jueves, 29 de noviembre de 2018

Pero tú ya lo sabes


Los recuerdos no cansan.
Cansa recordar.
Un cansancio de dioses, como dicen que dice Kafka, que hasta las heridas cierra de cansancio.

miércoles, 28 de noviembre de 2018

Yo tenía que haber sido Bernardo Soares

Yo podía haber sido Bernardo Soares. Tengo todos los papeles para haber sido Bernardo Soares, pero salí mal. Salí yo. Incomprensible. Un fallo en la  maquinaria de la naturaleza. Una mutación de algún gen, una mala lectura del ARN. O simplemente que seguí el camino equivocado; que no puse la voluntad suficiente; que fui débil. No puedo culpar a los otros de no haber sido Bernardo Soares. Solo a mí.
Ya de pequeño le tenía afición a la melancolía; lloraba por cualquier cosa. Por un amanecer con gallos. Por el olor de la lluvia en la calle. Porque mi madre no me dejaba el pijama debajo de la ropa de ir al colegio. Por cualquier cosa. Pero no un llanto perretoso de niño con caprichos sin satisfacer, no, sino un llanto de estar encogido en las esquinas, arrugado sobre mí para que no me vieran, para que  no me oyeran, para que no supieran que existía.
Después, de adolescente, también cumplí como debía. Huía de la gente. Andaba como sonámbulo, medio sonriéndole al aire. Me abrazaba a los árboles. Escuchaba las farolas. Y lloraba en silencio dejando que las lágrimas corrieran por mi cara como caballos, como viento.
Y me hice aún más grande, como tenía que ser. Y me dí a la bebida. Me di mucha bebida. Y babeaba mucho y les recitaba, ebrio, poemas a las chicas, ebrias, que aún no había huido. Me aprendí muchos poemas con esa intención. Pero los olvidé todos porque la bebida es muy mala, sobre todo en la resaca.
Todo iba bien, estaba a punto de eclosionar Bernardo Soares. Pero me agosté.
Conocí a esta mujer, que de buena, de inocente, le torció el brazo al destino sin saberlo. Y el destino salió gañendo como perro maltratado. Y me dejó sin destino. Con el hueco limpio y reluciente para uno nuevo. Y ella lo rellenó con algodoncitos, y encajes.
Yo peleé. No crean que no peleé al principio. Que no lloré por mi destino huido, el muy cobarde. Que no quise seguirlo. Pero, ¿adónde?, me decía ella muy razonable. Y yo lo comprendía bien, ¿adónde?
Terminé los estudios mientras me lo pensaba. Y luego me hice funcionario. Ya ven. ¿Qué perro había que me quería decir algo? Más tarde tuvimos un hijo y luego dos. Y entonces vino un perro. Y lo sacaba a pasear. Y así todo. Ya saben.
Y un día encontré ese libro.  Y no podía creerlo. Yo era ese Bernardo Soares. Quiero decir. Yo tenía que haber sido ese Bernardo Soares. ¿Quién es ese Fernando que me lo ha robado? ¿Cómo se me adelantó tanto tiempo? Una luz se me encendió allá adentro. Una luz muy tenue. Y lo comprendí todo. Una comprensión efímera, si me entienden lo que digo, que se te va entre los dedos antes de que empieces a sentirla. Lo supe.
Supe quién debí haber sido y quien era. Supe que también estaba bien, que tampoco estaba mal. Que no era ni mejor ni peor. Que habrían días buenos y días malos. Que el destino se había cumplido porque había habido un Bernardo Soares. Aunque no hubiera sido yo.
Tal vez haya un pobre que haya descubierto, por ahi tirado en alguna cuneta, manchado de vómito, costras en los pantalones y en el pelo, entre neblinas pegamentosas de pensamiento, que haya descubierto, digo, al verme pasar del brazo de mi señora, de la mano de mis hijos juguetones, con mi perro, que él tenía que haber sido yo, y que falló algo; tal vez él, como fallé yo, en lo mío.

martes, 20 de noviembre de 2018

Lo que va de la indiferencia a la soberbia

Lo que va de la indiferencia al desatino, usándolo también como sustantivo, esa es la medida del ser al que ninguno estamos ajenos, salvo los que nunca han sido, que no tienen acceso, y los que no serán, que serán expulsados. Midámonos como nos midamos, con hombres o con mujeres, seamos cosas o razones, nunca damos la altura, por eso acudimos a los grados, y nos degradamos unos a otros, unos ante otros, yo ante ti, que no lo merezco, ni tú lo merecías, que te debía entero o ninguno, y tú, sola tu, y no toda, que te crecía como inmensa nube a la que se entra y nunca se está –y hace frío y tiemblas por su presencia pero nunca la ves–; y tú saludando hola con la manita y la carita sonriente soy una persona qué vas a ser tú menos que TODO sin alternativa; y me quedé sin nada, sin ti. Me lo merecía. Y sé que es pura soberbia.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Su lucha

Dice, o vengo a entenderlo yo, Karl Ove, que el propósito de su escritura es recrear el allí, así lo dice él, el allí. Yo interpreto: el momento y el lugar de un pasado en sus detalles, que no tienen por qué ser los más relevantes o los más llenos de sentido para lo que venga después, sino simplemente los que uno recuerda, que muchas veces nunca sabe uno por qué recuerda unos detalles y otros no. También cuenta que un amigo le recrimina que en sus textos no hay una historia. En efecto no percibo un motivo o  más bien una dirección hacia la que apunte lo que va contando. No hay una conclusión de la historia y suculun suculorun, no hay una moraleja, una anécdota que recrear, hay solo un fluir del texto y de la vida que el texto intenta reflejar. Y digo del texto porque está escrito, pero la palabra tampoco tiene relevancia, quiero decir, es solo un medio y no parece estar presente en la mente del autor ninguna intención de juguetear con sonidos, sentidos reflejos, metáforas, etc. salvo las estrictamente necesarias para reflejar lo que quiere contar. En lo del flujo debo tener razón porque ya va por seis libracos y si la referencia a En busca del tiempo perdido del primer capítulo tiene algún sentido, lo mismo le falta un séptimo. Esta sería la única relación porque me parece que el propósito de la obra de Proust era otro, mucho más relacionado con la melancolía de unos tiempos ya perdidos, con unas atmósferas, con una emociones, retorcidísimas, por cierto, y contadas al milímetro en los últimos libros. En fin, no los creo comparables salvo numéricamente, si es que este hombre, que todavía es un chiquillo, como quien dice, se para en el séptimo.

martes, 13 de noviembre de 2018