viernes, 15 de septiembre de 2017

Tomarse (a sí mismo) en serio

Eso de tomarse en serio a uno mismo es, creo observar, una característica que comparten muchos de los considerados «grandes hombres», sospecho que también muchas de las pocas consideradas «grandes mujeres», y supongo que tantos de los no tan bien considerados de uno u otro género pero que lo son de una u otra manera.
Me refiero a lo de grandeshombres porque últimamente he estado leyendo la biografía de Gandhi, y porque presto atención a esa idea de respetarse o tomarse en serio a uno mismo en busca de una definición más o menos satisfactoria.
Tomarse en serio a uno mismo tiene que significar algo así como que si asumes compromisos contigo mismo deberías empeñarte en cumplirlos con el mismo rigor y seriedad y hasta sacrificio con que te esfuerzas en cumplir compromisos que asumes con otros.
Parece una tontería pero observo en mí que cuando me comprometo, y lo hago poco, en alguna labor, estoy todo el tiempo preocupado por estar a la altura de las expectativas de aquel o aquella con la que me he comprometido. En cambio descuido perezosamente las muchas determinaciones que vagamente me propongo.
De alguna manera me basta ese compromiso con otro para moverme por cualquier razón externa, pero cuando el objetivo es personal, por alguna razón espero que me mueva una especie de impulso vital, un irrefrenable empuje que me levante de la cama y me lleve a cumplir mis propósitos casi de una manera sonámbula. Si no ocurre, me quedo en la cama, aunque dudando atormentadamente si levantarme o no levantarme, y, después, atormentándome por la duda de si hice bien en no haberme levantado o no hice bien.
Simplemente no se me ocurre asumir conmigo la misma clase de compromisos que asumo con otros, con la empresa en la que trabajo, a la que voy completamente a desgana, pero voy, y me esfuerzo completamente desmotivado, pero consigo los objetivos.
Estoy hablando, por ejemplo, de que debería desarrollar mis aficiones personales con el mismo, por lo menos, empeño, y, si llega el caso puntual, con el mismo sacrificio, que empleo en cumplir mis obligaciones laborales. Y más sabiendo que el resultado redunda completamente en mi propio beneficio.
Porque yo, personalmente, me considero muy perezoso, y hasta ahora creía que eso era una característica, digamos inherente al ser que soy. Pero poco a poco me he dado cuenta de que esa pereza no es más que una falta de respeto a mí mismo, un falta de credibilidad de mis propios deseos, de mis propias motivaciones, que me ha llevado a desarrollar una absoluta falta de convicción en lo que creo, en mis propias capacidades, y a limitar mi vida a una sucesión de propósitos sin desarrollar en alguno de los cuales, quién sabe, pudo estar el germen de una vida más plena y más satisfactoria.
Esto es lo que he observado, por ejemplo, en Gandhi. Que muestra, en muchas ocasiones, dudas acerca de la idoneidad de sus propias decisiones, pero simplemente continúa adelante después de ponerse a considerar, no como un simple empeño orgulloso, sino como resultado de cumplir una decisión con la que se ha comprometido por sí mismo. 

martes, 12 de septiembre de 2017

La Piedra

Qué ríos, y qué océanos, habrá recorrido antes de evaporarse y ser nube para luego caer en lluvia la gota definitiva que al congelarse y expandir la grieta provocó que se desgajara la piedra con la que me he tropezado esta mañana.
Cuánto viento, cuánto sol y cuánta lluvia habrá pasado por ella limándola, hendiéndola, empujándola, royéndole quién sabe cuánto de su masa original hasta dejarla con la medida suficiente para ocultarla a mi mirada distraída y sin embargo dañarme el dedo gordo del pie.
Con toda esa historia detrás se comprende la indiferencia con que recibe mis improperios.