martes, 23 de diciembre de 2014

Empiezo por aquí y acabo por allí, al final nada importa demasiado pues todo tiene que ver con todo y todo lo demás...

La bondad, la honradez. ¿Somos buenos, honrados, porque tememos las consecuencias de ser malos, granujas? Probablemente la respuesta sea: muchas veces sí, pero algunas veces no. La cobardía, la inconsciencia, probablemente nos haga muchas veces obrar de una manera  preceptiva, pero no voluntaria. Pero, en algunos casos, la observación del mundo y de tanta confusión generada porque cada uno cree en su propio derecho de dictar las normas en el momento de actuar, hace que uno se de cuenta del sentido que tiene seguir unas reglas de comportamiento incluso en los momentos en que esas reglas son completamente absurdas, como pararse en un paso de peatones con semáforo en rojo a las cinco de la madrugada cuando no se ve un coche en toda la calle: crear hábitos de comportamiento que terminen por interiorizar el comportamiento regular.

Libertad es tanto poder hacer lo que te dé la gana cuando te dé la gana como decidir no hacerlo. Difícil es, creo yo, saber exactamente que las razones por las que estás obrando o dejando de obrar no están dictadas exactamente por tu voluntad sino por un imperativo externo.

Hay quien opina que en realidad el concepto de voluntad no significa nada pues todo lo que pensamos y, como consecuencia de ello, hacemos, es resultado de un estímulo o influencia externa. Desde los que pretenden estudiar nuestros caracteres y sucesos futuros en las estrellas, las líneas de la mano o los posos del café, hasta los que pretendían construir un robot que sea indistinguible de un hombre (cibernética).

En realidad tengo yo mismo esa vaga idea, pero pienso que el número de variables y relaciones entre ellas  es tan complejo –la misma razón por la cual aún somos incapaces de comprender el mismo cerebro- que sería imposible para ningún ser humano predecir con infalibilidad el comportamiento de otro ser humano por más que estudiara y controlara los acontecimientos y estímulos a que sea sometido. (Ojalá no me equivoque, porque creo que eso es un objetivo de una parte de la ciencia armamentística, y no otra cosa es el lavado y reacondicionado de cerebros del que tanto se habló en otra época, o la publicidad subliminal y todas esas historias).

Y, al final, no me parece que sea otro el campo de investigación de la publicidad que buscar la manera, por medio de estímulos convenientes, de condicionar el comportamiento humano. Para cosas bien estúpidas como comprar un determinado detergente y no otro, o creerte, como ya lo han conseguido,  que debes usar un jaboncillo diferente para lavarte la cara, las manos, los pies, el pelo, las uñas, las nalgas y los testículos,  a riesgo de perder la salud o cómo mínimo que te llamen excéntrico cuando vas por la calle.

Si hubiera un ser que fuera capaz de conocer exactamente nuestro comportamiento conociendo y controlado todos y cada uno de los estímulos a que somos sometidos, ese ser sería  Dios. Ya en las discusiones teológicas se habla de esto, y se preocupaban por ello, y fue necesario, para delimitar las cosas, introducir el concepto del Libre Albedrío, como diciendo, “Dios lo sabe todo, pero, oye, tú aún tienes responsabilidades”. No me meto en esto de las discusiones teológicas, pero me interesa ese Dios que lo sabe exactamente todo sobre todo, y para el cual el universo, en efecto, es un gran espacio detenido, puesto que el tío sabe exactamente donde está cada cosa y cómo va a evolucionar a cada instante. Lo concibo como un plano y a él flotando por encima de ese plano y abarcándolo todo con una simple mirada. Conceptos como presente, futuro o pasado  solo son para él coordenadas en ese espacio estático. Extático  y silencioso, así está el Dios observando. Lo que está, en realidad, es aburrido.

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