lunes, 4 de septiembre de 2023

Nonaderías

 Me gusta escribir. Es decir, me gusta rayar letras encima de un papel. Cuando me preguntan qué es lo que escribo me da un poco de vergüenza porque respondo simplemente “letras” y entonces la siguiente pregunta es si me refiero a que hago caligrafía. No, tengo una letra muy fea; legible, casi de máquina, pero fea, sin arabescos ni florituras, sin serifes ni nada. Letra de funcionario. De escribiente de libro de cuentas. Como el personaje de Pessoa, Bernardo Suares, que también confiesa que le gusta escribir nonadas, es decir, trazar letras sobre el papel, sin pensar en nada. 

Leo en una novela de Juan José Saer (Cicatrices) que también a él, a uno de sus personajes, – pero ¿de dónde va a sacar los hábitos de sus personajes sino de sí mismo o de algún conocido? –, le gusta eso de tumbarse sobre un papel y rayar letras, completar palabras y seguir así hasta culminar una frase y luego, sin detenerse a leer lo que ha escrito, que no sabe ni lo que es, empezar la frase siguiente. Yo cambio de color de tinta para empezar la frase siguiente y así me queda más bonita mi libreta, con menos homogeneidad ya que la letra es tan homogénea. 

A veces releo lo que he escrito. La mayor parte me da un poco de vergüenza ajena leerlo. Quiero decir, no que me de vergüenza lo escrito a mí, sino que siento vergüenza de que otro lo pueda leer y se de cuenta de la clase de fulano descerebrado que soy, aparentando, como parece que aparento, inteligencia cuando me ven inclinado sobre el papel, supuestamente concentrado en la la escritura de algún razonamiento complicadísimo. Y a lo mejor lo que he escrito es 


Rimero arrimadero moridero orinadero neodimio

Mis primeras letras a·b·c·d· etc.

Agonía finalización de tramo


Otras veces me sorprende que se hilan frases unas con otras con cierta coherencia no solo gramatical sino argumental. Me quedo pasmado pensando en ese extraño que hay en mí con el cual no estoy seguro de compartir todo lo que dice, pero del que no sé si sentirme muy orgulloso porque no estoy seguro de ser yo. 


He sobrevivido, no que haya vivido de más, sino que he seguido viviendo – esto da idea de un punto de partida  y un punto que se esperaba final y no lo fue –, me he mantenido con vida, aunque poco haya hecho salvo no oponerme a lo que simplemente sucede, para ver otro lunes. 

Los lunes no se ven, salvo en ese espacio adimensional que es la mente colectiva de la cual la individual es un componente. No se percibe el hecho «lunes» en el mundo fenoménico. 

Se habla poco de esa dimensión mental que moldea el mundo en que vivimos los seres humanos, que nombra estructuras materiales como montaña, árbol, mesa y crea complejas organizaciones inmateriales como semanas, horas, teniente coronel o rico. 


Casualmente el otro día – un día cualquiera ya pasado, pero próximo en el tiempo, digamos  con un límite de un mes, aunque no hay una definición exacta de el otro día salvo que no se refiere a hoy – estuve escuchando a un tipo que hablaba supuestamente de semiótica o semiología – uno de los términos parece ser de procedencia anglosajona y el otro de procedencia latina – y venía a explicar que las palabras tienen generalmente un referente o referido, quiero decir que las palabras se crean para nombrar algo concreto, pero que ese algo puede ser material o ideal. Es decir, la palabra roca o la palabra árbol nombran unas cosas concretas con las que nos tropezamos si vamos despistados por el campo, pero la palabra sueño nombra algo que no existe materialmente. Sin embargo existen los sueños, pero para descubrirlo hemos tenido que comentárnoslo unos a otros, “oye, que por la noche me pasa esto”. Si solo me pasara a mí, la palabra que se habría inventado es loco, pero como nos pasa a muchos, pues hemos tenido que ponerle un nombre para que cada vez que hagamos referencia a eso que nos pasa por las noches a veces, y que es todo muy raro, no se pierda la mayor parte del tiempo de la conversación en describir el término. 

Pero lo que me llama la atención es que resulta imposible asegurar que lo que yo llamo sueño sea lo mismo que cualquier otro llama sueño, sin embargo es perfectamente factible señalarle a cualquiera una piedra y que el otro confirme que en efecto a eso también lo llama él piedra. Con los colores, que también tienen su componente fenoménica objetivable tenemos más dificultad, sobre todos en las transiciones, aunque  hay valores centrales en los que la duda desaparece.

Pues contaba aquel hombre que esto es solo un primer nivel de significados de las palabras. Y que cuando usamos las palabras en un contexto, esos significados pueden cambiar y hacer referencia a otras cosas. Por ejemplo, un pan es un pan y nadie va a discutirlo aunque últimamente haya tal cantidad de modalidades de pan que casi estamos entrando en el ámbito continuo de las radiaciones a las que pertenecen los colores, pero convengamos que cuando alguien va a comprar un pan, dice “deme un pan” y le dan un pan. Pero si acto seguido la conversación continúa y el mismo fulano que acaba de comprar un pan dice “yo me gano el pan haciendo tal actividad”, el interlocutor sabe que no se refiere exactamente a ese pan que le acaba de comprar, ya es otro pan, que ni siquiera es un pan sino algo mucho más genérico que hace referencia a todas las necesidades que debe surtir para llevar una vida. El panadero bromeará, si es un tipo ingenioso, diciendo que él se gana el pan vendiendo panes, lo que parece una contradicción pero no lo es porque la primera referencia al pan no tiene el mismo significado que la segunda referencia. 

Esto me pareció muy interesante, y era el argumento principal del discurso de aquel fulano que se metía luego en las profundidades de la mentira, de cómo se utilizan las palabras para elaborar falsas argumentaciones haciendo mal uso de estas ambigüedades del lenguaje. Aprovechándose de referencias para desviar la imaginación por un punto distinto por el que transcurre la conversación y acabar convenciendo al interlocutor de que se ha dicho lo que no se ha dicho o que no se ha dicho lo que se ha dicho o que lo que uno ha dicho no es lo que quería decir o que lo que otro ha comprendido es lo contrario de lo que había dicho el primero. En fin. Todo un lío que algunos espabilados saben manejar – yo creo que el tipo en concreto que parecía tener unos fundamentos teóricos tan claros, al final tampoco sabía manejar muy bien ese tipo de discursos ambiguos porque sus argumentaciones para descalificar, que es por donde continuaba su disertación, no me convencieron sino que me parecieron más bien ingenuas – para convencernos de que es verdad categórica algo que a lo mejor lo es y a lo mejor no lo es.

Y, bueno, ya va siendo hora de que cierre este discurso, si es que lo llega a ser, ofreciendo un resumen o conclusión:

La motivación que me llevó a redactarlo es simplemente la de pasar el tiempo de una manera creativa, al menos para mí, y lo empecé tras ojear u hojear una libreta en la que acostumbro a escribir, rayar, como decía al principio, letras. Esta exploración me llevó a pensar que principalmente suelo escribir tonterías y majaderías sin mayor trascendencia pero que en ocasiones me brota del subconsciente lo que podríamos denominar una reflexión. Digo, del subconsciente porque no me llevó a iniciar la escritura un propósito determinado, sino pasar el rato y por lo tanto todo lo que brote o surja de esa situación es prácticamente improvisación. Como no concebimos que nuestra mente sea capaz de realizar determinadas actividades sin un proceso reflexivo previo, y no hemos realizado ese proceso conscientemente, debemos concluir que ese proceso se ha realizado de una manera inconsciente, et voilá la justificación del subconsciente en todo esto. Pues en esa exploración me he encontrado con que, junto a las majaderías, podía descubrir verdaderas reflexiones sobre el mundo, la realidad o mis asuntos, dicho así en sentido lato. Y héteme aquí que esta reflexión que leo en mi libreta, escrita hace unos meses, casa con un  discurso que escuché precisamente el otro día, que me atrevo a confirmar que fue precisamente el domingo mientras freía las papas para la tortilla – privilegio, por cierto, el placer de comerse antes que nadie unas papas recién fritas, como tasa  por realización o algo así – y ello me dio pie para mencionar el tal discurso, algo enredadamente, pero espero que con alguna coherencia. La conclusión de todo esto que es que quien sabe qué, y que nunca se sabe, mejor estar atentos para no perder oportunidades, o algo así. 

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De pronto me he dado cuenta de que este es el tipo de pompas de jabón que suelen leerse en los magacines y las revistas bajo firmas invitadas a las que les han dicho, escríbame algo de 1500 palabras. Las he contado y hay 1499. Falta 

FIN.