sábado, 30 de enero de 2021

Parque del Espíritu Santo, a las seis y media de la mañana

 Estoy paseando por las calles heladas de un Londres nocturno. No es demasiado tarde para un argentino, soy argentino, pero aquí ya no hay nadie por las calles a las diez. También es verdad que nunca hace tanto frío en Buenos Aires. Doy tumbos porque no tengo ganas de volver al hotel y entro en una pizzería, regentada por españoles. Allí vuelvo a encontrar a un grupito de tres chicas punkies con las que ya había coincidido antes cuando nos paramos todos a mirar, en un escaparate, una partida de ajedrez que una maquinita jugaba consigo misma. No sé jugar al ajedrez, pero recuerdo que pensé que la máquina se había equivocado en hacer un movimiento que le llevó luego a tablas, la corregí mentalmente imaginando la derivación por mí planteada y corroboré mi conclusión, jaque en dos jugadas, tal vez tres. Entonces oí un silbido. Miré hacia atrás, pero como tenía las gafas quitadas por culpa del vaho, por culpa de la incordiante mascarilla, no vi a nadie. Entré en la pizzería y me senté en una mesa apartada. Preferí hablar en inglés porque no quería contemporizar con aquellos españoles. Oí de nuevo el silbido y una voz, ¡eh, Ricardo!. Me puse las gafas. Era Octavio, que también paseaba a su perro. Disimulando el fastidio, guardé el libro en el bolso. Qué pasa, Octavio. Hablamos un rato. Después de pasear al perro se irá a caminar. Lo mismo se para por ahí, por la churrería, a desayunar. Luego se pondrá a estudiar. Sí, está estudiando una oposición. También está con el carnet de conducir. Nunca se lo había planteado porque todos los trabajos que ha tenido siempre han estado muy cerca de su casa. Ahora lleva unos años en paro. Y con la pandemia... En cuanto puedo me cuelo en medio de una de sus frases: tengo que seguir, que se me hace tarde, todavía tengo que vestirme y salir pitando para el curro, hasta luego, Octavio. Y en cuanto se pierde vuelvo a la pizzería. Aprovechando que la gorda me ha estado mirando, como para provocar, me he acercado y me he sentado con ellas. Me he presentado, primero, ja. No me han recibido mal. Me han preguntado de donde soy, yo he jugado un poco con mi procedencia. Argentina les suena. Borges. Las otras dos se marchan y dejan sola a mi muchachita punk... etc.

miércoles, 27 de enero de 2021

Las cosas del mundo

 Soy muy sugestionable. Me rindo a cualquier opinión contraria, al menos en primera instancia, incapaz de contrapronerle un discurso convincente. Cuando consulto páginas de negacionistas me entran las dudas y dejo de creer firmemente en la existencia de esta pandemia y empiezo a dudar si no será verdad que todo es una sofisticada confabulación de corporaciones panmundiales para hacerse con el control efectivo del mundo. 

Pero me cuesta creer en esta inteligencia tan sofisticada capaz de orquestar una pandemia mundial para limitar las libertades de la ciudadanía, de baja estofa principalmente, mucho menos para insertarnos innecesarios chips de control que se activen cuando alguien pronuncie la palabra «madagascar» y nos obligue a obedecer la voz de la autoridad todos a una (¿para hacer qué? Cosas como  consumir hamburguesas o comprar móviles de ultimísima generación con los que mandarnos memes idiotas de tipo caca culo pedo pis). ¿No hacemos ya todo eso sin ese gasto innecesario del chip, de la investigación vírica, de todo el alboroto?

Los que piensan así tienen una idea muy optimista de las capacidades de inteligencia de la raza humana, que, por otro lado, se contradice con el aplauso a esos cabestros airados que vemos en los vídeos grabados (con móviles de última generación) recientemente en los Países Bajos, donde  indignados ciudadanos protestan contra el recorte de sus libertades saliendo a la calle en manada enloquecida a romper, rasgar y saquear, todo en nombre de las sacrosantas libertades individuales.

No digo que no hayan confabulaciones, mírese, por ejemplo, la de las farmacéuticas regateando las vacunas que ya habían comprometido con los países de los que recibieron financiación para acelerar las investigaciones, ¡es el mercado, amigo!, ya lo dijo nuestro ilustre ecónomo. Pero son confabulaciones que no obedecen a inteligencia, al menos tal y como yo la entiendo, sino a otra clase de ley del más fuerte o ley del que está en mejor posición, ni siquiera ley de la selva que, en el fondo, teniendo en cuenta lo que han durado las selvas mientras nosotros, la inteligencia humana, no ha intervenido en ellas, no debe ser mala ley. Una ley, esta que digo, igualmente natural, en el sentido de que no obedece a razón ni a sentimiento, simplemente sucede porque puede. Y que, en efecto, también es global porque estas corporaciones no tienen padre ni madre ni país que las aguante, pero que no es inteligencia, porque no planifica más que para buscar el lado débil y de menos defensa para hincar el diente. 

martes, 26 de enero de 2021

Alberto Laiseca. Aventuras de un novelista atonal y El jardín de las máquinas parlantes

 

Yo creo que todo empezó con la película Querida, voy a buscar cigarrillos y vuelvo (Argentina, 2010, Mariano Cohn y Gastón Duprat) basada en un relato de Alberto Laiseca. La película me gustó mucho. Un hombre, que parece ser el demonio (Eusebio Poncela), hace un pacto con un pobre tipo que está sentado en una cafetería,  junto a su mujer, tal vez pasando un aburrido domingo por la tarde. El hombre parece derrotado, sin aspiraciones, desengañado de su existencia. El supuesto demonio le propone que vuelva a vivir diez años de su vida, los que quiera, y si al final de esos diez años ha cambiado algo sustancial en ella, le premiará con nosecuántos millones de dinero. Si, por el contrario, su vida alcanza el mismo punto en el que está hoy, simplemente lo devolverá al lugar y aquí no ha pasado nada. El hombre acepta encantado.

Hice una reflexión sobre esta película. Me gustó, sobre todo la idea, tal vez me quejé algo de la realización, no sé, no era una película espectacular, me pareció. Pero ahí se me quedó en la memoria. Un día, volviendo a ella, descubrí que estaba basada en un relato de este autor que no conocía de nada. Y así llegué a Laiseca.

Laiseca es muy conocido en su país por un programa de televisión en el que intervenía de narrador de cuentos de terror. Eso es lo que encuentras de él cuando buscas en youtube. Yo no lo conocía ni como autor ni como fenómeno televisivo. Hasta ahora.

Lo primero que he leído es una novela corta: Aventuras de un novelista atonal. Yo lo interpreto como un relato burletero sobre el escritor como ese artista mítico que antes parecía flotar en la mente de los lectores  (Ya se ha perdido mucho de esa mitología). El tal escritor es un pobre hombre que malvive de un trabajo pésimamente remunerado y aprovechando cualquier rato para sacar adelante su magna obra: una novela atonal, que no sé muy bien cómo describir, pero que se puede confundir con ese término de novela total que se usa en la realidad cuando no sé sabe de qué trata una novela. Un amigo decide echarle una mano y le presenta a un editor muy peculiar. El tal editor está poseído de un impulso autodestructivo que le lleva a publicar cualquier cosa con tal que signifique un descalabro económico absoluto. Le exige al amigo del escritor, para admitir publicarlo, que le asegure que la obra será un absoluto fracaso. Sin embargo las cosas se le tuercen y la obra resulta aclamada por la crítica más prestigiosa y de ahí reclamada por el público mayoritario. El libro se vende por palés, para desesperación del editor, y el autor se vuelve famoso, rico y admirado. El amigo queda un poco de lado.

Como esta era corta decidí emprender una nueva lectura de Laiseca y la tomé con El jardín de las máquinas parlantes. Magna obra de más de 1800 páginas (en libro electrónico). 

Es una de esas novelas que me dejan perplejo, en el sentido de que, al terminarla, no tengo ni idea de por qué la he leído. He dejado de leer muchas novelas, incluso en la mitad de su número de páginas, porque de pronto sentía que aquello no me estaba llevando hacia ninguna parte y que lo único que hacía es procesar letras y avanzar páginas. Pero con esta he terminado las 1816 páginas completas, incluyendo las notas finales. Y no sé por qué lo he hecho. No sé qué me ha llevado a continuar leyendo página tras página. No hay nada a lo que pueda agarrarme y contar aquí para decir, la novela iba de esto o de lo otro, más allá de la mera narración, que ya de por sí es bastante absurda. Vamos con ella. El personaje central es un tal Corvina Sotelo, que es un escritor, muy parecido al escritor entre  atontado y  loco y  genio de Aventura de un novelista atonal. En los medios intelectuales se burlan un poco de él, aunque le conceden que un algo tienen sus extravagantes obras, escritas con una alocada aleatoriedad, mezcla de situaciones banales y profundas reflexiones sin solución de continuidad entre unas y otras. Pasa, Corvina Sotelo, por un intelectual puro completamente abstraído en el desarrollo de su obra y flotando, o más bien rebotando, por encima de la realidad, que lo trata al pedo como dicen por allá. Entonces entra De Quevedo que, igual que el amigo en las Aventuras…, trata de ayudarlo y entonces entramos en un extraño mundo esotérico. De Quevedo es un maestro esote, y la ayuda que le presta a Sotelo es librarlo de una ataque que una misteriosa asociación esotérica ha emprendido contra él; sin ninguna razón, simplemente porque eso es lo que hacen los esotes,  entrar en guerra unos con otros y divertirse poniendo en práctica sus diversas herramientas esotéricas, máquinas astrales, contra inocentes individuos desprotegidos como Sotelo para manijearlos

La novela es la descripción de las sucesivas oleadas de ataque de las incontables máquinas (con nombres modificados de animales que prefiguran, poco más o menos, su forma de ataque: harañas, flamenkos, zerpientes...) que los esotes enemigos lanzan contra Sotelo y De Quevedo y cómo ellos se van defendiendo de ellas, con la ayuda de otros dos amigos, aunque estos quedan en muy segundo plano, Alalarena e Isidoro. (El primero sería un trasunto de Laiseca, que ha escrito una colosal novela titulada Los Sorias, que es la gran novela, de mayor éxito, de Laiseca). Y ya está. Así durante 1800 y pico páginas. Insisto en que no sé en dónde está el atractivo de esta lectura, pero que me he pegado todas y cada una de las páginas en sucesivos paseos al perro de escasa media hora cada uno. O yo tengo mucha pachorra o en el fondo, más allá de la mera narración, la novela ofrece algo que yo no acierto a expresar. El tono de Laiseca es como medio burlón, medio descreído de todo lo que cuenta, pero contado con tanto detalle que uno comprende que ha habido un trabajo de construcción detrás, y que por lo tanto no vale como chiste o chascarrillo improvisado. ¿Es todo una burla de la literatura esotérica, o no lo es tanto a pesar del tono? Se aprecia en Laiseca, sin embargo una cultura, al menos la capacidad de insinuar unas referencias que dan la impresión de estar sustanciadas en algo más que una consulta a la enciclopedia. Curiosidad, aparte de por la literatura y el mundo esotérico, por la historia de China, por el ajedrez, y otros muchos temas apenas insinuados de esa manera que parece que solo asoma la puntita de una vastedad. Sin embargo, la gracia del estilo no puede explicar la razón de esta lectura.

Me queda por leer la mentada Los Sorias, pero es otra inmensa mole de más de mil páginas y he decidido dejarlo en barbecho a ver si se regenera la curiosidad por este autor, para plantar una nueva cosecha más adelante. 

Postdata: Como influencia he de decir que en los capítulos finales menciona a Fogwill, otro autor que desconozco. No describe en absoluto su literatura ni lo recomienda de ningún modo, simplemente lo sitúa como un autor de éxito, (fama, mujeres, dinero), amigo de Sotelo (teniendo en cuenta el tono guasón con que lo alude, y conociendo algo de la biografía de Fogwill (que me he preocupado de mirar) todo parece una broma interpersonal). A mí me ha servido como señal de dirección hacia la siguiente lectura. 

lunes, 18 de enero de 2021

Aforismos o cosa por el estilo

 "La libertad consiste en tenerla, no en usarla". 

Me doy cuenta de que me he acostumbrado a escribir en aforismos. Lo cual es un peligro porque no queda expresada auténticamente la idea original con que yo parto cuando escribo, sino que es un resumen o conclusión que apenas muestra la reflexión que me ha llevado a ella, lo que podría dar lugar a diversas interpretaciones que se aparten, en una dirección o en otra, de la que yo pretendía darle. 

Ya la lengua escrita, de por sí, tiene este peligro, o carencia o incapacidad, de expresar la idea exacta, y limitarse a bailar entorno a un centro que no está. Este sería el oficio de un discurso, llevar al lector por medio de ideas encadenadas con perfecta lógica y hábil estética hacia la conclusión que deseamos sin que parezca que le hemos traído sino que ha venido él. El truco de los aforismos es que en vez de bailar hace un gesto, más o menos gracioso, a modo de chascarrillo y da por bueno hacia dónde acabe mirando el lector.

Digo que es un peligro, en dos sentidos. En un sentido porque no queda suficientemente explícita la idea que yo quiero expresar y por lo tanto los lectores no acaban de comprender con precisión la reflexión que yo quiero que surja con esa frase. En el otro sentido porque al interpretar la frase leída de manera distinta a como yo la había presupuesto, el lector puede llegar a creer que soy más listo o más tonto de lo que verdaderamente soy, con lo cual está siendo engañado por la falta de precisión de mi frase. En ambos casos, personalmente, me perjudica porque si piensa que soy más tonto me voy a sentir injustamente despreciado y si concluye que soy más listo de lo que soy me sentiré incómodamente sobrevalorado.

Con esta frase, más que lapidaria, retretaria (de pared de retrete) lo que quería expresar es que muchas veces se nos reprocha que exijamos unos derechos que apenas utilizamos. Pienso concretamente en el derecho a leer cualquier cosa, a cuenta de (acudo mucho a este ejemplo que me impactó) cuando en cierta época de nuestro país existían libros prohibidos y a una vez que oí a alguien decir que le parecía que el franquismo no era tan malo si el único problema consistía en que no te dejaran leer algunos libros. Lo que quiero decir es que la libertad no consiste en hacer cosas, sino en poder hacerlas si tienes la santa voluntad, y no tener que hacerlas solo por que puedes, que tampoco sería libertad. A uno le gusta languidecer  en su lecho pensando en todas las posibilidades que tiene, aunque el único gesto que haga sea el de voltearse para permitir al otro caño de la nariz que respire un rato. 

viernes, 8 de enero de 2021

Mis reseñas

 Estaba leyendo reseñas ajenas y comparándolas con las mías que vuelco algunas veces aquí y otras en Hablando de literatura en Las Palmas o algo así y me doy cuenta de que soy incapaz, y puedo demostrar que lo intento, de escribir reseñas. Al menos de escribir reseñas publicables en medios de difusión comerciales o con un mínimo de intención profesional. Mis reseñas son excesivamente personalizadas, no dan confianza, no abofetean al lector con mi opinión incuestionable. Y tampoco consiguen tener ese estilo neutro, sin compromiso, cuidando en cada palabra pisar en llano y no herir ninguna sensibilidad, pisar ningún callo, ni mostrar ninguna emoción personal, utilizando los vocablos al uso para catalogar las obras (ritmo, intensidad, riqueza estilística, pulso poético, puñetazo en el estómago, estilo conciso y directo...). No sé, me siento muy insatisfecho de mis reseñas. Pienso que eso me hace pobre como profesional de la escritura, por eso me dedico a otra cosa, afortunadamente. De otro modo, si tuviera que escribir reseñas o prospectos me acabarían saliendo cosas como lo que escribe Manuel Mandeb (Alejandro Dolina) para jabones. No. Hay profesionales de la escritura y habemos escribidores aficionados. Y aquellos grandes contrastan con estos pequeños y en eso está su grandeza y nuestra pequeñez. Claro que, también me gustaría llegar algún día a escribir alguna cosa de suficiente entidad con la que pudiera llegar a medirse, al menos, mi pequeñez, pero todo se andará... o no, vaya usted a saber.

Pero toda incapacidad es en cierto modo un rechazo. No puedo hablar de mis incapacidades sin advertir que debajo de todo siempre está mi incapacidad de ser como todo el mundo. Y en este caso incapacidad tiene una connotación de voluntariedad. Tengo una aversión profunda a ser como los demás. A imitar. En cuanto me noto una semejanza con cualquier otro ardo en vergüenza y trato de cambiar. Es peor aún, en cuanto me percibo igual al mi mismo me siento atrapado, limitado y trato de ser de otra manera. Dentro de los límites del ser uno, que son muy estrechos. Y para mi gusto, estos estilos neutros, equilibrados, higiénicos, son como esos vinos muertos que ya han perdido todo su aroma, aunque siguen sabiendo a vino, y refrescan en verano y calientan por dentro en invierno, pero ya no se saborean, simplemente se beben durante las comidas y a otra cosa. Creo que prefiero ser escupido porque sepo mal (este verbo irregular seguramente no tiene esta forma nominal), a ser tragado porque no sepo a nada.



miércoles, 6 de enero de 2021

2 Reyes 8:7 ...

 


Me parece un relato muy borgiano. 


El rey de Siria, Ben Haddad, se encontraba muy enfermo. Llamó a su general Jazael y le dijo que fuera en busca de Eliseo, el profeta de Israel, le llevara regalos de su parte y le preguntara si iba a sobrevivir o no a esa enfermedad. 

Jazael aparejó cuarenta camellos con lo mejor de Damasco y se fue al encuentro de Eliseo. Al llegar donde estaba le dijo: Tu siervo Ben Haddad, rey de Siria, me ha enviado para preguntarte si sanará de esta enfermedad. 

Eliseo le respondió: Ve y dile que sanará de su enfermedad; pero morirá. 

El hombre del rey se quedó confundido, intentando comprender la respuesta del profeta. Este permaneció con la mirada perdida durante largo rato, sin hablar, y entonces se echó a llorar. 

¿Por qué lloras, Hombre de Dios?, le preguntó Jazael. Porque, dijo el profeta, he visto lo que le harás a mi pueblo: Incediarás sus fortalezas, pasarás a cuchillo a sus jóvenes, estrellarás contra el suelo a sus niños de pecho y hasta abrirás en canal a las embarazadas. 

Jazael se escandalizó, ¿cómo va a ser que un perro como yo pueda llevar a cabo tales hazañas?. El Señor me ha revelado que tú serás rey de Siria, respondió Eliseo.

Jazael regresó a Damasco. Subió a donde yacía su señor y le comunicó la buena nueva: Sanarás, le dijo. El rey quedó muy reconfortado.

Esa noche, Jazael regresó al cuarto con una manta humedecida que empujó contra el rostro de su señor hasta que murió. Le sucedió en el trono.