jueves, 17 de diciembre de 2015

La mayoría

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¿Por qué todo el mundo maneja «la mayoría» como Charlot jugaba con aquel globo terráqueo en El Gran Dictador? Todos creemos saber qué es lo que piensa «la mayoría» a pesar de que «la mayoría» nunca se manifieste, como se manifiestan las mayorías, de la manera que hemos dicho. «la mayoría» de los españoles piensa qué..., dicen, aplicándole a «la mayoría» su pensamiento de hace un momento que, como «la mayoría», cambiará de dirección y sentido a poco que el viento sople. «la mayoría» a la que representamos, dice el partido que gana las elecciones, ignorando a «la mayoría» que no ha votado más los que han votado a los otros partidos. Y lo peor es que en el fondo «la mayoría» pensamos que «la mayoría» son un rebaño de ovejas que es traído y llevado sin aparente resistencia por el pastor y los perros sin apenas más que unos silbiditos y unos ladridos, tan acostumbrados están a ser llevados y traídos. Y lo más peor de todo es que nunca «la mayoría» somos nosotros, que siempre estamos apartados, como si precisamente nosotros fuéramos la oveja negra que se niega a seguir al pastor y temer a los perros, la que se salta la valla cuando le da la gana y se va a pastar la hierba, más fresca, que hay al borde del bosque, sin temor a los lobos. Hay ovejas negras, quiero creer, son esos a los que miramos como a unos pobres locos porque no se comportan de la manera tranquilizadora con que lo hace «la mayoría», les tenemos miedo y procuramos apartarnos de ellos porque nunca se sabe qué desgracias atraerán con su comportamiento anómalo, por miedo a que nos caiga una mordida injusta del perro o un palo mal medido del pastor.
Tal vez, cuando empecemos a darnos cuenta de que «la mayoría» somos «la mayoría» y empecemos a reaccionar contra eso comenzará a tener sentido hablar de una «la mayoría» como fuerza de opinión. Mientras, «la mayoría» seguiremos opinando contra «la mayoría» mientras damos vueltas en esta circunferencia sin fin atentos al silbido del pastor y el ladrido de los perros. 

martes, 15 de diciembre de 2015

Tener fe

Yo no tengo fe. Todo el mundo la tiene a mi alrededor. Yo no. Hay quien cree en sí mismo. Hay quien, olvidado de sí, cree en su trabajo, y se entrega afanosamente por prestigio, por orgullo, o simplemente por gusto. Hay quien cree en el dinero y hay quien cree, no sé, en la ciencia, en su propio sentido común que nadie comparte. Hay quien cree en su obra, que lleva a todas partes bajo el brazo y la muestra con pasión y contagia de esa pasión a otros. Hay quien cree ser esto o lo otro: privilegiada clase social con prerrogativas sobre el vulgo o pobre de solemnidad con derechos sociales, enfermo de cáncer, viejo, o formar parte de la alocada juventud. Hay quien cree en el progreso y quien cree en la lucha obrera. Los hay apasionados por la política internacional y los hay apasionados por el esoterismo, por los juegos de rol, por el deporte. Hay quien tiene fe en una religión y decide matar indiscriminadamente por eso y los hay que dedican su vida a luchar fieramente contra estos. Los hay que se entregan calladamente a ayudar a los demás y los hay que se van por ahí y nos informan comprometidamente de las cosas que suceden en el mundo, aquellas que no interesan a los grandes medios, y lo hacen porque «sienten que es su deber».
En medio de todos ellos, a los que admiro o envidio, deambulo yo con una vergonzosa sensación de estar desnudo, de llevar las manos vacías, de no tener nada que ofrecer, nada que exhibir, nada de qué envanecerme u ostentar. Invisible. Manso. (ya lo decías tú)

lunes, 14 de diciembre de 2015

¿Tú eres feliz?

...y entonces me preguntas – así, sin venir a cuento –: “¿tú eres feliz?”. Y yo interrumpo lo que estoy haciendo, que no tendrá nada que ver con la felicidad, ni con nada, seguramente, de provecho, y pensaré por un momento y tendré el impulso de responder: “Sí”; pero un escrúpulo me lo impedirá, trayéndome imágenes del mundo, y de los malos momentos, y del aburrimiento del trabajo y la monotonía de muchos de nuestros días, y titubearé; entonces estaré tentado de responder: “No”, pero otro escrúpulo de sentido contrario me traerá a la cabeza imágenes de nuestros viajes y nuestros paseos por ciudades y lugares ajenos, de nuestras mañanas de los sábados, de las siestas, larguísimas, que acostumbro a echar, de mis libros, de esta casa de la que nunca nos apetece salir, de toda la música y el cine y los libros por descubrir todavía, de lo que algún día escribiré, y tantas cosas, y volveré a titubear, y me quedaré indeciso, temeroso de responder “no sé” por miedo a que tu siguiente pregunta sea: “¿por qué?”.  Y no diré nada mientras me pongo cada vez más nervioso bajo tu mirada atenta, inquisitiva, sincera e inocentemente curiosa de saber qué se esconde debajo de esta hierática mirada mía, de mis silencios que te lastiman tanto. Me falta la soltura de escabullirme devolviéndote la pregunta o elaborando una compleja reflexión acerca de qué es lo que pasa por la cabeza de una persona que, de pronto, sin venir a cuento, arroja una pregunta como esa en el agua tranquila de un ánimo distraído.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

El temor

El temor
de vernos reflejados en esa cara de zangolotino
que nos mira desde el espejo del baño.
El temor
de que esa calva sea la nuestra,
esa nariz desproporcionada,
ese balón ahuevado en el vientre,
más obsceno por feo que el fláccido,
minúsculo pene,
y las asimétricas bolsas escrotales, sean las nuestras.
Ese temor,
que se desvanece
en cuanto nos duchamos y nos tomamos el café,
ya vestidos,
y comprobamos que no,
que seguimos teniendo el rostro equilibrado y resplandeciente,
el vientre contenido y armonioso,
el pene alerta, siempre dispuesto a saltar
y los testículos fabricando esperma sano y fuerte
en cantidad suficiente
para poblar
cien veces
la Tierra. 

martes, 8 de diciembre de 2015

Visita al CAAM


Detalle de una las pinturas de Abraham Lacalle

Estuve en el CAAM mirando las cositas de Juliao Sarmento, Abraham Lacalle y Santiago Ydañez.
Por decirlo de alguna manera, «no me gustó» los de Juliao, en cambio lo de Abraham y Santiago era «aceptable». Nada de eso que he subrayado significa nada. No sé muy bien qué quiero decir cuando digo «no me gustó», salvo que no me despertó ningún interés en volver a ver sus obras. No sé qué quiero decir con lo de «aceptable», salvo que percibí que había un trabajo de artesanía, los tíos pintan, concretamente. Me gustaron las pinturas de guerra de Abraham, esas impresiones de un paisaje, no bélico, sino sometido a la catástrofe de una guerra; edificios destrozados por balas y bombas, pintados en tonos grises, muy esquemáticos pero que causan la impresión debida. Luego tiene otros paisajes más coloridos, que me parecen muy saturados, aunque también logran la impresión de paisaje en guerra. Ahora que miro el título de esta exposición, Pintura Bélica, apunta a que es una pintura guerrera y no una pintura de la guerra, que es como lo he interpretado yo. Los grandes formatos ayudan mucho a causar impresión, yo diría que facilitan, así que hay que desconfiar del pintor de gran formato que puede utilizarlo como recurso fácil. Tiene Abraham un cuadro que recuerda a Russeau el llamado aduanero.
Apenas recuerdo lo de Santiago Ydáñez, salvo el gran perrazo que pintó en la pared de una de las salas y que está de nuevo, y exactamente, reproducido en la parte interior de la tapa de una caja que contiene menaje de cocina, concretamente cuchillos. Toda esta sala contiene cosas parecidas, cajas con cubiertos, con aspecto de muy antiguos, a los que se les ha decorado la parte interior de la caja con paisajes y o figuras. Ahora recuerdo que tuve una extraña sensación con Santiago, una sensación inquietante, por ejemplo con esas hoces, cuchillos, guadañas, decorados con ¿ojos?, o miradas. El tio tenía una vertiente discretamente amable pero otra vertiente siniestra. Los cuadros de esta sala de las cajas resultan vagamente incómodos, creo que algunos representan animales descuartizados, cuchillos hiriendo carne,... en fin, inquietante.
De Juliäo Sarmento no sé qué decir. El tío me «hablaba» y yo no era capaz de descubrir un lenguaje en los «sonidos» que emitía. Hay un par de vídeos que son agradables de ver solo porque hay chicas preciosas paseándose por ellos. En uno es como estar espiando a las vecinas del chalet de enfrente que disfrutan de su piscina. En otro, después de una larga sesión de piernas –pensé, esta tía tiene metidas unas bolas chinas y el movimiento de esas piernas es una forma refinada de revolver las bolas allí dentro (dicho sin saber realmente qué son las «bolas chinas» ni si tienen una función orgásmica). Después se levanta y camina hacia un despacho, donde, ahora sí, le vemos la cara, pues nos cuenta una historia a medida que va situando los personajes «muñequitos» en fila sobre la mesa.  También recuerdo otra chica en una playa, creo que en el mismo vídeo. Y en otro una muchacha que viste y se desviste pero proyectando las imágenes hacia atrás. Lo que es propiamente la obra pictórica-collage-etc., no tengo ni idea de cómo interpretarla. Y luego hay un par de bustos, de mujer, por supuesto, en cera, ahí en pie,una medio descabezada, y la otra con una bolsa negra sobre la cabeza. La medio descabezada me llamó la atención, se hundía los dedos en el pecho como para querer alcanzar su corazón.
Como era domingo y había feria de artesanía, fuera, en la calle, cantaba una trouppe folclórica.(y repetía mucho trouppe porque le hacia gracia aunque no sabía qué significaba)

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Esa actitud

Carece de interés, en sí, lo que hace otro. Bastaría con dejarle hacer. Él, empero, no nos deja hacer; siempre nos vemos envueltos en los asuntos de los demás. Se nos obliga a una solidaridad que en realidad no existe. Pues no hay una auténtica solidaridad; solo compasión. Pero en vez de permitirnos dar, se nos despoja. Los pobres, por no ser ricos, nos obligan a pagar por ellos; si el Estado tiene malos empleados, nosotros tenemos que expiarlos y porque una mujer ha sido engañada, nos engaña luego a nosotros. Siempre tenemos que cargar con nuestros prójimos; cuelgan de nosotros como un fardo; nos imponen su vacuidad; nos cubren con una capa de su ser, que no es ninguno. Ya hace tiempo que no somos nosotros y llegará el día en que nos convertirán en lo que son ellos, en que nosotros seremos igual que los demás.


Es un texto de un personaje de una novela de Alexander Lernet-Holenia, El conde de Saint Germain. Al principio el texto me pareció muy elitista, luego me pareció imbécil y al final me pareció irónico. La ironía viene al final cuando reconoce que todos somos iguales intentando despegarnos de la masa que son los otros, distinguirnos de ella, de la cual en realidad no somos distinguibles porque la misma molestia que son los otros para nosotros lo somos nosotros para algún otro. Y precisamente es esa actitud de clasismo, de tratar de distinguirnos de "la gente", la que lleva a que todos al final nos comportemos como esa gente que tanto despreciamos, porque cada uno creemos no ser ese y estar solos luchando contra la estulticia de la masa. Porque la actitud siempre termina, por algún tipo de prerrogativa que te da el hecho de ser víctima de la estupidez de los demás, en que uno se vuelve peor de lo que es, incluso siendo consciente de que ese comportamiento es reprobable. Esto también lo describe este autor en otra frase: La gente cree poder disculparse de todo lo malo que hace por el hecho de haber fracasado en sus buenos intentos.