miércoles, 30 de enero de 2013

¿Y si en realidad esta ya es la muerte de otra vida?

 
-¿Y qué fue de aquel tipo? ¿Cómo se llamaba? ¿Sí hombre, que era amigo tuyo, escribía y eso?
-Riforfo
-Ese. Me caía bien. ¿Qué fue de él?
-Naciò
-No me jodas. ¿Pero estaba enfermo o algo?
-Bueno, ya sabes cómo era. Pero no. No estaba enfermo. Supongo que es que le tocaba.
-Escribía bien. Me hacían gracia sus ocurrencias.
-Sí, era un tipo muy melancólico. Melancólico hasta el aburrimiento. Pero tenía su gracia.
-¿Tú crees en la otra vida?
-¿Qué otra vida?
-Esa que dicen que hay después del nacimiento.
-No me jodas. ¿Qué te crees, que ahora está disfrutando de la buena vida feliz que no consiguió tener en esta?
-No sé. Podría ser, ¿no?
-Yo solo creo en el espíritu, no en la materia. Cuando nacemos, se acaba todo.
-Pues a mí no me tranquiliza.
-Pues precisamente hablaba mucho con Riforfo de esto. “Fíjate, decía, “que si nacemos y vuelvo a tener que vivir otra vida como esta, bonita putada”. Yo le tranquilizaba. No te preocupes hombre, nacer es lo último que vas a hacer. Y él no es que creyera demasiado en eso, pero se le había metido en la cabeza que después del nacimiento vendría otra vida y que iba a ser exactamente igual y que era como una especie de condena.
-Hombre. Condena.
-Yo le decía. Algo podrás hacer para cambiarlo, ¿no?. Aquí has tenido libertad, relativa, pero libertad para dirigir tu vida. No te quejas contra la vida te quejas contra tu manera de llevarla. “Pero”, me decía él, “si nazco otra vez yo, ¿qué posibilidades tengo de llevar una vida diferente?”
-Buen razonamiento, pero yo digo, si naces siendo otro completamente distinto, ¿qué ganas en ello? ¿Se le puede llamar a eso volver a vivir?
-Eso precisamente decía él. “Para que me sirva de algo tendré que volver a ser yo, pero si soy yo volveré a estar en las mismas porque gran parte de mi incomodidad de ser es por ser yo”
-Pues eso no se lo va a quitar nadie de encima. Ese tipo es una paradoja andante.
-Lo que era es un trabado. Dios quiera que el nacimiento sea la desaparición definitiva porque si no, bonita putada le han hecho.

Y que lo digas amigo, y que lo digas.


martes, 29 de enero de 2013

Un éxito.

 
Sospecho que no soy escritor. Considero esta sospecha una infamia y la rechazo con indignación. Sí, es cierto que no tengo una Obra aún, pero ya vendrá, no se cuándo, pero vendrá, me digo. Mientras, escribo estas mariconadas como ejercicio. Pero eso no acalla mi sospecha. La certeza, en realidad de ese susurro interior que no duda. “Riforfo Rex no existe, men, es un engaño de tu mente. Estamos solos, tú y yo. Y yo soy la parte de ti que no te miente. La parte implacable de ti” Calla, le grito, y me pongo a escribir tonterías. Pero a veces ni siquiera tonterías me salen y tiendo a llenar cuartillas con letras, palabras repetidas o frases discordantes.

all work and no play makes Riforfo Rex a dull boy all work and no play makes Riforfo Rex a dull boy all work and no play makes Riforfo Rex a dull boy all work and no play makes Riforfo Rex a dull boy

Y me pongo a caminar por los pasillos de mi casa y hago caras delante del espejo, sin afeitar y sin pelar, y hasta sin lavarme los dientes, hasta que mi mujer y mi hija empiezan a mirarme espantadas y cuando llamo a mi perro para el paseo de la mañana, después de toda una noche sin dormir, huye de mí y se esconde debajo de la cama.

Así que salgo a pasear solo. O cojo la bicicleta y me echo a pedalear. Y sin darme cuenta estoy asistiendo al prodigio del amanecer sentado al borde de una barranquera que da al mar. No me sientan bien las vacaciones. Debe ser. Debería buscarme un proyecto. Poner mi mente a trabajar. Y solo pensarlo me provoca náuseas. O será el mar que está picado hoy. O que durante la noche he estado bebiendo. Lo cual me recuerda que a ver cómo se lo explico a la cónyuga cuando se despierte y vea todas esas botellas vacías sobre el pollo de la cocina. Me quedo dormido, apoyada la cabeza contra el muro de la Iglesia Evangelista Coreana. Y cuando me despierto un tipo está hurgándome los bolsillos. Peleamos. Sé quién es. Lo he visto en el parque, mientras paseo al chucho, sentado en los bancos debajo del gran ficus disputándose un tetrabrick de vino con sus camaradas. Está borracho. Lo empujo por la barranquera. Rueda hasta quedar oculto por unos matorrales. Regreso a casa corriendo. Y escribo un relato. Un relato genial. En plan crimen y castigo. En primera persona. Una dura contienda entre la culpabilidad y el miedo. Dos días escribiendo sin parar. Escuchando los reproches de mi mujer por lo de las botellas, por mi comportamiento de loco, por no haberme duchado ni afeitado en una semana, por el olor de mis ropas. Llora y grita y me golpea cuando la desesperación puede con ella. Pero no dejo de escribir. Hasta que termino el cuento. Y después me echo a dormir. Tres días. Al tercero resucito y es como si regresara. De la muerte, o del infierno. Todo se normaliza. Me ducho, me afeito, me cambio de ropas. Regreso a la cocina. Hacemos la compra. Mi mujer y mi hija vuelven a mirarme con ternura, contentas de mi regreso y, al mismo tiempo, temerosas. Sin saber muy bien. Mi mujer me sugiere que visite a un médico, un psicólogo, lo que sea. Le aseguro que estoy bien. Que ha sido solo una depresión tonta. Esas cosas que me entran a mí, ya sabes. No, no sabe. Nunca me había comportado así. Y esas cosas que escribes. ¿Que escribo? Y entonces me acuerdo del cuento y corro a leerlo. Y es una obra maestra. Al fin, ya la he escrito. Entonces me siento a revisarlo. Apenas nada. Unas faltas leves. Tengo un amigo editor. Bueno no es amigo, pero en cuanto lea el relato lo será. Pasaremos juntos a la historia de la literatura. Mi euforia me impide escuchar lo que me dice la cónyuga. Han matado a un tío en el parque. Bueno, en el parque no. Pero era uno de los del parque. Le han pegado con una piedra. Dicen que fue uno de los que para por Cáritas, que también pide en la iglesia. Un morillo. Lo encontraron por la Iglesia Coreana. Le habían machacado la cara con una piedra. Bueno. Esas cosas pasan. Lo importante es mi relato. Lo llevo a mi amigo. Mi amigo lo lee con cierto espanto. No te metas en el contenido, hombre, lo importante es el estilo. La forma. ¿Tú no has leído los periódicos últimamente?, me pregunta. Estamos hablando de literatura. ¿Qué tienen que ver los periódicos con la literatura? Detalles. Estos detalles. ¿Cómo sabes estos detalles? Tengo imaginación. ¿Qué problema hay? Tienes que publicarlo. Será éxito seguro. Cuando llego a casa la cónyuga está nerviosa. ¿Dónde estuviste aquella noche? Me pregunta. Por ahí. No recuerdo bien. Por ahí. ¿Qué pasa? La policía. Todavía es pronto. Aún mi amigo no se ha decidido. Todavía es pronto. Tiene que darse prisa. Éxito seguro. Será un éxito.

sábado, 26 de enero de 2013

Aparcar



De todo se saca una lección. Llego a mi calle y no hay ni un aparcamiento. Todo ocupado. Los tipos que trabajan en los alrededores prefieren aparcar en las calles antes que alrededor del parque, donde hay un parquímetro que cobra por minutos. No les culpo a esos cabrones, pero llego a mi calle y no encuentro aparcamiento. Así que doy una vuelta. Por arriba tampoco, por abajo menos. Vuelvo a pasar por mi calle y sigue todo igual. Amplío el círculo, trazo una espiral, dos calles más allá, tampoco. Pero mantengo la esperanza y vuelvo a pasar por mi calle a ver si. Pero no. Nueva vuelta, nuevo ciclo con una calle más de radio, un sitio incómodo, pero libre. Me daré otra oportunidad. Otro sitio mejor que el anterior, aprovecho. Aparco y vuelvo andando. Enfilo mi calle y me encuentro uno, dos sitios libres: los tipos han terminado su jornada y se acaban de ir a casa. ¿Conclusión? No he insistido lo suficiente, no he tenido paciencia. Debí haber esperado un poquito más y habría obtenido mi recompensa. Pero me precipité, abandoné demasiado pronto. Esto parece una historia de Jorge Bucay o de Jodorowski. Pero no, es de Riforfo Rex. Aprendizajes a pie de calle. Lo que el día a día nos enseña. No abandones nunca. O bien, mira la hora y calcula más o menos cuándo sale la gente del curro para sincronizarlo con tu regreso a casa. O aún mejor, qué rebuznos te importa dónde aparcar tu coche.

jueves, 24 de enero de 2013

Las tentaciones de San Riforfo



San Riforfo vive atormentado. Quiere ser bueno a sus ojos, pero no sabe cómo. “¿Cómo he de ser bueno?, Señora”, pregunta día y noche a su Señora Diosa. Y ella no responde. San Riforfo no escucha este silencio, porque sus súplicas esconden el ansia orgullosa de que su Señora se dirija a él y lo distinga de entre todos los hombres con su palabra. Y cada día, incansable, ora y ora sin parar, pidiendo, suplicando una señal que le enseñe a ser bueno.

 ¡Oh san Riforfo, pecado de orgullo y soberbia cometes al no advertir que en el silencio de tu Señora está la respuesta que te niegas a oír!:

¡CÁLLATE!

miércoles, 23 de enero de 2013

Un teléfono


Un hombre, andando por la calle, encuentra un teléfono móvil. El aparato no tiene ninguna clave, el hombre lo enciende y se pone a mirar en la agenda de nombres en busca de alguien a quien llamar para informarle del hallazgo. Por tendencia natural selecciona a una mujer y la llama desde el propio teléfono.

La mujer contesta creyendo que se trata del dueño del teléfono, pero lo hace con dudas como asustada. El hombre se disculpa, se identifica e informa a la mujer de que ha encontrado ese teléfono, que se le ha ocurrido llamar a uno de los números para ver si pueden ponerle en contacto con el titular. La mujer se echa a llorar e informa al hombre de que precisamente el titular del teléfono acaba de fallecer en un accidente de tráfico. El hombre, confundido, no sabe qué decir; luego de un rato de silencio escuchando llorar a la mujer al otro lado, se decide a preguntarle si no estaría ella interesada en recoger el teléfono y hacérselo llegar a algún familiar cercano, si no es que ella misma lo es. La mujer accede y quedan para unos días después, transcurridos los trámites del sepelio.

Antes de la cita el teléfono suena dos veces. La primera llamada figura en la pantalla como número secreto y el hombre, confiado en que se trata de alguna publicidad contesta. Le informan de la posibilidad de hacerse con un seguro de vida muy barato gracias a que el usuario ya tiene determinada tarjeta que lo hace candidato preferente para una sustanciosa reducción de las cuotas durante el primer año. El hombre, un poco macabramente, informa a la informante de que llega un poco tarde porque el usuario de la tarjeta – estuvo a punto de suplantar su personalidad, pero en el último instante sintió pudor - acababa de morir. No obstante la informante mantuvo un probablemente espantado silencio antes de pedir disculpas y colgar abruptamente. La segunda llamada fue más terrible.

Contestó de forma instintiva sin mirar siquiera de quién se trataba. Cuando ya había preguntado sintió un calambre del pánico a comprender qué estaba haciendo pero no se decidió a colgar. Una chica entre sollozos le explicaba que alguien le había gastado una broma diciéndole que él había muerto y que sentía llamarle a ese teléfono pero que tenía que asegurarse porque al parecer el otro era alguien bien conocido para ambos. Después de dejar hablar un rato a la chica no conseguía decidir si colgar directamente o confirmar a la chica la información. Cuando ella notó el silencio comenzó a preguntarle y exigirle que contestara cada vez más histérica, hasta que por fin él decidió colgar sin decir nada.

La cita fue en una cafetería del centro de la ciudad. Cuando llegó la hora se dio cuenta de que no habían fijado una manera de reconocerse y se vio obligado a utilizar una vez más el teléfono. Volvió a llamar a la mujer y observó a los que estaban sentados a las mesas en busca de alguna mujer que contestara. La mujer respondió pero no pudo identificar a nadie entre las mesas que pareciera estar en comunicación con él en ese momento. Le explicó a ella la situación. La mujer le había vuelto a contestar como si él fuera el titular del teléfono y estuvo hablándole del entierro y de la gente que había ido. El la interrumpió para decirle que la esperaba en la cafetería, pero ella no pareció escucharle y siguió contándole los detalles del entierro, informándole de la asistencia de personas que él no podía conocer. Después de un rato dejó de intentar interrumpirla y hacerla volver a la realidad. Cuando ella insinuó que se despedía porque estaba cansada él ni siquiera intentó que volvieran a quedar para cualquier otro día, sencillamente le dijo, a modo de despedida, que la volvería a llamar y luego un simple adiós.

A partir de este momento recibía llamadas cada día. El hombre siempre respondía de forma neutra, sin aclarar su identidad. A veces volvía a llamar la mujer y él la dejaba hablar apenas asintiendo a lo que decía con simples “claro claro” o expresiones por el estilo. En cuanto a la mujer, tenía la precaución de no hacerle ninguna pregunta.

Por fin un día se agotó la batería. El hombre lo extravió cuidadosamente en cualquier parte y se olvidó del asunto.

martes, 22 de enero de 2013

Nuevas citas de Maqroll



De Tramp Steamer

La vida hace, a menudo, ciertos ajustes de cuentas que no es aconsejable pasar por alto. Son como balances que nos ofrece para que no nos perdamos muy adentro en el mundo de los sueños y de la fantasía y sepamos volver a la cálida y cotidiana secuencia del tiempo en donde de verdad sucede nuestro destino.

…por esa rendija se me escapó la vida. La vida que quise vivir, es claro. Esta de ahora es una tarea en la que solo pongo el cuerpo. No es que lo hubiera perdido todo, es que perdí lo único por lo que valía la pena seguir apostando contra la muerte.

Aunque podía sonar enfático y exagerado, el mundo había cambiado para Jon. Si el mundo albergaba a alguien así, entonces no era lo que hasta el momento había creído.

Iba a cumplir cincuenta años dentro de pocos días, y de pronto todo lo que le rodeaba adquiría un aspecto nuevo y desconcertante.

De Amirbar

…con la gozosa desesperación de los vencidos que saben que la única victoria es la de los sentidos…

¡A cavar!

Cuando uno está metido en problemas -problemas reales, físicos, de supervivencia- es como si estuviera dentro de un agujero. Su horizonte más próximo es el borde del agujero. Nada más allá importa demasiado.

Cuando uno vive una vida tranquila, es como si estuviera sobre una pradera. Su vista alcanza muy lejos, pues la pradera está libre de obstáculos. En días claros se ve hasta el mismo borde. De ahí que sea a los que llevan una apacible vida, los que no tienen ningún problema "real", a los que más les preocupen asuntos trascendentales -vanos- como la vejez y la muerte. Porque pueden percibirlos a lo lejos. Tal vez sea un espejismo, pues siempre se puede caer en nuevos socavones inadvertidos en el camino, pero mientras se transita libremente por la superficie, uno cree percibir de una mirada todo lo que va a pasar hasta el final y, a medida que transcurre el camino, va sintiendo la angustia del fin próximo.

Para evitar esta angustia, unos agachan la cabeza y procuran mirar a ras de suelo lo más posible. Otros, simplemente, se cavan problemas.
Dame un poco de luz
para vestir de colores las cosas

lunes, 21 de enero de 2013

Una historia verdadera - David Lynch

 
Había oído hablar de esa película rara de David Lynch -una película rara de David Lynch es una película de David Lynch que no es rara, es decir, una película con el argumento expuesto ante ti como una línea recta, bien marcada, sin sueños, sin flashbacks, sin personajes circense; una película de gente corriente que hace cosas solo un poco desviadas de lo corriente- y me parecía una estupidez. Pero ayer acabé de ver Papillón, que nunca había visto, y cuando terminé vi el nombre de David Lynch y pinché. Me puse a ver la película.
Un viejito, setenta y pocos años, bastante jodido de las caderas, que se resiste lo más posible a las recomendaciones del médico, que vive con su hija que contruye nidos para pájaros, se entera de que su hermano ha tenido un infarto y decide ir a verlo. Al parecer lleva diez años sin hablarse con él y quiere resolver el asunto antes de que sea demasiado tarde. La única manera que se le ocurre es conduciendo un pequeño tractor que usa para podar el césped. Tiene dos salidas, como don Quijote, en la primera, la máquina le falla a los pocos kilómetros y tiene que regresar. Se compra una de segunda mano y con esta emprende su segunda salida. Por el camino se tropieza con una chica que lleva cinco meses fugada de casa -la parábola de la ramita que se quiebra fácilmente y el haz que es más difícil de quebrar-, con unos jóvenes ciclistas -lo peor de ser viejo es recordar cuando se era joven-, con una familia que le acoge en su jardín mientras reparan la máquina, con un compañero de generación con el que recuerda los duros momentos vividos en la guerra, y, al final, con su hermano. “¿Y has recorrido trescientos kilómetros en ese cacharro para venir a verme?”, “Sip”.
Por el camino tenemos los paisajes, maizales y, supongo, trigales. Máquinas segando. Larguísimas carreteras. Apacibles caseríos esparcidos. Esa América completamente alejada de las ruidosas ciudades y que cuando salen en las películas es porque son el escenario de sangrientas tramas perpetradas por asesinos en serie, sectas siniestras o mafiosos en fuga.
Para mí, la película trata de la vejez. Del simple hecho de envejecer y de la disconformidad que tienen con eso algunas personas, sin llegar al extremo trágico de impedirlo por medios más expeditivos. Este viejito ve la muerte hacerle señas y siente que aún le queda algo por hacer y que tiene que hacerlo por sí mismo, y ahí va, sin dejarse amedrentar por las burlas de sus compañeros de cartas del bar.

Viendo esta película me he sentido por primera vez en el umbral de la vejez.

Dice Maqroll el Gaviero que lo peor de hacerse viejo es que uno tiene en su interior a un muchacho intemporal, por el cual no transcurre el tiempo, que va encontrando cada vez más dificultades en identificarse con ese cuerpo que lo porta. Si no se acuerda uno de ese contraste que va aumentando con el tiempo, se mantiene, hasta el borde de la ancianidad, comportándose ridículamente, pero de forma inadvertida, hasta que, de pronto, un día, se encuentra tirado en el suelo de la cocina sin poder levantarse porque se ha fracturado una cadera. Entonces todo el tiempo de desfase se le desploma a ese jovencito interior de una sentada y es cuando todo se corrige.

postdata: no me gustan los años que terminan en tres.

sábado, 19 de enero de 2013

Últimas imágenes del naufragio - Eliseo Subiela




Cualquier cosa menos esa mansedumbre con que nos dejábamos llevar al matadero.
Claudio va tachando palabras que va a dejar de decir. Para hacer hueco en su cabeza para cosas nuevas.
Claudio quiere que el escritor les escriba la vida que deben llevar.
[Claudio]La única técnica de supervivencia que siempre tuve es la cobardía.
Unos muertos que suben en la parada del cementerio para dar una vuelta en autobús.
La portadora de la llave.
Ella entra en la iglesia y Cristo la está esperando. Ella le lleva un bocadillo de mortadela.
Mario está construyendo un avión en el techo de su casa. “Quiero escaparme de la prisión. En lugar de hacer un túnel en la tierra, voy a hacer un túnel, pero en el cielo.”
Mis ganas de vivir parecían reducirse a niveles peligrosamente melancólicos.
A veces Dios se vale hasta del demonio para devolvernos la esperanza.
Somos hermanos, en Cristo, y en los gusanos.
El furgón de la confitería.
¿Por qué habíamos aceptado no ser felices?
José también le pide que le escriba escenas para representarlas.
¿Para qué voy a querer sentirme más viva si me estoy muriendo?
Cristo se va. Está cansado.
¿Alguna vez pensaste que podría ser otra cosa?
Siempre viviendo a medias. Porque el señor estaba pensando en otra cosa.
Tu problema es la realidad. No te las podés bancar. (?)
¿De qué lado estaría Dios en esa historia?
Las cosas les pasan a los demás. A ti no te pasa nada. Debe ser terrible. Debe ser como… estar muerto.
El error durante todo ese tiempo fue buscar la Gran Salvación. No existe. Quizás existen pequeñas salvaciones.
Qué miedo me daría esta noche que se viene si no los tuviera a ustedes. ¿Me estás oyendo?

http://cinematecaweb.blogspot.com.es/2010/05/ultimas-imagenes-del-naufragio-1989.html

viernes, 18 de enero de 2013

Los sueños

 
La mente es una vasta superficie. Pero la atención solo ilumina una pequeña parte de esa superficie. La atención está más o menos controlada por nuestra voluntad. Para la conciencia, lo que somos es esa parte iluminada del cerebro, y sabe muy poco de toda la zona oscura que no percibe. Aunque toda esa zona oscura tiene tanta actividad como la zona exacta, el círculo de luz, que su atención ilumina en cada momento, e influye en nuestro comportamiento despierto de una manera u otra, tal vez menos de lo que lo hace la parte iluminada.
Cuando la voluntad deja de controlar ese foco de luz de la atención, el foco apunta a lugares aleatorios de la mente. Esa es mi explicación de los sueños. Más o menos. El foco de la atención moviéndose por la mente de una manera aleatoria. La información que podemos obtener de esto es descubrir la actividad de partes de nuestra mente que no acostumbramos a visitar mientras estamos despierto o que evitamos por alguna razón originada también en la propia mente.
A mi me vale como explicación de andar por casa en calzoncillos y zapatillas.

En el sueño somos capaces de recuperar sensaciones táctiles, olorosas, sensaciones de presencia, emociones sentidas en determinados momentos. Sería un buen ejercicio tratar de recuperar todo eso que los sueños nos dicen que somos capaces de recuperar, pero estando conscientes. Aunque... no sé, tal vez sería peligroso. A esto es a lo que concibo que se le llama "sueño lúcido", que algunos, dicen, son capaces de practicar a voluntad.

Alguna vez he pensado que podría ser posible una máquina que viajara en el tiempo, pero no en el tiempo, sino en "tu tiempo". Es decir, una máquina que te permitiera recuperar y hacer plenamente conscientes a la manera de los sueños, momentos exactos de tu pasado. Volverías a asistir a los hechos de tu pasado de una manera "casi" física, porque recuperarías todas las sensaciones que recuerdas de ese momento. Sería un auténtico viaje en el tiempo aunque sólo como espectador.

Me dicen que eso es exactamente lo que hacen las regresiones sin necesidad de utilizar ninguna maquinita, maldita sea la tecnología omnipresente que ya ni siquiera fantaseamos sin ella. De todas maneras insisto en que lo veo peligroso. Hay un par de días en mi vida en los que me plantaría para siempre y que no vuelvan despertarme, o que, en cuanto me despierten, me vuelvan a dormir para volver a revivirlos en una especie de bucle sin fin. No sé por qué me estoy acordando ahora de la rata esa que al pulsar con su patita en un pedal se le producía una descarga en su cerebro, por medio de unos electrodos que estimulaban el orgasmo. La puñetera ratita no dejaba de pulsar, no dejaba de pulsar.

¿Estará verdaderamente todo almacenado en nuestro cerebro? ¿Cada palabra dicha y oída? ¿Cada gesto realizado y percibido? ¿Cada momento sentido? ¿Estará todo en el aire, por así decirlo, y nuestro cerebro será solamente una antena sintonizada con nuestras experiencias, que lo capta? Otra vez la tecnología, maldita sea.