jueves, 30 de octubre de 2008

Pena Capital

Ayer comentaban por la radio los resultados de una encuesta acerca de la pena de muerte y se decía que un tanto por ciento (3 ó 30, no me acuerdo) estaba de acuerdo y que había un mismo tanto por ciento que no estaban de acuerdo, y que luego, el resto de los que sabían o al menos contestaban, estarían dispuestos a admitirla en determinadas circunstancias. (no es que sea un resumen muy riguroso, no)
No sé a santo de qué se realizó esa encuesta, pero decidí contestarla mientras iba conduciendo.
En efecto, me dije, yo estoy a favor de la pena de muerte. Todos los días, en el trayecto de casa al trabajo y luego de vuelta del trabajo a casa condeno a muerte a más de uno. Y además no me limito a una muerte piadosa con drogas paralizantes, no, mis ejecuciones son sumarias e incluyen desmembramientos, insersión de partes del automóvil astilladas en zonas vitales del cuerpo - el volante incrustado en las orejas, los testículos aplastados contra la tapa del delco (?)- y cosas así. Es cierto que me limito a lanzar al aire el deseo y a esperar que el destino lo cumpla. Pero el deseo, que es lo que cuenta, está ahí.
Luego he comprendido que la pena de muerte es algo muy serio para dejarlo al albur de un acceso de ira y que siendo como soy igual a todos los hombres, dejar en manos de cualquier hombre la decisión de matar a otro porque considera que el otro es un hombre malo ("coño, padre, y ¿por qué hizo usted eso?", "¡Ah!, pues porque era muy mala"-Amanece que no es poco) es demasiado peligrosa. ¿Quién no conoce a un cabrón malvado que merece la muerte?, tal vez alguien esté pensando en nosotros al hacerse esta pregunta.
En resumen, que, en efecto, hay mucho cabrón suelto que se merece la muerte. Pero el asunto está en que a veces no son menos cabrones los que se erigen con el derecho de decidir quién merece la muerte y quién no. Si de lo que se trata es de matar, pues bueno, pues no importa mucho. Pero si de lo que se trata es de justicia, todavía la humana dista mucho de serlo, y cuanto menos perjuicios cause, mejor.

martes, 28 de octubre de 2008

Los hermanos karamazov

Estoy leyendo "Los hermanos Karamazov", de Dostoievski. Hace mucho tiempo vi una película americana en la que Yul Brynner hacía de Dimitri. Me emocionó mucho el padre humillado por Dimitri delante de su hijo y decidí que algún día leería el libro. Ahora estoy en esa parte del libro:

Alexey, que va camino de la casa de la Khokhlalova, se tropieza por el camino con una pandilla de chiquillos que apedrean a otro. El otro se defiende fieramente. Alexey se pone de su parte, y sin embargo, cuando el chiquillo le reconoce como uno de los Karamazov, le arroja una piedra que le golpea en el hombro. Aún así, Alexey que es un sant0, va tras él para ayudarle cuando una pedrada de los contrincantes le pega en el pecho y el niño huye llorando.
Al aproximarse al chiquillo, este le rehuye, y en un momento de despiste le muerde en un dedo. Alexey no comprende por qué el niño le tiene tanto resentimiento.
Cuando llega a casa de la Khokhalova se entera de la razón. Dimitri, en un rapto de furia por una determinada razón, agarra al padre del niño por la barba y lo arrastra por la calle. El niño, que se encontraba junto a su padre en ese momento, observa el humillante espectáculo y suplica a Dimitri que deje de maltratar a su padre, pero Dimitri le ignora. A causa de la humillación pública de su padre el chiquillo es vejado en el colegio.
Alexey, obedeciendo a Katerina Ivanovna, visita la casa del niño para llevar un donativo a la familia que es muy humilde y ella, como prometida de Dimitri, se siente responsable de su desgracia. Allí se encuentra con un espectáculo desolador: una mujer loca, una hija tullida, y otra hija amargada que debe cargar con el peso de la familia. El donativo, que al principio parece ser aceptado, es rechazado con orgullo. La verdadera losa que pesa sobre la familia no es la pobreza sino la humillación.
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Me sorprenden los monólogos en esta escena, sobre todo el de la madre, pero el del padre también mientras habla con Alexey fuera de la casa para que el niño no sea testigo. Son monólogos completamente esquizofrénicos, sin sentido que desvarían de un tema a otro, pero desgranando a gotas el contenido significativo. Algo debe gustarle a Dostoievski este tipo de expresiones, pues también a Feodor Paulovich, en una de sus borracheras le hace desvariar de esa manera.
La descripción de las condiciones de vida de la familia es desoladora, pero aún así queda patente que el mayor dolor es la humillación infligida por Dimitri. Sobre todo es enternecedora la relación del padre con el hijo: el sufrimiento del hijo por lo que le ha ocurrido a su padre y el sufrimiento del padre por el padecimiento del hijo.

lunes, 13 de octubre de 2008

Textos difíciles

A veces, el "sentido" de un texto no está en el significado literal de las palabras o frases que lo componen. Uno tiene la impresión de que allí no dice lo que dice, sino otra cosa. A veces, a menudo, lo que dice no tiene ningún significado que uno pueda explicar con una razón de lector de artículos científicos, albaranes o prospectos.
A mí me pasa mucho con Cesar Vallejo. Nunca he comprendido lo que dice, pero a veces me quedo con una impresión de entender el "sentido" de aquello. Tal vez es una forma de comprensión equívoca, una sensación de comprender sin comprender realmente. Es como en los sueños donde las cosas son porque uno les aplica ese ser pero en realidad son otra cosa.
Pero hay otras veces, muchas otras veces, en que no comprendiendo lo que dice el texto, tampoco me llega ningún "hálito" de entendimiento procedente de él por más veces que lo lea. Me asalta la sospecha de que en realidad sea un texto engañoso, falso, presuntamente poético sin serlo, adoptando sólo el aspecto exterior, sin albergar interiormente ninguna esencia.
Como soy un tipo inseguro, lo que hago en estos casos es poner cara de deleite, afirmar al aire varias veces, murmurar lo bién que escribe este hombre, y olvidarlo ipsofacto.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Una llantina tonta

Ahora tengo un virus que al pinchar en google uno de los resultados de búsqueda, me lleva a otro completamente distinto, generalmente con publicidad. He intentado eliminarlo y no he podido. Me ha entrado el pánico y por un momento he imaginado un futuro en el que esa es la norma:

andas por el ciber mundo como por una selva, siempre temeroso de que tras cualquier cortina de lianas, desde cualquier enmarañado seto, te salte una tia en pelotas que te obliga a mirarla y te invita a que pagues para seguir mirando mas, o peor un señor que te amenaza con un virus y te tranquiliza mostrándote el antivirus que puedes utilizar, si lo compras, para quitártelo de encima.

De repente me han entrado ganas de tirar el ordenador a la basura y no volver a entrar en internet. He pensado que la única forma de librarse de esos peligros, de tener que estar siempre al acecho, con el escudo levantado, es no poseer nada, no participar de los juegos sociales. Eso significa aislarte. No mirar internet, para no ser víctima de estos abusos, no tener correo para no recibir constantes spams, no mirar la televisión para no ser masacrado por la publicidad. Pero también no conducir para no ser víctima de conductores agresivos, no salir por las noches para no ser víctima de borrachos agresivos, no poseer demasiadas cosas para no ser víctima de la envidia agresiva.

Se harta uno de tener que estar siempre a la defensiva, se cansa uno del miedo constante, de evitar la espontaneidad que cualquiera podría aprovechar para agredirte de alguna de las maneras.

Pero, ¿qué coño mueve a la gente a joder al otro? ¿Por qué está el youtube lleno de videos de imbéciles agrediendo a gente despistada? ¿Y sobre todo por qué consideran que eso es gracioso y digno de mostrar a todo el mundo?

No comprendo a la humanidad. No comprendo a la gente. Hoy alguien contaba un relato sobre alguien que tenía un problema y pedía ayuda, y de alguien que le había ayudado... y me eché a llorar.