jueves, 26 de marzo de 2020

Cortázar y Hesse (y también yo)

Ayer escuché una crítica de Julio Cortázar al libro de Herman Hesse Demian,  (Por cierto, en el vídeo se dirige a un tal Ricardo, ¡qué casualidad!) que en realidad se hacía extensible a toda la obra del autor. Se hacía corroborar por Kurt Vonneguth, del que había leído hacía unas semanas unos artículos en los que también ponía a caldo a Hesse. No obstante admitía que el libro lo había leído en su juventud y que apenas lo recordaba salvo por unas notas que tras su lectura había tomado y olvidado en algún sobre, que, por cierto, había recuperado recientemente.
Tachaba el libro de ridículo e inverosimil en sus, digamos, propuestas morales. Engañoso e irreal en sus propuestas de búsqueda de realización personal solo en el propio individuo desdeñando el entorno como influencia y como zona de actuación, y también de transformación por parte de uno. Adolescente, o encaminado a atraer adolescentes, en la profusión de personajes misteriosos, un punto inquietantes, con extraordinarias capacidades, inteligentísimos y clarividentes que parecen estar flotando por encima de los convencionalismos sociales.
La admiración, dejarse sugestionar por todo eso es lo que considera Cortázar, y también Vonneguth, que es una peligrosa actitud adolescente. Peligrosa en el sentido de que los aleja de los problemas reales de la sociedad y por lo tanto los inhabilita como agentes transformadores.
Escuché, incómodo, esta arenga anti Hessse porque, mientras friego escucho un audio libro de Hesse, leído con un exótico acento mexicano que le suma atractivo. Y esa escucha-lectura es uno de los momentos más agradables del día. Me salgo completamente de lo que estoy haciendo, que sigo haciéndolo automáticamente, y me voy por esos andurriales que recorre Emile Sinclair. Y en esos momentos que reflexiono sobre el placer que me proporciona, me doy cuenta de que pocos libros me lo dan. Ni punto de comparación, por ejemplo, con la dura cuesta arriba que significa avanzar día a día en las interminables descripciones-reflexiones de ese narrador de La Peste cuya voz narrativa te deja fuera de la historia (en cambio la de Emile Sinclair, que también es en primera persona, no) a fuerza de masticarlo todo a veces de una manera un poco absurda, o será que yo, ahora dudo, puesto que Cortázar me califica de adolescentoide, no alcanzo a comprender esas profundísimas consideraciones que allí tienen lugar.
Estoy, declaradamente, más del lado de Hesse que del lado de Camus (¡eh, cuidado, Camús a muerte!). Las novelas de Hesse me parecen más productivas en el sentido de llevarme a reflexionar sobre mí mismo y sobre mi personal situación en este mundo, mientras que las novelas de Camus, y en general la filosofía, lleva más a reflexionar sobre nosotros y nuestro papel en este mundo, una preocupación que me parece más estéril, más literaria en cuanto que diluye nuestro comportamiento personal en la masa. Supongo que tengo que darle la razón en eso de que tales novelas, las de Hesse, fomentan un individualismo fantasioso, que ofrecen un “escapismo de alta calidad”, que es lo que ofrecen, por cierto, los libros de auto ayuda, los cultos orientalista, las terapias alternativas y toda esa pesca, y que entre los insignes intelectuales tiene tan mala prensa, tanto desde el punto de vista de la calidad literaria como desde el punto de vista del pensamiento, al que se le atribuyen un excesivo uso de eslóganes y lugares comunes. Y sin embargo no percibo en el pensamiento oficial, en la filosofía de alta cuna más que palabrería y sí, observación y análisis, pero absolutamente ninguna capacidad de actuación, pura literatura de envanecimiento, y en cambio todos estos movimiento pseudo (científicos, filosóficos, religiosos) al menos ofrecen una guía de acción directa, de actuación inmediata, que llevará o no llevará a un mejor destino pero al menos hace removerse al individuo en su interior, cuestionarse, preocuparse de su actitud interior frente al mundo y tratar de modificarla, cosa que por lo visto en las ciencias y filosofías oficiales está visto como una ridiculez. Nos falta mucha educación sentimental y emocional y quienes se han encargado de esto tal vez no sean precisamente los más preparados y muchos se aprovechen económicamente de este nicho de mercado, pero esto ocurre porque simplemente, en la oficialidad se ha hecho una dejación espantosa al creer que las matemáticas y la ciencia en general transforma más una sociedad que la psicología individual y de masas que solo sirve para poder vendernos productos más eficazmente.
Así que voy a seguir escuchando y disfrutando a Hesse –ya me he bajado también Siddharta–  y para no perder perspectiva seguiré empeñado en llegar al final de este terrible episodio de peste que están sufriendo en Oran, que, por suerte, estoy observando desde fuera, sin implicarme, y, a veces, sin enterarme
“Sin salir de la sombra, el doctor dijo que había ya respondido, que si él creyese en un Dios todopoderoso no se ocuparía de curar a los hombres y le dejaría a Dios ese cuidado. Pero nadie en el mundo, ni siquiera Paneloux, que creía y cree, nadie cree en un Dios de este género, puesto que nadie se abandona enteramente , y que en esto por lo menos él, Rieux, creía estar en el camino de la verdad, luchando contra la creación tal como es: 
—¡Ah! — dijo Tarrou —, entonces, ¿esa es la idea que se hace usted de su oficio?
—Poco más o menos —dijo el doctor volviendo a la luz”
(Me permito anotar aquí que, a) ¿de verdad estamos hablando, está hablando Camús, de creer o no creer en Dios a esas alturas del siglo veinte en que escribió la novela? b) me temo que es un punto de vista muy occidentalista; cuando escuchamos hablar de las cosas que sí que hacen por sus creencias en dios en orriente,nos llevamos las manos a la cabeza y simplemente los llamamos locos. Lo mismo no están tan locos y sí que creen en Dios ¡a muerte! (no soy capaz de creerlo, pero tal vez  sea por que soy occidental).

martes, 24 de marzo de 2020

Un suceso nocturno

No va a ser todo tan malo. Pero los signos no son alentadores. Anoche me desperté y no encontré las salvíficas luces del radio reloj.
Supe que eran las cuatro y cuarenta y cuatro porque tengo un reloj de emergencia, de los de muñeca, colgando por allí cerca que funciona con una de esas pilas infinitas y que tienen un botoncito de iluminación.
Me levanté a comprobar si no había luz en toda la casa o solo era un fallo del reloj, que tienen una vida limitada (este debe ser el cuarto radio reloj que he tenido a lo largo de mi vida de casado, que ya suman, ayer mismo, 29 años), y, en efecto, los otros relojes que anuncian vida en la nevera, el microondas y el horno eléctrico tampoco estaban encendidos.
Me entró pánico. Pensé, se nos viene encima el caos si al encierro obligatorio se suma falta de corriente. Me acordé de esos apagones que han habido recientemente por toda la geografía del país, generalmente a consecuencia de grandes tormentas (el año pasado mismo uno en Tenerife). Y con el probable incremento de consumo de los hogares ahora que todos pasamos las veinticuatro horas aquí metido y todos el tiempo transcurre cargando móviles, usando el microondas para calentar café, o la cocina eléctrica para cocinar las viandas, pues no sería raro que colapsara el sistema de suministro eléctrico.
Pero luego recordé que mi casa, algo antigua aunque víctima de sucesivas reformas, no ha conseguido nunca superar su humedad estructural, y esta le afecta, cuando menos nos lo esperamos, a su parte más sensible, a su sistema nervioso. Y corrí al cuadro de mandos a ver si se había bajado alguna palanca. Así había ocurrido. ¿Tranquilidad?, no, todo lo contrario.
De pronto me vi inmerso en la terrible odisea de encontrar un técnico que quisiera desplazarse hasta mi casa con peligro de ser interceptado por los vigilantes del estado de emergencia. La imaginación me llevó al límite de tener que revisar toda la instalación, desmontar habitación por habitación todo el cableado, desarmar la casa entera en busca del fallo, de la humedad insidiosa (había llovido durante la noche); nos vi, caminando desnudos y con frío bajo la lluvia llevando en brazos los gatitos que cobijamos bajo nuestro techo junto con su desconfiada madre, una gata callejera que prácticamente raptamos de su medio, todo hay que decirlo, que ella nunca nos pidió nada y bien que nos lo recuerda con harta frecuencia.
En fin. Que subí la palanca y con la indiferencia de un dios y la confianza de un hombre en la técnica del mundo civilizado, la luz se hizo. Esperé unos instantes, que fueron de una tensión terrible, por si ocurría una reacción que nos devolviera a la oscuridad y al caos, pero nada hubo.
Así que me volví a acostar. Me costó un poquito dormirme porque tantas aventuras vividas en tan breves instantes saturan la imaginación y no dejan lugar al reposo y la tranquilidad necesaria de mente para hacerle hueco al sueño. Pero fue tal mi persistencia de voluntad que conseguí desplazar toda preocupación en favor del fervoroso recitado de la serie numérica de los número naturales en orden ascendente.
No había alcanzado el quinientos cuando ya sentí que había perdido la cuenta y que muy probablemente ya había contado el 36 más de una vez y empezaba a dudar de que el cuarenta y dos fuera el que le siguiera, hasta que mi padre se me acercó y me invitó a saludar a unos amigos  que había conocido recientemente y a los que le había hablado calurosamente de mí, cosa que me escamó un poco, que mi padre siempre me miró con esa desconfianza del que, siendo de lo mejorcito, no había alcanzado ni la décima parte de lo que él hubiera esperado de uno de sus hijos. Ahí ya supe que estaba dormido, así que sin pedir perdón ni permiso me escabullí y me dediqué a pasear, que es lo que más me gusta, por los paisajes de mis sueños, que siempre son sorprendentes, e interesantes y nunca parece haber demasiada gente importuna. 

jueves, 19 de marzo de 2020

Ondas desvanecientes o algo asín

Vi una película. Se llamaba  Vanishing Waves, pero en realidad era de Letonia, y se notaba porque los personajes hablaban raro. Menos cuando venía uno que hablaba raro, pero en inglés.
Trataba de unos científicos que se metían dentro de la mente de una mujer que estaba en coma. No era para curarla ni nada, solo por el gusto de saber que podían hacerlo. Ya saben cómo son los científicos. El caso es que el tío al que le tocaba la parte activa, que tampoco es que fuera muy activa, porque lo metían dentro de un estanque de aislamiento, se pone en contacto con la muchacha que está en coma, y echan sus polvillos y eso. Pero a los de fuera que solo ven señales y gráficas, no les dice ni mú. Luego la cosa se complica un poquillo.
El caso es que mientras iba mirando la película iba tomando notas. Así que esto que sigue es, aproximadamente una transcripción del guión de la película. Aproximadamente quiere decir que cualquier parecido con la realidad, es lo que tiene, que como todo es realidad, todo se parece un poquillo.

Viaje a la mente de una mujer
Ella, que acaba de salir de la ducha, le mete mano al pibe, que está delante del ordenador to concentrao.
—¡Chacha, déjame tranquilo que estoy trabajando!
—Mentirosillo. Tú lo que quieres es que te deje solo para hacerte una paja mirando porno.

—Tengo que raparme la cabeza. Es pa un esperimento.
—Vale, yo compro una maquinilla cuando vaya al súper.
—¡No hace falta, con jabón y hojilla basta!
—¡Qué bruto es!. Te vas a cortar todo. ¿Y qué experimento es ese?
—¡Oh, uno!
—Misterioso estáis.
—Es que es secreto.
—Pero yo soy tu mujer.
—Por eso. No te lo puedo contar.
—Pues no me lo cuentes.
—Pues vale.

—Me quieren meter dentro de una señora.
—¿De cabeza?
—Nooo. Lo de la cabeza es pa los cables.
—¿Te van a meter cables en la cabeza? ¿Por las cortadas que te has hecho?
—Nooo. Me ponen unas pegatinas.
—¿Unas calcomanías? ¿Te van a tatuar la cabeza?
—¡Que no! Que es todo muy sientífico. Las pegatinas tienen unos cables que van a las máquinas esas y allí se ve too. A mí me meten dentro de una bañera y cierran la puerta.
—Parece un buen curro. ¿Está calentita el agua?
—¡Claro!, ¿y si no, quién aguanta, mujé?
—¿Y la señora quién es?
—No sé, una. No la he visto.
—¿Y te vas a meter dentro de ella sin conocerla? Se va a enfadar. Que yo conozco a las mujeres.
—¡Ah!, yo de eso no sé. Yo hago lo que me manda el jefe.
—Todo eso son cosas muy raras.
—La siensia es ansí.

—Oye, que me estoy follando a la chica esta.
—¿No decías que no la veías?
—Y no la he visto. A lo mejor ni siquiera es la misma. Como es por dentro.
—Y oye, digo yo. ¿Se te empalma allí dentro?, porque lo que es aquí fuera.
—Pues sí.
—¡Anda qué suerte! ¿Y cómo es ella?
—Pues, está muy bien. Es monilla.
—Monilla, ¿eh?. ¿Y dices que se te empina?
—Como una barra de hierro. Y ella le saca un rendimiento que no veas. Yo tampoco lo hago mal.
—Ese no eres tú. Si lo sabré yo.
—A lo mejor es que es un super yo, de esos.
—¿Y dónde lo tienes escondido?
—Tú estás celosilla.
—Hombre. No te digo que no me viniera mal una sesión de esas.
—Esto es solo para sientíficos.
—¡Y un rábano! A lo mejor se te queda algo, mira a ver.
—¡Quita, cochina, que tengo que estar consentrao para la sesión de mañana!
—¿Concentrado o descansado para esa golfa?
—No mujé. Que es cosas de la siensia. Tú no lo comprende.

—¿Y cómo va la cosa?
—No sé. Estábamos tan tranquilos, comiendo…
—¿También comen?
—¡Buah!, ostras, purpo, marisco, fresas…
—A ti te dan asco las ostras.
—Pues allí me las como. Y me gustan.
—Será por eso que se te empina. ¿Comes muchas?
—¡Me jarto!
—¿Y no te sientan mal? Mira que las ostras son muy traicioneras.
—Pues no.
—Es por eso, seguro.
— ...pues va y se me pone toa loca a tirarme la comida. Y, claro, yo le respondí. Un desastre hicimos en un momento. Luego me dijo, muérdeme.
—¿Y la mordiste?
—Un poquito.
—¿Y qué?
—Dijo, más fuerte.

—¿Cómo va la chica?
—Se está poniendo rara. En plan dramática.
—Esta va a querer algo serio. ¿Tú le has dicho que estás casado?
—¡Si no hablamos!
—¿Todo el rato es toma y daca?
—Todo el rato no. A veces descansamos. Pero no hablamos mucho.
—Esa es una lagarta.
—¡No seas así, mujé! Es solo en la cabeza.

—Que me llevó a una orgía.
—¿Una de esas de machos y hembras todos desnudos?
—Yo no toqué ninguna cosa rara. Creo que todo eran mujeres. Se restregaban entre ellas como en un nido de babosas o de serpientes.
—Tú no has visto una serpiente en tu vida.
—Eso no es verdad. Acuérdate de cuando fuimos a Galda. Pero yo me refiero a eso de las películas cuando se ven todas revueltas, que se mueven unas por encima y otras por debajo y luego se dan la vuelta, y sacan la lengua.
—¡Chico, qué asco!
—Ya te digo. Me dio asco y me fui.
—Y luego quieres que hagamos un trio con Laura.
—Es distinto. Solo son dos.
—A mí me parece que hasta yo voy sobrando…
—Ay, mujé. Siempre con esas cosas tuyas.
—A lo mejor podríamos invitar también a Alberto.
—¡Quita pa llá, cochina!

—Oye, ¿tú me quieres?
—¡Anda con lo que me sale esta ahora!
—Es que estás tan raro.
—Es lo del esperimento. Todo empieza a ponerse un poco… raro.
—¿La quieres más que a mí?
—Son amores diferentes.

—La cosa se va aclarando.
—¡Ah, sí!
—Sí. Verás. Yo no soy yo, sino su querío.
—Pero no decías que no la conocías de antes.
—En su mente, boba. Ella cree que yo soy su querío.
—¡Ah, claro!, por eso se te empina.
—Bueno…
—Ya me parecía a mí muy raro.
—Y como él la palmó, pues ella lo echa de menos.
—Y entonces llegaste tú.
—Un gorrino que hubiera llegado, una puerta, una señal de tráfico….
—Que te tocó. A otros les toca la lotería.
—En nombre de la ciencia cualquier sacrificio.

—Ella se despertó.
—¿Dormía?
—Estaba en coma, ¿no te lo dije?
—Al principio era una señora. Luego una chica. Eso es todo lo que sé.
—¡Venga, bah!, si ya se va a acabar.
—¿No dices que despertó?
—No es tan guapa, eh, no creas.
—Ya la viste.
—De refilón.

—Hueles a tabaco, ¿ahora fumas?
—¿Yo?, qué va.
—Todo esto es muy raro. ¿Te enteraste de que mataron a una prostituta ahí debajo?
—Yooo, no sé. Estoy tan consentrao en mi trabajo.
—Ya, ya.
—Tustás muy raro.

—Oye, que me han echao.
—¿Y eso?
—Se murió la chica.
—Claro. Tanto meneo.
—Ellos no sabían…
—¿No les contabas lo de los meneos?
—No.
—Con razón.
—Pues tendré que buscar algo.
—El mercadona tiene una lista para entrar de cajero. Como eres científico sabes de números, a lo mejor te cogen.
—Probaré a ver.

—¿Sabes qué? Echo de menos lo de los meneos.
—Con la chica esa.
—No. Así en general.
—Pues anda que yo estoy un poquito harta del dedito.
—¿Y si probamos a ver? Cuando estaba en el estanque tragué un poco de agua. A lo mejor con eso…
—Por probar...