martes, 28 de julio de 2015

Un golpe de suerte


Hola, mi nombre es Rainmundo Gil. Soy el comercial de la editorial Jíbaro, donde tienes publicado tu libro La zorra y la uva, ¿te acuerdas?—No me voy a acordar, es mi primer libro—Pues precisamente de eso quería hablarte. Nos gustaría publicar otro libro contigo. Resulta que tu libro ha tenido unos resultados buenísimos y nos parece una buena idea—¿Buenos resultados? ¿Qué buenos resultados?—¡Ah!, perdón, creo que me he adelantado al DRA (el Departamento de Retribuciones a los Autores). Ellos nos informaron de los ingresos por ventas que ha dado tu libro. Son magníficos. En breve se pondrán en contacto contigo para hacerte la liquidación anual...—Ya han pasado dos años desde que salió, ¿qué pasó el año pasado?—Ellos te informarán de todo. En el informe que tengo delante dice que en los últimos seis meses ha habido una demanda asombrosa de tu libro. Hasta el punto que se decidió lanzar una nueva tirada, prudente, de doscientos ejemplares, ¡y se agotó solo con peticiones directas a la editorial! Nunca nos había pasado esto con ninguno de nuestros autores. Es sorprendente—Vaya, pues me alegro. Supongo que es uno de esos raros milagros que ocurren en el mundo editorial—Sí, ya te digo. Y queremos aprovechar el tirón. Publicaríamos cualquier cosa que tuvieras, algo semejante a La zorra..., ¿me entiendes? Se publicaría siempre con el autor Riforfo Rex, como el anterior. El nombre tiene tirón, y de alguna manera ha prendido en el público. Estas cosas pasan así. La demanda viene casi toda de Canarias, te das buena maña para publicitarte—Sí, bueno, yo no he hecho nada, todo es cosa de los periódicos—¿De los periódicos?, ¿has salido en los periódicos?, ¡pues genial! ¡Hay que aprovecharlo!, ¿tienes material escrito?—Sí, cosa de ellos; como maté a mi madre—¿Qué?—Sí, descuarticé a mi madre y luego me la comí—Genial, eso es genial—Ahora mismo te hablo desde el psiquiátrico, estoy en espera de juicio—¿Ese es otro de tus relatos?, ¡genial!, envíanoslo, y todo lo que tengas, pero, oye, no abuses de géneros, tu fuerte está precisamente en que eres inclasificable, un poco de casquería está bien, pero tú sigue con tu rollo personal, filosófico, imaginativo, ¿vale?, eso es lo que ha vendido y seguirá vendiendo, tú llévalo a tu terreno—Me descubrieron porque me entró diarrea y cagué un dedo casi entero en un centro comercial. Como como tan rápido casi trago cachos sin masticar y luego me sientan mal—Sí, eh, bueno, está bien... … ...¡¡Entonces es cierto!!, lo dice aquí en los periódicos. ¡¡Eres el caníbal de Las Palmas!!!—Sí, así me pusieron en los periódicos. Salió la portada de mi libro—¡Esto es fantástico, fantástico! ¿Estás escribiendo tus memorias?—¿Qué memorias? Yo no me acuerdo de nada—No sé, cualquier cosa, todo, cómo se te ocurrió, tienes que escribirlo, lo publicaremos, te publicaremos lo que sea—Tengo mis libretas, y ya tenía compuesto un nuevo libro de relatos—Genial, genial, tienes que enviárnoslo, lo publicaremos también. Va a ser un superventas. No. Mejor. Vamos a buscarlo nosotros. Voy yo personalmente—Creo que todos mis papeles los tiene la policía, me los quitaron todos—¿Cómo?, ¡esto no puede ser! Te hace falta un buen abogado, lo pagaremos nosotros—Ya tengo uno, es una chica, abogado de oficio. Es muy inteligente. Y está buenísima—¿Pero ya te la has comido también?, ja ja, es broma. No le digas eso o la asustas—¿Qué?, ¡Ah, claro!—¿De verdad te comiste a tu madre?—Sí, y luego la cagué—¡Qué fuerte! Pero genial, genial. Un golpe de suerte. Ya hablaremos, ya hablaremos....

Dibujo del autor (¿qué esperaban escribiendo como escribe?) en previsión de la nueva ley europea de copyright de imágenes

lunes, 27 de julio de 2015

A vueltas con Pessoa

Cartas de un corazón de nadie de Rubén Benítez

Larguísimo artículo de Rubén que he leído con la nariz arrugada del que desconfía del género, como la señora en el cuento de Pepe Monagas que olía las perdices por el culo para verificar el estado de frescura, hasta que Pepe, harto de tantos melindres le dice:"Señora, por donde usté las huele todo el mundo hiei (hiede)".
Es porque siempre me he negado a leer a Pessoa desde una vertiente "humana", buscando una explicación de locura, tristeza vital o alcoholismo a la grandeza de su construcción poética que era él mismo y de la cual él era plenamente consciente, de lo que hace mención en las propias cartas. Tal vez sea esa exactamente su locura, el empeño de vivir físicamente su construcción poética, lo que no deja de ser una locura mirada desde el punto de vista de la "vida normal" que pretendemos llevar la mayoría de nosotros, quienes, a pesar de declarar nuestra pasión por la literatura, no deja de ser, esa pasión, una camisa que nos ponemos y nos quitamos cuando conviene (hablo por mí como caso seguro de esta traición)
Sin devaluar este tipo de estudios que considero perfectamente válidos, y este artículo de Rubén me ha parecido meticuloso, siempre me incomodan, por eso lo de la nariz arrugada, porque me parecen como intentos de encontrar el alma descuartizando un cadáver. Tal vez científicamente acaben teniendo razón y el pobre tipo fuera un infeliz acosado por la locura de la que intentaba escabullirse por medio de la bebida, pero ¿eso explicaría la fascinación que muchos sentimos por la construcción poética que brotó de esas materias fecales?
No es, por supuesto, una crítica al artículo de Rubén, esta reflexión y sí tal vez lo sea a mi propia consideración del hecho literario, que pretendo desligarlo de la vida como si la literatura no fuera una manifestación de ella lo mismo que la mente es una manifestación del cerebro, que en algunas ocasiones nos sorprende con extraordinarias capacidades de los individuos originadas en extrañas malformaciones o daños de su propia estructura (hablaba de eso, creo, Oliver Sacks en El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, aunque esté feo que cite libros que no he leído)

Pessoa ha sido para mí siempre un "objeto literario" y no un señor, a pesar de que alguna vez me he interesado por su biografía. Bernardo Soares, el autor de El libro del desasosiego que tengo permanentemente en la mesilla de noche, es para mí un personaje con el que me siento, en muchas ocasiones, absolutamente identificado, supongo que de ahí se deriva algo de esa incomodidad que siento cuando quienes lo leen superficialmente dicen de él, del libro, que destila una profunda tristeza. Superada una lectura superficial, Bernardo Soares, que también será un triste, no hay por qué negarlo, es una persona que ha creado y amueblado un mundo interior en el que se siente incomparablemente más cómodo por haberlo enriquecido con más matices y atractivos que la vida cotidiana que le rodea. Limitar El libro del desasosiego a un simple lamento de tristeza y melancolía me parece una simplificación surgida de la falta de interés. Pero cuando sale uno de Bernardo y se introduce en Alberto Caeiro, el optimista, el materialista espiritual, uno entra en otra dimensión poética, que no deja de tener contactos con la primera, pero con una visión del mundo clara, precisa y luminosa, a mi juicio. Alvaro de Campos es el más realista de sus heterónimos, con razón es el que se inmiscuye en la vida social de Fernando Pessoa. Alvaro de Campos sí que es un triste, porque es un ser humano atado a un cuerpo que no le deja volar -contra lo que ha reaccionado Bernardo Suarez volando por el interior, por ejemplo, o Alvaro, percibiendo una realidad plana, sin sueños, y extrayendo de ella todo el alimento espiritual que necesita-. Alvaro de Campos es un soñador que sabe que los sueños son puro humo, y eso le hace ser cínico.
Solo estos cuatro heterónimos -entre los que está incluido el propio Fernando y nos falta Ricardo Reis que es el que menos frecuento y que me parece un poeta casi al uso, diría que es el más normal de todos, el que sería capaz de llevar una vida normal de poeta tal y como los conocemos- desarrollan cada uno de ellos en tramas complejísimas impulsos que todos sentimos en el desarrollo de nuestras propias vidas, que notamos por momentos, por fases alternantes y que muchas veces, por aquello de conservar la identidad, llamamos cambios de humor.
Yo diría que la "anomalía" de Fernando sería la de haber desarrollado hasta adquirir personalidades diferenciadas esas fases por las que todos vamos pasando en nuestro cotidiano vivir, que en nuestras modestas vidas podemos identificar por actuaciones tan nimias como cambios de opinión -que luego volvemos a recuperar más adelante- cambios de humor que nos llevan a tomar decisiones que luego deploramos, etc.


domingo, 26 de julio de 2015

Ricardo III (resumen)

El artero Ricardo duque de Glóster, hermano del rey Eduardo IV, feo, cojo, segundón, no espera beneficios de la paz lograda recientemente y se dispone a organizar enredos en la corte.
Ha propagado una profecía en la que un tal J. matará a los hijos del rey. Eduardo príncipe de Gales y Ricardo duque de York. Consigue que el rey sospeche de su hermano, y hermano de Ricardo Glóster, Clarence, y lo manda encerrar en la corte. Ricardo Glóster pregona a quien le escuche que la culpable del vil encierro de su inocente hermano es la mujer de Eduardo, Isabel, que intriga para que sus familiares alcancen beneficios en perjuicio de la familia del rey.
La condesa Ana, viuda de Eduardo (Lancaster) que era hijo de Enrique VI (derrotados y muertos en la reciente guerra) acompaña al féretro del suegro cuando se le cruza Ricardo Glóster. Ella sabe que él mató a su esposo y le sospecha implicado en la muerte del suegro. Aún así Ricardo consigue ganársela a base de requiebros y se casará con ella. Cuando ella desaparece por el foro, Ricardo queda tan sorprendido de su hazaña que busca un espejo a ver si por ventura se ha vuelto hermoso sin advertirlo.
El rey, Eduardo IV, agoniza. La reina Isabel teme quedarse sola, pues su hijo Eduardo será el heredero del trono y su otro hijo Ricardo York también se hace mayor y quedará bajo la tutela, precisamente de nuestro Ricardo Glóster. Ella no se lleva bien con Ricardo Glóster que tampoco la aprecia. Sin embargo ella y los suyos hacen esfuerzos para agradar al rey mientras que Ricardo solo maquina provocaciones.
Margarita es la mujer del difunto Enrique VI y madre del también difunto Eduardo (los Lancaster). Odia a Ricardo Gloster, pero tampoco ama a Isabel, ambos son parte del enemigo que los ha derrotado. (La guerra ha permitido a Eduardo IV subir al trono derrocando a Enrique VI) En su intervención lanza maldiciones a diestro y siniestro que serán recordadas por los diversos personajes a medida que van cayendo a manos de Ricardo Glóster.
En la torre, Clarens, retenido por influencia indirecta de Ricardo espera que éste, como ha prometido, interceda por él ante el rey, hermano de ambos. En realidad Ricardo lo que se propone es hacer exactamente lo contrario. Clarens cuenta a su suegro Braquemburio que ha tenido un sueño en el que Ricardo le ahogaba en el mar. De hecho, Ricardo encarga a un sicario que lo asesinen, lo cual hacen ahogándolo en un barril de vino.
El rey convoca a los familiares de su mujer y a sus familiares con el fin de que haya reconciliación entre ellos. Del bando de la reina están Rives (su hermano), Dorset (su hijo) y otros. Del bando contrario están por ejemplo Hastines y Buckingham. Todos son partidarios de Eduardo IV, pero al pertenecer a familias distintas son enemigos entre sí.
Al fin muere el rey Eduardo IV. Ricardo es el hombre de mayor influencia. Eduardo, el heredero, está en Ludlo y se discute quién va a buscarle. Buckingham se alia con Ricardo para atentar contra los parientes de la reina, Rives (hermano) y Grey (hijo de Isabel). Cuando Isabel se entera, teme por su vida y la de su hijo (Ricardo York), por lo que se refugia en la catedral con él. Llega Eduardo y se queja de que no le vengan a saludar el resto de sus tíos, madre y hermano –solo está Ricardo Glóster, su tío–. Ricardo manda a buscar a Ricardo York a la catedral de grado o por la fuerza, para que venga a saludar a su hermano. Cuando llega hace que lleven a los dos hermanos a la Torre, presuntamente por estar allí más seguros, en espera de que se reúnan los consejos para decidir el día de la coronación.
Ricardo y Buckingham ya han pactado no permitir que Eduardo suba al trono y que Ricardo Glóster lo haga en su lugar. Buscan partidarios, como Hastines y Stanley. Estos, aunque enemigos de la reina, no acaban de confiar en Ricardo. Al día siguiente, en la reunión del consejo, Ricardo busca un pretexto tonto para acusar a Hastines de traición y le hace cortar la cabeza. Luego hace que Buckingham hable con el alcalde y los representantes del pueblo desprestigiando a Eduardo, el heredero, a su difunto padre Eduardo,  y ensalzándolo a él, Ricardo, como el verdadero heredero al trono y el más idóneo para regir los destinos de Inglaterra. La respuesta del consejo es fría. No obstante, en otra reunión cuidadosamente preparada, Ricardo aparece con un breviario, rodeado de monjes, rezando humilde, y fingiendo rechazar el ofrecimiento de subirse al trono hasta ceder por responsabilidad y por amor al pueblo, etc., etc., etc.
Isabel, la duquesa de York (madre de Ricardo, Eduardo y Clarenc, abuela de Eduardo y Ricardo York) y Ana, que fue la esposa de Eduardo Lancaster y ahora es la esposa de Ricardo Glócester,  van a la Torre a ver a Eduardo y Ricardo York que están allí en espera, creen ellos, creen ellas, de que el consejo dicte cuándo se celebrará la coronación de Eduardo. Entonces llega Stanley en busca de Ana para que acuda a la coronación de Ricardo Glócester, y es cuando se enteran de como están las cosas. Ana confiesa ser víctima de su propia maldición, pues cuando el encuentro con Ricardo ante el féretro de Enrique VI, ella le maldijo por asesinar a su esposo y a su suegro, y la maldición alcanzaba a una futura esposa de Ricardo. Isabel insta a Dorset, su hijo, que huya a Francia, donde está Ritchmon, hijo de Stanley, partidario suyo, para alejarse del peligro de Ricardo.
Por su parte, Ricardo, ante la indecisión de Buckingham, contrata a unos sicarios para que asesinen a los hijos de Isabel, legítimos herederos al trono, lo cual hacen trágicamente y con posterior remordimiento.
Mientras piensa en sus siguientes pasos, Ricardo se entera de que Ritchmon y Dorset han iniciado un alzamiento contra él, vienen de camino desde Bretaña. Hay un encuentro de Isabel y la Duquesa de York con el propio Ricardo en el que ambas lo maldicen por dentro y por fuera por las muertes de sus familiares (La cuenta es Clarence, Rives, Grey, Eduardo Ricardo, y ya se le ha sumado Ana) No obstante, Ricardo queda a solas con Isabel y consigue convencerla de que él sería un buen marido para su hija Isabel (“Frágil mujer al fin, necia y mudable”) Al casarse con Isabel hija espera frenar la guerra ya que Dorset no lucharía contra su propia hermana si se convierte en reina.
Pero la guerra no se detiene. Buckingham ha pedido los favores prometidos por Ricardo, pero Ricardo se desentiende y Buckingham se alza también contra él. Otros condados se van alzando también. Búckingham se pierde en la niebla y es capturado por lo que pasa también a la funesta cuenta de Ricardo.
La noche antes de la batalla final Ricardo sueña con todos los espíritus de sus víctimas que le pronostican deseperación y muerte para el día siguiente. Al mismo tiempo Ritchmon sueña igualmente con ellos, pero en su caso le auguran la victoria. En efecto, Ricardo, en un momento de desperación, luchando junto a su caballo muerto, reclama un caballo, por su reino. Su muerte es piadosamente oculta detrás de bambalinas.

viernes, 24 de julio de 2015

Gilipollas

Muchas veces dejamos de actuar por vergüenza. Cuando digo “dejamos de actuar” quiero decir que  inhibimos el impulso de emprender una acción que nos resulta natural realizar, sea con un buen o un mal fin. Vergüenza es una sensación íntima de estar siendo observados y juzgados o categorizados en un ámbito que nos disgusta. Cuando el carácter de esa acción inhibida era positivo, hacer un bien, el ámbito en el que tememos que nos incluyan, y por eso abortamos su realización, es el, tan amplio por ambiguo, de los «gilipollas». Cuando, por el contrario, el carácter de esa acción inhibida era negativo, cometer una maldad, el ámbito en el que tememos que nos incluyan, lo que evita que al final cometamos el mal, es el, más específico, de los «gilipollas».

Y sin embargo, tengo para mí que ese tipo de gente que nunca tiene vergüenza, y que cuando deciden hacer el bien lo hacen abiertamente y cuando deciden hacer el mal tampoco se preocupan demasiado de lo que los demás puedan decir, al final no son más que una panda de «gilipollas».

Por otra parte, pienso que hay una cierta consideración de calidad entre ser «gilipollas» y ser «gilipollas» y que mucha gente, diría que la mayoría, pues se trata de una actitud instintiva de preferir ser considerado temible a ser considerado vulnerable, prefiere ser catalogado como «gilipollas» a ser incluidos en ese otro grupo, tan amplio como ambiguo por poco definido y sobre todo menospreciado, de los «gilipollas».

lunes, 20 de julio de 2015

Astrolabios



Primero quiero comprarme un astrolabio
no sé por qué la palabra labio me recuerda a ti
después buscaré la manera de aprender a utilizarlo
puesto que no estás aquí debajo debes andar por allí
lo que llaman la bóveda celeste
bóveda también es una palabra que me gusta mucho
y celeste me gusta cómo la pronuncian las chicas de labios finos
apuntando la lengua por entre los dientes al nombrar la ce
aunque la palabra en sí no me evoque nada salvo el tono de color
que nombra que recuerda al cielo donde debes de estar tú
cuando sepa utilizarlo a la manera de los navegantes
o de los musulmanes del pasado que lo usaban para encontrar la Meca
cuando ya me pueda localizar en la latitud convenientemente
y por la altura de las estrellas te pueda decir cómo me llamo
te revelaré mi nombre y tú al fin me identificarás entre todos los mortales
como aquel el único el que esperaban todos
me dejarás pasar sin franquearme del todo la puerta
entornándola como con descuido pero clara invitación
y yo entraré en silencio con eso que dicen “paso quedo” que también me gusta
aunque el suelo enmoquetado ayuda mucho
tú estarás de espalda a la puerta maquillándote frente al espejo
que reflejará mi figura aproximándose hablarás mirando al del espejo
y me dirás como si nos hubiéramos visto ayer nos fumamos un cigarrito
te mentiré diciéndote que ya no fumo pero sacaré mi astrolabio
y calcularé la posición de las estrellas medio veladas por el humo
perfumado que exhalan tus deliciosos pulmones
me saldrá mal porque solo puedo pensar en tus labios
y me importan un pito todos los astros del mundo cuando estoy contigo
que ya sé que es imperdonable

sábado, 18 de julio de 2015

Matinal de sábado

¿Vestimos nuestros defectos como «identidad» y por eso nos cuesta deshacernos de ellos, porque tenemos miedo de quedarnos desnudos?

Siempre me siento incómodo cuando alguien esgrime como señas de identidad actitudes, comportamientos, que a mí me parecen defectuosos y que le perjudican en el sentido de que le traen problemas de convivencia o de simple operatividad funcional –simplemente, la manera que tiene de hacer las cosas–, y cuando se lo apuntas, discreta o descaradamente, reconocen que les traen problemas pero se niegan a cambiarlos porque «forman parte de su ser».

Uno se pregunta: ¿qué hay de verdad en esto de la «identidad»? ¿No será una trampa para eludir el esfuerzo que significa todo cambio? ¿No será el simple miedo a desvelar la sopecha de que debajo de nuestros comportamientos y actitudes, casi todos adquiridos por imitación, no haya nada que podamos asir como «yo». (¿Y si el yo no fuera lo que vestimos sino la elección, es decir, no el traje sino las motivaciones para elegirlo, pero estuvieramos confundiendo el traje con el yo? Es decir, imitamos, es inevitable, pero lo que cuenta es que escogemos, entre multitud de modelos que se nos ofrecen, elegimos unos y rechazamos otros. Por eso no debería costarnos cambiar, en la confianza de que la siguiente elección también sería, inevitablemente «yo»)

Tal vez todo esto sea una tontería. Pero, qué esperaba de una mañana de sábado. Lo cierto es que, sí, tengo comportamientos erróneos que sigo desarrollando porque creo que eso es una forma de identidad, algo que me identifica y distingue, a pesar de que no tengo claro que me reporte beneficios en el transcurso de mi vida. En la misma escritura se manifiestan, formas de frase, sentencias o un repertorio de vocabulario que yo creo que definen mi estilo y trato de insertarlo en cada párrafo. Que rompen claramente la fluidez del texto pero que «como es mi estilo» me niego a eliminarlos, porque entonces el texto perdería mi identidad.

(al final siempre vuelvo a la literatura, todo está modelizado en la literatura)

lunes, 13 de julio de 2015

La vida nueva

Un libro me cambió la vida. Así empieza La vida nueva de Orham Pamuk. Cualquiera que lea con un mínimo de pasión está buscando un libro como ese. Un libro que te cambie la vida, un libro que te proporcione no sé qué iluminación interior y dejes de sentir ese ansia de búsqueda, de explicaciones, de certezas. No creo que exista. Es decir, cualquier libro puede ser ese libro si la tierra está abonada. Las respuestas que encuentra Osmán me lo confirman. ¿Qué le cambió la vida, el libro o Canán? Cómo se hubiera desarrollado la trama sin Canán. ¿Hubiera subido Osmán a los autobuses si no pensara en encontrar a Canán? Mehmet sí lo hizo. Exclusivamente empujado por el libro. Tal vez por eso llegaron a conclusiones distintas, a pesar del paralelismo de sus vidas. El objetivo de Mehmet era encontrar el mundo que le sugería el libro, pero el objetivo de Osmán era lograr el amor de Canán. (Y Canán, igualmente tenía por objetivo su amor por Mehmet) Pero, por supuesto, el libro es importante. Sin el libro nada hubiera ocurrido. Sin el vistazo casual al libro que estaba leyendo Canán, sin el encuentro casual del libro en la librería de viejo, nada hubiera ocurrido. Pero tampoco hubiera ocurrido nada sin el beso de Canán. Sin el beso, tal vez la historia de Osmán y la de Mehmet hubiera sido la misma. Y ambos hubieran acabado en una remota y pequeña ciudad transcribiendo a mano, reconcentradamente, como si lo estuvieran reescribiendo una y otra vez, el libro. Tal vez lo que tenemos son dos posibilidades, tres si contamos al Mehmet médico, aquel tan ordenado que siempre subrayaba los libros que leía, a quien el libro le había influido de una manera radicalmente distinta (con él se casó Canán más tarde, y juntos emigraron a Alemania).
Pero aquí el que importa es Osmán, el que se perdió, el que nunca encontró. El que fue arrebatado de su vida por el libro y que volvió a ella como si una tormenta lo hubiera arrancado de la playa, lo hubiera empujado por los siete mares y al final lo devolviera a la misma orilla. Donde retomó su vida en el punto en que la había dejado: volvió a la universidad, acabó los estudios y logró una posición, se casó con la chica de enfrente (al principio de la novela esos vecinos están instalándose) tuvo una hija, asistió a la muerte de su madre y se quedó a vivir en la casa familiar. Así, como tenía que haber sido, fue. Pero ya era otro; la misma vida ya no encajaba en el otro que era. Dentro de Osmán la tormenta siguió bullendo. Necesitaba respuestas.
Una de las claves de la falta de tranquilidad de Osmán tras la tormenta es su remordimiento. Osmán mató a Mehmet. ¿Por qué lo mató? Porque Mehmet había encontrado la paz, pero no la paz que prometía el libro, sino una ajena, propia. Una paz absurda para Osmán que no encontraba la suya a causa del amor por Canán. Una paz que le traicionaba a él y a Canán y al libro –no olvidemos que fue él el que incitó a Canán a captar a Osmán–. Lo mató por la cosa tan banal de que mientras siguiera existiendo Canán no sería suya. Lo mató porque había descubierto que las promesas del libro eran falsas –la chica que hacía de ángel en el circo era una simple prostituta que se iba con cualquiera–, lo mató porque había alcanzado la paz y eso no podía soportarlo cuando en su interior estaba muy lejos, muy lejos aún.
Pero aún queda sin resolver el enigma. ¿Qué prometía el libro? ¿Quién era el ángel? El libro estaba escrito a trozos extraídos de otros libros que había en casa de Rifkin y que él leía constantemente (Rilke entre ellos, siempre Rilke; y Chéjov). Solo había sido un divertimento para Rifkin que murió por ello; el libro adquirió una importancia que él no podía explicarse, que no había buscado, y renegó de él. Él solo había pensado en escribir algo para adultos lo mismo que había escrito-dibujado las aventuras de Pertev y Peter para niños que tanto Osmán como Mehmet habían leído. No había ninguna idea detrás del libro, no había ninguna voluntad de demostrar nada, de señalar ningún camino. La lámpara que había en casa de Rifkin era la misma que se rifaba en el circo, donde estaba la mujer ángel-prostituta, al final de cada representación. El ángel del libro era el de los caramelos Vida Nueva que el viejo –ciego– que los fabricaba había dibujado inspirado en la película El ángel azul,  protagonizada por Marlene Dietrich. Esas eran las claves del libro. Puro humo.
Postdata:
Lo que no me explico es por qué no hay trenes en esta novela. Si alguna idea tenía Rifkin, aparte de entretener sus ocios tras el trabajo (inspector en la compañía de ferrocarriles), era divulgar los beneficios y el progreso que traía el sistema ferroviario. Era un amante apasionado de los trenes. Y sin embargo en el libro solo había autobuses. Autobuses que recorren todos los rincones de la nación. ¿Dónde han ido a parar los trenes?



jueves, 9 de julio de 2015

El laberinto

Mientras los alumnos meditan sobre las hojas de exámenes, yo medito sobre otros ojos.

No sabe, pero no importa. Tampoco exporta, lo que equilibra la balanza comercial. El fiel de su balanza apunta al cielo, lo que es poco decir. Más preciso será: que apunta hacia el exterior de la esfera terrestre siguiendo la dirección de la normal a la superficie de la esfera en ese punto. Y esto también es una idealización, un modelo, porque ni la esfera es esférica, ni la superficie es plana. Pero no vamos a entrar por ahí, porque lleva a un laberinto. Rodeemos la muralla y localicemos otra puerta. Saber o no saber es una quimera, nosotros decidimos qué significa, a menudo, sino a grueso también, dependiendo de la utilidad que le demos. Sabe el que sabe contarlo, dicen unos. Otros solo creen que saben los que saben hacerlo, y aun otros dotan de sabiduría a las piedras que ni cuentan ni hacen, pero llevan ahí demasiado tiempo como para no haber aprendido algo. Todos tienen sus razones dictadas por sus intereses, y el laberinto va creciendo día a día. Otra puerta imposible. Seguimos caminando alrededor de la muralla. «Solo sé que no sé nada», dijo uno de esos sofistas que confían su sabiduría al arcano de las palabras. La frase en sí es paradójica, y la paradoja nos saca de esta realidad con la que estamos comprometidos y nos transporta a otra en la que todo vale con tal que pueda expresarse. Una realidad Jauja en la que flotamos, si queremos, o nos hundimos, amamos, odiamos, llamamos silla a un objeto y peñasco a otro que consignamos distintos porque aislamos, para clasificarlos, unos parámetros y no otros. Las palabras han creado ese mundo que flota o se superpone a este «como un mapa que coincide punto por punto con el terreno cartografiado» y que terminamos por confundir con el propio terreno. Nada sé sino la necesidad de su presencia, dice un enamorado, bajándose del ese carro al suelo del instinto primitivo, casi más convincente que el que solo sabe que no sabe nada y olvida excluir –como oportunamente hace el amante– ese saber de su nada. Y más abajo aún que el que cree existir porque piensa, pues le basta sentir para saberse.
Y saberse es el primer paso para saber. Pero después, el segundo paso ya entra en el laberinto. Donde, al final, en el centro, hay un monstruo atado que te come si consigues llegar. Y si no consigues llegar mueres en el camino. Y si no te come, porque lo matas –él ni siquiera se va a defender– aún te queda salir. Y si lo consigues volverás al principio. ¿Total, cero? Asegún y cómo. Nadie te creerá, pero podrás contarlo. Y habrás destruido el misterio que nadie estaba seguro de que estuviera allí, pero muchos temían. Y el próximo que consiga entrar y después salir confirmará que mentías. Luego otro trazará un mapa, y otro iluminará el camino. Más tarde... ¡qué más da! La Historia hablará de mitos, de fantasías. Del sueño del Hombre por poblar con sus sueños este mundo seco. Pompas de jabón que algún día dejan de volar para fundirse en el aire. ¿Y qué era una pompa de jabón sino aire encerrado flotando en el aire? Lo único que desaparece son los falsos, inútiles límites, que delimitan lo que era igual a sí mimo. Tal vez eso somos, mi niña, dice la abuelita terminando el cuento, pompas de jabón flotando en la vida, (¿pompas de jamón, abuela?–pregunta la niña), creyéndonos especiales porque una delgada tela de agua nos separa de lo que es igual a nosotros. Las Palabras, apenas... (esta niña se ha dormido. Y yo me he dormido también y se conoce que he estirado la pierna de madera sin darme cuenta y la he metido dentro de la chimenea, que se está quemando y ahora mismo me va a prender el traje y como no avise va a ocurrir una desgracia)
¡FUEGOOO!

PostData: en la parte de atrás estaban reunidos, como cada jueves, Sócrates –que solo hablaba por boca de su intérprete–, Descartes, Borges y otros señores desconocidos que algo decían; oyeron los gritos y acudieron prestos a rescatar a la abuela y a la niña. La pierna de madera dejó de serlo, ambas cosas, pierna y madera. La niña dejó de ser niña con el tiempo para llegar a ser mujer sola.

sábado, 4 de julio de 2015

Cine

El cine, ese cine concebido, proyectado y desarrollado únicamente como entretenimiento, como producto de mercado sin otra finalidad que ser consumido, usando en su elaboración elementos de atracción contrastados por repetidos y comprobados una y otra vez, es pernicioso, porque no alimenta, solo llena y engorda, como la comida basura, y, como ella, deja un rastro pernicioso en las mentes, a fuerza de repetición, que genera temores y errores de concepción de la realidad, que se introducen en nuestros hábitos de comportamiento como modelos, modificando las propias sociedades sobre la base de esos modelos ficticios; ficticios porque no han surgido de respuestas naturales de la sociedad a los cambios y las necesidades que van apareciendo con el curso del tiempo, sino que han sido inventados artificialmente por mentes cuyo único fin era atraer la atención y que aprovechan para ello, como recurso más efectivo, las debilidades y las miserias del ser humano.

viernes, 3 de julio de 2015

Cecilia

Pues, voy por Mesa y López hacia el Corte Inglés, con la intención de asistir a un recital de poesía y  observo a un chico pegado a una columna en actitud de espera, que adivino por una cierta incomodidad de estar allí detenido en medio del movimiento aceleradamente consumista que reina alrededor. A sus pies yace la funda de un violín (¿con un violín dentro?)
–No deberías esperar en una esquina, la gente podría pensar que eres una puta.
–¿Quieres que te toque algo? Si no es así, hazme el favor de apartarte, que me espantas a la clientela.
Es un amigo, que hace años que no veo.
–¡Cuánto tiempo hace que no te veo! Estás igual.
–Eso es porque tú ya me conociste viejo. Los viejos, para los jóvenes, siempre parecemos igual de viejos. Tú, en cambio, estás más gordo.
–Al parecer sigues siendo, también, igual de hijo de puta. Tengo una enfermedad terminal que está acabando conmigo.
–¿Tienes un cáncer?
–No, tengo ganas. Ganas insaciables de vivir, de comer, de follar, de viajar, de dormir, de leer, de soñar ¿Echamos un polvo?
–No sabía que fueras homosexual, ¿o te ha sobrevenido como un éxtasis paulino?
–Se me gastan las etiquetas, soy homosexual, y heterosexual, y hasta bisexual si tengo suerte.
–¿Y el violín?
–El violín es más tradicional, solo es violín.
Ahí lo dejé. Esperando quién sabe qué, una oportunidad, una revelación, una revolución de las anquilosadas costumbres sociales... Y yo seguí mi camino. Al recital de poseía que nos regalaba una chica uruguaya que se parecía a ti en los gestos y la expresión de la cara y hasta en el traje que vestía y el cuerpo que lo soportaba, pero tan blandita que todo lo sólido se iba derritiendo y ablandando, resbalando hacia el suelo como los relojes de esa pintura de Dalí que habla del tiempo. Mientras espero el inicio del show escribo en la libreta para eludir las ganas de entablar contacto que deja traslucir como una banderola de señales marítimas un tipo, también muy blandito, que está sentado delante de mí y que no hace más que girarse hacia atrás y que luce un pelucón a lo Robert Plant en sus tiempos juveniles.
Tengo ganas de salir y tirarme un bufo, dijo la mujer delicadamente con una vocecilla cálida y sensual al oído del hombre sentado a su lado. ¿Por qué tienes que salir?, preguntó él. Por educación, respondió ella. Por mí no lo hagas, replicó el hombre.  Por ti es por el único que no lo haría, dijo ella. ¡Vaya!, se quejó él, qué poco amable suena eso. Es que te conozco bien, contestó ella con una sonrisa pícara, y sé que eres un pervertido. ¡Ah!, suspiró él, si es por eso, de acuerdo–alguien huele a chorizo de Teror por aquí. – No me gusta que el Robert Plant se haya cambiado de asiento. Cierto que la buena señora ocupó el suyo cuando se levantó, pero ¿por qué a mi lado y no al lado de ella? Pero, ¡por Dios!, ¿qué demonios es lo que está sonando?
“Un dólar por leer lo que estás escribiendo, guapetón”, interrumpió el peludo mis pensamientos grafológicos. Así que le pasé el block y extendí la mano para que pusiera en ella el dólar, pero puso un euro, que, no sabiendo a cómo está el cambio, no pude valorar si ganaba o perdía con respecto a la oferta inicial. Sonrió mientras leía y me devolvió la libreta sin abandonar la sonrisa, y, haciendo un gesto presuntamente seductor de echarse el pelo para atrás, se presentó, casualmente me llamo Roberto y soy un fanático de Led Zeppelin, dijo, mientras clavaba en mis pupilas sus pupilas de color indefinible. Entonces comenzó el espectáculo y yo aproveché la oportunidad para mantenerme en el anonimato, lo cual lo dejó algo confuso. Me salvó de la tentación de una noche loca explorando  nuevos mundos, o que me los exploraran a mí, que «todo cabe», la llegada de unos amigos que me dieron la oportuna excusa para cambiarme de asiento.

jueves, 2 de julio de 2015

Psicosis

Te echo tanto de menos que tengo miedo de que cualquier día me transforme en ti. No digo físicamente -de pequeño leía en casa de mi abuela las revistas esas de peluquería, hola, lecturas, pronto; en el pronto, sobre todo, salían noticias del estilo un hombre se transforma de la noche a la mañana en una mujer, y yo me lo creía, porque no leía más que el titular, aunque a veces tampoco había más explicación que el titular, y tenía miedo de que una mañana me despertase convertido en una mujer, no sabía que sería tú-, porque con este barrigón que voy teniendo me costaría años y mucho sacrificio, con lo que me gusta comer, alcanzar ese cuerpecito tuyo, y nada menciono del imposible de alcanzar la dulzura de tu cara; no, digo anímicamente, como el tipo aquel de la película de Hitchcock, Psicosis, el Norman Bates, que a fuerza de echar de menos a su madre se transformó en ella. Y así, en mis momentos de soledad, me figure ser tú, trasnochando, saliendo a fumar a la terraza y tomando cerveza a solas mientras visito páginas web raras; poniendo comentarios jocosos en vídeos que me hagan gracia, escuchando al grupo ese alemán tan cutre, y a los Cure y a los otros grupos que te gustan tanto y que no recuerdo ahora, porque ahora soy yo y no tú y a mí me gustan muy poco esos grupos. Y en el ático, en este caso de mi memoria, guardaré el cadáver de tu recuerdo, sentado en una mecedora de cara a la ventana, al que solo miraré cuando esté fuera de casa, de mí, porque cuando esté dentro seré tú.