lunes, 25 de febrero de 2008

Sofistas

Supongo que al principio las palabras solo servían para señalar cosas. Yo me imagino que todo sería en aquel entonces como en la canción de Dylan versioneada por Sabina: "el hombre puso nombre a los animales con su bikini". Pero después inventaron los verbos y comenzó la acción.

El razonamiento es una consecuencia del lenguaje, me sospecho. Se empezó a razonar cuando se dispuso de la herramienta adecuada. En aquellos tiempos todo sería puro, y la gente razonaba a partir de lo que veía y relacionaba unas cosas con otras y sacaba conclusiones. Pero en algún momento la herramienta se volvió tan potente que podía hasta funcionar sola. Sería, a lo mejor, cuando se descubrieran esos recursos de inferencia que ya no recuerdo muy bien si se atribuían a Aristóteles.

Y entonces se descubrió que se podía razonar sobre lo irrazonable, sobre lo inexistente, sobre lo absolutamente banal de la misma rigurosa manera que sobre lo imprescindible. Y creo que por aquí surgieron los Sofistas. Unos tíos que se aprovechaban de la libertad del lenguaje para hacerlo llegar a las cotas más altas de la intrascendencia.

A partir de aquí el lenguaje dejó de ser algo fiable. Cualquiera podía razonar de manera contundentemente lógica sobre cualquier cosa y después y de la misma irreprochable manera sobre la contraria. Con esto ya nadie podía tener razón o todos la tenían. La verdad volvió a quedar oculta detrás de una maraña de palabras.

Y así hemos llegado hasta hoy. Nadie sabe realmente si hay una verdad o no hay una verdad. Y porque nadie lo sabe y los que dicen tenerla son sabios en utilizar la palabra para atribuírsela sin fisuras, la única manera de creer en algo es adscribirse a priori, inquebrantablemente, a una idea - propia o ajena - y defenderla de los contrarios construyendo los argumentos a posteriori, una vez realizada la elección.

Todos creemos que todos los demás mienten. Pero algunos creemos que no nosotros. Y como nosotros no mentimos, aquellos que piensan más o menos de la misma manera que nosotros tampoco lo hacen. En cambio, a los que no piensan como nosotros no les cabe otra posibilidad que mentir. La nuestra es la verdad, y toda verdad es evidente, el que no la admite es que miente para obtener oscuros intereses.

Este es, creo yo, el estado de nuestro país en este momento. (Cuando menos es mi estado en este momento). Y creo que es de un primitivismo tal que me asusta que a pesar de ello dejen en mis manos tareas tan importantes como educar a un hijo, conducir un coche, disparar un arma - cuando estaba en el cuartel lo hice. Pero afortunadamente el daño que yo pueda hacer está muy localizado.

Con este estado de pensamiento voy a ir a las urnas y voy a señalar a un grupo de gentes que andan en las misma que yo o peor, - o mejor, según se mire - porque ellos no se cuestionan todo esto, para que gestionen todo un país.

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No creo en las capacidades de un solo hombre. Por eso rechazo esa tendencia a personalizar en política. A hacer recaer toda la responsabilidad en un solo hombre. Lo bueno que tenía el concepto de "partido político" es que se trataba de un grupo de gente con ideas más o menos comunes, pero distintas al fin que es lo que permite que haya una continua adaptación a nuevas circunstancias. Pero cada vez más parece ser que lo importante es el líder y no el grupo.

Por la misma razón creo que el sistema democrático debe huir de las mayorías absolutas cuyo principal peligro es darle más poder a un número más reducido de gentes.

En efecto, cuando manda uno solo todo es más efectivo y se llega más directamente a dónde se quiere llegar, pero ¿adónde se llega? Los ejemplos que tenemos de grandes líderes dirigiendo los destinos de una nación no son precisamente consoladores.

Me escandaliza este juego en el que se está cayendo en la política de este país. Y sobre todo me escandaliza que sólo los directamente interesados - las terceras fuerzas políticas - adviertan de ello.

martes, 19 de febrero de 2008

Indeciso

No estoy indeciso. De hecho no tengo que tomar ninguna decisión. El acto ya estaba en mí antes de que pensara siquiera en realizarlo. Un bloqueo me impide siquiera imaginarme hacer lo contrario o tan siquiera otra cosa que aquello que sé que haré. Creo que a esto es a lo que Spengler llama mi sino. No depende de mi voluntad sino de mí, de mi ser, de lo que ya soy.

Esto me preocupa. Nada de lo que diga, nada de lo que haga obedece en realidad a una reflexión seria seguida de una conclusión razonada. Soy un hombre predeterminado. Creo que tengo libertad porque soy incapaz de imaginar que haya algo más allá de las paredes de esta caja en la que vivo, y por lo tanto no sé que no tengo libertad para ir más allá.