miércoles, 29 de noviembre de 2023

La camisa del hombre feliz

 Que me ponga la camisa de un hombre feliz, dice. Y yo voy y me lo creo. Claro, parecía tan mística. Y me cobró una pasta. Aquello tenía que significar algo.  Y yo estaba mal. Y bueno, busqué. Busqué por todo el mundo, te lo juro. Europa, Asia, África, América y Oceanía; Lemuria y La Atlántida no las encontré, pero si llego a saber dónde están busco allí también. Y el único puto hombre feliz que vengo a encontrar es ese viejo sentado a la puerta de una cueva. Todo mugriento, despeluzado, sucio, sucio y más que sucio. El único. Lo sé bien, porque la primera vez que lo encontré me dije: yo no me pongo la camisa de ese ni de mortaja. Y seguí buscando. Pero era inútil y tuve que volver. Y la impresión era la misma. Me sonrió con aquellos dos dientes colgando – uno se le cayó mientras yo miraba y el tío se puso a reírse. Yo no sé si era feliz, pero gilipollas un rato – y no pude. Seguí buscando, años y años. Ya estaba cansado. Ya no podía más y tuve que volver. Enfrentarme a él y decir. ¡Pero qué coño haces para ser feliz!, ¿tienes al menos una muda de camiseta? Y no no tenía. Ni muda, ni sorda, ni puesta. El tío no tenía camisa. Solo llevaba aquel trozo de tela más escaso que la gabardina de Cantinflas. Pero yo ya no podía más. Me quedé y compartimos unos tollos guisados que llevaba. Le conté lo de la tía aquella que me habló de su camisa. Y no paraba de reírse. Hasta que se murió. De risa. Exactamente. Al menos riendo. Y ahí me quedé yo. Sentado a la puerta de la cueva. Sin saber muy bien qué hacer. Años y años aquí sentado. Sí, me levanto y meo y poco más, porque lo que como no da para mierdas. Años y años mirando amanecer y sintiendo ponerse el sol por detrás. No sé si duermo. Por las mañanas estoy aquí y ahí está otra vez el sol. Y así siempre. Hasta que usted ha venido y me ha contado esta historia tan graciosa, que me dan ganas de morirme. 

lunes, 20 de noviembre de 2023

Reloj parado

 Se me paró el reloj, pero no se paró el tiempo. Sus piezas detenidas siguieron envejeciendo. Las ocho de ayer marcadas hoy parecían otras, no las mismas. Ningún reloj marca dos veces la misma hora ni aún parado. 

Después de una semana ya no era ni siquiera el mismo reloj y me compré otro reloj, porque este ya era viejo. Un reloj es viejo cuando se para. Mientras anda, va con el tiempo, a su lado y no envejece, pero al pararse se queda atrás, se marchita y a veces muere. Este volvió a funcionar. Lo puse en hora y ahora corre para alcanzar las horas que dejó de dar, pero es inútil. Nunca alcanzará las horas perdidas. Si pudiera mirar miraría con desconsuelo al reloj nuevo allá adelante junto al tiempo, siempre joven. 

Supongo que ahora me pondré uno u otro según me sienta. Si estoy al día me pondré el nuevo, si me siento viejo y cansado me pondré el viejo, que a veces se parará conmigo y juntos dejaremos pasar el tiempo. Sin desconsuelo porque es inútil; sin esperanza tampoco porque también lo es. Simplemente miraremos al reloj nuevo allá adelante sin nosotros y tal vez nos echemos una mirada cómplice. 

Y la gente me verá sonreírle a mi reloj y se atornillará la sien con un dedo. Y pensará este es uno de esos viejos enamorados de sus viejos relojes parados. A veces tendrán razón. 

El tiempo se ha ido


martes, 14 de noviembre de 2023

Ventajas de viajar en tren, de Antonio Orejudo

 Se trata de una novela compuesta de historias. Hay un hilo argumental que las enlaza a todas, pero en esencia son una secuencia de historias. El hilo argumental es que una mujer viaja en tren y un señor se pone a contarle cosas. Luego el señor desaparece – se queda en una estación – pero le deja a la mujer una carpeta con narraciones de pacientes que la mujer lee, es decir, nosotros leemos. También la mujer tiene su historia que nos es contada. Por último, la mujer, que es editora, decide pedirle al hombre que le permita publicar el contenido de la carpeta y lo busca a partir de los indicios que le ha facilitado en su relato.

La historia del hombre es la más interesante porque tiene la estructura, a mí me lo recordó, de las narraciones del Manuscrito encontrado en Zaragoza, es decir – no sé por qué me recordó precisamente a este, creo que también en el Quijote  se emplean ya estas técnicas – en donde, dentro de una historia te cuentan otra historia, y dentro de esa una tercera que luego se van resolviendo hasta volver a la superficie de la primera narración.  Esto solo ocurre en esta primera, las otras son más simples. 

El tema central de las narraciones, o el tópico central de las narraciones es el de la locura, o diferentes formas de locura. Yo diría que “locura” en términos populares, sin pretensión de disertar sobre el tema, aunque algunos textos estén encabezados por una supuesta definición de una patología. Esto le permite al autor ser bastante inventivo e irreverente. Es otra característica del texto, yo diría que la ironía rozando el cinismo, si no son la misma cosa. Juega o bromea con temas que son relevantes, como el maltrato, la sumisión, los propios trastornos mentales. Pero también toca temas como la pederastia, la corrupción, pero sin, de nuevo, pretensiones de pontificar sobre el tema, sino simplemente señalar que por ahí andan esas penas. Yo no diría que haga burla o frivolice, diría que en el concepto de ironía o de cinismo hay una cierta rabia impotente que se resuelve en ese tono del relato. Tampoco creo que esos sean los “temas” de los relatos. No parecen tener ninguna pretensión más que contar historias bastante absurdas o, no absurdas sino exageradas, tal vez absurdas por exageradas, pero que no dejan de adivinarse en la vida real. 

En resumen es un libro que entretiene, que divierte. Pero diría que se queda ahí. Que no se te queda, no sé, como idea latente(*). No es un libro que piense que vaya a volver a leer, ni es un autor que me llame a nuevas lecturas por más que esta no me haya desagradado.  Por cierto, volveré a leerlo, al autor, porque me dejaron dos de sus obras. Esta la comencé a leer porque hace un par de semanas echaron por la tele una película basada en ella. La película es exactamente un calco de la novela – a excepción de algún relato que excluye y algún trastoque de personajes –. Tampoco la película me pareció una maravilla, pero me llamó la atención por esa estructura narrativa a que me refería antes, que en la película es más evidente.

(*)Esto es algo muy subjetivo, tal vez. A mí me pasa con casi todos los libros de Luis Mateo Diez, Luis Landero o Manuel Rivas. Que siguen latentes durante varios días después de haber terminado su lectura. En cuanto a las relecturas, los libros llaman, uno siente que una sola lectura no es concluyente. Otros, en cambio, no. En cuanto los cierras prácticamente los olvidas. Este no es que quede tan de este lado, pero no es un libro que me llame a releerlo. 

viernes, 10 de noviembre de 2023

Una reflexión sobre La sociedad del espectáculo, de Guy Debord.

 Estaba curioseando ayer en La sociedad del espectáculo, de Guy Debord y escuchando algunas explicaciones en youtube y como con todos estos movimientos filosóficos que hablan de una sociedad sojuzgada de proletarios y de una élite controladora, siento una incomodidad. No puedo creerme, lo que me parece que no deja de ser una teoría de la conspiración, que un núcleo de individuos privilegiados maneje a las sociedades de modo que mantenga sojuzgado al trabajador para que siga uncido a sus obligaciones laborales de producción sin advertir su esclavitud o, advirtiéndola, entienda que a pesar de esclavitud no hay un «afuera» en donde puedan dejar de ser esclavo.

Aunque los modelos que se describen me parecen correctos: vivimos en una sociedad en la que hemos sustituido los valores y virtudes por sus apariencias, y hasta el robo, la mentira y el mismo crimen se disfrazan de actos virtuosos aunque todos seamos conscientes de su naturaleza esencialmente maligna; se ha desacreditado la verdad, y hasta la objetividad y todo parece interpretable conforme al relato que nos interese desplegar; nos adscribimos a uno un otro escenario, más por apariencia que por verdadero convencimiento: votamos, por ejemplo, por apariencia, o por creernos  parte de una u otra facción, sin haber pensado apenas cuáles son las esencias, los idearios de una u otra; todo los reducimos a titulares y nos dejamos convencer por titulares para opinar circunstancialmente una u otra cosa según los que configuran los titulares decidan. Admitimos la mentira – en la publicidad, por ejemplo – y la adulación como una forma normalizada de relación con los otros, siendo plenamente conscientes en nuestro interior que mentimos o que nos mienten, y que adulamos pese a no estar convencidos de toda la bondad de aquello que alabamos – si es que lo conocemos en absoluto –. 

En fin, lo que no me puede caber en la cabeza es que todo esto sea obra de una élite que desde allá arriba, riéndose a carcajadas con nuestras piruetas ridículas, maneje hábilmente los hilos de nuestra sociedad. Desde luego que hay manipuladores, pero esos manipuladores manipulan porque la manipulación es uno de esos actos espectaculares integrados en nuestra sociedad que forman parte de las herramientas que todos hemos convenido para la convivencia y la construcción de nuestra sociedad. Es decir, esa élite supuesta es una simple abstracción de toda la sociedad, una especie de idea platónica que aúna, en un único espíritu, la élite, todas nuestras consciencias. 

Lo que quiero decir es que no se abordará correctamente el problema de la deriva de nuestras sociedades mientras sigamos planteando sus atolladeros desde una perspectiva de élite controladora de la gran masa, es decir, de teoría de la conspiración, por parte de un estado en la sombra, la conspiración judeo másonica o El priorato se Sión. Somos todos, los que hemos construido este modelo de sociedad del que no estamos satisfechos, al que todos y cada uno de nosotros – la gente de bien y sentido común, y la gente maliciosa que en verdad obtiene todos los beneficios y no desea otra cosa que que nada cambie, porque estos también se dan cuenta de que algo no anda bien aunque a ellos todo les vaya de perlas – consideramos anómalo los que vamos a poder cambiarlo, pero para ello debemos darnos cuenta, debemos comprender la mentira en la que vivimos y destaparla, revelarla ante los demás para que ellos a su vez también se den cuenta.

Es desde este punto de vista global desde el que hay que estudiar a nuestras sociedades, tratar de comprender qué nos ha traído hasta aquí, por qué hemos llegado a este modelo de sociedad que de un modo u otro todos deploramos – al menos todos le ponemos peros – pero somos incapaces de cambiar y en cuyo absurdo a veces parece que profundizamos. Incluso al que defendemos a pesar de saber que es un modelo incorrecto porque somos incapaces de percibir modelos alternativos, salvo el caos y la muerte. 

lunes, 6 de noviembre de 2023

Mediocridades, la historia de cada lunes

 Leyendo la autobiografía de Arthur Koestler se me ocurre que hay gente que tiene muy claro lo que quiere hacer de su vida y toma decisiones para conseguirlo, aunque esas decisiones sean dolorosas. La mayoría de los que tienen un cierto éxito social: actores, políticos de relevancia, empresarios de postín, científicos, etc., son de esta clase. Uno los oye hablar en entrevistas o autobiografías y tiene la impresión de que desde la  más tierna infancia ya su flecha – para utilizar el símil que emplea Koestler – había sido disparada y no tenía más que un único destino. 

Hay otra clase de gente que tiene igual de claro lo que no quiere que sea su vida y, sea por huida, por rechazo, por impulso irracional, toma decisiones de las que tal vez momentáneamente se arrepienta, pero que están fundadas en una voluntad interior de, como decía el verso de Benedetti: no hacer lo que no quiere (“Uno no siempre hace lo que quiere pero tiene el derecho de no hacer lo que no quiere”). En esta categoría se incluye, por la descripción que hace de sí mismo, Koestler, que en un impulso irracional del que luego se estuvo arrepintiendo, quemó su cartilla de estudiante que consignaba todos sus progresos en los estudios de ingeniería, a unos pocos meses de culminar su carrera. Esta gente no tiene tan claro su futuro, pero tienen muy claro qué es lo que quieren evitar. Conozco a algunos de ellos y me parece gente que encarna muy bien el sentido de lo que verdaderamente sería la libertad personal. El no dejarse atrapar en redes convencionales que una vez que te envuelven es muy difícil deshacerse de ellas porque las asimilas como inevitables, inalterables y sin alternativa posible. Son gente también que lucha y toma decisiones difíciles y que padece por ello, pero no se arrepiente, a pesar de todo. 

Y luego estamos la mayoría, sospecho, de gente que ni sabemos lo que queremos ni sabemos lo que no queremos ni hemos tenido nunca muy claro que pudiéramos elegir una cosa u otra. Que las cosas nos sobrevenían y habría que ir despejándolas a medida que fueran llegando. Equivocándonos muchas veces, dejándonos llevar muchas veces, más por las circunstancias que por nuestros propios deseos, o al revés. Funcionando a fuerza de hedonismos, de evitar lo malo y tender hacia lo bueno en cada momento cada uno según su horizonte, unos lastimosamente estrechos, otros lastimosamente lejanos y aún otros alternando entre aquí y allá (aludiendo a la Fábula de los tres hermanos, de Silvio Rodríguez), todos sin un rumbo claro. La mayoría sin saber que podía haber escogido, casi todos sin creer que esa elección pudiera ser real (elegir entre lo que nos ofrecen).

No sé si echo de menos cosas en mi vida, a estas alturas, quiero decir. Claro que he echado de menos muchas cosas, pero, a estas alturas, todas me parecen tonterías irrelevantes. No me imagino de otra manera que siendo poco más o menos el que soy ahora y habiendo hecho poco más o menos las mismas cosas que he hecho con pocas variaciones. Pero esto es un tópico: uno no imagina otro camino que el que ya hizo para llegar aquí. Y sin embargo aquí estoy, lamentando, como cada lunes, estar aquí y siendo solamente esto que soy. Que he sido. Preguntándome si podría haber sido más, y qué poquito podría haber sido ese, porque aún sigo sin saber por dónde podría haberme desarrollado mejor. En fin. Como siempre, llego a la única conclusión que encaja en todo esto, la mediocridad. Soy el común, la gran masa, los anónimos que mueren en las películas de catástrofes. Los nadies sacrificables. Los irrelevantes que mueren en todas las guerras y por los que echamos unas lagrimitas mientras nos bebemos una cocacola y nos zampamos una hamburguesa. ¡ay de mí qué poquito he sido!


¿Y qué se puede llegar a ser? ¿Grande hombre? ¿Famoso? ¿Rico? ¿A qué podía haber aspirado? ¿De qué demonios me siento insatisfecho? No lo sé. Por más que pienso no sé de qué me siento insatisfecho. Tal vez solo de mí.


jueves, 2 de noviembre de 2023

Hoya del Parrado, antigua leprosería.

 Estuve leyendo sobre el asunto de la lepra. No sé, me dio por ahí. Al parecer no es una enfermedad tan contagiosa como otras, pero los efectos tan escandalizadores que produce en los afectados la ha convertido en una enfermedad paradigmática. Otras muchas son más contagiosas que esta, como la misma sífilis, que sin embargo tiene menos prensa, aunque igual de mala – en este caso por su procedencia, generalmente de prácticas lúbricas poco honestas. Se dice que muchas veces se encerraba a los sifilíticos con los propios leprosos lo cual provocaba no que los sifilíticos se contagiaran de la lepra sino que los leprosos acabaran muriendo de sífilis.  

Desde muy antiguo se mantuvo a los leprosos apartados y para eso se inventaron las leproserías o lazaretos. Esto de lazareto ha de venir del propio Lázaro revivido por Jesús en aquella memorable escena bíblica. Debe ser que así se imaginaron que volvía de la muerte el fulano, la cual no es precisamente una imagen redentora. 

El caso es que esos recintos se consagraron a don Lázaro y mira tú por dónde, aquí en nuestra ciudad, el barrio o risco de San Lázaro es probable que llevara ese nombre porque por ahí estaba situado el Lazareto donde arrumbaban a todos los que estaban afectados de esta o cualquier otra enfermedad infecciosa. En su momento debió haber una ermita también, pero ya han desaparecido todos los recuerdos de aquello salvo el propio nombre del risco.


Hacia 1928 empiezan a leerse en los periódicos inquietudes por el estado del Lazareto y por la necesidad de trasladarlos a un lugar donde estuvieran con más acomodo – y lo más lejos posible, era probablemente lo subyacente a esta caritativa propuesta –. Se planteó el también llamado lazareto de Gando. Y también este asunto tanto del lazareto como del manicomio del cual asimismo se carecía de un recinto adecuado, fue pasto del famoso pleito insular, criticando los canariones que fuera el de acá el único recinto que acogía a tales enfermos y carecieran de adecuada financiación. El caso es que a finales de la década de los veinte empieza a verse clara inquietud por encontrar un lugar adecuado para ubicar a estos enfermos y en mejores condiciones que las que disponían en la localización actual. Y así hacia 1932 ya se han podido trasladar a la nueva localización de Hoya del Parrado, junto a la cual también se está en trámites de construir el nuevo manicomio. 

La obra se atribuye a Eduardo Laforet Altolaguirre, que no me sonaría de nada si no fuera el padre de Camen Laforet. Sin embargo el hombre tenía trabajo en la época y muchos de sus trabajos aún pueden contemplarse. En San Mateo se le atribuye un edificio que allí llaman Casa del Coño por lo exagerado de sus dimensiones frente a lo que tradicionalmente se acostumbraba. Por la misma razón se llamó de esa manera a uno de los primeros rascacielos construidos aquí en Las Palmas. Al parecer la especialidad de este arquitecto fue la de los cines y muchos de los cines de la ciudad de aquella época llevan su firma. También la lleva la fachada del Cementerio del Puerto, el quiosco de la prensa en el Parque San Telmo,  además de incontables chalecitos de la ciudad. 

El caso es que se me ocurrió hacer una excursión para ver de cerca el edificio y allá que me fui usando el transporte público urbano. En concreto la guagua 9 que me deja en la miniestación – la nueva está en trámites de construcción y me da que va para largo – de Hoya de la Plata, para luego pillar la 6, un microbus que sube las cuestas de El Salto del Negro, cruza por La Montañeta y acaba su viaje en San Francisco de Paula. Allí me bajé. 

Callejeé un poco por el barrio que también tiene su interés. Es un barrio de auto construcción con casas apiñadas unas contra otras. Yo no le echaría más de treinta años, aunque la mención topográfica ya aparece en el siglo XVI. Probablemente las primeras habitaciones fueran cuevas, a las que se hace referencia en el siglo XIX en algún documento (blog topónimos de gran canaria). Y, por supuesto, siendo zona elegante, hay sus güenos chaslenes y sus construcciones de arquitectura fina. Si no hay más es más bien por ese apiñamiento de la autoconstrucción tradicional que dificulta la venta de terrenos adecuados para una construcción moderna. 

Pues por una banda, el barrio da a un barranco que prodigiosamente está sin urbanizar. En el google maps aparece como zona protegida. Parece que perteneció todo esto que nos rodea a la finca Las Magnolias, de la familia Miller, a la que se hace alusión en aquella novela de Alfonso O'Shanahan, Equinoccio, que, para disgusto del propietario, era comida por la construcción de la autovía y por la avidez urbanística. Aún se conserva un desdentado palmeral que en aquellos tiempos debió ser más frondoso.



Bajé por un camino mal acondicionado, que en el google figura como calle Los Garajes y enlaza con una vía medio cementada que se nombra Cta del Parrado tal vez porque viene a dar a la Hoya del Parrado, que es el llano donde se construyó el lazareto. 


Acaba esta vía en la carretera de Marzagán a Tafira, junto a una gasolinera y al antiguo Manicomio (Hospital psiquiátrico) que actualmente es un genérico centro socio sanitario. Es una de las incontables firmas de Miguel Martín Fernández de la Torre, construido poco después del propio lazareto respondiendo a las mismas urgencias que aquel de saturación y mal acondicionamiento del que ya existía en Las Palmas. La peculiaridad de sus formas redondeadas, al menos en la fachada, que tal vez es lo que queda del complejo original, es lo que llama la atención. 


Para llegar a la antigua leprosería el camino no ofrece facilidades, la carretera no tiene arcén y en las curvas uno está expuesto al despiste de los conductores. 

También se trata de un complejo de varios edificios, concretamente cinco de los cuales uno se trata de una ermita. Estarían distribuidos en amplio espacio ajardinado y delimitado. Se accede por una entrada con verja, actualmente siempre abierta. El edificio pertenece al Cabildo y está en uso, sobre todo por la Asociación de Alzheimer de Las Palmas. 

La verdad es que me metí por la cara, con lo apocado que soy yo, en el recinto. A la entrada, a mano izquierda hay un chalecito muy coqueto, para mí lo quisiera, de dos plantas que debió ser, por posición, la portería. Luego le sigue uno de esos pabellones, de los cuales se planificaron cinco para albergar a hombres y mujeres separadamente y luego zonas comunes y hospital, además de la ermita. 

Lo más destacable, lo que más me llamó la atención, es la escalera de piedra que hoy nos suena muy señorial, pero que probablemente en la época era modesta. (foto escalera)


El edificio es rectangular, de dos plantas, fachada plagada de ventanas. Las de abajo tienen el dintel ligeramente curvado. Hacia la mitad, separando ambas plantas hay un pequeño saledizo que luego se repite en la zona final un poco más pronunciado. El edificio se asienta sobre lo que parece un bajo o sótano alto que en la fachada se distingue por el embaldosado en piedra interrumpido por largos y estrechos ventanucos. 


La ermita está al fondo, en un pequeño altillo al que se accede también por una escalera de piedra, sin los flancos con maceteros de barro que tenía la del pabellón. Tiene un solo cuerpo, aunque atrás hay un ensanchamiento que ha de servir, supongo, de sacristía o cuarto de aperos eclesiásticos. 


No llegué al edificio principal, mi apocamiento. Pero en el google maps se percibe como dos módulos laterales unidos por uno central más estrecho. También se aprecia que el pabellón delantero tiene por su parte trasera un ensanchamiento que da la impresión de encajar, como en un tetris, en el hueco dejado por la estrechez de este módulo central. 



Detrás de este principal aún queda otro pabellón situado en una pequeña colina justo al lado de la autovía.

Ignoro si han sido modificados apreciablemente desde su construcción original, pero su aspecto es de bastante buen estado de mantenimiento. Como hemos dicho no es un edificio abandonado, está en pleno uso por la Asociación de Alzheimer de Canarias, además de alguna otra ong. 

Antes de embarcarme de nuevo en la guagua de retorno me subí hasta el cementerio de La Montañeta, que, situado en una montañeta mismamente, disfruta de una vista encantadora en cualquier dirección que se mire – si conseguimos obviar la cicatriz de la autovía –. 



Destaca, por cierto, este cementerio por ese rinconcito separado del recinto principal por un murete y dando ya a la salida, con una decena o menos de tumbas llamativas por los símbolos no cristianos grabados en las lápidas, en concreto exóticas estrellas de David. 

Y ahora sí. Tuve que dar un paseo por el barrio de la Montañeta, también de casas apretadas entre las que puede descubrirse alguna tal vez más que centenaria, y casi devorado por una urbanización que, si no puertas, al menos ya le ha puesto rejas y farolas al campo. 


domingo, 8 de octubre de 2023

Autofilosofías

 El pesimismo es una forma de ignorancia, el optimismo es una forma de ausencia de la realidad.

Ambos son cegueras porque ninguno ve el conjunto de la realidad. El optimista simplemente no mira a la realidad, se ausenta de ella y se refugia, tal vez en sí mismo, tal vez en una simple ausencia de sí mismo y del mundo. El pesimista en cambio mira de cerca una realidad concreta y la extrapola a la totalidad. Cree saber porque sabe una cosa. Por eso es una forma de ignorancia. Porque la ignorancia es creer saber, no sabiendo. Otra cosa es no saber no sabiendo que no se sabe. Simplemente no se sabe. Eso no puede tener nombre porque es una ausencia.

La realidad es todo, arriba y abajo, adentro y afuera. La realidad, además, está ausente de cualidades, no es buena ni mala, sucede. Mirarla con tintes pesimistas la vuelve pesimista; mirarla con tintes optimistas la vuelve optimista, pero detrás del cristal es la misma realidad sucediendo, y nuestra mejor actitud para con ella es simplemente observarla, esquivarla cuando se nos vuelve en contra o soportarla cuando no lo conseguimos. Ir más allá de eso es cargar con la pesadez del miedo por lo que vaya a suceder, suceda o no. 

Estar prevenidos no es estar en guardia con las armas en ristre. Estar prevenido es saber que las cosas suceden y no llevarse sorpresas porque lo hagan, buenas o malas.

Pues bien, al parecer esto es tan difícil como mantener en equilibrio un alfiler de punta en la punta de la nariz. (habrá quien lo consiga, se les llama sabios)

A ver si consigo aprender algo de mi propia filosofía. 

sábado, 7 de octubre de 2023

La otra parte, de Alfred Kubin

 La otra parte, de Alfred Kubin


Es una de las recomendaciones de Ortega y Porrini. Un libro/autor que desconocía pese a la enorme fama que parece que tiene. Es también, el autor, conocido por sus dibujos, amigo de Paul Klee y de Franz Kafka, a quien se le parece en algunos de los pasajes de La otra parte. 

Es una novela del tipo utopía, aunque fallida. Transcurre durante los años iniciales del siglo veinte, no se mencionan las guerras, tal vez los finales del siglo diecinueve. El personaje es alemán o austriaco, de centro Europa, y es invitado por un olvidado compañero de colegio de la infancia, Patera, a trasladarse a un país que aquel ha fundado en algún remoto lugar de Asia. 

Por lo visto, estando Patera de viaje por aquellos países, tuvo ocasión de salvar a un anciano de morir ahogado. El anciano era inmensamente rico y lo adoptó. A su muerte el joven europeo heredó toda su fortuna. No se explica muy bien por qué, después de viajar y conocer mundo decidió fundar su propio país. 

Las invitaciones son muy cerradas, no está permitido a cualquiera acceder. La manera de acreditar haber sido invitado es mostrar una foto del propio Patera,  que le ha sido hecha llegar a través de un delegado personalmente. Además este le ofrecerá una suculenta cantidad de dinero para asumir los gastos del traslado. La vida que se les promete es una forma de vida semejante a la europea pero sin conflictos, ni guerras, ni crisis económicas, nada que perturbe el orden social. Con esto y que el personaje alguna vez había hablado con su esposa de hacer un viaje por el mundo, que habían ido postergando por falta de recursos, la decisión está tomada. La única condición es que no pueden llevar consigo nada nuevo, ningún objeto reciente, todo debe ser ya usado, antiguo, viejo si se quiere.

En efecto, cuando llegan a la ciudad, la primera impresión es de que se trata de una ciudad europea trasladada. Y de hecho así lo es, las casas que ven han sido compradas en Europa, en diferentes países, trasladas piedra a piedra, y vueltas a levantar allí. Con los muebles ocurre lo mismo y cualquier objeto que puedan usar, desde una navaja hasta una cuchara.

Los primeros días transcurres normalmente. Con una normalidad casi imposible. El autor es recibido amablemente y casi de inmediato es contratado por un periódico como dibujante. Consiguen inmediatamente vivienda y se instalan sin mayor problema. El autor va conociendo el entorno y quienes lo habitan. Lo primero que detecta es una especie de teatralidad en todo lo que sucede. Da la impresión de que todos actúan como siguiendo un guión, como que nada de lo que ocurre es auténtico, es una especie de imitación de la normalidad. En las transacciones económicas por ejemplo, hay regateos, y timos, pero el autor tiene, y el lector tiene a través de sus palabras, la impresión de que no hay una verdadera avaricia en el vendedor sino que actúa porque se supone que tiene que actuar así. Luego ocurren sucesos extraños como que al personaje le dejen objetos absurdos para que los guarde en su casa y posteriormente aparezcan otros individuos completamente desconocidos exigiendo de malas maneras su devolución. 

Es en esta parte de la experiencia en que en algún momento a uno le recuerda a Kafka, en el comportamiento formal pero absurdo de los ciudadanos. El personaje intenta en varias ocasiones concertar una cita con el propio Patera, pero los funcionarios se comportan igualmente como personajes de Kafka en El Castillo o El Proceso.

Los primeros síntomas de que algo hay de extraño en todo esto los detecta la esposa del personaje. Ya la mujer trae una cierta debilidad de nervios que el largo viaje no ha reforzado. En poco tiempo la mujer se siente incómoda, inquieta, sin saber muy bien por qué. Y luego pasa a una fase que se diría paranoica creyendo ver rostros extraños, comportamientos siniestros. Tratando de calmarla en uno de esos episodios el personaje baja a un patio persiguiendo a una supuesta sombra, entra en una especie de subterráneo y también es presa de un episodio paranoico con un extrañísimo caballo blanco ciego que galopa por galerías subterráneas. El personaje se pierde en ese laberinto y sorprendentemente viene a aparecer en un café al que suele acudir de tertulia con sus amigos recientes. Allí alguien le hace saber que no solo él y su mujer sienten esas extrañezas, presencias, inquietudes. A todos les sucede solo que la mayoría de ellos ya está acostumbrado a ello. 

La mujer acaba enfermando pese a la ayuda de un médico. Ya en un estado límite, el personaje sale dispuesto a ver a Patera pase lo que pase y lo consigue. 

Patera le recibe en una especie de dormitorio y toda la situación se vuelve onírica, irreal, mágica y siniestra.

La idea general es que Patera controla de algún modo extra sensorial y durante el sueño todo lo que sucede en la ciudad. Desde un principio mi impresión era de que toda la ciudad hacía como de casa de muñecas con la que juega Patera. Parece poseer una especie de poder que le permite controlar todo lo que sucede y las voluntades de las gentes, de los animales y tal vez de las propias cosas. Más tarde se revelará que Patera es una especie de Dios, o al menos alguien con unos poderes y capacidades semejantes. 

Ya está planteado la situación. En principio parece irreparable porque, aunque no se ha dicho claro, nadie tiene posibilidad de escapar del país así llamado de los sueños, al que rodea una gran muralla. Esta impide la entrada de extraños más que la salida de propios que una vez que caen bajo el control de Patera, se diría que ya no tienen la capacidad volitiva de escapar. Al menos el personaje no habla nunca de escapar una vez que su mujer ha muerto y él ha entrado en una fase de desesperación (Sí, con la mujer hablaron de marcharse pero él vagamente accedía aunque poniendo como excusas la falta de recursos, puesto que ya habían agotado todo el dinero que Patera les había dado para llegar hasta aquí). Durante esta fase, explora diferentes lugares. El principal es un extraño asentamiento al otro lado del río en donde habitan una extraña tribu local completamente ajena a la vida de la ciudad. Allí, el personaje aprende a controlar sus propias emociones, a mantener una calma interior ante todo lo que sucede desde la cual nos narra a continuación toda la segunda parte que corresponde a la destrucción de la ciudad, Perla y el país de los sueños.

El artífice de esta destrucción de un americano Hércules Bell. Un hombre muy rico que de algún modo ha comprado su acceso a la ciudad. Muy pronto advierte el estado de control bajo el que actúan todos los que viven en la ciudad y se propone desvelar el engaño y destruir a Patera. Aunque Patera realiza varios intentos de acabar con el americano, parece no tener suficiente fuerza como para vencer la voluntad de poder de ese hombre. 

Bell comienza comprando voluntades, con su dinero, y creando así grupos disidentes tratan de oponerse a supuesto control que Patera realiza sobre ellos. En una segunda fase, una vez que ha conseguido de algún modo hacer tomar conciencia a todos los ciudadanos de que están sometidos a una única voluntad, estos empiezan a organizarse en diferentes grupos disidentes tanto del control de Patera como del liderazgo de Hércules Bell. Y a continuación empiezan a suceder las fases del deterioro físico de la ciudad. Pero, antes, ocurre la aparente muerte de Patera, cuando todos los ciudadanos tratan de invadir el edificio que habita y, antes de que ocurra, las puertas se abren y una procesión fúnebre pasea el supuesto cadáver de Patera. No engaña a Bell que abordando el féretro descubre que el supuesto cadáver no es más que un muñeco.

La primera fase es la del pudrimiento. Todo empieza a pudrirse, desde la comida hasta los propios edificios. Resulta imposible guardar alimentos de un día para otro. Y en cuanto a las viviendas, empiezan a deteriorarse rápidamente. La segunda fase es una invasión de animales salvajes de todo tipo que campan por la ciudad haciendo de ella su hábitat y atacando a los ciudadanos cuando se les enfrentan o simplemente por su necesidad natural de alimentación. Se habla de leones, tigres, camellos, elefantes, caballos, jirafas ratones, serpientes, en fin, todo tipo de animales. Las propias personas se vuelven irascibles y se atacan unas a otras. Ya tercera fase es un hundimiento de la propia ciudad que obliga a los superviviente a salir de ella y trasladarse a campamentos improvisados. 

Durante todo este tiempo Hércules Bell ha continuado su labor de levantamiento contra Patera y en algún momento se ve acosado por las masas que le atribuyen la responsabilidad de todo lo que está pasando. Bell percibe que no va a poder destruir la obra de Patera desde dentro y ya ha previsto dar a conocer al mundo la ignominia de esta ciudad y los peligros que amenazan su existencia a los países más poderosos y ha conseguido una movilización de estos, cuyos ejércitos invadirán, ya al final una ciudad completamente destruida. 

La última parte del deterioro de la ciudad se vuelve casi mitológica con una lucha, que es, tal vez una visión que sufre el personaje, que ha conseguido huir de la ciudad y refugiarse con los, así llamados, ojizarcos, que le permiten acompañarle en su oculta ruta de huida por las montañas. En esta visión el personaje asiste a la titánica lucha entre dos deidades, un Patera y un Bell gigantes que se funden uno con el otro en una colosal lucha personal. La lucha acaba, no se sabe muy bien si con la derrota de Patera o con la asimilación de Bell por la deidad Patera.

Finalmente reaparece Bell, hombre, que consigue abrirle las puertas al ejército internacional (encabezado por un ejército ruso) que abordan ya una ciudad completamente devastada. Los supervivientes son devueltos a sus lugares de origen, todos, supuestamente, afectados de una terrible conmoción emocional por los graves sucesos que han vivido. 


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Patera es una especie de vampiro espiritual. Vive en el espíritu de todos, de lo social, de las cosas. Por eso todo debe ser antiguo, usado, viejo, porque las cosas nuevas no tienen ese hálito espiritual que adquieren las cosas con una historia. De alguna manera Patera se goza en la vivencia de todos, y se diría, por algunos detalles que vamos leyendo, que tiene la capacidad de personarse en cada uno de los individuos que controla a voluntad. Esos ojos siniestros que a veces describe el personaje que lo observan desde gente cualquiera de la calle. También la mujer, y esa es una de las causas de sus crisis nerviosas, ha percibido estas sensaciones. El propio caballo blanco ciego que corre por los sótanos, apostaría que es una transmutación de Patera, es decir, que Patera goza con la experiencia de ese caballo ciego corriendo en la oscuridad de esos laberintos. 

Bell es todo lo contrario de Patera, es pragmático, es interesado, y es orgulloso y vanidoso. No puede permitir otro poder en el mundo que el suyo. Su único objetivo al llegar al País de los sueños no fue nunca experimentar una utopía, sino destruirla. No por la maldad de destruir algo bueno sino por el escepticismo activo de no creer en ninguna utopía, que toda utopía es un engaño que oculta una forma de poder detrás y él no admite ese engaño; él, como hombre práctico, hombre de acción, sin ninguna imaginación, ejerce el poder abiertamente y además sin admitir réplica ni par. 

Las gentes que han admitido asentarse en el territorio de Patera, escogidos todos, por un lado, según se apunta, tratan de replicar una muestra de todo el espectro social. No solo hay burgueses ciudadanos como nuestro personaje, sino auténticos delincuentes, ciudadanos de escasos recursos, operarios, mercaderes, y aristócratas. Todos aceptan el sometimiento en el que viven en la ciudad, aunque solo son medio conscientes de ese sometimiento. De alguna manera no sienten esa presión de estar sometidos, de estar controlados por una fuerza superior. Nuestro personaje sufre de ese despertar por el suceso traumático de la muerte de su esposa y su estancia entre los ojizarcos, pero mientras la vida de los ciudadanos se mantenga dentro de unos cauces de normalidad, de comodidad, de tranquilidad, nada les hará rebelarse contra la fuerza que los controla. 

La aparición de Bell es una fuerza contraria que los obliga a despertar. No los despierta por el medio de hacerles conscientes de su sometimiento a una fuerza, sino por el medio de darles otra opción, de modo que les obligue a elegir una u otra. 

El caos que se describe, a mi juicio es, originalmente, menos una reacción de Patera como castigo de la traición de sus fieles, que como una consecuencia natural del comportamiento humano ante esa falta de liderazgos o esa lucha de liderazgos que influyen en las masas tirando de ellos a uno y otro lado  hasta que las masa pierden referencias sociales y vuelven al caos, al desorden cuando las deidades se retiran. Y ese caos es el que sobreviene después con las sucesivas plagas.

La lucha titánica entre Patera y Bell representa a mi juicio esa lucha de liderazgos que acaba con el mundo. No se percibe una clara derrota de Patera, aunque sí una orgullosa victoria de Bell contemplando su obra que es la destrucción del País de los sueños. 

lunes, 4 de septiembre de 2023

Nonaderías

 Me gusta escribir. Es decir, me gusta rayar letras encima de un papel. Cuando me preguntan qué es lo que escribo me da un poco de vergüenza porque respondo simplemente “letras” y entonces la siguiente pregunta es si me refiero a que hago caligrafía. No, tengo una letra muy fea; legible, casi de máquina, pero fea, sin arabescos ni florituras, sin serifes ni nada. Letra de funcionario. De escribiente de libro de cuentas. Como el personaje de Pessoa, Bernardo Suares, que también confiesa que le gusta escribir nonadas, es decir, trazar letras sobre el papel, sin pensar en nada. 

Leo en una novela de Juan José Saer (Cicatrices) que también a él, a uno de sus personajes, – pero ¿de dónde va a sacar los hábitos de sus personajes sino de sí mismo o de algún conocido? –, le gusta eso de tumbarse sobre un papel y rayar letras, completar palabras y seguir así hasta culminar una frase y luego, sin detenerse a leer lo que ha escrito, que no sabe ni lo que es, empezar la frase siguiente. Yo cambio de color de tinta para empezar la frase siguiente y así me queda más bonita mi libreta, con menos homogeneidad ya que la letra es tan homogénea. 

A veces releo lo que he escrito. La mayor parte me da un poco de vergüenza ajena leerlo. Quiero decir, no que me de vergüenza lo escrito a mí, sino que siento vergüenza de que otro lo pueda leer y se de cuenta de la clase de fulano descerebrado que soy, aparentando, como parece que aparento, inteligencia cuando me ven inclinado sobre el papel, supuestamente concentrado en la la escritura de algún razonamiento complicadísimo. Y a lo mejor lo que he escrito es 


Rimero arrimadero moridero orinadero neodimio

Mis primeras letras a·b·c·d· etc.

Agonía finalización de tramo


Otras veces me sorprende que se hilan frases unas con otras con cierta coherencia no solo gramatical sino argumental. Me quedo pasmado pensando en ese extraño que hay en mí con el cual no estoy seguro de compartir todo lo que dice, pero del que no sé si sentirme muy orgulloso porque no estoy seguro de ser yo. 


He sobrevivido, no que haya vivido de más, sino que he seguido viviendo – esto da idea de un punto de partida  y un punto que se esperaba final y no lo fue –, me he mantenido con vida, aunque poco haya hecho salvo no oponerme a lo que simplemente sucede, para ver otro lunes. 

Los lunes no se ven, salvo en ese espacio adimensional que es la mente colectiva de la cual la individual es un componente. No se percibe el hecho «lunes» en el mundo fenoménico. 

Se habla poco de esa dimensión mental que moldea el mundo en que vivimos los seres humanos, que nombra estructuras materiales como montaña, árbol, mesa y crea complejas organizaciones inmateriales como semanas, horas, teniente coronel o rico. 


Casualmente el otro día – un día cualquiera ya pasado, pero próximo en el tiempo, digamos  con un límite de un mes, aunque no hay una definición exacta de el otro día salvo que no se refiere a hoy – estuve escuchando a un tipo que hablaba supuestamente de semiótica o semiología – uno de los términos parece ser de procedencia anglosajona y el otro de procedencia latina – y venía a explicar que las palabras tienen generalmente un referente o referido, quiero decir que las palabras se crean para nombrar algo concreto, pero que ese algo puede ser material o ideal. Es decir, la palabra roca o la palabra árbol nombran unas cosas concretas con las que nos tropezamos si vamos despistados por el campo, pero la palabra sueño nombra algo que no existe materialmente. Sin embargo existen los sueños, pero para descubrirlo hemos tenido que comentárnoslo unos a otros, “oye, que por la noche me pasa esto”. Si solo me pasara a mí, la palabra que se habría inventado es loco, pero como nos pasa a muchos, pues hemos tenido que ponerle un nombre para que cada vez que hagamos referencia a eso que nos pasa por las noches a veces, y que es todo muy raro, no se pierda la mayor parte del tiempo de la conversación en describir el término. 

Pero lo que me llama la atención es que resulta imposible asegurar que lo que yo llamo sueño sea lo mismo que cualquier otro llama sueño, sin embargo es perfectamente factible señalarle a cualquiera una piedra y que el otro confirme que en efecto a eso también lo llama él piedra. Con los colores, que también tienen su componente fenoménica objetivable tenemos más dificultad, sobre todos en las transiciones, aunque  hay valores centrales en los que la duda desaparece.

Pues contaba aquel hombre que esto es solo un primer nivel de significados de las palabras. Y que cuando usamos las palabras en un contexto, esos significados pueden cambiar y hacer referencia a otras cosas. Por ejemplo, un pan es un pan y nadie va a discutirlo aunque últimamente haya tal cantidad de modalidades de pan que casi estamos entrando en el ámbito continuo de las radiaciones a las que pertenecen los colores, pero convengamos que cuando alguien va a comprar un pan, dice “deme un pan” y le dan un pan. Pero si acto seguido la conversación continúa y el mismo fulano que acaba de comprar un pan dice “yo me gano el pan haciendo tal actividad”, el interlocutor sabe que no se refiere exactamente a ese pan que le acaba de comprar, ya es otro pan, que ni siquiera es un pan sino algo mucho más genérico que hace referencia a todas las necesidades que debe surtir para llevar una vida. El panadero bromeará, si es un tipo ingenioso, diciendo que él se gana el pan vendiendo panes, lo que parece una contradicción pero no lo es porque la primera referencia al pan no tiene el mismo significado que la segunda referencia. 

Esto me pareció muy interesante, y era el argumento principal del discurso de aquel fulano que se metía luego en las profundidades de la mentira, de cómo se utilizan las palabras para elaborar falsas argumentaciones haciendo mal uso de estas ambigüedades del lenguaje. Aprovechándose de referencias para desviar la imaginación por un punto distinto por el que transcurre la conversación y acabar convenciendo al interlocutor de que se ha dicho lo que no se ha dicho o que no se ha dicho lo que se ha dicho o que lo que uno ha dicho no es lo que quería decir o que lo que otro ha comprendido es lo contrario de lo que había dicho el primero. En fin. Todo un lío que algunos espabilados saben manejar – yo creo que el tipo en concreto que parecía tener unos fundamentos teóricos tan claros, al final tampoco sabía manejar muy bien ese tipo de discursos ambiguos porque sus argumentaciones para descalificar, que es por donde continuaba su disertación, no me convencieron sino que me parecieron más bien ingenuas – para convencernos de que es verdad categórica algo que a lo mejor lo es y a lo mejor no lo es.

Y, bueno, ya va siendo hora de que cierre este discurso, si es que lo llega a ser, ofreciendo un resumen o conclusión:

La motivación que me llevó a redactarlo es simplemente la de pasar el tiempo de una manera creativa, al menos para mí, y lo empecé tras ojear u hojear una libreta en la que acostumbro a escribir, rayar, como decía al principio, letras. Esta exploración me llevó a pensar que principalmente suelo escribir tonterías y majaderías sin mayor trascendencia pero que en ocasiones me brota del subconsciente lo que podríamos denominar una reflexión. Digo, del subconsciente porque no me llevó a iniciar la escritura un propósito determinado, sino pasar el rato y por lo tanto todo lo que brote o surja de esa situación es prácticamente improvisación. Como no concebimos que nuestra mente sea capaz de realizar determinadas actividades sin un proceso reflexivo previo, y no hemos realizado ese proceso conscientemente, debemos concluir que ese proceso se ha realizado de una manera inconsciente, et voilá la justificación del subconsciente en todo esto. Pues en esa exploración me he encontrado con que, junto a las majaderías, podía descubrir verdaderas reflexiones sobre el mundo, la realidad o mis asuntos, dicho así en sentido lato. Y héteme aquí que esta reflexión que leo en mi libreta, escrita hace unos meses, casa con un  discurso que escuché precisamente el otro día, que me atrevo a confirmar que fue precisamente el domingo mientras freía las papas para la tortilla – privilegio, por cierto, el placer de comerse antes que nadie unas papas recién fritas, como tasa  por realización o algo así – y ello me dio pie para mencionar el tal discurso, algo enredadamente, pero espero que con alguna coherencia. La conclusión de todo esto que es que quien sabe qué, y que nunca se sabe, mejor estar atentos para no perder oportunidades, o algo así. 

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De pronto me he dado cuenta de que este es el tipo de pompas de jabón que suelen leerse en los magacines y las revistas bajo firmas invitadas a las que les han dicho, escríbame algo de 1500 palabras. Las he contado y hay 1499. Falta 

FIN.

domingo, 13 de agosto de 2023

El problema de los tres cuerpos, de Liu Cixin

 Los ditirámbicos adjetivos con que suelen anunciarse las novelas modernas me tiran para atrás, ¡fos¡, me digo. Pero de vez en cuando tengo que sacar el dedito y probar un poquito de mierda para que no todo sea prejuicio. Y la mayor parte de las veces la mierda sigue sabiendo a mierda. Pero, a veces, sabe bien. Es muy raro, pero ocurre. 

A este hombre, creo recordar, lo han puesto de dostoievski para arriba. Le han dado el premio Hugo que diz que es lo mejor que se puede obtener en este entorno de la SF. Por ahí lo comparan con Arthur C. Clark; que si Barack Obama y Mark Zuckerberg han dicho no sé qué cosas. Bueno, bueno.

La novela está bien, pero no es para pasarse tanto. Me han gustado las ideas que contiene, pero no me ha gustado el desarrollo, digamos, la distribución de materiales, la organización. 

El asunto está bien: en términos generales, detrás subyace esta idea, parece que tan generalizada entre los países más aventajados económicamente, de que la humanidad se encamina al desastre, al caos, a la extinción, precisamente por su propia culpa, por su mal obrar en el planeta, por su pésima capacidad de convivencia con el resto del ecosistema. Digo que esta idea apocalíptica o milenarista es más propia de los países que ya han alcanzado un nivel industrial y económico saneado, es más, diría que es propia de las clases más cultivadas y económicamente mejor situadas dentro de esos países. La gente que todavía tiene que luchar duramente por su supervivencia o por unas condiciones de vida más dignas tiene la vista más pegada a la tierra y a los problemas cotidianos que a estas cuestiones globales. 

Esta es la primera idea, entonces. La segunda es que la humanidad no puede resolver los problemas que ella misma está creando y que va a necesitar una ayuda externa muy poderosa. Aquí se plantean otras cuestiones: hay quienes consideran que la humanidad es un mal a erradicar, y hay quienes consideran que aún hay esperanzas de cambio de mentalidad, que hay semillas esparcidas por ahí  que podrían estar planteando ya nuevos modos de existencia en el planeta no basados en su pertinaz explotación. Los que consideran que la humanidad es un mal a erradicar esperan que acabe con todos una invasión extraterrestre, un topetazo con una roca espacial descomunal, o una epidemia mundial que nos descabece a todos. Los que aún conservan alguna esperanza en la humanidad esperan que los extraterrestres nos ayuden, o que tras alguna catástrofe una humanidad renacida y con las lecciones aprendidas reconstruya una civilización más acorde con el equilibrio del ecosistema mundial. Ya nadie cree en un futuro lleno de máquinas voladoras, edificios de mil plantas en varios niveles, teletransporte y hologramas para todos. Naturalmente la gran mayoría de la población sigue viviendo como si el momento presenta fuera eterno y el futuro solo fuera una fantasía de soñadores o pesimistas, y las cosas son y suceden como han sido siempre y han sucedido siempre y el ayuntamiento ya se encargará de sacar toda esta basura de aquí, para qué voy a molestarme yo en ir a un punto limpio.

La tercera idea que aborda esta novela, claro, es la importancia de la ciencia y de la tecnología para afrontar los problemas futuros, a pesar de que ese desordenado desarrollo de la ciencia y de la tecnología es precisamente una de las causas de los problemas presentes y que vendrán. 

De estos temas trata la novela y los aborda de la siguiente manera: Casi por azar alguien consigue enviar un mensaje a las estrellas con la suficiente potencia como para llegar muy lejos. Tiempo después (nueve años) ese mensaje es respondido de una manera bastante preocupante: no respondas a este mensaje, explicando que si se responde a ese mensaje, la Tierra podría ser localizada por esa civilización extraterrestre y las consecuencias serían trágicas. Naturalmente quien responde es un disidente de aquella civilización. Pero resulta que quien envió el mensaje es un disidente de la civilización terrestre, así que responde, algo así como: “vengan y acaben con todo”.

Otro asunto interesante que siempre me ha preocupado es cómo unos pocos se sienten legitimados para condenar a una legión, solamente porque ellos se sienten heridos. Los casos de tiradores, estos que disparan a las multitudes simplemente porque, como decía aquella canción, “no me gustan los lunes”, se multiplican cada vez más, no solo en EEUU, su tierra de nacimiento y florecimiento, sino también en Europa y seguramente en otros países, como Japón. A un nivel de conjunto, es lo mismo que los terroristas que ponen bombas, pero al menos estos tienen un objetivo, una obsesión que les oculta toda piedad; que, incluso, sin ocultársela, su sentido del deber se impone a su sentido piadoso, o algo así – al menos eso se nos queda de las películas. Pero estos que, simplemente por que pueden, matan, y que lo hacen con un odio irracional por el otro, son casos de enfermedad muy grave de la humanidad que nos convendría estudiar. Porque, como en esta novela, no es raro que el acto de un solo ser humano pueda acarrear la destrucción de toda la humanidad. Estoy seguro de que colocando un botón rojo en medio de la calle que prometa la destrucción del planeta si se pulsa, acabaría desgastándose el pobre botón de tanta pulsación. 

Bueno, pues eso, que los extraterrestres han de venir. Y mientras los esperamos se forma en la tierra una organización que tienen por objetivo preparar la venida, precisamente tratando de anular una posible respuesta organizada de la Tierra contra esa llegada. Es decir, atacando a la ciencia y a la tecnología que podría desarrollarse lo suficiente, durante todo el tiempo que tardarán los extraterrestres en llegar, unos cuatrocientos años, como para hacerles frente. Estas organizaciones están formadas principalmente por científicos desengañados de la humanidad, ecologistas enfadado con la destrucción de las especies vegetales y animales, etc.

El nudo de la novela consiste en la investigación para descubrir, primero, quienes son estas organizaciones que están, literalmente, asesinando – al principio de una manera más esquinada, suicidios y accidentes – y luego para comprender el por qué de su actuación. Sobre todo, comprender el cómo consiguen realizar algunas acciones que parecen realmente prodigiosas y que lleva a muchos científicos a dudar de que realmente existan leyes estables que rijan la naturaleza. Naturalmente, esto último se debe al uso de tecnología alienígena enviada por adelantado por aquellos malandrines para ir preparando el terreno. 

Bueno, pues interesante está. Me la he leído al completo y hasta estoy viendo la serie que han desarrollado los chinos – en versión original con subtítulos en inglés en youtube, por si quieren echarle un vistazo –, que me está gustando más que la novela por mejor desarrollada.

Mi rechazo es básicamente a la parte estructural de la novela. Los diversos materiales que la componen: la historia de Ye Wenjie, La investigación y luego por último el relato extraterrestre, me parece burdamente introducido, falta elegancia en la distribución de esos contenidos. Lo más convincente es la historia de Ye Wenjie desde la época de la Revolución Cultural hasta que la pillan ya como jefa suprema del movimiento anti terrestre (Fronteras de la Ciencia, se llama) Se va desgranando a lo largo de la novela y creo que se hace bien. Pero todo el asunto de cómo se va desvelando el tema de Fronteras de la Ciencia, que intenta ser misterioso, con la muerte extraña por suicidio de los científicos, esas expresiones trágicas sobre sus dudas acerca de la ciencia, y la aparición franca del grupo Fronteras de la Ciencia… no sé, todo eso me parece forzado y poco desarrollado. No hay habilidad en ir introduciendo la perplejidad que produce esas muertes. A veces da la impresión de que creen que no mencionando lo evidente, los lectores no lo vemos. Hay ingenuidad en cómo se quiere dotar de tensión a esa parte del desarrollo. Sin discusión, eso sí, la personalidad del policía Shi Qiang, que en la serie también está muy logrado. La novela termina con el relato desde el punto de vista de los propios extraterrestres. Esta es la parte, sospecho, que al Polillas le resultó más chocante, y es que, en efecto, suena un poco ridícula. No hay ningún esfuerzo por dotar a los extraterrestres de un poco de misterio, de lejanía de la humanidad. Estos extraterrestres prácticamente fuman en pipa y van al parque a jugar a la petanca cuando termina su jornada de trabajo. Sin contar con que sus destrezas tecnológicas, consiguiendo montar todo un ordenador en un protón o algo así, con una inteligencia artificial que es capaz de trastocar en apariencia las leyes de la naturaleza en la tierra, no sé qué quieres que te diga. Para una civilización que vive en un planeta al que los tres soles que lo gobiernan no lo dejan tranquilo el tiempo suficiente como para desarrollar como dios manda una civilización seria. 

Ah sí, eso de los tres cuerpos se debe precisamente a esto de los tres soles del planeta. Se supone que si se consigue resolver este problema matemáticos se resolverían los problemas de esta civilización y no tendría que invadirnos. No sé cómo, sabiendo que te van a dar un topetazo en el futuro sin poder evitarlo, vas a resolver el problema de que te den un topetazo en el futuro. Resolver el tal problema solo permitiría saber cuándo van a ocurrir las cosas malas pero no cómo evitarlas. Pero bueno, me da la impresión de que este asunto es otra de esas complicaciones de trama que luego no significan nada, aunque le den nombre a toda la novela. Y de todas maneras dicen que el problema no tiene solución.

Pues sí, la novela está bien. Se entretiene uno. Pero ni mucho menos una obra maestra de la literatura mundial, ni siquiera dentro del ámbito de la literatura SF. Yo no leería otra vez esta novela como sí he releído varias veces Forastero en tierra extraña, de Robert A. Heinlein, o Cánticos de tierras lejanas, de Arthur C. Clark, con la musiquilla de fondo del disco de Mike Oldfield. Por mencionar dos que me han venido a la mente. 

Pues eso. Ahí sigo. 

sábado, 8 de julio de 2023

Alguien voló sobre el nido de cuco

 He leído Alguien voló sobre el nido del cuco. Ya saben, el libro del que sacaron la película de Jack Nicholson. Me parece que casi todas las películas de Jack Nicholson, son la película de Jack Nicholson desde Easy Ryder hasta, no sé, El Resplandor, Chinatown, o Mejor imposible. Desde luego McMurphy es Jack Nicholson. El jefe Bromdem es un poco menos este que lo interpreta, Will Sampson, aunque uno no pueda dejar de acordarse de él. Es un poco menos porque el narrador es él y lo conocemos mucho mejor que conocemos al jefe en la película. No he visto recientemente la película así que hablo de memoria que ya saben que se inventa la mitad. 

Todos creen que el jefe Bromdem no habla, no oye. No reacciona. Lo llevan para acá y para allá como si fuera un muñeco de goma. Barre, eso sí. Le ponen la escoba en la mano y barre. Pero hay vida dentro del jefe Bromdem. Escucha y sabe lo que pasa alrededor. Calla. Calla porque no cree que los demás pudieran oírle si hablase. Se acuerda mucho se su padre y de la cascada cerca de la cual habitaban. Y de su madre, que era blanca. Y se acuerda de los tipos que llegaron un día ofreciendo dinero para se marcharan de la cascada porque querían hacer una presa. Se acuerda de cómo el alcohol acabó con su padre. Y estuvo en el ejército, en la guerra de Corea, o por ahí. No recuerdo muy bien qué pasó. Aquí lleva muchos años. No es como muchos de los otros, Harding, Bibbit, Martini, Cheswick, que están aquí voluntariamente. Ya ha pasado más de una vez por la cámara de electroshock. El jefe está escondido dentro de sí mismo. Se cree débil, pequeño. Porque eso es lo que ha hecho de él El Tinglado. El Tinglado lo sabe todo. Tiene espías por todas partes, incluso dentro de nosotros nos ha puesto chips para saber en cada momento lo que pensamos, dónde estamos, qué hacemos. El Tinglado es el que lo ha empequeñecido, y le ha robado su fuerza.  McMurphy le promete que es capaz de devolverle su fuerza, su altura. Y cumple. Al final el jefe arranca el panel de mandos del baño, que nadie creía que un hombre fuera capaz de levantar y lo arroja contra la reja de la ventana. Y se fue campo a través, lo mismo que el perro, uno que estuvo observando una vez desde esa misma ventana. Un hombre que le dejó subir a su camioneta le prestó su chaqueta para que se la pusiera encima del uniforme y le dio diez dólares para tuviera algo que comer mientras se dirigía a Canadá, cuando él le contó su historia. Pero él quiere echar un vistazo, antes de ir a Canadá, a la vieja cascada, tal vez todavía queden algunos de los suyos por allí y pueda volver a pescar salmones. Esto es todo lo que desea. 

El Tinglado es, no el hospital entero, sino aquella sala controlada por la enfermera Ratched. Todos creen ser libres allí hasta que llega McMurphy. Entonces se dan cuenta de que todo lo que ocurre allí, las pastillas que toman, la sesiones de terapia conjunta con la señora Ratched y el doctor, que asiente a todo lo que ella sugiere, las pastillas que les dan por la noche para que duerman profundamente, todo está montado para que nada cambie, para que ellos permanezcan en el estado de indefensión (está descrito, indefensión aprendida) que los llevó allí. Allí se sienten protegidos, porque se sienten diferentes, incomprendidos, atacados, fuera. Han venido a refugiarse. Y en ese sentido el Tinglado está bien. No les mejora, no les refuerza para hacer frente a la incomprensión, pero les protege allí dentro. Todo está bien. Hasta que llega McMurphy y les hace comprender que hay otras posibilidades. Y que ellos desean esas otras posibilidades pero que permanecer allí dentro les hace creer que solo son sueños inalcanzables. Imposibles, porque ellos son diferentes. Y los que son como ellos tienen limitaciones. Es decir, todo estaba bien hasta que llegó McMurphy a estropearlo todo. A hacerles creer en sí mismos. El Tinglado no puede permitir esto y para impedirlo, para impedir que estos pobres locos se hagan daño a sí mismos está la señora Ratched que les recuerda constantemente lo débiles que son, los peligros que hay fuera, y los engaños que hay dentro para convencerlos de otras cosas, como ese tal McMurphy, que estropea su orden, que no acata su ley, que desorganiza su tinglado tan minuciosamente organizado. 

McMurphy es el salvaje de Un mundo feliz (otro libro que hace mucho que no leo), solo que el salvaje no consigue convencer a nadie de que están encerrado en aquel estricto modelo de sociedad, de que están contenidos por aquel soma que consumen, de que están dormidos, limitados para que el sistema funcione siguiendo sus perfectas normas de convivencia. Claro, en el mundo feliz nacieron allí, fueron programados desde el mismo nacimiento. No había posibilidad ninguna de convencerlos de que otro mundo es posible. Ni si quiera aquellas mentes irregulares que lo apoyan están muy convencidos de ello. Su forma de rebeldía es alejarse lo más posible de los centros de poder donde no les alcance demasiado las exigencias de normatividad del sistema. El salvaje allí era un ente extraño que pretendía que aquella sociedad que a él le parecía inhumana, porque él era humano y no le gustaba cómo funcionaban las cosas allí, no estaba bien; pero comprendió a tiempo que no es justo cambiar algo porque a ti no te guste, tu no eres la medida, la norma, el patrón. No, no creo que lo comprendiera, se suicidó por impotencia. Es distinto aquí, donde McMurphy les recuerda que fueron una vez de otra forma. Que se refugiaron aquí para huir, pero que querrían estar fuera, ser como todos, o no ser, estar con todos, como todos, con sus particularidades, disfrutando y aguantando como hacen todos. McMurphy no se sacrifica por ellos. Esto que quede claro. McMurphy sí que es un egoísta que obra en todo momento por interés propio. Todos lo llegan a saber, a comprender. ¿Y qué si eso los ayudó a salir?, ¿y qué si rieron como nunca habían reído, se emborracharon y disfrutaron desinhibidamente como no se creían capaces? Pero luego llegó la señorita Ratched a recordarles que ellos eran débiles, que había amenazas, que había madres que no perdonarían que sus hijos quisieran ser libres. Eso pareció una derrota. Y la exhibición del cuerpo casi inerte de McMurphy, casi lo pareció también. Pero cuando el jefe Bromdem rompió la reja, ya casi no quedaba ninguno, todos se habían ido a probar suerte ahí fuera. Él se quedó porque sabía que McMurphy volvería, como había dicho la enfermera Ratched, y quería confirmar su aparente victoria y, no podía dejarlo así, debía escamoteársela una vez más. 

Es una de esas novelas que uno no es capaz de distinguir de la película. A menudo me pasaba de pequeñito que no recordaba si había leído una escena que había recordado o la había visto en el cine. Iba mucho al cine cuando era niño a ver películas de vaqueros y de romanos. Y leía también mucho las novelitas de Marcial Lafuente Estefanía. Una escritura ágil, directa, directa a la imagen construida en palabras, ves todo lo que pasa y te olvidas de estar leyendo. Supongo que gran mérito es de la traducción, en este caso Mireia Bofill Abelló, una edición de 2002. Me la encontré en la calle. Últimamente no compro libros, espero hasta encontrármelos en la calle. Es otra forma de no dejarme elegir que siempre voy a lo mismo. 

martes, 13 de junio de 2023

La cantidad de tiempo que se pierde perdiendo el tiempo. (*)

Boberías sin importancia


Se queda uno – yo – asombrado de cuánto tiempo pierdo. Pero si me paro a pensar no sé muy bien qué estoy diciendo con “perder el tiempo”.  El tiempo no se pierde, pasa, razona mi versión lógica. Perder el tiempo es darle al tiempo o a lo que se hace en él un valor que, como hecho natural, hecho de la naturaleza, no tiene. La salida o la puesta del sol, el girar de la Tierra, son simples sucesos. Un terremoto, una primavera, son simples sucesos. Es mi testimonio, mi conciencia de ellos lo que les asigna un valor, una emoción, un sentido, una carencia o una sobra. Lo mismo pasa con lo de perder el tiempo. La cuestión no es si pierdo o no pierdo el tiempo, sino por qué pienso que estoy perdiendo el tiempo. 

Acabo de leer en la  biografía de Aleister Crowley – no sé si me falta una í por alguna parte – que ha descubierto, en este momento de su vida, que todo es magia, que la vida es un estado de ánimo, una situación espiritual y que cuando actuamos sobre la realidad lo hacemos para cambiar ese estado espiritual, a esto él lo llama acto mágiko. 

Leyendo a Culianu que trata de hacernos comprender el pensamiento medieval, nos habla en los mismos términos. En aquellos tiempos se consideraba que nuestra condición de seres racionales se debía a que el espíritu nos habitaba. El propósito de la mente es el de traducir del lenguaje material al lenguaje del espíritu para hacernos comprender el mundo. Y lo hace convirtiendo la percepciones en fantasías ( Culianu dice fantasmas) de modo que el espíritu lo pueda comprender, pues esas fantasías están más cerca de la naturaleza del espíritu que la propia realidad que traducen. Para esas personas la fantasía era el medio de conocer del espíritu y por lo tanto tenía mucho más predicamento, mucha más credibilidad que el razonamiento lógico. Así que un acto mágico que viene a consistir en que a través de la fantasía se actúe sobre la naturaleza de la realidad no era algo extraordinario. Más bien lo extraordinario era que uno creyese en causas y efectos en el mero ámbito de los natural, de lo material, que no estaban dotados de espíritu y por lo tanto no tenían capacidad de engendrar movimiento, consecuencias. 

Pues yo me preguntaba, decía, por qué considero que pierdo tanto el tiempo. Y desde luego una de las razones es la de que siempre estoy queriendo hacer otra cosa de lo que estoy haciendo, pero no tengo el impulso suficiente para levantarme y ir a hacerla, porque no me parece que hacerla sea en realidad algo satisfactorio. Al contrario, mi contacto con la realidad siempre me resulta desalentador para nuevas experiencias, nunca valió la pena haberlo hecho, por lo menos en comparación con haberlo deseado hacer. Y esta conciencia permanente es la que hace que permamentemente esté deseando hacer otra cosa, estar en otra parte, leer otro libro, viajar a otro lugar distinto al que he viajado ya y no hacerlo. Es la permanente insatisfacción que sin embargo no provoca como uno esperaría un impulso vital de movimiento sino, al contrario una tendencia a alargar la siesta, a permanecer largas horas saltando de un vídeo de youtube a otro, escogiendo libros larguísimo para no sufrir la agonía de tener que escoger un nuevo libro, y en fin, no literalmente pero permanecer horas y horas mirando a la pared soñando con aventuras por el mundo como fantástico marco polo, intrépido indiana jones, obstinado shackelton. Y esto, que en realidad es lo que me produce placer, me incomoda, porque soy contemporáneo de un mundo en el que actuar es lo que da condición de vida, actuar y dejar rastro de haber actuado, evidencias, que se dicen en el ámbito profesional, hasta el punto de que hay quien se contenta con crear falsas evidencias de haber actuado sin haberlo hecho, solo para dejar constancia aun siendo falsa; porque otro de los elementos que da condición de vida es la de hacer saber a los otros sobre uno. Es decir, anunciarse, enunciarse a través de las evidencias de lo que uno ha sido, ha hecho. Como si ya no bastara simplemente ser para uno mismo. Tal vez nunca ha bastado. De ahí que hayamos formado sociedades. Y tal vez todo esto es una manifestación de la deriva que toman nuestras sociedades en las que todos queremos ser individuos destacados y nos inventamos para ello una versión de nosotros que todos puedan admirar. Vamos hacia un modelo de sociedad de individuos aislados que se buscan rehuyéndose.

También yo busco esa admiración que me refuerce mi condición de ser y la repudio porque tengo extrema aversión a, créanselo, exhibirme, hacerme notar.  

Es todo tan contradictorio, tan extraño. Fuerzas que tiran de nosotros hacia afuera deshaciéndonos en lugar de  compactarnos. Noto que todo esto es una enfermedad, que hay un conflicto que tengo que resolver que necesariamente tiene que ver con quedarme aquí, ahora, haciendo esto, algo que parece tan fácil. Porque materialmente lo es, y sin embargo, espiritualmente es tan complicado. 



(*) me pregunto si no será una de las famosas frases de Luis, aquel que dijo “digo tantas tonterías que digo más tonterías en un minuto que en dos”.

miércoles, 7 de junio de 2023

El Mago, de César Aira y el billar online.

 Cuando juego al billar online con el ordenador tengo siempre una sensación de estar en desventaja, porque juego en su campo y es él el que al final da mi golpe y mueve mis bolas. Confío en que el algoritmo tiene programado el movimiento de las bolas siguiendo las leyes de acción y reacción y de reflexión para el choque de las bolas con otras bolas o con los bordes, aprecio que ha incorporado defectos  en el tablero de modo que a veces las bolas asumen movimientos inesperados, etc. Es decir, presumo que juega limpio, que no interviene, más allá de aplicar esas reglas que se ha impuesto, para realizar el movimiento de las bolas. También he observado que en ocasiones realiza tiradas claramente fallidas a propósito, así que es muy probable que incorpore un mecanismo de ventaja para el jugador humano. Pero en ocasiones consigue unas jugadas compuestas de varios rebotes que al final dan con la bola adecuada en la tronera precisa que me hace preguntarme, ¿hasta qué punto ese resultado de una tirada suya ha sido una casualidad y no estaba exactamente prevista por el algoritmo? Estoy seguro de que se puede programar un algoritmo para que gane siempre sabiendo casi con exactitud todos y cada uno de los rebotes que va a dar una bola desde el momento en que se la golpea. Conociendo con precisión los defectos y las trayectorias y los puntos exactos de choque con otros objetos.  Entiendo que jugar con un algoritmo así es inútil, no hay diversión en ello. Uno tiene que creer que puede ganar y que el otro puede fallar para que haya diversión. Yo mismo he conseguido algunas jugadas que me han dejado asombrado y no dudo de ellas, de que el algoritmo ha aplicado exactamente las reglas para realizar el movimiento de las bolas, y que el azar virtual ha conseguido ese precioso resultado para mí, pero sí dudo cuando él lo consigue porque sé que es todo poderoso y que puede intervenir tanto en sus jugadas, modificando inadvertidamente el movimiento de su bolas para que vaya un poquito más allá y no un poquito más acá donde dictaba el azar virtual y así con seguir el resultado deseado. O hacer lo mismo con las mías, a favor o en contra. Pero no lo sé, y si quiero disfrutar con el juego y creer que soy un máquina al conseguir encajar una bola en la tronera más alejada con un tiro de la bola desde el lado contrario después de tres rebotes, no debería pensar demasiado en ello. 

¿A qué viene aquí Aira?, pues a que en esa novela el Mago es un mago de verdad. Es decir, el Mago tiene todas las capacidades que en este juego tiene el ordenador. Si jugara con el Mago sería casi lo mismo que jugar con el ordenador, nunca sabría cuándo estoy jugando contra las habilidades del hombre o cuándo contra las artimañas del mago. Lo peor de todo es que probablemente, y esa es un poco la conclusión que creo que tenía ese libro, el Mago tampoco lo sabe del todo.


Postdata: hace años que leí el libro, apenas lo recuerdo ya, salvo estas conclusiones, y la palabra Panamá, que no sé por qué viene a cuento. 

martes, 23 de mayo de 2023

Había una vez un circo

Había una vez

un circo

que alegraba siempre 

el corazón

(los payasos de la tele)

Con su mujer barbuda,

sus enanos payasos,

su malabarista paralítico

y su mago simplón

que hacía aparecer un conejo

de goma dentro de una boina,

porque no usaba chistera.

Un cáncer dejó a la mujer barbuda lampiña. El elefante volador aplastó a los enanos payasos. El malabarista paralítico recuperó la movilidad y se colgó del trapecio del que cayó la trapecista ciega, que no sabía que trabajaba sin red. El mago simplón se comió el conejo de goma y la boina, y al director gordo del circo. 

La carpa se fugó con el león.


Disculpa, pero no es esa clase de carpas.

Era un león viejo y estaba medio ciego. Supongo que pensó que era su último cartucho.

No, quiero decir que ... 

Post data. Es que hacía tanto tiempo que no ponía algo por aquí que ya estaba a punto de borrar este blog de mi lista de blogs actuales. Y mira, a mí el león me provoca ternura. Por la mañanas le caza el desayuno a la carpa que se queda en la cama un rato más. ¿Qué comen las carpas?, se preguntarán ustedes. De todo, mujeres barbudas, hombres serpiente, caballos alados, enanos y gigantes, domadores, trapecistas, elefantes, hombres lobo, mujeres pez (el león le aparta delicadamente las espinas de la parte de abajo y los huesos de la parte de arriba, él ya no mastica bien pero se hace unas sopas riquísimas). No piensan en los hijos, pero si vienen bienvenidos sean. 

lunes, 15 de mayo de 2023

Solenoide, de Mircea Cartarescu



Por iniciar el texto de manera ladeada, es el primer – y único por ahora – libro que me he comprado en la librería Agapea. Fue en su inauguración. Fueron tan amables y había tanta variedad que me sentí casi obligado, y como nunca había leído a Cartarescu del cual había oído hablar encarecidamente – ya lo dice la contraportada Tras leer Solenoide en cierto modo tu vida se corta en dos, dejas de ser un lector común, como al leer a Homero, Kant, o Heidegger. Un poco exagerado me parece. Es cierto que no he leído a Kant ni a Heidegger y que tal vez no tenga argumentos para rebatirlo. Sí que he leído a Homero, tanto uno como otro de sus dos libros, y no sé si mi vida se cortó en dos. En cualquier caso, si fue así, no me quedé en la parte buena, la otra, sin duda, es la mejor. Dónde andará. 

Precisamente esto me da pie para comenzar a hablar de este libro. En los primeros capítulos, el personaje, un joven esperanzado, acude con su primer, y único, poemario, (no recuerdo el nombre), a un Cenáculo en donde acostumbran a reunirse aficionados a la cosa poética a leer en público y criticar también en público lo escuchado. El muchacho se atreve a hacer su lectura y luego debe soportar cómo se la hacen trizas encontrándole mil y un defecto, apenas dejándole escasos agarraderos con los que continuar su incipiente actividad poética. Después de esa experiencia el muchacho dejó de escribir literariamente. Más adelante recuerda ese momento como un punto de separación de dos de sus vidas. Es decir, por momentos evoca la posibilidad de que hay otra vida en la que él tuvo éxito esa noche, su obra fue aclamada por todos los presentes en grado sumo y ese fue el inicio de su carrera como exitoso autor. Es decir, volviendo al comienzo, su vida se dividió en dos vidas paralelas, una en la que tuvo éxito y otra en la que fracasó como escritor. 

Esta obra, desde el punto de vista del narrador, no es una obra de ficción, – el autor abomina de las obras de ficción que considera banales, o por lo menos engañosas, a juzgar por el símil con que las compara: dice que las obras de ficción son como hermosas puertas dibujadas en la pared, completamente engañosas que le hacen creer a un inocente lector que abriendo esas puertas encontrará detrás el paraíso soñado, el lugar de realización, o de paz, o de explicación de sus confusiones, que anda buscando. Pero cuando se acerca a ellas lo suficiente se da cuenta de lo que son, meros dibujos en una gruesa pared imposible de atravesar – sino un cuaderno de apuntes, una especie de diario o memoria de sucesos de su existencia para los que busca explicación. El narrador – nunca sabemos su nombre – cree que anotando la serie de hechos extraordinarios que le suceden: sueños, encuentros con extraños personaje, visiones, pesadillas, libros leídos, gente con la que convive, lugares, sobre todo lugares más cercanos a la alucinación que a la realidad, etc., le permitirá alguna vez descifrarlos como un mensaje encriptado, donde cada uno de esos extraordinarios sucesos son los signos por el momento no comprendidos, que hace falta poner en relación unos con otros para que formen el mensaje que están contribuyendo a transmitir. 

Visto desde una perspectiva más pragmática, este libro viene a ser un cuaderno de memorias, desde la infancia hasta la madurez, en la que eclosionan todos esos sucesos en un extraño apocalipsis inexplicable, justo poco después de que el narrador comience a ser padre. Serían como unas memoria alucinadas de un personaje ciertamente muy peculiar en una ciudad, Bucarest, descrita también de una manera muy peculiar, muy decadente, prácticamente una ciudad en ruinas, pero cuya condición forma parte de la propia ciudad, es decir, una ciudad que ya nació siendo una ciudad en ruinas. Así la describe y así la termina por percibir el lector. 

El narrador es profesor en una escuela de un barrio de la periferia de la ciudad, su lugar de trabajo, sus compañeros, son descritos con cierto detalle realista que da cuenta de una realidad monótona, gris, desesperanzada; tal vez no angustiada, de un modo u otro los compañeros cada uno vive su propia vida a su modo, ninguno es tan peculiar como nuestro narrador y no obstante su descripción de ellos es de una falta de vitalidad, de un descolorimiento que da grima. Hasta los alumnos son descritos de una manera apagada, ausente, sumisa, aunque dejando entrever que es una mirada y que la realidad que transcurre más allá de esa mirada es otra, tal vez inaccesible.  Hay mucho de eso en este libro, de conciencia de ser observado, de otros mundos que se ocultan en este y que  nos observan, tal vez nos dirigen, tal vez nos manipulan para que sigamos un determinado camino que les es conveniente para su propósito. Muchos de los sucesos que nos describe el narrador empiezan de un modo realista pero inevitablemente acaban en una situación alucinada, como si hubiera descubierto una puerta a otra realidad incomprensible y por lo tanto aterradora. Así caben aquí referencias al Manuscrito de Voynich, a Kafka, a Hinton – matemático que se empeñó en visualizar la cuarta dimensión –, a Vaschide, un psiquiatra especializado en la psicología de los sueños, referencias a escritores de obras autobiográficas que derivan hacia alucinatorias. 

El libro no acaba de dar una explicación a todo lo que sucede, a esa eclosión final. Pero todo el rato uno tiene la sensación de que esto es una autobiografía alucinada. Es decir, que hay una realidad detrás, contante y sonante, pero que la mente del narrador la deforma para, tal vez, llenarla de contenido por parecerle que la expresión directa es simplemente vacía y seca. En ese sentido esta novela se resume como: tuve una infancia feliz, pero luego me volví un chico solitario lo que me llevó a ser un lector compulsivo que me alejó más del mundo. Estudié y entré a trabajar en una escuela donde conocí a una muchacha, algo menos extraña que yo pero a la que le parecí menos raro. Tuvimos una hija. Fin. Pero no hay nada en el libro que apunte a esa explicación de  una realidad plana deformada por un cristal traslucido que le presta a las formas un misterio que en realidad no tienen. De hecho las cosas extraordinarias suceden; si vamos a creer al narrador, la ciudad se eleva en el cielo por obra de esos Solenoides que nos describe y ellos, a salvo en la periferia la observan alejarse y perderse en el cielo.

En la contraportada, para encarecernos el libro, nos comparan al autor con Pynchon, Rilke, Borges y Kafka. No sé yo si esto es bueno o no, pretender arrimar la escritura de uno a la de otros por ser grandes. Yo que he leído a todos esos tipos no he visto nada de ellos en esta escritura. Tal vez si hurgamos y empleamos la imaginación siempre se puede sacar algo de las casi ochocientas páginas que lo puedan hermanar con todos esos mencionados y con cualquier otro desde Proust hasta Homero, desde Henry Darger hasta Walser. A mí al que me ha recordado desde el principio es a Jodorowski, no por otra cosa sino porque esta relación de sucesos alucinados, extraordinarios hasta la incomprensión que el tío narra con toda normalidad pese a la absoluta anormalidad de que tratan y que a uno se le hace que contienen un sentido simbólico que tratan de señalarnos a alguna parte, lo mismo que el propio narrador está empeñado en que todos tienen, en su conjunto, un significado que hay que leer cuando se dispongan de todos ellos adecuadamente ordenados. Jodorowski tiene un par de libros Donde mejor canta un pájaro, y La danza de la realidad,  en los que hace una especie de autobiografía, con la peculiaridad de que el primero adopta tintes simbólicos, astracánicos muy a su manera cuando se pone Jodorowski, y luego desentraña en el segundo libro hasta convertirlos en sucesos y personajes casi banales. Creo que este libro de Cartarescu tiene como un aire de ese primer libro de Jodorowski, una especie de autobiografía mágica, simbólica, que más que reflejar su realidad exterior refleja su realidad interior en ese mundo gris, hostil, siniestro que debió ser el Bucarest prosoviético. 

Como lector, se trata de una de esas experiencias lectoras, es decir, uno de esos libros en los que te sumerges, en los que vives durante un tiempo, ahí sí que se asemeja a las obras de Pynchon, que siendo también raras de cojones, desde el principio uno sabe que tiene que adaptarse y aceptar las condiciones de ese mundo que el tío nos propone. Esto no ocurre aquí, en esta novela uno debe aprender a aceptar la extrañeza que le provoca lo que nos está contando. Y ya que estamos, al Borges podríamos traerlo a cuento por narraciones como el Aleph en las que un hecho absolutamente pasmoso es insertado en un entorno completamente cotidiano. 

No sigo porque empiezo a acumular palabras sin sentido. Espero que esto te sirva para recodar la lectura, y a cualquier otro para animarle a echar un vistazo al librito en cuestión. 

martes, 2 de mayo de 2023

El Delirio Americano, de Carlos Granés


Es una historia político-cultural de América Latina, como la denomina él mayormente. Es decir, una historia de cómo las vanguardias, los movimientos, las épocas culturales de cada momento han influido en el devenir político de los países latinoamericanos, unas veces creando ambientes culturales que han contagiado a los políticos, otras veces colaborando directamente con los políticos en el desarrollo de sus supuestas aspiraciones de alcanzar un bienestar común, y otras veces enfrentándose directamente a esos políticos bien por medio de protestas exclusivamente en el ámbito de los cultural, bien por intervenciones cada vez más sociales hasta saltar directamente al ámbito político con la creación de nuevos partidos.

El Delirio viene de que esa colaboración, por así llamarla, esa simbiosis culturo-política, a los ojos del autor, y del lector mientras está leyendo, que el autor es plenamente convincente y desarrolla sus argumentos con profusión de ejemplos y referencias, no ha sido fructífera, o por mejor decir, no ha dado los frutos deseados, al menos los deseables. Y todo porque esa simbiosis ha estado falta de un análisis realista de la situación política, económica y social de cada momento y una planificación adecuada de actuación, basada en esos análisis de la pura e inmediata realidad. Por el contrario esa influencia de lo cultural en lo político ha devenido en megalomaníacos, románticos, quijotescos, soñadores que pretendían crear un mundo nuevo desde una descripción novelesca de la identidad, la nación, el ser latinoamericano, sin contar con la opinión, con la intervención, con la participación de los que son propiamente latinoamericanos y no se sentían exactamente como eran descritos en esos delirios. 

Así cuando no se construían delirantes ideas de país que se acababan desmoronando como castillos de arena cuanto venía un poco de viento o de agua – temporadas económicas a la contra – teníamos verdaderos campos de concentración que trataban de eliminar todo tipo de proyectos, desde la misma idea, que entorpeciera la natural evolución de quienes hasta el momento habían detentado el poder de hecho y que con cada nuevo experimento idealista lo ven tambalear. 

Dos grandes ejes de tensión son por un lado el de la identidad (nacional o continental) frente a la influencia extranjera considerada como destructor radical de esa identidad (que por otra parte aún sigue sin definir de un modo que contente a todos los que han de ser acogidos por ella). Por el otro lado, el rechazo a la democracia que es percibida como un sistema de perversión, de homogeneización perniciosa de las sociedades, implícito en ambos grupos que nunca han creído en la intervención reguladora del pueblo de base en la puesta en práctica de esas ideaciones que, de nuevo, supuestamente, siempre tienen como objetivo final el bienestar del pueblo en su conjunto. 

El autor viene a decir que un gran «invento» latinoamericano que surge de todo este proceso, una figura que en Europa ya conocíamos por el nazismo y el fascismo, pero que el autor no duda en afirmar que en América Latina tomó una forma propia, pseudo-democrática, y que ha exportado a su vez a Europa y Norteamérica, ha sido el Populismo, actualmente en gran auge. Cuyas claves serían la de identificar toda la bondad del poder en un solo individuo, y todos los males provenientes igualmente de una figura claramente identificable y suficientemente ambigua como para que quepa en ella todo lo que al máximo dirigente le incomode. Todo ello dentro de un supuesto marco democrático que es contaminado con prácticas autoritarias y desmantelado manteniendo únicamente la pura apariencia.

Es un libro fascinante, nada agotador, si uno se lo toma con buen empeño, porque tiene su número de páginas considerable y bien densas. Una fuente de información sobre artistas y movimientos artísticos y literarios de primer orden (dentro de lo que a mí más me llama la atención; también de nómina de políticos, de movimientos radicales, guerrilleros, de un bando y de otro, de sucesos que desconocía). Una buena bibliografía que permite profundizar en muchos aspectos señalados y confirmar o refutar sus afirmaciones.  

No he encontrado reseñas por ahí que lo pongan a caldo. Apenas algún comentario que lo tilda de “tendencioso”. Desde luego se aprecia una radical falta de simpatía por el castrismo y sus consecuencias: los movimientos guerrilleros en toda Latinoamérica, y las reacciones exageradas de los gobernantes conservadores frente al peligro comunista, así como las funestas intervenciones del amigo americano para desalentar cualquier iniciativa en ese sentido. Se diría que hay vagamente flotando esa idea de que si no hubieras provocado al monstruo, no hubiera salido de la cueva. Pero tal vez es injusta, una mala lectura, esta sospecha. Pues uno se resiste a admitir que en efecto sus consecuencias no fueron las mejores y que sus desviaciones del objetivo original parecen ser siempre inevitables – me refiero a los intentos de gobiernos de izquierda –; uno trata siempre de justificarlos aludiendo a que están inmersos en un territorio hostil – el caciquismos, las grandes fortunas tradicionales, la pasividad política popular, consecuencia inevitable de los niveles de pobreza, antes la subsistencia que la conciencia política – además apoyadas por «las inversiones americanas», pero lo cierto es que en última instancia se han convertido en proyectos idealistas y personalistas sostenidos por una artificial creación de un ficticio fervor popular. 

Pues, en lo que pueda valer mi recomendación, ahí la tienen.