lunes, 27 de junio de 2011

La Realidad

"La Realidad es lo que nos distrae mientras ocurren hechos maravillosos a nuestras espaldas"


El enano asomó su cabeza entre las hojas. No vio a nadie, así que saltó de la maceta, corrió hasta la taza, se desnudó y se zambulló en el agua caliente. Luego salió de la taza, se vistió, corrió hasta la maceta y desapareció entre el follaje.

La mujer entró de nuevo en la habitación con una lata en las manos, se sentó ante la taza, abrió la lata y sacó una bolsita de té. Mientras la sumergía y la volvía a sacar chorreando pensaba que nada podría cambiar su destino aburrido y convencional

lunes, 20 de junio de 2011

Don Juan

Hay que desmitificar la penetración en las relaciones sexuales. Y hay que mitificar, en cambio, el cortejo. Afirmo que la verdadera práctica sexual es esa. Porque disfrutar de ella es fruto de una verdadera habilidad y se va perdiendo la capacidad de recuperar ese goce con los años y la experiencia de vida.
De repente he comprendido a Don Juan. Al verdadero Don Juan lo que menos le interesaba era tener encamada a la víctima. Recibía el placer del acto de la conquista no del acto sexual.
Hay quien afirma que Don Juan era impotente, tal vez, pero eso es tan relevante como confirmar que, en efecto, tampoco hablaba inglés. Algunos considerarán de crucial importancia estos hechos, si no hablaba inglés no podía ligar con extranjeras, si era impotente, no follaba. Sin embargo, eyaculase o no, Don Juan disfrutó de todas las mujeres a las que conquistó. Se sentó a su lado, observó muy de cerca el rubor que su presencia les causaba, les susurró al oído, sintió la tensión de su bello, les robó un beso, insistió discretamente frente a su débil resistencia, y mientras, su corazón saltaba de lado a lado del pecho, su sangre circulaba al revés, su piel se erizaba y el cuerpo todo se le electrizaba.En cuanto ellas se dejaban caer de espaldas alzándose los vestidos y gritando desesperadas ¡FÓLLAME!, el denegaba amablemente la invitación y se retiraba. He aquí el ultraje que les causaba y no otro.
Tan sólo Inés mantuvo su recato. Porque la resistencia de Inés era calculada. Don Juan descubrió que Inés también disfrutaba y que lo menos que deseaba era que él se sacara la minga y la flagelara con ella. Más tarde Don Juan supo que Inés había tenido muchos pretendientes y comprendió. Cada uno de ellos la había cortejado como él, aunque no con tanta maestría, e Inés se había dejado cortejar por cada uno de ellos hasta extremos de finísima sutilidad que sólo ella sabía manejar. En cuanto empezaban a perder la sangre los largaba. Ya había obtenido de ellos todo el placer que podía extraerles. Don Juan comprendió que Inés jugaba a su juego.

domingo, 19 de junio de 2011

Un viejo y unas palomas en un parque

Muchas veces me pasa que de pronto siento que me gustaría haber vivido ya. Tener una vida que recordar, pero recordarla sentado en un banco del parque, viendo a las palomas comerse las miguitas, mirando pasar a los enamorados y sonriéndome para mí ante la evocación de un recuerdo. Se me hace pesado en esos momentos pensar en el futuro, en lo que me queda por vivir, tan vacío y tan falto de recuerdos como lo que he vivido ya. Pienso en ese futuro y en ese parque y en esas palomas y en ese viejo que mira al frente con la imaginación completamente en blanco.

lunes, 6 de junio de 2011

G 21 Nuevos Novelistas Canarios

Después de asistir a la presentación del libro G 21 Nuevos Novelistas Canarios me he quedado deprimido. Me he quedado deprimido porque me ha parecido asistir a una fiesta desde fuera. Mirando desde la calle las luces y el jolgorio interior, como creo recordar o tal vez invento, relataba Quesada en sus paseos por la Alameda de Colón mirando hacia los balcones del Gabinete Literario (Puede que se encuentre un relato parecido en Crónicas de la ciudad y la noche). Tengo a menudo sueños de este tipo, sueños de exclusión, podríamos llamarlos, en los que yo, en medio de un montón de gente, todos ellos conocidos, me encuentro al margen, impotente para conseguir mezclarme con ellos, ser uno del grupo, estar entre todos como uno más. Porque he visto que en aquel grupo de escritores había una camaradería, una afinidad envidiable. Y yo no estaba allí sino como espectador distante, soñando todo aquello que era como quisiera que hubiera sido y yo. Pero yo no estaba y se veía mi hueco, como en el poema de Zitarrosa (esa parte final de Guitarra Negra), mi respiración que falta, mis manos en la pluma, mi lengua en el discurso. Y no me cabe duda de que invento, de que sueño y de que en el fondo todo era real, es decir, con sus matices y sus contras, seguro. Se habló de algunas voces, externas, discordantes, que se quejaban por no haber sido escogidos, o que desde su altura, paternalmente, daban consejos bienintencionados con retranca. Pero yo lo recuerdo así, como don Aníbal Troylo recordaba su barrio con las estrellas titilando como si fueran manos amigas que dijeran “Gordo, Gordo, quedate aquí, quedate aquí”. Y me fui sin siquiera dar a firmar el libro. Casi huyendo como si me sintiera culpable de no haber estado entre ellos.
Y al llegar a casa intento escribir algo, lo que sea, que valga la pena, para sentirme merecedor. Para merecerme haber sido uno de ello y poder quejarme dignamente, hacer uso de mi derecho de queja de “Gran Hombre Incomprendido” que describe Fernando Gonzalez Ochoa. Pero no sale nada. Porque no hay nada, me digo desesperado torciendo peligrosamente hacia la autocompasión. Y entonces miro a la gorda y le recrimino ásperamente: es tu culpa, tú me has limitado para ser. Y ella desde la cocina, que ha escuchado el murmullo, pregunta qué estoy murmurando aquí, y le digo que nada. ¿Qué va ella a tener que ver, pobrecita mía? Yo era ya así de antes. De antes de nacer. Si alguien ha limitado a alguien no has sido tú. Y a ella se le cae un plato al suelo pero no es porque me esté escuchando, sino porque se distrajo con el perro que está revolviendo la basura. Y escribo todo esto a ver si es algo, pero no estoy seguro de que no sea más que eso, autocompasión recalcitrante pero en alta voz, que es la peor de las autocompasiones, la autocompasión que dice de sí misma no querer serlo pero lo es y en voz alta para que todo el mundo la oiga y diga:¡joder, qué tío! no se muy bien en qué sentido, y yo quisiera que fuera en el sentido de se le escapan los versos de las manos (Esenin) hasta cuando vomita, pero también será en el sentido de jodido llorón ya cállate.
He estado varios días tratando de escribir una reseña de esta presentación que me ha parecido tan trascendental, en mi sentir particular, compréndase, como la exposición de Juan Hidalgo en el CAAM (qué año sería) o la muerte de mi madre. (2006) Pero no se me ocurre nada relevante que escribir teniendo en cuenta que no he leído el libro porque se quedó en el portabultos del coche de JJ que dejó en el aparcamiento porque nos vinimos caminando para ser escrupulosamente respetuosos con la normativa de tráfico. 

miércoles, 1 de junio de 2011

En el infierno de los santos

Errabundo. Hierro. Herrero. Errar al rumbo. Al rumbo incierto de un borracho a media tarde cuando todo el mundo duerme la siesta todavía. Grita en medio del vacío. ¡Soy un loco! Alguien le da la razón desde alguna de las lujosas viviendas. Una habitación en penumbra. Un anciano tratando de dormir. Demasiado calor para mi edad. Mejor estaría muerto como ese pobre loco que grita en la calle. Son demasiados años, señor. Castígame de una vez. Y se levanta, desnudo como está. Camina hasta la cocina atravesando estancias solitarias. Estoy solo. Piensa. ¡Soy un borracho! grita de nuevo el hombre desde la calle. Y yo soy un triste viejo rico. Que no tiene nada. Abre la puerta de la calle y observa al borracho junto a una farola que suma su impotente luz a la luz imponente del sol vespertino. Se miran.
El hombre vuelve a gritar. ¡Soy un viejo loco! Y se mira las manos. Ya no es viejo. No está desnudo y no está en su casa. Se siente embriagado. Mira hacia la puerta desde la cual un hombre le observa. Huye. Corre. ¿A dónde? A casa donde mi mujer y mi hijo languidecen por mi causa. Camina y camina sin saber a dónde le llevan sus pasos seguros. Cruza, atraviesa, sube. La mujer está sentada en la cama observando tristemente al niño que llora. Mira al hombre con indiferencia. El hombre recoge al niño en sus brazos y lo acuna. La mujer. El hombre. Todo ha cambiado. A partir de hoy soy otro hombre, dice. Ella no le cree. El la mira con ternura. Aún somos jóvenes. Empezaremos.
El loco cierra la puerta. Va a la cocina y busca, abriendo todas las puertas, hasta que por fin encuentra. Bebe. Bebe. Bebe. Todo ha terminado. Se dice. Soy un loco. Cae en el suelo del baño. La cabeza le golpea en la vasija. Una sangre negra, vieja, se derrama. Cubre el suelo una alfombra roja. Una muerte digna de un rey.