sábado, 21 de diciembre de 2019

La falta de melancolía de las mañanas de los sábados

"Puedo escribir los versos más triste esta noche",
pero son las 9AM y aún falta mucho
para rendirme al desaliento.
Además, estoy sentado en el retrete
y son buenas las perspectivas.
Puedo, sí, escribir los versos más tristes,
esta noche o mañana, tanto da, ahora no;
estoy desayunado, cagado y me dispongo a salir
a hacer la compra en el mercado,
dispuesto a dejarme deslumbrar por cualquier calabacín,
hacerle arrumacos a las cebollas, dejarme tentar
por los ojitos muertos de los pescados
en cama de hielo, bromear con el carnicero,
que quiere regalarme un cochino
con tal que no me haga vegetariano.
En fin, dispuesto a lo por venir.
Ya veremos a ver si es esta noche
cuando escriba esos versos.
Yo creo que no. Los versos tristes
no se me dan muy bien. Ni los otros,
qué más da. Que salga lo que quiera,
cuando quiera y como quiera. Y, por dios,
que no me pille trabajando, la inspiración.

lunes, 16 de diciembre de 2019

Noticias del día

Es todo tan complicado. El clima, la basura, la contaminación, los refugiados, estos políticos que no llegan a un acuerdo, que tampoco importará demasiado, ese pobre ancianito que han recogido ayer del suelo, el señor desaparecido en Teror, el forense abusando sexualmente del cadáver de una niña, o el que muere atropellado por un camión de la basura, tal vez después de dejar su basura convenientemente separada en cada uno de los contenedores. Por fortuna Zara tiene la blusa con volantes perfecta si buscas un look versátil y a la vez sensual. Y para completar, lo último en lencería: braguitas vibratorias y ligueros de cuero vegano. Que esa es otra, esos pobres animalitos sacrificados. ¡No en mi nombre, no en mi nombre!, no soy yo quien los mata, solo me como las hamburguesas. Pero el cuero, nooo, prefiero el cuero vegano, es más chic.
Y en fin, hasta aquí mi ración de compromiso social de hoy, cerremos con el tradicional amén:
¿Y qué puedo hacer yo ante todo esto?
Me voy a casa, que me espera un plato de potaje de arbejas. A lo mejor son solo guisantes. Después dormiré la siesta y por la tarde, si consigo levantarme, me daré un garbeo por el supermercado a comprar servilletas, que se nos olvidó en la última compra. Servilletas de papel reciclado envueltas en plástico reciclable. ¿Qué más se le puede pedir a un ciudadano que poner unos cuantos memes en facebook?, me pregunto yo. Como ese ciudadano comprometido que ante la noticia del ancianito reclama, exige justicia: “SI ES UN PERRO ladrando, desde el minuto uno activan los "protoculos". A ver sí la fiscalía abre una investigación y exige responsabilidades penales a los encargados de su seguimiento...; no lo creo, ya que se trata de un hombre, español-canario, blanco, anciano, heterosexual y cristiano; y la justicia está más para las "minorías discriminadas", que para eso reciben cursillos y talleres de reciclaje. Varios días TIRADO EN EL SUELO..., dice la noticia...” Me indigno como él. Ese pobre ancianito tirado por el suelo mientras los perros y los negros y los maricones y los comunistas y los musulmanes andan por ahí como si nada, a lo peor haciendo cursillos subvencionados, sin sentirse culpables de ello, sin ayudarle, y LO QUE ES PEOR cobrando de nuestro gobierno. Mientras nuestros pobres, pobres ancianitos agonizan en sus casas, solos, abandonados por esos burócratas. De qué raza sería el señor que gusta de mojar el churrito en los cadáveres frescos, me pregunto. O los que fabrican las famosas braguitas vibrátiles. De qué raza eran los que conducían la ambulancia, espero que blancos, heterosexuales y cristianos comme il faut. ¿Y el que conducía el camión de la basura? ¿Sería homosexual el muerto atropellado? A lo mejor se lo merecía porque no separaba la basura. Soy canario por la gracia de Dios. Gracias señor. Ya no te digo haberme hecho hombre heterosexual, por el momento, pero no me hagas viejo, señor, conviérteme en negro inmigrante para obtener todos los beneficios que se pueden extraer de nuestra extraña sociedad que premia a los malos y castiga a los buenos. Que a veces no sabes muy bien qué es lo que pasa con tu creación, señor. Ah,  y mándame una buena mujer que me cuide.  Adiós, señor, tuyo afectadísimo...

miércoles, 11 de diciembre de 2019

Don Facundo y yo

1.-Me he dado cuenta, leyendo a Facundo Cabral, de que todos los ricos quitan importancia a aquello en lo que son ricos, en el logro de su felicidad.  Los millonarios, a su dinero; los impetuosos, a su ímpetu; los calmos, a su calma; los competitivos, a su competencia. Todos quieren ser valorados por el esfuerzo que se han tomado en conseguir ser lo que son. Pero mi duda es, ¿serían lo que son si ya no lo hubieran sido?  ¿En qué medida nos ha venido dado y en qué medida hemos construido –o destruido– lo que somos o podíamos haber sido?
Facundo Cabral, por ejemplo, nació ya rico de sí, mientras otros hemos nacido pobres de nosotros. Llegar a ser Facundo Cabral, tal vez no le haya sido cómodo, tal vez ha tendido dificultades, pero al final lo ha conseguido. No niego todo su esfuerzo, pero él tampoco me puede negar que ya tenía gran parte del camino hecho, él trabajaba a su favor.
Creo que otros no tenemos esa suerte. Mi hipótesis es que los que de verdad han tenido que trabajar luchando contra sí o a pesar de sí mismos para conseguir lo que han conseguido y que les da una especie de felicidad, viven con permanente miedo de perderlo. En cambio los que de algún modo ya eran lo que fueron y su trabajo consistió en reforzarlo, siempre se han sentido ser lo que son y por lo tanto no conciben que puedan perderlo. Y por eso don Facundo habla, a veces, con ese desprecio de nosotros, los que no tuvimos la suerte de ser como él y conquistar su libertad. Le odio cordialmente, don Facundo.


2.-Algunos nos pasamos la vida esperando a dejar de ser esclavos para ser libres. Envidiamos a otros que consideramos ya libres, (como Facundo Cabral –estoy leyendo ahora su Paraíso a la deriva– , a quien no conozco más que por lo que dice, porque, ¿cómo ha sido?, ¿cómo trataba a la gente?, ¿cómo se sentía cuando estaba solo?, ¿era en verdad lo que decía o eso que decía era lo que quería ser?, ¿era real o era un personaje?); pero que tampoco es por su esfuerzo, simplemente no tuvieron más remedio, pensamos; y nos consideramos más libres que otros que ni siquiera sospechan que son simples marionetas.
Ya sabemos todo lo que hay que saber para liberarnos. Y sin embargo seguimos esperando la oportunidad, el momento, o, por el contrario, razonamos que no existe tal cosa como la libertad tal y como la soñamos, sino que simplemente es una sublimación de todo lo que no somos y no tenemos ahora, y que esto, que somos y tenemos ahora, sería la libertad de ese otro estado cuando ya nos hubiéramos habituado a él. Tal vez todo sean trampas de la mente. Tal vez esto es la felicidad y no queda nada que esperar, como dice la canción1. Tal vez, estos talveces sean la demostración de ello, el hecho de que podamos perder el tiempo pensando en lo infelices que somos corrobora nuestra felicidad.
(Sí, felicidad y libertad son esencialmente la misma palabra. Para qué va a querer uno ser libre sino para ser feliz. Qué clase de felicidad puede ser una en la que no se es libre)



(1) Todo es tan fantástico como el cartel de las farmacias, canción de Detergente Líquido


miércoles, 4 de diciembre de 2019

Jesús y el zapatero, relato que cuenta Facundo Cabral

Me gusta la historia que cuenta Facundo Cabral acerca de un zapatero que es visitado por Jesús para que le arregle una sandalia.
Pero, no voy a poder pagarle, dice Jesús, porque no tengo con qué. Y el zapatero responde que él no trabaja por entretenimiento sino para comer, y que si lo que hace no le da de comer no le vale la pena hacerlo. Entonces Jesús le responde que él puede concederle, a cambio de su trabajo, lo que desee. El zapatero le responde, con sorna, que si podría, por ejemplo, concederle el millón que necesitaría para ser feliz y no tener que volver a trabajar.  Jesús le pregunta que si es tan pobre que no le alcanza para ser feliz, y el zapatero le responde que ser feliz es un vicio muy caro.
Entonces Jesús le promete que le concederá ese millón y dos más si a cambio está dispuesto a renunciar a sus piernas. El zapatero se espanta y, con un gesto de rechazo, contesta que para qué quiere él esos millones si no va a poder disfrutarlos viajando, paseando, corriendo por el campo entre las flores y los árboles, sintiendo la arena en sus pies descalzos, nadando en el mar.
Jesús le insiste, lo multiplica por diez si a cambio renuncia también a sus brazos. El zapatero se horroriza, cómo va a vivir sin brazos y sin piernas, cómo va a acariciar, cómo va a comer, cómo va a abrazar, qué clase de felicidad se consigue sin esas cosas.
Jesús insiste una vez más, lo multiplica por cien si a cambio está dispuesto a desprenderse también de los ojos. Y sin ojos, sin piernas, sin brazos, para qué vivir, dice el zapatero. No volveré a ver a mis hijos, a mi mujer, no disfrutaré de la belleza de los atardeceres, al cerrar la tienda y volver a casa. No podré leerle cuentos a mis hijos.
¡Qué afortunado y qué ignorante eres!, dice Jesús, vives con cientos de millones y ni siquiera te das cuenta.

Años después, el zapatero se acordaba todavía de aquel mendigo que le pagó un arreglo con una buena historia.