. Una caca exacta, precisa, un churrete de textura, consistencia y color canónicos.

Ya quisiera cometer "cagadas" como esta el resto de mi vida, pensé. 

Y vi que era bueno. 

jueves, 7 de abril de 2022

El Banquete de Severo, de Leopoldo Marechal



Se encuentran similitudes con la otra novela  que leí de Marechal, Adán Buenos Aires. En que juega con el simbolismo, es decir, lo que se narra parece tener implicaciones trascendentes, representar algo, no claramente explicado, pero que tiene que ver con los grandes símbolos de la humanidad (¿o solo del Cristianismo?) como el cielo y el infierno, el castigo, el apocalipsis, la última cena, el mesías, el Hombre como ser en evolución creciente hacia la divinidad… Así era en Adán,  donde su última parte es una clara recreación de La Divina Comedia y su primera parte otra de la no menos mítica novela de Joyce, Ulysses, para ponerla en su título original, que, a su vez, es una transformación caprichosa del viaje de Odiseo trasladado a un día corriente de Leopold Bloom. 

En El Banquete de Severo, aunque nunca llegamos a verlo, el banquete es una celebración concreta y cierta. Toda la novela es la preparación del banquete que tiene pinta de formar parte de una ceremonia aún más compleja relacionada con el final de un ciclo de la Humanidad y el surgimiento de un nuevo ciclo, el nacimiento de algo así como un Hombre perfeccionado. En este caso, a partir de su forma más degradada, que ha alcanzado degenerándose a lo largo de su historia desde un primer Hombre Dorado ( esta es casi literalmente una de las escenas a las que asiste Farías, el narrador de la historia, en uno de los coloquios previos al banquete).

Severo es el demiurgo, el principio creador de todo el proceso. En seco, es un empresario en crisis que decide emprender un proceso de purificación de su conciencia tras el cual parece haber recibido la iluminación de no se sabe muy bien qué –se habla de una Cuesta del Agua, y de una construcción de lo que parecería un Arca– para alcanzar lo cual es necesario la celebración de este banquete, que requiere todo un entramado muy bien hilado, muy bien controlado en todos sus aspectos, incluidos los elementos que deben oponérsele. En efecto, Gog y Magog, constituyen la oposición al banquete. Tratan por todos los medios de obstaculizar el proceso, pero uno tiene la impresión de que forman parte del mismo proceso, de que siguen un guion preelaborado y obedecen a unas pautas concretas. Todo está presentado con una teatralidad muy sospechosa que nos hace pensar que no hay nada fuera del control de los planes de Severo. El menos controlado sería el propio Farías, pero aún así lo vemos por momentos completamente subyugado al proceso. En otros momentos, la mayor parte del tiempo, es una mirada crítica, irónica, descreída, pero también curiosa, de todo lo que está sucediendo. Una curiosidad activa, que quiere desentrañar el misterio, es decir, el mismo misterio que  presenciamos nosotros, los lectores, con las mismas –en realidad somos él– dudas acerca de la veracidad de todo aquello, y por lo tanto sin entregarnos nunca a la credulidad pero no encontrando pruebas concretas de que todo sea una sofisticadísima broma, o peor todavía , una ridícula locura llevada hasta el extremo.  

Las dudas no se resuelven al terminar el relato de Farías. De hecho, el banquete se celebra pero ya fuera de la narración, Farías interrumpe su relato justo a la entrada. Nosotros como lectores ya hemos tenido suficientes datos como para formarnos una idea y creer o no creer que todo tiene un sentido, que ha tenido lugar una ceremonia trascendental para género humano, que está pronto el apocalipsis o el fin de algo muy gordo, o simplemente que no ha sucedido nada más que una farsa de esoterismo grandilocuente. El truquito final es la muerte de Farías justo cuando Pablo Inaudi, que es un personaje también misterioso, que aparece una sola vez, pero cuya mención lo sitúa como el asesor místico de Severo, el personaje que está detrás todas sus decisiones, se lo ha vaticinado. Toda esta narración, cuya voz es de Farías, nos es trasladada a nosotros los lectores por el autor, Marechal, es decir, se trata de un relato escuchado a un testigo directo, que, como hemos visto, a su vez no acaba de haber penetrado al completo del secreto del que participaba. Toda esta ambigüedad se transmite muy bien dejándonos una sensación de duda, curiosidad insatisfecha, sin atrevernos a desecharlo del todo. En conjunto da una impresión de parodia, de burla, pero al mismo tiempo uno no descarta una cierta seriedad. 

Me ha resultado muy sugerente la lectura, que me ha recordado muy mucho a El Mago de John Fowles, que cuenta con los mismos elementos que esta novela de Marechal, un personaje misterioso que somete al personaje central a una especie de juego de equívocos donde le hace dudar de su concepto de realidad, desconfiar de lo que pueda llamar verdad, etc. Y como en el banquete,  nunca llega a saberse la razón, el objetivo de toda esa trama en torno a personaje, ni siquiera si ese personaje era el objetivo de la trama o simplemente un figurante. 


Me quedo muy contento de don Leopoldo Marechal, y quiero volver a leer el Adan y además buscar la manera de leer su último libro publicado al mes de su muerte: Megafón o la guerra que tiene pinta de tener el mismo tono, entre esotérico y burlesco de los dos anteriores. Don Leopoldo era eminentemente poeta, y, según él mismo, concebía estos libros no lejos de esa práctica. No puedo juzgar a ese respecto, a mi me han gustado en tanto que narraciones.