sábado, 8 de julio de 2023

Alguien voló sobre el nido de cuco

 He leído Alguien voló sobre el nido del cuco. Ya saben, el libro del que sacaron la película de Jack Nicholson. Me parece que casi todas las películas de Jack Nicholson, son la película de Jack Nicholson desde Easy Ryder hasta, no sé, El Resplandor, Chinatown, o Mejor imposible. Desde luego McMurphy es Jack Nicholson. El jefe Bromdem es un poco menos este que lo interpreta, Will Sampson, aunque uno no pueda dejar de acordarse de él. Es un poco menos porque el narrador es él y lo conocemos mucho mejor que conocemos al jefe en la película. No he visto recientemente la película así que hablo de memoria que ya saben que se inventa la mitad. 

Todos creen que el jefe Bromdem no habla, no oye. No reacciona. Lo llevan para acá y para allá como si fuera un muñeco de goma. Barre, eso sí. Le ponen la escoba en la mano y barre. Pero hay vida dentro del jefe Bromdem. Escucha y sabe lo que pasa alrededor. Calla. Calla porque no cree que los demás pudieran oírle si hablase. Se acuerda mucho se su padre y de la cascada cerca de la cual habitaban. Y de su madre, que era blanca. Y se acuerda de los tipos que llegaron un día ofreciendo dinero para se marcharan de la cascada porque querían hacer una presa. Se acuerda de cómo el alcohol acabó con su padre. Y estuvo en el ejército, en la guerra de Corea, o por ahí. No recuerdo muy bien qué pasó. Aquí lleva muchos años. No es como muchos de los otros, Harding, Bibbit, Martini, Cheswick, que están aquí voluntariamente. Ya ha pasado más de una vez por la cámara de electroshock. El jefe está escondido dentro de sí mismo. Se cree débil, pequeño. Porque eso es lo que ha hecho de él El Tinglado. El Tinglado lo sabe todo. Tiene espías por todas partes, incluso dentro de nosotros nos ha puesto chips para saber en cada momento lo que pensamos, dónde estamos, qué hacemos. El Tinglado es el que lo ha empequeñecido, y le ha robado su fuerza.  McMurphy le promete que es capaz de devolverle su fuerza, su altura. Y cumple. Al final el jefe arranca el panel de mandos del baño, que nadie creía que un hombre fuera capaz de levantar y lo arroja contra la reja de la ventana. Y se fue campo a través, lo mismo que el perro, uno que estuvo observando una vez desde esa misma ventana. Un hombre que le dejó subir a su camioneta le prestó su chaqueta para que se la pusiera encima del uniforme y le dio diez dólares para tuviera algo que comer mientras se dirigía a Canadá, cuando él le contó su historia. Pero él quiere echar un vistazo, antes de ir a Canadá, a la vieja cascada, tal vez todavía queden algunos de los suyos por allí y pueda volver a pescar salmones. Esto es todo lo que desea. 

El Tinglado es, no el hospital entero, sino aquella sala controlada por la enfermera Ratched. Todos creen ser libres allí hasta que llega McMurphy. Entonces se dan cuenta de que todo lo que ocurre allí, las pastillas que toman, la sesiones de terapia conjunta con la señora Ratched y el doctor, que asiente a todo lo que ella sugiere, las pastillas que les dan por la noche para que duerman profundamente, todo está montado para que nada cambie, para que ellos permanezcan en el estado de indefensión (está descrito, indefensión aprendida) que los llevó allí. Allí se sienten protegidos, porque se sienten diferentes, incomprendidos, atacados, fuera. Han venido a refugiarse. Y en ese sentido el Tinglado está bien. No les mejora, no les refuerza para hacer frente a la incomprensión, pero les protege allí dentro. Todo está bien. Hasta que llega McMurphy y les hace comprender que hay otras posibilidades. Y que ellos desean esas otras posibilidades pero que permanecer allí dentro les hace creer que solo son sueños inalcanzables. Imposibles, porque ellos son diferentes. Y los que son como ellos tienen limitaciones. Es decir, todo estaba bien hasta que llegó McMurphy a estropearlo todo. A hacerles creer en sí mismos. El Tinglado no puede permitir esto y para impedirlo, para impedir que estos pobres locos se hagan daño a sí mismos está la señora Ratched que les recuerda constantemente lo débiles que son, los peligros que hay fuera, y los engaños que hay dentro para convencerlos de otras cosas, como ese tal McMurphy, que estropea su orden, que no acata su ley, que desorganiza su tinglado tan minuciosamente organizado. 

McMurphy es el salvaje de Un mundo feliz (otro libro que hace mucho que no leo), solo que el salvaje no consigue convencer a nadie de que están encerrado en aquel estricto modelo de sociedad, de que están contenidos por aquel soma que consumen, de que están dormidos, limitados para que el sistema funcione siguiendo sus perfectas normas de convivencia. Claro, en el mundo feliz nacieron allí, fueron programados desde el mismo nacimiento. No había posibilidad ninguna de convencerlos de que otro mundo es posible. Ni si quiera aquellas mentes irregulares que lo apoyan están muy convencidos de ello. Su forma de rebeldía es alejarse lo más posible de los centros de poder donde no les alcance demasiado las exigencias de normatividad del sistema. El salvaje allí era un ente extraño que pretendía que aquella sociedad que a él le parecía inhumana, porque él era humano y no le gustaba cómo funcionaban las cosas allí, no estaba bien; pero comprendió a tiempo que no es justo cambiar algo porque a ti no te guste, tu no eres la medida, la norma, el patrón. No, no creo que lo comprendiera, se suicidó por impotencia. Es distinto aquí, donde McMurphy les recuerda que fueron una vez de otra forma. Que se refugiaron aquí para huir, pero que querrían estar fuera, ser como todos, o no ser, estar con todos, como todos, con sus particularidades, disfrutando y aguantando como hacen todos. McMurphy no se sacrifica por ellos. Esto que quede claro. McMurphy sí que es un egoísta que obra en todo momento por interés propio. Todos lo llegan a saber, a comprender. ¿Y qué si eso los ayudó a salir?, ¿y qué si rieron como nunca habían reído, se emborracharon y disfrutaron desinhibidamente como no se creían capaces? Pero luego llegó la señorita Ratched a recordarles que ellos eran débiles, que había amenazas, que había madres que no perdonarían que sus hijos quisieran ser libres. Eso pareció una derrota. Y la exhibición del cuerpo casi inerte de McMurphy, casi lo pareció también. Pero cuando el jefe Bromdem rompió la reja, ya casi no quedaba ninguno, todos se habían ido a probar suerte ahí fuera. Él se quedó porque sabía que McMurphy volvería, como había dicho la enfermera Ratched, y quería confirmar su aparente victoria y, no podía dejarlo así, debía escamoteársela una vez más. 

Es una de esas novelas que uno no es capaz de distinguir de la película. A menudo me pasaba de pequeñito que no recordaba si había leído una escena que había recordado o la había visto en el cine. Iba mucho al cine cuando era niño a ver películas de vaqueros y de romanos. Y leía también mucho las novelitas de Marcial Lafuente Estefanía. Una escritura ágil, directa, directa a la imagen construida en palabras, ves todo lo que pasa y te olvidas de estar leyendo. Supongo que gran mérito es de la traducción, en este caso Mireia Bofill Abelló, una edición de 2002. Me la encontré en la calle. Últimamente no compro libros, espero hasta encontrármelos en la calle. Es otra forma de no dejarme elegir que siempre voy a lo mismo.