lunes, 29 de junio de 2020

La gente normal

Estaba sentado en una terraza mirando pasar a la gente mientras me tomaba una cerveza. De pronto me sobrevino una sensación de aislamiento, me sentí muy alejado, muy distinto de aquella gente que pasaba hablando entre sí, o solos con su teléfono, o sin teléfono o sin hablar. Todos los tipos, todas las clases de personas que pasaban me parecieron distintas a mí, y me sentí solo y quise ser una persona normal como ellos. Pagué la cerveza y me fui y estuve paseando por las calles. De vez en cuando consultaba el whatsapp y me tropecé con algún amigo con el que estuve hablando unos pasos y luego seguía solo; y mirando a la gente que estaba sentada en las terrazas volví a sentir ese aislamiento, esa sensación de diferencia, de alejamiento de esa gente que se sienta en la terrazas y hablan unos con otro, o solos con su móvil, o leen el periódico o miran simplemente a la gente pasar como hace la gente normal.


viernes, 26 de junio de 2020

El cinco por ciento que no somos... todavía

Vivimos en una burbuja que llamamos «yo». Lo que yo veo, lo que yo pienso, lo que yo acepto y lo que yo rechazo, etc. Esa es la zona de luz.
La zona de penumbra son todas aquellas posibilidades a que me podría llevar  el ser como soy, lo que podría hacer, la gente que podría conocer, los lugares a donde podría ir, lo que podría pensar, en fin todo aquello a lo que me podría llevar el ser como soy y el pensar como pienso. Eso es mi mundo, mi universo, mi esfera o burbuja.
Y después está la oscuridad. O la nada. Hay quien no cree que haya más allá, tal vez porque las paredes de su burbuja se reflejan y le dan la falsa sensación de que se extienden hacia el infinito siempre igual a sí mismas. Hay quien cree que «puede haber otros mundos» que el propio, pero al imaginarlos tiene que acudir a los elementos de construcción que conoce e inventa ese otro mundo  como un reflejo de este más o menos deformado. Ya lo dice la canción de Javier Krahe: en las antípodas todo es idéntico a lo autóctono.
Y probablemente en un noventa o noventa y cinco por ciento sea correcto, pero aún queda un cinco o un diez por ciento por descubrir.
Supongo que ese cinco o diez por ciento es lo que buscamos en los libros los que leemos, y lo que buscan los turistas cuando exigen (lo acabo de leer en un artículo de Eliane Brum) que los científicos no desembarquen en una isla de la Antártida porque ellos quieren experimentar la auténtica sensación de aislamiento que produce el estar allí. Tal vez existan aún en el planeta lugares auténticamente remotos, como esa isla, en las proximidades de la India, donde una tribu lleva viviendo en continuo aislamiento durante 55000 años, eso dice el artículo, hasta que un audaz muchacho (norteamericano, por supuesto), buscando el cinco por ciento, desembarcó allí y se lo comieron (no, simplemente lo mataron a lanzadas).
Tal vez todos tengamos un cinco o un diez por ciento que los demás, qué digo, que nosotros mismos no llegamos ni a sospechar y que por esa razón nunca llegaríamos a descubrirlo por nuestro propio pie mientras sigamos siendo como somos y pensando como pensamos, es decir, mientras seamos nosotros.
Una parte de nosotros está allá, en la oscuridad, y para que esa parte se ilumine tendríamos que dejar de ser como somos y eso no es posible sin ayuda externa y, con frecuencia, traumática. Me refiero a un trance de muerte, a un peligro o un terror espantoso, a sacarnos, como se dice tanto ahora, «de nuestra zona de confort», pero no con tiernos empujoncitos sino de una brutal patada.
Tal vez en otros tiempos más atribulados, en ese pasado que siempre imaginamos atroz, sobre todo para las gentes de base, esos que no hacen Historia, para los que mueren para hacer grande al héroe de turno, con tantas guerras, hambrunas,pestes, catástrofes climáticas o telúricas, sucesos que bajo nuestra percepción de libros de Breve Historia De… parece que ocurrían cada tercer día, las mentes de aquella gente no tenían tiempo de construirse un «yo» estable y tuvieran que andar siempre a la que salta, enfrentando nuevas situaciones cada poco tiempo. Tal vez eso les diera una difusa conciencia de sí mucho más amplia que lo que yo identifico ahora como una esfera o una burbuja, tal vez una neblina dotada de una vaga luz, donde todo, salvo lo muy próximo fuera una temible, en un grado u otro, sombra amenazante. Donde nada estuviera descartado porque no había ninguna seguridad de permanencia. Donde ni siquiera había una conciencia de sí mismos precisa con un yo soy tal que así, sino que se pensaran a sí mismo simplemente como respuesta a lo que les sobrevenía.
No lo sé. Creo que etapa de relativa estabilidad ha contribuido a aclarar y enfocar esa visión de lo que nos rodea y delimitar claramente su horizonte con una mayor precisión o contraste. En aquellos tiempos todo era posible y no eras capaz de intuir por dónde te iba a caer (estoy incurriendo en una ignorante visión catastrófica de la edad media y antigua, más propia de las películas actuales que de algún vago conocimiento documental que pueda tener). En nuestro tiempo todo son certezas; prácticamente, «lo que es es y lo que no es no es» y punto, así parecemos vivir cada uno de nosotros. Hasta los que creen en cosas absurdas lo hacen con una confianza y una pujanza conquistadora y ecuménica que asombra. Y la mayoría creemos saber cómo somos y con qué fuerza somos capaces de pisar.  Hasta que nos da la tos y es un cáncer, o nos acomete una guerra inesperada (¡imposible en una sociedad actual!), o nos invaden los bárbaros que considerábamos que ya no existían. O regresa una de esas plagas medievales. 
No somos solo como creemos ser. Somos solo como nos arriesgamos a ser. Supongo que esa es la conclusión de una reflexión, por llamarla de alguna manera, como esta. Si quieres cambiar debes hacer otras cosas, no las mismas. Si quieres vivir otra vida debes ser otro. No somos nadie de partida, nos construimos, y si sale mal podemos rehacernos.
Pero el tiempo corre. No te dejes estar.
Postdata: lo que vale para mí, vale para el mundo. ¿no estamos hechos todos y todo de apenas 118 elementos? (lo miré en la tabla)

martes, 2 de junio de 2020

Derrumbe

Era sábado y fui al mercado a comprar.

Todos me conocen, al menos de vista, en el mercado. La panadera me dice mi niño. Los de la verdura, ya conocen mis manías con las bolsas. El carnicero, con su diente de oro, me explica los cortes de la carne, que siempre se me olvidan, que hay que conocer para elegir bien un buen bistec. En el pescado me saludan con un “don” y me preguntan por mis cultivos y me envidian la gorra negra que mi mujer quiere tirar a la basura porque ya está muy deslucida.
Junto a la puerta compro un número de ciegos para el domingo, un sueldo para toda la vida, que me permite soñar con la posibilidad de no volver a ir al trabajo, y no volver a tener remordimientos porque no me parto el lomo como un caballo maltratado, por un sueldo a fin de mes. Curioso orgullo que tienen algunos y que me reprochan con cierta frecuencia.
En el puesto de la vendedora de ciegos una señora de cierta edad viste un curioso trajecito de niña chica. Va acompañada por una muchacha sensiblemente menor, sin nada destacable en su vestir, que está comprando un número. Cruzan conmigo el paso de peatones y oigo su conversación.
La mujer habla como una niña pequeña y la muchacha le habla como a una niña pequeña, le pide, en ese tono infantil, que le mantenga el número mientras ella manipula con la cartera,  y la mujer, hablando infantilmente, le pregunta detalles sobre el almuerzo de hoy, si van a comer ensaladilla rusa y albóndigas, a lo que la chica, le confirma que si eso es lo que quiere comer hoy pues eso es lo que preparará. Le habla con ternura de madre a esa mujer mayor vestida de niña.
Asistiendo a la escena noto una extraña sensación, como si una masa se me  desplomase por dentro, es importante el verbo, desplomarse, desmoronarse, derrumbarse,  casi percibo físicamente una ola de desolación que me recorre dejándome una incómoda sensación de vacío y en los ojos esa sequedad que precede al llanto. Me dura un momento la  tristeza. El cuerpo casi no lo nota y sigue su camino saludando a un paseante habitual de perros con el que coincido por las mañanas y al chico que ha puesto un negocio de limpia-coches bajo un Laurel  en los aparcamientos de pago del ayuntamiento.