miércoles, 22 de diciembre de 2021

Una tarde de leones

 Ayer, después de la hora de lectura tras la siesta, me paseé por la leonera un rato y luego me senté delante del ordenador a mirar películas. No me acuerdo de qué película vi primero. Después sí, empecé a ver...ahora me viene a la memoria: vi El profeta de Dino Risi. No es una de sus mejores películas. Un poco panfletaria. Muy evidente. Muy italiana. Vittorio Gassman da para unos papeles y para otros resulta excesivo. Y si uno lo mira a los ojos ve como un vacío. Mi película de Dino Risi es Il sorpasso. Ahí Vittorio Gassman está en su papel. Bueno, en cierto modo, también en El profeta lo hace bien, no engaña, quiero decir, uno nunca se cree que el personaje se crea de verdad todo eso de la montaña y el retiro. Aunque se suponga que lleva cinco años retirado. No, sabemos desde que lo vemos aparecer encima del árbol que es un fraude. Y toda la película va de eso. De su «perversión» o re-perversión al regresar a la ciudad. En fin. Que luego seguí hurgando y encontré una muy curiosa película de Raoul Ruiz, uno de los cineastas chilenos, de la diáspora, más curiosos. Esta con que di era La ville des pirates. Adelanto que no la vi. Era muy… surrealista, pero de verdad, de surrealismo del original, no simplemente por cosas raras que pasan o porque no se entienda. Diálogos absurdos, pero extrañamente coherentes. Comportamientos coherentes pero extrañamente absurdos. Así todo. No la vi porque para eso hay que estar atentos y yo estaba de león incómodo en su jaula. Así que seguí buscando y encontré una de no sé quién basada en el comisario Maigret protagonizada por Jean Gabin. Esta se puede ver con la cabeza vacía. Y pulsé. El principio me pareció raro. Una chica mirando por la ventana, una voz en off la primera vez que la vi.  No tardé mucho en darme cuenta de que había pulsado mal. Aquello era Fanny Pelopaja, la película de Vicente Aranda que por una cosa o por otra siempre he evitado, y me ha salido muchas veces al paso. No sé. No tengo a Vicente Aranda entre mis directores ni más ni menos.  Es decir, es un desconocido para mí. Sí que me suena. Si me preguntan ¿quién es Vicente Aranda?, respondo sin dudarlo, ese que dirige películas en las que actúa Victoria Abril. Osea que sé que es un director de cine y tal. Pero no me preguntes más. Puede que El amante bilingüe, que tampoco he visto. Mirando en la Wikipedia reconozco unas cuantas más, desde la serie Crónica del Alba hasta la más lejana que reconozco, La muchacha de las bragas de oro, que supongo que he visto, pero que creo no haber leído o sí o no sé. Ya todo se confunde aquí dentro. Me pasa a veces que no sé si he visto la película o he leído el libro o las dos cosas. A veces ninguna y es que me la contaron, como aquella de Tarzán en Nueva York que me contó, completamente falseada, mi amigo Walter cuando estábamos en segundo de BUP. No vi nunca la película por no descubrir el fraude. Yo respeto a mucho a mis viejos amigos. De Walter no se nada desde que pasé a tercero. Pero estábamos con Fanny Pelopaja. Es una delincuente. Hace poco que ha salido de la cárcel y trabaja en una gasolinera. Tiene los dientes postizos, pese a ser una muchachita. Un amigo la llama por teléfono y le dice que ha localizado a un tal el Gallego. El Gallego es el tipo que le hizo lo de los dientes. No el que le hizo la dentadura, sino el que le hizo el hueco para ponérsela. Era un policía. Y también fue el que mató a su novio. También, claro, el que se la folló unas cuantas veces a cambio de ayudarla a que ella ayudara a escapar a su novio. El chico tenía una información que el policía necesitaba y se lió a matar pájaros. La cosa es que el poli se enamoró de ella. Un enamoramiento, así, a lo bruto, a lo macho. Como diría Sabines, “sin decirse te quiero, que es cosa de mujeres” (pero no recuerdo en qué puñetero poema). A ella da la impresión de que, molestándole, tampoco le disgusta demasiado. Aquí está el rollo Vicente Aranda, el rollo de las pasiones desatadas que van incluso contra las propias consideraciones, contra el propio razonamiento. El típico “yo no debo estar haciendo esto” mientra está en ello. Bueno, pues él, el policía, mató al novio de Fanny. Lo mató básicamente por celos, porque ella le quería. Y porque sí, porque era un drogadicto inútil, y él era un policía. Total que ella quiso delatarlo y él le rompió la boca con la culata de la pistola. A ella la metieron en la cárcel y a él, por lo visto, en un manicomio. Cuando ella salió solo pensaba en vengarse. Y ahí está la llamada. El amigo se ha enterado de que el ex-policía trabaja en una empresa de seguridad, transportando dinero y le propone que atraquen el camión cuando más embuchado está. Para engolosinarla la incita con que en un atraco siempre pueden haber muertos, es inevitable. Y se ponen a la tarea. Buscan otros socios, planifican y todo sale de puta madre. En el último momento ella se va hacia el pre-dentista y lo apunta con la pistola, pero no le sale pulsar el gatillo. A cambio le pega, con la culata un par de tímidos golpecillos en la boca, nada que ver con el arreglo que él le hizo. Esto es como la marca de la casa, el tío la reconoce. El atraco sale bien. El tío se guarda la información y al salir del hospital la busca. La encuentra en la misma pensión en la que la obligaba a acostarse con él. Allí está ella esperándolo. Aquí vuelven otra vez esos resabios arandinos, no se disparan mutuamente, pese a que están apuntándose. Por el contrario echan un polvete, ya digo, las pasiones irrefrenables. Luego sí, ella pilla su navaja automática de gran calibre y se la clava al tío en toda la espalda. Después se queda catatónica. Y volvemos al principio a la chica mirando por la ventada desde un hospital psiquiátrico. El mismo, nos aclaran, en el que estuvo residiendo el Gallego después de haberle vaciado la boca de perlas. 

Qué quieren que les diga. Es cine barcelonés de los años setenta, ochenta. Un cine muy callejero, eso sí, y me gusta, pero algo pretencioso, algo creído, no sé cómo explicarlo; los actores tienen que hacer esfuerzos para parecer malotes, y se ciñen demasiado a la letra en los diálogos, se les nota demasiado; el guión, el argumento, la historia, pretende ir mucho más allá de lo que me parece a mí que consigue, y no consigue ser natural, es decir, que uno se crea aquello. Cuidado, son imputaciones, pero es un cine hecho con personalidad de autor muchas veces, con intención, tal vez sobrada, cinematográfica, de estilo. A diferencia del cine hecho en Madrid, es su némesis y hay que compararlos, que siempre tiene un aire más comercial, más de espectáculo facilitado para que no haya que hacer mucho esfuerzo al masticarlo, más puré. Cine barcelonés, noventa y nueve por cien, Pero Vicente Aranda…, no sé, no acabo yo de encajarlo.

Y bueno. Se hizo de noche. Mi señora me invitó a un cigarro, nos fuimos a sentar a la puerta de la calle, para no molestar a las gatitas. Y luego me volví a JJ Armas Marcelo, un machote. El árbol del bien y del mal, un torrente testosterónico de caciques fornicadores y rancias familias en declive. Tampoco es que … pero uno es un lector y tiene unas responsabilidades. Ya veremos si hablo de esto. 

viernes, 10 de diciembre de 2021

Pueblo Blanco, de Serrat


Colgado de un barranco
Duerme mi pueblo blanco
Bajo un cielo que, a fuerza
De no ver nunca el mar
Se olvidó de llorar
Por sus callejas de polvo y piedra
Por no pasar, ni pasó la guerra
Sólo el olvido
Camina lento bordeando la cañada
Donde no crece una flor
Ni trashuma un pastor
El sacristán ha visto
Hacerse viejo al cura
El cura ha visto al cabo
Y el cabo al sacristán
Y mi pueblo después
Vio morir a los tres
Y me pregunto por qué nacerá gente
Si nacer o morir es indiferente
De la siega a la siembra
Se vive en la taberna
Las comadres murmuran
Su historia en el umbral
De sus casas de cal
Y las muchachas hacen bolillos
Buscando, ocultas tras los visillos
A ese hombre joven
Que, noche a noche, forjaron en su mente
Fuerte para ser su señor
Tierno para el amor
Ellas sueñan con él
Y él con irse muy lejos
De su pueblo y los viejos
Sueñan morirse en paz
Y morir por morir
Quieren morirse al sol
La boca abierta al calor, como lagartos
Medio ocultos tras un sombrero de esparto
Escapad gente tierna
Que esta tierra está enferma
Y no esperes mañana
Lo que no te dio ayer
Que no hay nada que hacer
Toma tu mula, tu hembra y tu arreo
Sigue el camino del pueblo hebreo
Y busca otra luna
Tal vez mañana sonría la fortuna
Y si te toca llorar
Es mejor frente al mar
Si yo pudiera unirme
A un vuelo de palomas
Y atravesando lomas
Dejar mi pueblo atrás
Os juro por lo que fui
Que me iría de aquí
Pero los muertos están en cautiverio
Y no nos dejan salir del cementerio


La canción Pueblo Blanco, de Serrat, nos muestra una visión muy pesimista del mundo rural. No es tanto a la pobreza a lo que la canción alude sino al aburrimiento, al pasar del tiempo sin que nada suceda, a los días iguales en sucesión infinita hasta que llega la muerte. Una síntesis perfecta del tono de la canción la frase: el sacristán ha visto hacerse viejo al cura, el cura al cabo y el cabo al sacristán, y mi pueblo, después, los ha visto morir a los tres. Y me pregunto por qué nacerá gente si nacer o morir es indiferente.

Los viejos quieren morirse con la boca abierta al sol, como los lagartos, y las mujeres esperan al hombre ideal, duro y blando, amable y rudo, educado y procaz, hermoso siempre, que si existe solo piensa en marcharse lejos. Mención final para el narrador, el poseedor de ese mí que domina la canción, que es un abatido difunto que, los cementerios son prisiones, no puede huir de su pueblo blanco.


No sé, me siento disconforme con el tono amargo de la canción. Tal vez como hombre de ciudad, donde todo transcurre a velocidad y el polvo que se levanta nunca cae en el mismo suelo del que se alzó (qué bonita metáfora, diomio), donde las relaciones personales duran cortísimas eternidades, y hasta las familiares son distantes y desconfiadas. Donde la labor diaria da una sensación de completa inutilidad, de inanez, de noria de burro, donde nadie es imprescindible, y los muertos se velan contando chistes o pactando negocios. A mí que el sacristán, el cura y el cabo se vean envejecer uno al otro me da una sensación de serenidad, de saber que esto es lo que somos. Miro con ternura el hueco mío entre los ancianos que esperan la muerte al sol de la tarde con algún perrito echado a sus pies. Y hasta le reprocho al muerto que no disfrute de su sombra de ciprés y de su tierra húmeda. 

miércoles, 1 de diciembre de 2021

Genio de la lámpara

 Pide un deseo. 

No estar aquí.

Deseo concedido  ¡plop!

¿Dónde estoy?

En ningún aquí, es decir, no estás. 

Pero sigo siendo. Cómo se puede ser sin estar.

Soy mago.

¿Qué se puede hacer no siendo?

Me temo que no mucho. Pensar.

Voy a probar un rato. … No me sale nada.

Normal. 

¿Puedo cambiar de deseo?

Mmm...no, pero puedes pedir otro.

Quiero estar en algún otro sitio.

Imposible. Este no es un sitio así que no hay «otro» sitio.

Pues quiero estar en un sitio.

Concedido ¡plop!

¡Qué falta de imaginación! Estoy donde estaba al principio.

También los magos somos perezosos.

Y muy graciosos.

Es muy aburrido ser mago. En algo hay que entretenerse.

¿No solían ser tres deseos?

Mmm, sí. 

No eres muy informativo, tú. ¿No estás obligado a explicármelo desde un principio?

Ha cambiado la normativa. La gente no suele acertar a gestionar tanta información de una vez.

Por lo tanto me queda uno, ¿vale?

Correcto.

Quiero…

¿No lo quieres pensar un rato?

Ya lo pensé antes, cuando me puse a pensar.

Dijiste que no te salía nada. 

Sí, es verdad. A lo mejor lo he pensado ahora, pero con aquello como experiencia.

Y qué has pensado, a ver.

¿Lo pido ya?

Sip.

Quiero… querer estar aquí.

Concedido.

Qué bien. Qué a gusto. Como si me hubiera tocado la lotería. Pero sin los inconvenientes. 

Me alegro. Ahora me voy. 

Gracias. 

Tú mismo. (la gente es cada vez más estúpida)

Coño, ahora que lo pienso, podía haber pedido que me tocara la lotería.

 

domingo, 21 de noviembre de 2021

Berlín Alexanderplatz, de Alfred Döblin

Cuál es la moraleja de Berlín Alexanderplatz, es lo que me pregunto. Y no es gratuita mi pregunta porque todo el tiempo el autor introduce su voz, sobre todo en los epígrafes de los capítulos o secciones de capítulos, para señalarnos que nos está contando la vida de Franz Biberkopf con un propósito aleccionador. Pero al final a mí no me queda claro cuál es ese propósito. Veamos. 

Franz sale de la cárcel. Ha matado a Ida, su novia, accidentalmente. Es decir, se le murió mientras le estaba dando una paliza. Lo condenaron a cuatro años. (También a Reinhold, ya hablaré de él, lo condenan a unos diez años por matar a Mieze. También se consideró una muerte accidental, la estaba obligando a yacer con él y ella se le resistía. También se le murió entre las manos con el cuello roto. Y es que las mujeres son delicadas y los hombres demasiado rudos, es normal que se te rompan entre las manos, no hay que llevarse a escándalo ni atribuirlo a mala intención). Al salir de la cárcel, el cielo se le cae encima a Franz, pero él se repone. Ahora va a ser bueno, no quiere ser un delincuente, desea corregir el rumbo de su vida. No va a caer de nuevo. Y trata de ponerse a trabajar, vendiendo periódicos, vendiendo prendedores para corbatas, vendiendo cordones para zapatos. Todo va bien, hasta tiene una chica, Gretta o Frieda, que le hace muy buena compañía. Pero Lüders se aprovecha de la candidez, la inocencia de Franz, y a éste le causa un profundo desengaño. Se retira. No quiere saber de nadie. No quiere saber del mundo. Bebe. Canta. Olvida.

Poco a poco va saliendo de esa depresión. Vuelve  a las calles. Se vuelve a juntar con Meck, su viejo amigo. Este le hace conocer a Pums. Y a Reinhold. Reinhold es un mal tipo. Pero no se le nota por fuera. Le cae simpático a Franz. Se hacen amigos. Reinhold tiene un problema. No soporta estar con la misma mujer más de un mes. Pero no sabe cómo quitárselas de encima. Le pide a Franz que le ayude. Franz lo hace encantado. Una vez. Dos veces. Pero a la tercera Franz comprende que aquello no está bien. Se queda con Cilly y desmonta la nueva operación de Reinhold. Este se queda muy enfadado. Se la tiene guardada a Franz. La oportunidad se le presenta. Franz, haciéndole un favor a uno de la banda de Pums, va a hablar con este. El chico no va a poder venir, lo cogió la policía. Pues entonces vendrás tú, Franz. Adónde, yo no quiero hacer nada delictivo. Yo no soy uno de los tuyos. No te preocupes, es solo trasladar unas cajas. Solo se trata de ayudar. No puedes dejarnos tirados. Te ganarás tus buenos cuartos. Y Franz va. Ya he dicho que Franz es un tipo inocente, no tiene picardía. Pero allí se da cuenta de que es un robo. No quiere participar. Quiere irse. La cosas termina precipitadamente y se van. Dejan subir a Franz en el coche, pero todos están molestos con él. Alguien los está persiguiendo. Reinhold empuja a Franz fuera del coche. El coche que viene detrás atropella a Franz. Le revienta un brazo. Los del coche no eran perseguidores, simplemente iban por allí. Llevan a Franz a un hospital. Avisan a Eva y Herbert, amigos de Franz. Ellos se encargarán de todo. 

Y ya tenemos la segunda caída de Franz. De nuevo permanece largo tiempo desaparecido. El mundo le resulta indiferente. No quiere saber nada de nada. No quiere contar lo que le pasó. No quiere venganzas. No quiere nada. El no es un delator. No tiene intención de meterse en esa rueda de odios, revanchas… Eva y Herbert no entienden, pero son sus amigos. Ellos le acogen. Eva le quiere. Le busca una muchacha que le acompañe. Mieze. Una buena chica. Con ella Franz vuelve otra vez a salir de su pozo. No tiene brazo, pero no importa, aún le queda uno y es fuerte. Vuelve a frecuentar a los chicos de Pums. Vuelve a ver a Reinhold, no por venganza, sino por quitarse de encima el miedo. Por sacudirse el pasado. Ahora ya no le importa trabajar con Pums. Pero ellos dudan. ¿Qué querrá este?, querrá jugárnosla. Pero no es así. Franz cumple. Y lo hace bien. Recupera su amistad con Reinhold. Pero Reinhold desconfía. Franz no le gusta. Franz es un mal bicho que quiere darle lecciones de moralidad a él, a Reinhold. Y entonces viene el tercer mazazo para Franz. La muerte de Mieze a manos de Reinhold. Aquí ya Franz cae. Se vuelve loco. Dispara a unos policías. Para colmo Reinhold pretende incriminarle a él por el asesinato de Mieze. Franz es detenido. Lo llevan a un manicomio. Gran lucha entre la Muerte y la Gran Ramera en su cabeza. No sé qué significa. Gana la muerte. Pero Franz no muere. O sí muere, pero otro Franz, que no es el mismo Franz de antes, sale, mucho más sereno. Mucho más sabio, tal vez. Un Franz distinto, porque el otro ha muerto. Eso es lo que queda de Franz Biberkopf. Consigue trabajo en una fábrica, de portero. Están contentos con él. Con ese Franz Biberkopf que ya no es aquel Franz Biberkopf. Fin. 

Esta es la historia de Franz Biberkopf. No solo cuenta la historia de Franz, cuenta también el ambiente Berlinés de 1928, aproximadamente, las calles, las plazas, los vendedores ambulantes. Derriban un edificio, reconstruyen la plaza, cierran aquel comercio, aquí había antes un hotel, esas cosas. Muchas canciones se citan dentro del texto, y anuncios extraídos de los periódicos, y poemas populares, y noticias, y relaciones numéricas como cuántas vacas, cuantas ovejas, cuántos cerdos se matan al día, al año en Berlín. Y también está esta otra historia de la lucha entre la Gran Ramera Babilonia y La muerte, que no consigo entender. Muchas citas bíblicas, transformadas. La historia de Franz sería una especie de historia de Job, muy particular. Job al final se plegó al absurdo de los argumentos de sus amigos, al absurdo de la palabra, solo palabra, cuando los hechos, lo que le había sucedido a él, la muerte de sus hijos, su enfermedad, la pérdida de todo su patrimonio, habían sido tan claros, tan concretos, al final, Job, comprende que lo único que le queda es confiar en el Señor. Esa es la conclusión de Job. ¿Es Franz, Job? No sé, no lo veo claro. ¿Por qué gana la muerte y pierde la Gran Ramera, si Franz no muere, aunque sea otro Franz, supuestamente? No lo sé. 

Franz es un ingenuo, un inocente. Tiene propósitos, pero no tiene proyectos. Quiere llevar una vida diferente, pero se junta siempre con los mismos y estos le arrastran por el camino de siempre. No sé, esta es la única conclusión que soy capaz de sacar. Franz se tropieza con una piedra y vuelve a la misma piedra y no le guarda rencor. Y se tropieza de nuevo con ella. No la aparta, ni la evita. Y de nuevo se tropieza con ella. Y maldice, pero no maldice a nadie, y confía en su fuerza para superarlo. Porque se siente fuerte. Pero tal vez no lo es tanto.  Al final, ese otro Franz tiene más probabilidades de salirse de esta rueda. Pero ya ese no es Franz, por lo visto, ya es otro Franz. Y al final, qué. ¿cuál es la conclusión, cuál es la moraleja?

sábado, 30 de octubre de 2021

La academia y los profetas

 I want to believe (agente mulder)


Uno no tiene la virtud, o peca, según se mire, de ser precisamente muy academicista. Cree, ese uno, entender perfectamente la función de la academia que es la de proteger al conocimiento de los vaivenes cotidianos, fijar unos cánones a los que todos podamos acudir como referencias irrebatibles, mientras no se consigan rebatir oficialmente, es decir, mediante los métodos establecidos por la propia academia como los más objetivos. Que, a su vez, serán los métodos oficiales mientras no sean recusados con suficientes argumentos aceptables por la academia. Y hacer progresar ese conocimiento cuando por medio de esos métodos se demuestra que hay tierra más allá de los límites hasta ahora conocidos. 

Es cierto; al final, el sistema de referencia es siempre la academia y por lo tanto es susceptible de ser acusada de endogamia, pero es que la alternativa es que no haya sistema de referencia y que por lo tanto no haya conocimiento como unidad y única dirección, sino movimiento browniano de múltiples conocimientos que no llevan al sistema a ninguna parte, porque cada uno tira en una dirección diferente y muchos chocan entre ellos anulándose resultando en un progreso mínimo.

Uno, aquel uno al que me refería al principio, entiende también que la academia no es otra cosa que un conjunto de señores (y unas pocas señoras) que cuando se juntan son la academia, pero en su casa son fulano y fulana de tal con determinadas necesidades que en la actualidad son satisfechas por la academia mensualmente en forma de salario, aparte de las otras satisfacciones que proceden del trabajo bien hecho, clarostá; y que muchas veces toman decisiones que tal vez tienen menos que ver con la conservación, pureza y fijación del conocimientos que con asegurarse el garbanzo de fin de mes. Es decir, que la academia, como institución que es, tiene un objetivo principal de existencia, que es ese que hemos comentado de fijar, limpiar de espúreos, expandir el conocimiento de manera estable, y un segundo objetivo principal, tan importante como el primero, que es su propia conservación como institución (principio de supervivencia, todo ser vivo hará siempre lo posible, consciente o inconscientemente, por mantener y asegurar su propia supervivencia) y esto le lleva en muchas ocasiones a, incluso, traicionar sus propios principios primarios, es decir, retraerse de seguir una u otra línea de progreso, o seguir una u otra línea de supuesto progreso en función de una más suculenta financiación.

Es normal que existan profetas que desde fuera de la academia griten contra ella e incluso intenten entrar en ella y desbaratarles el chiringuito, el mercadeo que se traen con los bienes superiores del conocimiento. Y hasta es normal que alguno de esos profetas consiga con el tiempo ingresar en la academia, esa u otra, y acabar imponiendo sus propias consideraciones en el sentir general de la academia y por lo tanto en el sentir general de toda la sociedad, al menos de toda la que confía en esa academia. Es, también, normal, que la mayoría de esos profetas acaben crucificados, porque lo que no es normal es que todos tengan razón y que la academia, que no son uno, como ellos, sino muchos, no se haya dado cuenta de que tienen razón. Y si ellos tenían razón y murieron en la cruz, pues es muy probable que esa razón, más adelante, acabe saltándole al paso a la academia que la redescubrirá y se atribuirá el mérito, lo que es un detalle menor, pero incorporará ese conocimiento al corpus general de conocimientos que conserva que es lo que verdaderamente importa. Mientras que las estupideces de los demás profetas que murieron en la cruz en sacrificio por sus ideas, quedarán enterradas con ellos, o comidas por los pajarracos del pseudocientificismo que también deben tener su huequito en las tierra. 


Y sí, defiendo la academia, aunque me caigan mal todos esos señores, y algunas señoras, gordos y con chaqueta, pero me caen peor esos charlatanes que andan gritando al las multitudes que son idiotas por seguir como borregos a la voz de su amo, la academia, y no seguirlos a ellos en plena libertad, que son mejores aunque todavía no se les note porque las malas artes de la academia no les deja desarrollar con suficiente soltura sus extravagantes ideas y no han adquirido el suficiente poder para hacernos sentir su verdad sobre nuestras cabezas. Y me caen peor, dicho sea de paso, los que les siguen, cambiando de amo y creyendo que eso es un ejercicio de libertad. Y quizá lo sea si la estupidez lo es. 


(me doy cuenta de que hay conservadurismo en este texto, ya he perdido, y ya va siendo hora, ese espíritu rebelde y libertario que nunca tuve en la juventud. Pero se cansa uno de que por un lado unos lo traten como idiota por que no los veneramos como se merecen, y por otro lado los otros lo traten imbécil, a uno, porque no los seguimos a ellos que son los que tienen razón)

lunes, 18 de octubre de 2021

 ¿PERO QUIÉN ES LA GENTE?


LA GENTE en esencia NO SOMOS NOSOTROS. 


Aunque hagamos lo mismo, pensemos lo mismo y respondamos igual ante los mismos estímulos. NO SOMOS NOSOTROS.


Yo no soy así. 

Al menos hoy, ahora. 

A lo mejor alguna vez, puede que... 


Pero es que LA GENTE LO ES SIEMPRE. 


LA GENTE SIEMPRE ES COMO YO SOLO SOY ALGUNAS VECES. 


Por eso LA GENTE es detestable y yo soy razonablemente tolerable. Pese a mis pequeñas manías, mis simpáticas fobias, mi liberal manera de conducir, mis descuidos inapreciables, mis enfados, mis pequeñas picardías, 

circunstanciales, siempre circunstanciales y perfectamente argumentadas. 


NO COMO LA GENTE  

que actúa al túntún

a mala leche

para joder

con ignorancia culpable.

miércoles, 13 de octubre de 2021

La cucaracha

 Ayer, mientras comíamos, oí, bendita ilusión, que mi mujer me decía que había visto una cucaracha coronando mi cepillo de dientes. Había entrado en el baño, encendido la luz y ahí estaba la cucaracha, una de esas cucarachas grandes, estándar, españolas, sentada en lo alto de mi cepillo de dientes erguido en el vaso sobre el lavamanos. Se reflejaba perfectamente en el espejo tras ella. Y no movió ni una antena cuando mi mujer entró y quedó paralizada mirándola.

Dijo, mi mujer, mientras yo me llevaba la cuchara a la boca, que había cogido el vaso con mucho cuidado y lo había puesto sobre la vertical del retrete. Luego había hecho un movimiento brusco para que la cucaracha cayera al agua. Después había tirado de la cisterna, pero el bicho se había quedado enredado en el remolino de agua y se mantuvo a flote cuando todo se calmó, aunque ya no se movía. 

La conversación siguió por otros derroteros mientras acabábamos de almorzar, pero la imagen de la cucaracha sobre mi cepillo de dientes se me quedó congelada en la mente y llenó mi boca de una sensación de pastosidad, de urgencia por el cepillado que me repelía. Me fui a dormir la siesta. 

En el duermevela notaba la imagen ahí, presente, pero sin mostrarse. La cucaracha en lo alto de mi cepillo de dientes, con sus largas antenas oteando el corto horizonte del baño, en la semioscuridad. Esperándome. Mi boca pastosa, necesitada de un cepillado. Sed.

Por fin me levanté y fui directamente al baño. ¿Qué hacía una cucaracha subida a mi cepillo de dientes?, ¿por qué no escogió el de ella que siempre está tirado sobre el lavamanos descuidadamente, y húmedo?, ¿cómo se subió hasta allí si primero tenía que escalar las resbaladizas paredes del vaso y luego emprender la aún más complicada ascensión por el mástil del cepillo que tampoco ofrece los necesarios agarres? ¿Y por qué no escapó cuando ella encendió la luz del baño y se mostró en toda su presencia?, ¿por qué no hizo ningún movimiento  cuando ella cogió el vaso con propósitos criminales? Todo me parecía tan onírico que tomé el cepillo y me lo llevé a la habitación para escudriñarlo bajo una potente luz y una lupa de 10 aumentos en busca de alguna huella de sus quitinosas patas entre las cerdas de mi cepillo. Nada anormal. Todo muy extraño. Todo este asunto tenía un aire oníricamente inverosímil. Volví a preguntarle –estaba medio dormida aún, delante de la televisión–, ¿estás seguro de que no lo soñaste?: todo había sido real, afirmó. Volví al baño. Había algo, una conclusión, una moraleja, o una advertencia o premonición, en todo esto, pero era incapaz de extraerla. En fin. Enjuagué el cepillo con jabón y luego me cepillé los dientes.

lunes, 27 de septiembre de 2021

El volcán de los deseos

 Me gustaría...                        

                        (¡cuidado con lo que vas a decir!), 

es verdad, nada. 

Un «me gustaría» es un “pero si no hay que molestarse demasiado, y si puedo decir que no después de adquirido y me doy cuenta de que no, de que en realidad no, o de que ya no...” 

Sí, me paso el tiempo con estos me gustaría que preferiría que no, no sea que al final no me gustase. En realidad es que trato de llenar mi, no sé qué, mi bolsa de sensaciones, engrasar mi máquina de sentir, de desear, deseando algo aunque sea en vacío, pero lo intento y me sale esto, esta desactivación automática de perspectivas falsas. 

Es, supongo, mi lucidez, o mi ancianidad, que esto sí que debe ser hacerse viejo, cuando uno ya tiene que forzarse a desear para querer algo, cuando ya no le brotan deseos de la tierra estéril por más fertilizante que uno le eche. 

No sé. Me gustaría volver a desear algo. Es cierto que no tengo buenas experiencias con esto de los deseos (casi todos iban de mujeres), pero echa uno de menos esa parte de su vida en la que aún creía que existían tierras ignotas en su propio futuro. No. El mapa parece ya cubierto de nombres, vías, rayas que forman fronteras, colores que indican propiedades. A lo más que puede uno aspirar es a viajar como turista dentro de su propio porvenir. 

Y de pronto, un volcán  te echa de tu casa y borra de la superficie todo lo que tienes, y te encuentras solo y desnudo, como quien dice, al principio de un camino y sin ganas, ya sin ganas, de ir a ninguna parte, que estás más cerca del ya haber vuelto y descansando. No. No me ha pasado. Solo trataba de imaginar cómo es eso, cómo sería eso de, de pronto, volver a tener que… 

Qué pereza, 

que desgana, 

¡qué mierda!


Y qué suerte que no me ha pasado a mí.

martes, 7 de septiembre de 2021

El soldado americano, una película de Fassbinder

 Era un chico de buena familia. Vivían en una pueblecito de Ohio. Tenía una hermanita menor, llamada Betsy, a la que quería mucho, y un perrito, wolf, que entraba y salía de su cuarto por la ventana porque la madre no lo dejaba pasar por el salón, que siempre mantenía impecable. El chico tenía un mejor amigo, con el que había rozado una fugaz experiencia homosexual, y una novia desde el instituto; se pensaban casar después que él terminara la universidad. 

Pero lo llamaron a filas y tuvo que ir a Vietnan donde un bombazo de los comunistas lo disgregó en trocitos irreconocibles. Solo quedó aprovechable la mano que transplantaron a Franz un chico de ascendencia alemana que había ido voluntario para poder adquirir la nacionalidad. Franz había perdido la mano en el mismo bombazo que hizo desaparecer al chico y los médicos pensaron que se trataba de su mano que se había amputado casi quirúrgicamente en la explosión

Cuando Franz regresó a casa como excombatiente no le quedó otra que caer en el hampa. Dada su experiencia militar y su frialdad, acabó siendo considerado uno de los mejores asesinos profesionales. 

Unos policías alemanes corruptos lo contrataron para que, allá en Munich, acabara con un tal el gitano, un delincuente que sabía demasiado sobre sus asuntos y podría terminar delatándolos al jefe. Este ya tenía la mosca detrás de la oreja susurrándole que algo mal olía en aquella ciudad, y él no perdía ripio que no repitiera a los policías corruptos, que temían que el jefe terminara por descubrir sus negocios sucios.

Munich era la ciudad de origen de Franz, así que aceptó el encargo. Se alojó en un hotel donde los policías tenían comprado al conserje para que les informara de todos los pasos de Franz. En el hotel había una camarera que en cuanto vio a Franz se sintió atraída por él, Franz estuvo con ella un par de veces, pero siempre la trataba de manera displicente, no quería implicarse. Aprovechó que había regresado para ver a su amigo, Fassbinder, un camarada del barrio, con el que se inició en sus primeras correrías delictivas allá en la infancia. 

La llamada le informó del nombre del encargo, y de dónde podía encontrar información. Una tal Magdalena, conocida vendedora de revistas porno, e informadora de todos los detalles acerca del tipo en cuestión. El gitano era en verdad gitano, siempre iban con él dos guardaespaldas. Le gustaba leer la mano. Solían parar por un local del barrio …

En el local habían tres personas y el barman. Franz preguntó a los tres tipos si eran gitanos. Ellos afirmaron. A uno de los guardaespaldas le comentó que había escuchado que los gitanos sabían leer las manos. El guardaespaldas le respondió que hacía tiempo que los gitanos habían olvidado esas cosas, apenas los más viejos recordaban que sus abuelos… Pero que había tenido suerte porque aquel tipo aún conocía tales artes. Así supo cuál de los tres era el gitano. Se sentó junto a él. El gitano  le tomó la mano y estuvo mirándola un rato. Tenía unos movimientos muy suaves, una mirada gatuna, un rostro delicado. Le dijo que vivía en un cuarto arriba. Allí estarían más tranquilos. Subieron. Mientras  el gitano se está desnudando en la cama Franz saca la pistola. El gitano está muy sorprendido.

—Nunca me había fallado la lectura de la mano –dijo, confuso y aterrado.

—No es mi mano –dijo Franz, enigmáticamente, y le descerrajó tres disparos. 

Al llegar al hotel pidió al recepcionista que le enviaran una puta. El recepcionista llamó a los policías y estos, para que no hubieran más curiosos mezclados en este asunto, enviaron a la novia de uno de ellos. Cuando llegó la mujer al cuarto de Franz, la camarera se sintió muy ofendida. 

Franz y la mujer se cayeron bien. Cuando terminaron Franz no la dejó marchar sino que la invitó a comer. Por el pasillo se cruzaron con la camarera que  lloraba y suplicaba por teléfono a un novio que la estaba abandonando. Luego colgó, gimoteó un poco y terminó clavándose un cuchillo en el vientre. Franz y la puta pasaron junto a ella indiferentes. 

La llamada informó a Franz de que tenía un segundo encargo. Tenía que eliminar a la soplona, Magdalena. El asunto fue muy fácil. Solo tuvo que seguirla, borracha, hasta su casa, adelantarla y esperarla dentro con la luz apagada. Ella llegó con un tipo que prácticamente la sostenía en pie. Cuando lo vieron allí despatarrado en la mesa de la cocina con la pistola apuntándoles al estómago y un cigarrillo colgándole de la boca, se echaron a reír. Y así murieron los dos.

Franz fue a visitar a su madre y a su hermano. Una historia rara. Había tenido que huir de casa porque su hermano se había enamorado de él. A la madre también le pasaba algo raro. No sería extraño que ella también estuviera enamorada de él. Franz no soportaba aquella locura en la que aquellos dos pretendían involucrarlo. Por eso salió huyendo. Ambos se sorprendieron al verlo. Algo en ambos pareció despertar como si hubieran estado esperando su regreso. Franz notó que todo aquello todavía continuaba vivo y no quiso permanecer mucho rato en aquel incómodo ambiente. La madre encargó a alguien por teléfono que siguiera a Franz.

Estaba decidido, Franz y la chica pensaban largarse a Japón con la pasta que cobrara por sus trabajos. Ella corrió a casa a hacer las maletas mientras Franz esperaba la llamada para cobrar. Pero el policía descubrió que la chica pretendía fugarse con Franz. Era su chica y no podía permitirlo.

La llamada le proponía un nuevo encargo. Franz era un profesional, lo mismo le daba dos que tres si el precio se ajustaba correspondientemente. Le dieron una dirección. Cuando abrieron la puerta allí estaba la chica. Franz no dudó en ejecutar el encargo. 

Franz había acordado con la voz del teléfono que el dinero se encontraría en un casillero de la consigna de la estación del tren. Llamó a su amigo Fassbinder para despedirse y quedaron en la estación. Cuando Franz abrió el casillero no encontró ninguna bolsa, a cambio había una pistola. Otras tres pistolas lo encañonaban por detrás. Los policías le habían tendido una trampa. Pero entonces apareció Fassbinder, al que los policías desconocían, que se percató de la situación y pilló a los tres policías por sorpresa desarmándolos. Franz y él ya se alejaban cuando aparecieron la madre y el hermano, que habían hecho seguir a Franz y querían convencerle de que no volviera a huir de su lado. La distracción permitió que los policías recuperaran sus armas y acabaran con Franz y su amigo. El hermano de Franz casi se volvió loco al ver su cuerpo ensangrentado en el suelo. La madre quedó paralizada. 

FIN.


No sé por qué veo las películas de Fassbinder, sinceramente. Supongo que por curiosidad. Es un cine tan poco convencional, tan poco, diría yo, atractivo, tan poco cinematográficos (desde el punto de vista de un espectador estándar, como yo). Y supongo que esa es la única gracia que les encuentro: que son completamente otra cosa de lo que estamos acostumbrados a ver como cine. Sin dejar de serlo. Es cine a lo pobre. Cine a la patalallana. No tengo ni idea de por qué Fassbinder es un grande del cine. Supongo que si hacemos números, si nos ponemos a contar, que si plano para aquí, que si punto de vista, que si estructura, que si técnica, se le acumulen los méritos, pero a mí como espectador solo me llega la extrañeza, ¿por qué estoy viendo estas películas? Bueno, pues esa extrañeza es de lo mejorcito que nos puede ofrecer cualquier tipo de arte hoy. Mucho más que la belleza, el goce estético, que al final también obedece a un dictado externo. Solo la extrañeza es realmente una respuesta que podemos llamar propiamente nuestra. Y ante ella sabemos que estamos ante un paisaje nuevo. Estamos descubriendo mundo.

jueves, 2 de septiembre de 2021

Podcast literario. Cultura en la red

Mi libro, Inventos y Mixtificciones, ha sido considerado digno de atención para este gran crítico del que no puedo enunciar más que alabanzas, loas y parabienes, mientras no me lo eche a la cara navaja en mano.



 

domingo, 22 de agosto de 2021

El mito del eterno retorno

 Según dice Mircea Eliade en El Mito del Eterno Retorno, las ceremonias, las tradiciones, son actos repetitivos que imitan a los actos primigenios realizados por los dioses al comienzo de los tiempos.  Esta repetición no es considerada en sí una imitación sino una verdadera repetición del acto, es decir, que mientras se está realizando se vuelve al comienzo, al mismo momento en que los dioses realizaban aquel acto. Con esto se anula el transcurso del tiempo puesto que se repite incesantemente. Se anula más bien la idea de historia, es decir, de sucesión de actos irrepetibles que se pierden una vez realizados y que nos hace tomar conciencia del transcurso del tiempo y por lo tanto de la aproximación al fin.

Esto explica por qué me siento más cómodo durante el curso, durante mis jornadas laborales con mis días iguales unos a los otros, mis semanas iguales unas a las otras, y cuando llegan las vacaciones esté todo el tiempo con una vaga inquietud, notando cómo se va perdiendo atrás cada segundo porque no hay dos días iguales (unos no hago unas cosas, otros no hago otras, pero nunca pienso por adelantado qué es lo que voy a dejar de no hacer cada día; se aplica verdaderamente esa máxima que me extraña que venga en la Biblia: dejemos que cada día tenga su propio afán). 

Dice también que solo la repetición confiere realidad a las cosas, a los sucesos. Esto está luego corroborado por Hegel, según parece, vaya usted a saber, que quería tratar de explicar en qué consistía la historia. Eliade dice que la historia es esa sucesión de ocurrencias imprevisibles, irrepetibles –por lo tanto, para fijarlas, para darles una cierta eternidad, hemos terminado por inventar la escritura, para poder, al menos, de palabra, repetir  lo que sucedió y que así no se pierda irremisiblemente, de nuevo, haciéndonos plenamente conscientes del transcurso del tiempo –que componen nuestros días cuando no actuamos bajo un patrón previsto sino que vivimos a lo loco respondiendo a los estímulos que nos van acosando a cada instante. Por eso de vez en cuando necesitamos pararnos y hacer algo previsto, una ceremonia, en la que controlemos exactamente qué es lo que vamos a hacer. De ahí las bodas, los bautizos, las fiestas repartidas a lo largo del año en las que ponemos tantas esperanzas, aparentemente porque libramos un día del abuso del trabajo, pero en realidad porque es un día previsible de caos, de interrupción, de fiesta (orgía) que precede a la nueva creación del mundo.

La mentalidad arcaica no tiene historia, tiene mito. Como yo, que apenas recuerdo por fechas o por números o por referencias, lo que sucedió. A partir de un año atrás todo ocurrió en un tiempo mítico,  in illo tempore, que repite Eliade, un tiempo en el que todavía habitaban los dioses; y por eso todo lo que recuerdo despierta esa nostalgia de paraíso perdido, incluso si el recuerdo, mejor razonado, hace sospechar que en el momento, aquello que nos estaba pasando no nos estaba gustando nada. Los sucesos se van acumulando intemporalmente en el mismo saco y cuando se forman patrones que vagamente despiertan el eco de algún suceso inaugurado por los dioses en aquel paraíso, se crea un nuevo mito: ejemplo, vas andando por tu casa despistadamente pensando en qué demonios es lo que querías hacer ahora, que se te ha olvidado, cuando ves una cucaracha en la puerta de la cocina. Plaf, zapatazo, y sigues para adelante. Pero eso queda; y tres días después estás contándole a los colegas cómo aniquilaste a aquel monstruo que te atacó sin sentido y sin provocación alguna y que una vez que acabaste con él, con el caos primigenio, de sus partes derrotadas y separadas construiste una vez más el mundo: las alas formaron el cielo, las patas sostuvieron la tierra, las antenas… pues con esas montamos los rayos cósmicos y con el líquido baboso que sale del cuerpo, el mar original, el cuerpo aplastado el mundo,  etc. Tus amigos no se lo creen, por supuesto, porque son muy escépticos y piensan que estás haciendo toda una cosmogonía de haber simplemente aplastado una cucaracha, pero ellos no saben que yo he purificado mi espíritu de los pecados de la transitoriedad porque he recomenzado de nuevo con el mundo nuevamente creado, mientras que ellos, en el mundo viejo y acabado siguen en el carro de la temporalidad que se dirige cada vez más rápido hacia el caos que precederá, quién sabe cuánto tiempo después, a una nueva creación que yo ya había previsto. 


jueves, 12 de agosto de 2021

Un día en la playa, un percance, una buena lectura, muchas que no llegan

 ¿Por qué suceden las cosas en el orden en que suceden? ¿Por qué pasa tanto tiempo sin que me ocurra nada relevante y de pronto se presentan las ocurrencias –generalmente malas, que son a las que uno le presta esta clase de atención; las buenas, simplemente las disfruta– seguidas unas detrás de otras? ¿Será esto verdad o es simplemente que cuando a uno le pasan cosas malas ya todo lo que le sobreviene lo interpreta con tintes fúnebres atándolo todo en la misma hebra, hasta que no da con una solución de continuidad–una idea que desactiva la cadena o simplemente que se olvida uno después de un tiempo en que nada llama tu atención? 

Tengo la teoría de que hay temporadas en que de algún modo estoy magnetizado negativamente. Me afecta sobre todo en mi relación con las máquinas. Después de trabajar con ellas sin percances, me ocurre que en la misma semana o el mismo día, me falla el computador, se me descompone el móvil y las máquinas expendedoras se tragan las monedas sin devolverme el producto señalado. Después, al día siguiente o al otro, el ordenador vuelve a arrancar sin percances, reseteo el móvil y recupera toda su vitalidad y la máquina expendedora me devuelve dos por uno. 

Estos días ando algo desinquieto porque no pillo un libro con el que me sienta cómodo, voy dejando a medias uno tras otro: el amante lesbiano, de Sampedro, el cónsul, de Lucién Bodard, tierras de occidente, de Burroughs, viaje por marruecos, de Alí Bey, la ciudad de la alegría, de Dominique Lapierre... etc, porque hay más. Todos a medias porque no consiguen arrancarme el espíritu y meterlo dentro de su historia. Me quedo de este lado, esforzándome por avanzar una página tras otra, tratando de eludir la idea de pararme y preguntarme ¿qué necesidad tengo yo de subir esta cuesta? Esto lo considero un signo de mal agüero. El único que me trae un poco de consuelo es Juan Tallón con su mientras haya bares, artículos muy reconfortantes sobre nada en particular, pero que exhiben una vitalidad y una actitud desenfadada y despreocupada que dan mucha envidia. El problema es que solo lo leo cuando voy a la playa, porque yo soy muy militar en esto, las ordenanzas colocan a cada libro a su hora del día y en su lugar, y el libro de Tallón, aunque es prestado, como tengo a bien consignar en la hoja de guarda, desde el 2017 y ya va siendo hora de que devuelva, tiene su lugar en la apenas hora y media que me paso algunas mañanas en la playa. Voy poco a la playa, es verdad, aún tengo el marca páginas por la mitad poco más del libro, pero entre esas sensaciones placenteras que le sobrevienen a uno cuando está en otra cosa, como en medio de una clase, o haciendo cola para entrar al médico, caminando de prisa para llegar a tiempo a un lugar al que no nos importaría que bombardeasen, está esa sensación de lectura medio adormilada tirado en la arena como si no hubiera ninguna obligación ni ninguna preocupación en el mundo, después de haberse dado uno un baño a primero hora sin nadie más en la playa, y con el agua aún fría de la noche, que parece que está uno estrenando el mar.

Pues en esa actitud de éxtasis optimista y relajado, regresamos al coche cuando el sol empezó a picar y me encuentro con que han saboteado mi preciado vehículo. Le han birlado una pieza, poco importante para su funcionamiento general, pero cuya falta da una apariencia de fea herida. Naturalmente me irritó, pero con una irritación, por lo menos al principio, apagada, y lo único que acierto a pensar/decir a mi cónyuga es ¡oosh, qué contrariedad! Vámonos de aquí. Porque en esos momentos tras una agresión, supongo que de cualquier tipo, lo primero que sientes es vergüenza y lo siguiente repulsión por el lugar y las circunstancias en que han ocurrido. Después he conseguido no pensar en el asunto demasiado, aunque no puedo evitar, por momentos, el temor de ser el centro de una conjura siniestra de ladrones de piezas de coche que han pillado el mío por banda y hasta que no lo dejen pelado como los huesos de un pollo asado no se van a sentir satisfechos.  Así que ya hoy no fui a la playa.  Y no pude leer a Tallón para consolarme. La excusa en realidad es otra, más consistente, pero la sensación de alivio por no tener que volver a aparcar el coche en el lugar donde fue ultrajado, es evidente. 

Supongo que estoy sacando las cosas de quicio al comparar la insatisfacción de no encontrar un libro que me colme el ansia lectora con este suceso que me ocurre precisamente después de un rato de lectura gozosa, pero ya se sabe que el azar a veces se manifiesta con una coherencia sospechosa que hace pensar que esa secuencia de localizaciones de la flecha en momentos consecutivos tengan una relación de causa y efecto unas de otras. Absurdo para una mente racional, pero completamente evidente para una mente fantasiosa como la que solemos tener los que perdemos infaustas cantidades de tiempo en esta actividad inútil de desencriptar grafogramas, vulgo leer.  

Releyendo lo que he escrito y sin saber cómo concluirlo, me resulta, sin embargo, evidente, que somos, tal vez solo soy,  mentes emocionales que buscamos alimentarnos de emociones –por supuesto, positivas, gozosas, y no amenazadoras, tengo tan poco espíritu guerrero como un oso perezoso– y que cuando nos falta ese alimento nos sentimos inquietos y amenazados, incómodos e insatisfechos y cualquier suceso por banal que sea –y que te roben una pieza estúpida del coche es una cosa banal, que te roben el coche entero es una cosa banal, que te caiga un piano en la cabeza o te descubran un cáncer terminal en la oreja es una cosa banal, la vida es una cosa banal– nos pilla con los nervios afilados como mis gatos cada vez que pasa el Poncho por su lado, a pesar de que Poncho es más bueno que un perro de porcelana.

Este artículo no es más que un intento poco convincente de imitar el estilo jubiloso y despreocupado de Tallón al mismo tiempo que es una especie de conjuro contra las malas sensaciones que me ha dejado el asunto del latrocinio banal. La escritura tiene como otro de sus grandes beneficios el reinterpretar la realidad, distanciándola, mostrándola como de manera objetiva, explicándola de modo que uno mismo al hacerlo trate de ubicarse en la perspectiva de los otros es decir de la de uno mismo si el suceso fuera ajeno, lo que desactiva en gran parte el veneno que este tipo de picaduras te inficiona que, sin llegar a ser mortal, ciertamente te puede dejar cojeando para unas cuantas semanas si no lo tratas bien. Escupido el veneno, un poquito de betadine, esparadrapo y fin.

miércoles, 4 de agosto de 2021

Hablando del tiempo

 Siempre digo, “perder el tiempo es una de mis actividades favoritas”. Es mentira, a nadie le gusta perder el tiempo, porque el tiempo gasta, aunque él mismo no se desgaste, como el viento. Y uno se siente que cada segundo pierde algo. Y más lo sientes cuanto más atento estás, es decir, cuando no estás haciendo nada, perdiendo el tiempo. 

No me obsesiono con eso, me gusta perder el tiempo cuando no se me ocurre otra cosa mejor que hacer o cuando no me decido a hacer otra cosa de tantas que me gustaría hacer y terminar. Pero son tantas y tantas que me gustaría empezar hasta terminar que no me decido a empezar ninguna por miedo a dejarla a medias. Son tantas y tantas ya las que he dejado a medias por empezar otras nuevas, que me da miedo iniciar una nueva porque dejo a medias otras tantas que no he terminado. 

En momentos  como ese echa uno de menos los milagrillos que nos relatan cuentos como el de Borges, no sé si recuerdan, aquel del señor que va a ser fusilado y pide a su dios un aplazamiento para terminar una obra, y su dios, un poco demoníaco, me parece, se lo concede, congelándole exactamente ese instante, dejando en el aire la bala que está a punto de entrar en su corazón, durante todo el tiempo que necesita para terminar la obra. Eso sí, va a tener que esforzarse mucho porque lo tendrá que hacer todo de memoria mientras está allí, congelado, mirando esa bala, inmovilizado en el gesto de terror de saber su final inminente. 

Más benévolo fue el dios o hado que la tomó con aquel personaje de El día de la marmota que lo dejó congelado en todo un día. Un único día repetido mil veces, tantas que le da tiempo de aprenderse cada detalle de lo que va a suceder a lo largo de ese día. Modificarlo incluso, adelantarse o hacer que suceda poco después. Da lo mismo, al día siguiente todo se va a repetir exactamente igual que el primer y único día que se repite indefinidamente, cambiando cada día en la medida en que el personaje puede cambiarlo, pero sin que afecte, salvo en lo que a sí mismo respecta, al día siguiente y los que vendrán. Este personaje, al principio desconcertado, luego aprovecha el tiempo: aprende a tocar el piano, dando siempre una primera lección con la profesora; creo que también aprende idiomas, igualmente con un profesor que cada día se sorprende de lo que sabe este nuevo alumno que empieza hoy. No me acuerdo cuál era la lección que tenía que aprender en la película, la moraleja, pero muchos hemos envidiado unas vacaciones de la vida exactamente como ahí se describe. A ser posible eligiendo el día, aunque… tal vez no, el mejor día de nuestra vida repetido mil veces acabaría por chafarnos un buen recuerdo. Mejor un día cualquiera, uno de esos destinados al olvido. 

Esto no tiene nada que ver, a mi juicio con la aspiración a la eternidad, el vivir para siempre y todo eso, sino más bien con darse tiempo, con darse un pequeño reposo del transcurrir tan acelerado del tiempo, no sé. 

Lo digo porque enganchando con este pensamiento me vino a la mente un cuento de Mircea Eliade, que creía que coincidía con el de Borges en lo de detener el tiempo, pero luego, tratando de recordar mejor no iba por ahí. El personaje, un anciano a punto de morir, recibía un rayazo en plena cocorota, que en lugar de matarlo empezaba a rejuvenecerlo, algo de eso creo recordar. Lo mezclo con otra historia acerca de un hombre que estudiaba los orígenes del lenguaje y venía a dar con un segundo personaje que sufría una especie de mutación que lo retrotraía hacia los orígenes de la especie o algo así.  Pero aprovechando esta confusión me sobrevino el relato corto de Alejo Carpentier en el que el personaje en lugar de cumplir años descumple años y don Alejo relata minuciosamente ese proceso de retroceder o progreso reversivo de una vida. Lo mismo les pasa, pero ya sin tanto detalle, a los personajes de Cuatro Corazones con Freno y Marcha Atrás, de Jardiel Poncela que es lo mismo que le ocurre al de la película Benjamin Button, protagonizada por Brad Pitt, pero con menos gracia, porque Jardiel es Jardiel. Y eso me lleva, porque estaba buscando dónde había hablado de Eliade y no lo encontré, a la película El infinito (2017) de Justin Benson y Aaron Moorhea. En esta película ocurre lo mismo que en la de la marmota solo que aquí es una fuerza extraterrestre caprichosa la que encierra a diferentes grupos de personas en bucles de tiempo de diferente amplitud que se repite infinitamente, algunos tienen suerte y ese bucle tiene una amplitud suficiente como para hacer cosas distintas y darles la sensación de que tienen cierto control, pero hay uno en particular que es pillado justo en el momento de suicidarse y la amplitud de bucle es apenas ese gesto que el hombre repite y repite sin poder descansar un momento. Lo terrible es que lo que no se reinicia es su conciencia así que el hombre asiste al horror de su propia muerte infinitas veces.  No sé si este u otro de los personajes decía que lo peor que llevaba era no poder soñar, porque el bucle le impedía dormir. 

Dormir es precisamente otra de las cosas que más me gusta hacer en el mundo y precisamente porque sueño mucho y llego a atisbar una pizca de lo que sueño cuando despierto y solo con eso ya me gustaría encontrar la manera de que uno de esos bucles me pillara precisamente dentro de uno de esos mundos oníricos que soy capaz de crear en el interior de mi mente. (no es un deseo, tú, deidad maliciosa, que estás tentada de satisfacerme, es solo por completar la frase). Pero esto ya sería otra historia. 

viernes, 23 de julio de 2021

Corazón tan blanco, de Javier Marías

 


Me lo compré hace muchos años, cuando era una novedad y yo empezaba a descubrir a los «nuevos» autores castellanos. Nunca he estado a la última en ningún ámbito así que es de suponer que ya Javier Marías tenía un nombre y me sentía obligado moralmente (moralidad de lector) a leerlo.

Pues no lo conseguí. Lo empecé varias veces, pero lo dejé a las pocas páginas. Me incomodaba o molestaba esa escritura. Me resultaba advenediza (ya me consideraba un consumado lector), novata, falsamente encumbrada. Nunca leí este libro que ha estado hasta hoy acumulando y siendo aligerado (en las escasa sesiones de limpieza de las estanterías) de polvo y manchas de cucaracha durante años.  

El desencadenante, como dicen en las películas de policías cuando hablan de un asesino, ha sido el encuentro con una amiga reciente con la que hablo de libros, que lo tiene por uno de sus libros favoritos. Tengo debilidad por los libros favoritos de la gente, así que debía, por lo menos, intentarlo de nuevo. Y esta vez ha caído. Tras casi o cumplida, no llevo la cuenta exacta, una semana de salidas a caminar. En cada salida dos, llamémosles, porque no están nominados, capítulos, lo que me ha permitido observar que esa es la medida de desarrollo de cada, llamémosle, tema o porción del relato (llamémosle relato), porque me da la impresión de que en dos capítulos completa una unidad narrativa, por regla general.

La impresión que tengo es que no hay una narración. O la narración es meramente anecdótica y luego es rodeada de una enorme cantidad de excipiente de consideraciones del personaje (relato mental en primera persona, podríamos decir (llamémosle) que es el estilo. El tío habla y habla, pero uno no siente que le esté contando a uno sino que está hablando para sí o escribiéndolo en su libretita secreta). Son consideraciones acerca del matrimonio, esencialmente, desde el punto de vista de un neófito que aún no se ha hecho a la costumbre de ya no ser un individuo. No que luche contra su disolución en la pareja, más bien que observa atentamente o prevé cómo va eso a suceder. De ahí tal vez su sensación de inquietud o malestar por el reciente matrimonio. Su cierto distanciamiento de Luisa, la dama en cuestión, con la que uno tiene la impresión, a partir de sus propias declaraciones, de que aún no ha terminado de alcanzar esa … bueno, fusión de confianza que uno considera que es el sagrado matrimonio. 

La anécdota, eso sí, está bien introducida en el primer capítulo: El suicidio de la tía Teresa durante un almuerzo familiar. Que incrusta un extraordinario elemento de extrañeza y la pregunta que va a quedar pendiente durante todo el tiempo, y cuya respuesta es el objeto del libraco. Ya digo, gran parte del palabrerío a través del cual braceamos nada nos acerca a esa respuesta. Me viene ahora a la mente Moby Dick, no por otra cosa sino porque las tres cuartas partes, y me quedaré corto, de esa llamada novela es un tratado sobre la caza y aprovechamiento de la ballena y solo esa cuarta parte viene a relatar esa historia que tenemos en la mente cuando pensamos Moby Dick. Gregory Peck aparte. Pues aquí, el tratado, podríamos decir es sobre el proceso de transformación de un individuo en pareja, esa pérdida de características de primera persona del singular que se van diluyendo en la del plural. También se  habla, o al menos me llama la atención el tema, sobre esas extrañas relaciones familiares en la que habiendo, por así decirlo, todo el amor que debiera, hay un pudor, una falta de desenvolvimiento en las relaciones que incomoda a ambos y aún así ninguno es capaz de llegar a superar, por lo que agradecen la intervención de un tercero que sirva como de intermediario, muchas veces. 

Pues me falta el final, que lo acabaré en la próxima caminata. Aunque ya intuyo el desenlace. Bien traído, como decía Alexis, ese paralelismo entre la escena habanera a la que asistieron los recién casados, muro de por medio, y el suceso sucedido muchos años antes –por el momento intuido, ya lo confirmaré, pero no a usted, lector de esta (llamémosla) reseña, que tendrá que hacerlo por sí mismo– al padre y a la difunta suicida también en la habana y que es la explicación o respuesta a la pregunta que aludíamos más arriba. 

El libro me ha resultado pesado, por qué no voy a decirlo. Pero desde luego tiene su mérito. No ha sido un esfuerzo vano. Aunque tampoco me parece que haya sido gratificante si no es porque uno se siente satisfecho de haber logrado mantener un esfuerzo y finalizar un proceso. No ha sido una lectura que –por el momento, que la mente lectora es mudable y caprichosa–  llame a nuevas lecturas de este autor novel (no era novel, leo ahora en la wikipedia, ya tenía sus 20 añitos de publicaciones cuando le dieron el Premio de la Crítica Narrativa Castellana a esta, denominada, novela-ensayo). Cumplo una etapa (iniciada muchos años atrás), echo otra vez el dado y salto de casilla (que ya me he demorado mucho en esta). Ya veremos qué sale. 

miércoles, 21 de julio de 2021


Romance del Conde Arnaldos

Romance del Conde Olinos

Quién hubiera tal ventura

sobre las aguas del mar,

como hubo el conde Arnaldos

la mañana de san Juan


yendo a buscar la caza

para su falcón cebar,

vio venir una galera

que a tierra quiere llegar


las velas trae de seda

jarcias de oro torzal

áncoras tiene de plata

tablas de fino coral


marinero que la guía

diciendo viene un cantar

que la mar ponía en calma

los vientos hace amainar


las aves que van volando

al mástil vienen posar

los peces que andan al fondo

arriba los hace andar.


Allí habló el infante Arnaldos

bien oiréis lo que dirá

"Por tu vida el marinero

dígasme ahora ese cantar"


Respondiole el marinero

tal respuesta le fue a dar

"Yo no digo mi canción

sino a quien conmigo va".


Madrugaba el Conde Olinos,

mañanita de San Juan,

a dar agua a su caballo

a las orillas del mar.


Mientras el caballo bebe

canta un hermoso cantar:

las aves que iban volando

se paraban a escuchar;


caminante que camina

detiene su caminar;

navegante que navega

la nave vuelve hacia allá.


Desde la torre más alta

la reina le oyó cantar:

-Mira, hija, cómo canta

la sirenita del mar.


-No es la sirenita, madre,

que esa no tiene cantar;

es la voz del conde Olinos,

que por mí penando está.


-Si por tus amores pena

yo le mandaré matar,

que para casar contigo

le falta sangre real.


-¡No le mande matar, madre;

no le mande usted matar,

que si mata la conde Olinos

juntos nos han de enterrar!


-¡Que lo maten a lanzadas

y su cuerpo echen al mar!

Él murió a la media noche;

ella, a los gallos cantar.


A ella, como hija de reyes,

la entierran en el altar,

y a él, como hijo de condes,

unos pasos más atrás.


De ella nace un rosal blanco;

de él, un espinar albar.

Crece el uno, crece el otro,

los dos se van a juntar.


La reina, llena de envidia,

ambos los mandó cortar;

el galán que los cortaba

no cesaba de llorar.


De ella naciera una garza;

de él, un fuerte gavilán.

Juntos vuelan por el cielo,

juntos vuelan para a par.

Me llama la atención el paralelismo entre estos dos romances y no encontrar nada accesible que hable sobre ello.

La verdad es que yo los he tenido siempre muy confundidos precisamente debido a ese paralelismo, que está centrado en el hecho de que se canta y de manera tan prodigiosa que las aves se posan para escuchar, los peces suben a la superficie, o los vientos se atemperan para no estorbar el canto. Recuerda este prodigioso canto al de Orfeo, que con el suyo era capaz de hacer que los árboles se desplazaran para escucharle.

En ambos la escena transcurre a orillas del mar y el mismo día, la mañana, mágica, de San Juan. Dia en que se dice que los muertos visitan a los vivos, o al menos se abre la puerta entre los dos mundos. Día también en que se cumplen los deseos. También ocurre que ambos llevan un animal con ellos, un halcón, Arnaldos, y un caballo, Olinos. El caballo no tiene una característica especial, tal vez es que era tan común que no se le destacaba. En cambio el halcón está relacionado con la violencia, con el poder. Ambos son atributos de caballeros.

Pero en el Arnaldos es el marinero quien canta y el Conde el que escucha, mientras que en el Olinos el Conde canta y el posible marinero (no se habla de él, solo que "navegante que navega la nave vuelve hacia allá"), escucha. Uno tiende a pensar que una historia es la continuación de la otra.

El de Arnaldos acaba pronto, pues arrebatado por el canto le pide al marinero que se lo enseñe, pero este le replica que para aprenderlo tiene que irse con él. Leen aquí algunos un comienzo de historia, porque saben que en ciertas versiones existe la historia que continúa. El viaje de Arnaldos con el marinero tal vez para acabar convirtiéndose en el Conde Olinos que ya de vuelta ha aprendido el cantar.

Otros lo ven como un corte de mangas, que "solo a los que van conmigo lo enseño" y tú no eres uno de los míos.

El de Olinos se continúa con la historia de amor trágicamente finalizada por la madre evidentemente celosa. A ella le gustó el canto, tanto que lo confundió con el de las Sirenas homéricas. Otra repercusión clásica, que aquellas sirenas tenían también tal encanto en sus voces que atraían a su destrucción a los marineros, bien individualmente bien empaquetados en barco y todo.

Como no admite la unión entre su hija, princesa, y un vulgar conde, manda matar al tipo, pero no sabe que cuando hay prodigio en el canto hay prodigio en lo demás. Los amores de su hija y Olinos se prolongan tras la muerte en forma de árboles, rosal blanco y espinar albar.

En el folclore celta se habla mucho de árboles y asignándoles poderes y propiedades, derivados, supongo, de los dioses o espíritus que representan. Aquí es representarivo el color blanco de ambos, como más evidente.

En la wikipedia, hablando del espino blanco dice "​En el folclore gaélico, el espino (en gaélico, Sgitheach) marca la entrada del Otro Mundo y se asocia con las hadas.​ Es muy desafortunado cortar el árbol salvo cuando ya ha brotado, cuando es decorado como el Arbusto Mayo. Estos árboles se los encuentra en áreas de peregrinación místicas célticas; esos tipos de arbustos sagrados son conocidos como 'árboles rag', por las tiras de ropa tendidas sobre ellos como parte de rituales sagrados"

Aún así la madre los manda cortar (y el leñador llora porque sabe que eso da mala suerte) y esta sería la segunda muerte de la parejita que ahora se transforman en garza, ella, y gavilán, él.

La garza, en egipto estaba relacionada con la muerte y el renacimiento (otra vez la wikipedia) y por lo tanto también se la relaciona con el sol (muerte y renacimiento). Pues al gavilán le pasa lo mismo, entre los griegos estaba consagrado al sol. En la mitología germana, mira tú por dónde, "se posa en la rama de un roble que crece en la tumba de un hombre asesinado".

Pues allá que se vuelan los dos hacia el sol ya juntos para siempre.

domingo, 18 de julio de 2021

Il sorpasso, película, no el asunto de las elecciones.


 

Una película muy callejera, con el encanto de que las calles que recorre están en Roma y alrededores y estamos en los años sesenta (del 1962 es la película), en concreto un quince de agosto. Vitorio Gassman es un "viva la vida", un desastre de tipo pero que tiene un impulso vital y un desparpajo que lo hace encantador. El centro de atención de cualquier lugar donde se encuentre, hace sentir a todo el mundo a gusto en su compañía. Y es malicioso, y es un sablista, y hasta es peligroso porque conduce como el diablo y se mete en líos, pero todo se le perdona. 

Jean Louis Trintignan es un estudiante de derecho. Se ha quedado en casa durante las vacaciones a estudiar para los exámenes de septiembre. Está en cuarto. Un tipo muy tímido muy formalito. Está enamorado de la vecina de enfrente de su casa, a la que nunca le ha dirigido la palabra. Vittorio pasa por delante de su ventana y le pide el favor que lo deje telefonear. Luego se lo lleva con él, "comemos por ahí y te traigo en seguida". Las cosas se van liando y acaban durmiendo en una playa completamente borrachos. El personaje de Trintignan le dice al de Vittorio "estos dos días han sido los mejores de toda mi vida".

Director: Dino Risi 

No hay otras películas de Risi que me hayan llamado la atención, es curioso. (Pero veo que la versión buena de Perfume de mujer es suya, otra vez con Vittorio Gassman)

viernes, 9 de julio de 2021

Pequeño desahogo

 El viernes llegó. Cosa que el lunes aún dudábamos, tan lejos se veía. Todos los días se aprende que imposible es solamente el estado anterior de lo que ya fue. Y que no hay instante eterno. Y que después siempre es una pérdida y el camino hacia el fin. Todo pasa y nada queda. Ya lo dijo el poeta, más o menos (él tenía esperanzas de lo inmutable), pero sí sabía que lo nuestro era pasar. Por mucho que hoy duela hasta llegaremos a echar de menos ese dolor. (Hablo de dolores sencillos, pequeños, cotidianos: la muerte, el despido, la desesperación, o menos todavía, el amor no correspondido, el miedo intangible, …, otros no conozco). 

Por encima de todo pasa el tiempo y lo convierte en otra cosa, una cosa llena de matices y resonancias, olores, aromas, emociones, lo llamamos pasado y lo evocamos con melancolía.  El tiempo que fue siempre será mejor que el que está por venir, pero es solo porque es más previsible. El no saber es lo que nos aterra. Y sin embargo, si supiéramos, ¿no sería como estar sentados mirándolo suceder?, ¿en dónde estaría nuestra mano, nuestra intervención en la creación de nuestra propia vida? Son tan pocos esos momentos en los que decidimos. Y sin embargo son los que cuentan, los que contamos cuando hablamos de nosotros. Los que recordamos como nuestras gestas. 

El tiempo pasa. Y no es a la muerte a la que temo. La percibo de manera amable, como un descanso.   Otros la temen. Y aún otros la miran con indiferencia y se arriesgan a morir a cada instante, que no es riesgo para ellos, porque simplemente hacen lo que quieren hacer. Total, todos podemos morir en cada instante. ¿Quién sabe su momento? 

El tiempo pasa y va sucediéndose. Eso es un signo para la esperanza. Esto de ahora, mañana será de otra manera. Y habrá que esperar a ver cómo. No sé si haya habido alguna época del mundo en que mañana fuera algo esperanzador dados los mimbres con que se estaba tejiendo el presente. Y sin embargo en muchos aspectos estamos mejor. En otros igual y creo que en ninguno peor. Cierto que se avanza muy despacio teniendo en cuenta lo que podríamos hacer si todos tiráramos para el mismo lado. ¡Qué estúpidos somos! Si fuéramos hormigas o abejas ya habríamos alcanzado cotas tecnológicas y de bienestar social absolutamente increíbles. Lo digo por esas sociedades tan perfectamente organizadas que empujan todas hacia una misma parte y no tratan de boicotearse unas a otras la producción y el progreso de cada día por razones no solo estúpidas sino contrarias a la propia supervivencia.

 ¡Qué lento progresamos! Y no tiene visos de solucionarse. La Humanidad sigue siendo muy burra. Esas manifestaciones en Ucrania, anti LGTBIJKL… son de absoluta vergüenza. Esos popes gritando airados harían que Cristo se volviera a clavar él mismo en la cruz. Me da vergüenza que esos talibanes afganos estén esperando a que se vayan los americanos para volver a arrasar el país y devolverlo a la edad media. Pero también me dan vergüenza esos que pretende boicotear las redes utilizando sus debilidades para extorsionar porque acabarán destruyendo, por lo que creen que es su beneficio, dinero, uno de los progresos más importantes de la humanidad. Y me dan vergüenza esos chiquillos que creen que su derecho a la diversión está por encima de la salud y de la enfermedad y que los maten a todos y a mí el último.  Y no lo creen, en verdad, saben que está mal, que va contra todo lo que hace mejorar la humanidad, lo saben, pero el momento es el momento. Ahora es lo que les importa, ahora, y ya estarán muertos mañana. 

Me da vergüenza muchas veces haber nacido Ser Humano y ruego al cielo que no existan los extraterrestres porque a ver cómo les explicamos esto. Me da vergüenza cada vez que veo un gato muerto en la carretera y paso indiferente con el coche por su lado arrugando un poco la nariz y sin mirarle las tripas huyendo del cuerpo muerto. Y me alegro, en cierto modo me alegro, de que mis gatas me huyan porque soy hombre. Hay que temer a los hombres. 

¡Qué nos voy a decir! Nos tenemos miedo, y asco y desprecio unos a otros por las mismas razones indistinguibles unos y otros. Todos nos creemos el elegido de la Naturaleza para representar el Hombre ideal que debería regir como modelo del resto. Y ninguno, muy pocos, soportaríamos a  uno como nosotros. Hacen falta los otros porque si todos fueran nosotros hace mucho que estaríamos extinguidos. Unos por excesos y otros por defectos. (Una Humanidad de yoes seguiría viviendo plácidamente en las cavernas en el tiempo de los cromañones, cazando y pescando y apareándose, y chupando tallos de margarita tumbados en la hierba mirando pasar las nubes. A ellos no les debió ir muy mal que duraron 100000 años antes de que se les ocurriera empezar a montar todo este quiosco de la civilización). Y a los insectos tampoco les va mal, y a los animalitos del campo lo que más les preocupa es encontrarse con un Ser Humano de camino al retrete. ¡Qué vergüenza me da todo esto!, me refiero a ser la parte mala de la vida.

Y los hay que tienen esperanza. Que se pueden desligar de los talibanes, de los mocosos supuestos estudiantes, de los hackers internetianos, de los ejecutivos sin escrúpulos que matan para poder poner una central eléctrica en medio del río, de los periodistas falsarios, de los popes ucranianos, o los presidentes incluidos en esa lista de Reporteros Sin Frontera como enemigos de la libre expresión. “No, yo no soy como ellos” Y tal vez sea verdad, pero vamos en la misma ola y contribuimos a golpear con ímpetu la piedra del acantilado que se va desgajando. Algo podremos hacer para invertir la situación. ¿Pero, qué? 

Hablando, desde luego que no. Se habla demasiado, se escribe demasiado, se denuncia demasiado y demasiado airadamente en las redes y se proponen demasiado pocas soluciones y se estorba demasiado a los que de manera efectiva, mejor o peor, al menos se remangan para hacer algo. Es un tópico. Los anti siempre contra los pro, cada uno denunciado que el otro es el enemigo total. Seres en su estulticia convencidos de cualquier cosa. Sigan mi consejo, huyan de cualquier convencimiento, y atérrense ante cualquier convencido. No es la duda lo que mata, es la precipitación de los desesperados. 

No sé. Mira uno las noticias y no encuentra dónde agarrarse. Pareciera, a veces, que el mundo se precipita hacia uno de esos escenarios tipo el salvaje oeste,  (el de las películas, quién sabe cómo sería el de verdad) donde todos están contra todos y gana el más fuerte, el más astuto, el que tiene más dinero, el que tienen menos sentimientos, el que está más loco. Algún día, supongo, si las cosas no se tuercen demasiado, llegará la Época de la Racionalidad.

martes, 22 de junio de 2021

Tener razón o tener razón

 Oyendo hablar el otro día a un político, ni me acuerdo de quién, decía que en política no quedaba más remedio que "bajarse los pantalones", queriendo decir que había que transigir en la propias exigencias, alcanzar acuerdos reduciendo expectativas para obtener logros, aunque fueran menores (son mis palabras). 


Lo que queda claro es que en España, la idea que tienen los políticos acerca de debatir y "hacer política" es básicamente la de que se trata de una pelea en la que se gana derrotando al otro o se pierde. 


Hay tratar de convencer y antes la muerte que dejarse convencer por el otro. 


Todo debate tiene dos vertientes: la de que se debate para vencer convenciendo y si no se pierde (humillación), y la de que se debate para conocer los argumentos del otro y, eventualmente –qué me encanta esta palabra tan poco comprometida– convencer al otro o dejarse convencer por él. Esta segunda acepción es meramente idealista, está bien para definición de diccionario, pero en la calle, en las tribunas, en los estrados, sobre todo políticos, nadie está dispuesto a creer, al menos en primera instancia, ya si eso lo pienso, que no tiene razón (antes le parto la cabeza y se acabó la disensión)


En fin, amiguitos, atrevámonos a no tener razón y que la tenga el otro. 

martes, 15 de junio de 2021

Túnel Cuántico

 


Explicándomelo a mí, el efecto túnel viene a ser un suceso que ocurre sin pasar estrictamente por todas las fases por las que tiene que atravesar «normalmente» para alcanzar ese estado, y lo que es más importante, sin necesitar el aporte de energía que necesitaría para alcanzar ese estado desde un estado inicial. 

El ejemplo que te ponen es el de una pelota impulsada hacia arriba por un ladera de una montaña con la intención de que alcance la cima y resbale por el otro lado. Se necesita darle un buen patadón para eso (energía) pero puede ocurrir que sin llegar a darle tan fuerte, la pelota, habiendo alcanzado solo una parte del recorrido hacia la cima, aparezca ya rodando por el otro lado cuesta abajo. Como si hubiera atravesado un túnel a través de la montaña. 

No es un hecho inexplicable. Al parecer tiene que ver con la naturaleza de onda que tienen las partículas subatómicas. Si pensamos en las partículas como pequeños pedruscos, la cosa nos parece imposible, pero si pensamos en las partículas como formas de onda, pues poco más o menos viene a ser como si una onda de sonido llega y choca contra una pared, una parte de la onda rebotará en la pared pero otra parte, tal vez pequeñísima, avanzará por la pared y eventualmente saldrá por el otro lado por donde la vecina está tejiendo la bufanda de la nietilla con el oído atento.  

Tras escribir lo de arriba, hice un movimiento y cayó algo al suelo. Por el sonido deduje que se trataba de una regla con la que poco antes había estado midiendo un clavo (9,2 centímetros de largo y 3,5 milímetros de diámetro en el cuerpo del clavo, la cabeza no la medí. Me lo encontré al bajar del coche cuando iba a desayunar. Estaba nuevito, me agaché a recogerlo y me lo eché al bolsillo de la chaqueta. Lo recogí porque era algo útil y estaba nuevo, tal vez más porque estaba nuevo que porque era algo útil, aunque apenas tenga valor. Tan poco que al que se le cayó no lo echará de menos, y tal vez hasta lo oyó caer y ni se preocupó de recogerlo. Ahora está aquí, en mi mesa de despacho junto a las plumas, bolígrafos, rotuladores, lápices. Definitivamente ahora es un Objeto Fuera De Lugar –¿OFL?, ¿fuera de Sitio?, OFS, mejor–  que podría convertirse en una obra de arte o un ready made de esos. ¿Qué hace un clavo en medio de esta gente?, preguntará el observador. Y empezará a meditar sobre el sentido de la obra. El sentido es un invento de la imaginación. Es ella la que genera la duda y luego trata de satisfacerla. La realidad simplemente está ahí. Ocurre y ya está. La imaginación no puede soportar esta falta de misterio de lo que sucede. Lo que sucede ya no puede ser de otra manera. El camino es la única elección efectivamente realizada de todas las posibilidades que había de llegar desde A hasta B. La vida también es un camino). La regla se me cayó, pensé, y me agaché a buscarla. No la encontré. Aparté la silla y miré dentro de la papelera, pero nada. La regla había desaparecido. Por un instante imaginé que, por consecuencia del nuevo concepto que había introducido en mi existencia, el nuevo conocimiento había encendido nuevas luces en mi percepción de la realidad que me rodea, teniendo como consecuencia que llegase a apreciar nuevos matices de esa realidad, y que una expresión de eso era la desaparición de la regla justo después de caer, no sé tal vez trasladándose de dimensión por alguna especie de efecto túnel causado por una improbabilísima forma de golpearse contra el suelo, de modo que el yo de ese universo paralelo se encontraría, al agacharse a recoger la regla, con que habían dos reglas exactamente iguales. Fue un segundo en el que vislumbré el misterio y luego la puerta se cerró, recobré mis facultades naturales, me arrastré por el suelo y encontré la regla, medio camuflada contra las baldosas negras gracias a su transparencia. 

La regla cayó y yo imaginé y me fui más allá de la realidad palpable, mecánica, contante. Tal vez eso es también el efecto túnel. Ese aventurarse más allá pero no físicamente sino en otra dimensión como es la dimensión de la imaginación. Otro ejemplo que te ponen para hacerte comprender el efecto túnel es una masa o nube de puntos que representa a una partícula, y que avanza hacia una pared. Cuando choca contra la pared, rebota y comienza a avanzar en sentido contrario, pero una especie de nube fantasma parece haber atravesado la pared y continuar en la misma dirección y sentido por el otro lado. Eso es la imaginación que continúa avanzando hasta agotarse o extinguirse. Si en el otro lado hubiera un «repetidor» como se hace con las corrientes eléctricas cuando se van atenuando a causa de la distancia recorrida por el cable, entonces esa entidad doble de la masa de partículas original adquiriría sustancia propia y habríamos conseguido crear un desdoblamiento de la realidad.


En cierto modo esto nos lleva a la idea de que el que quiere puede. Es decir, si tu voluntad de querer algo es lo suficientemente fuerte, ese fantasma que atraviesa la pared resulta más consistente hasta el punto que puedes conseguir llegar a convertirlo en una realidad. La pelota rebota contra la pared porque es demasiado consciente de que la pared es un obstáculo. Olvidando que la pared es algo que se contrapone a su voluntad de seguir avanzando, atravesaría simplemente la pared que ni si quiera verla. En la película (y ensayo-recreativo de Jon Ronson) “Los hombres que miraban fijamente a las cabras” había un personaje que estaba convencido de la verdad de este argumento y se negaba a utilizar la puerta para salir de su despacho, al menos en un primer intento. Con el topetazo, su mente se volvía demasiado consciente de la presencia de la pared como obstáculo y eso le desalentaba para volver a intentarlo.

En el mismo sentido de «el que quiere puede», (en tiempos esto se conseguía por medio de la fe y de la oración, que, decían, podía mover montañas), están los que llegan a decir, aduciendo, no sé si con excesiva extrapolación, argumentos cuánticos como este mismo del efecto túnel y aquel de que hasta que no se observa una partícula no se puede fijar su estado concreto, que es, todos al mismo tiempo( Quiérese decir que las partículas subatómicas parecen estar simultáneamente en todos sus estados y que solo al practicar una medición se las pilla en un estado concreto, por eso se habla de probabilidades y no de cantidades exactas), que la realidad es moldeable por la voluntad, que en sí misma no es más que un sistema de partículas, una matriz de datos, creo que decía Jacobo Grinberg, a la que nuestra mente le da sentido, y que por lo tanto el acto de nuestra mente es el que fija el estado de esas partículas, así que es nuestra mente la que decide.  De ahí por ejemplo las extrañas materializaciones que dicen que son capaces de realizar algunos curanderos mexicanos o algunos otros santones hindúes. ¿Y por qué los demás no podemos? Pues porque, como dice Gurdieff estamos muy lejos de ser Seres Humanos completos (él dice habitualmente Hombres, pero por mor del lenguaje inclusivo, he cambiado el término para que sea más abarcante), aún somos apenas máquinas biológicas que respondemos mecánicamente a estímulos, más o menos complejos, pero no muy lejos de que se hunda el botón cuando lo pulsamos. Nuestra mente, todo lo que somos capaces de concebir es simplemente una copia de patrones que se han instalado en ella y somos incapaces de dudar de la realidad que nos han enseñado a percibir. Si conseguimos refinar nuestra mente, tal vez lleguemos un día, es lo que se sugiere en la película Matrix, a comprender que todos somos representaciones, fantasías de unas mentes que se han creado un mundo fantástico común y que lo han olvidado con el paso del tiempo, acostumbrándose a creer que esta es la una realidad constatable. 

Esos que sueñan, que nos sueñan, ¿dónde están? No en esta realidad, que es su sueño, tal vez en una  realidad como  esta puesto que la sueñan y uno no hace telas con otros hilos que los que conoce, aunque la tela en sí sea otra. 

Cada uno de nosotros somos, hipotéticamente, la representación de dioses dormidos que obran en este mundo de fantasía a través de nosotros.  Cuando morimos, quien nos sueña despierta y comprende que todo ha sido un sueño. Maldice por no acordarse más que de briznas de todo lo que ha soñado, nuestra vida, se levanta, mea y se va a la cocina a hacer un café mientras se rasca la cabeza y bosteza. 

jueves, 27 de mayo de 2021

La pervivencia de la inmadurez

 Acabo de sorprenderme dándome cuenta de que un autor (bloguero) que yo creía más viejo que yo –por lo que le he leído únicamente, pues él nunca ha declarado su edad ni muestra fotos que  nos permitan intuirla por su aspecto–  es más joven, yo calcularía mínimo de 10 años. La confirmación de que es en efecto más joven que yo la da una referencia temporal imprecisa;  no obstante, por lo allí mencionado, estoy noventa y nueve por ciento seguro de no me supera en edad. Hasta ahora yo le atribuía unos sesenta largos, a punto de hundirse en los 70 si no estaba ya nadando en ellos. A mí me quedan todavía unos cuantos añitos para la jubilación.


Creo que es la primera vez que me pasa que una escritura me engañe de esa manera. Lo corriente es que los autores sean más jóvenes que yo y que mi intuición normalmente juegue con bastante ventaja atribuyendo juventud. Las pistas para una estimación la dan la temática que tocan, las referencias que usan, incluso el estilo en que escriben. Pero esta vez la intuición me ha fallado. Y me ha sorprendido. No sé, hay una escritura muy meditada, temas de cierto calado que expone muy personalmente, es decir, usa citas, pero no descansa íntegramente en ellas como acostumbran a hacer los que quieren pasar por académicos. Se nota o quiero notar que el origen de cada entrada deriva de alguna lectura en marcha. Aborda los temas con absoluta mesura, no le he leído ningún exabrupto, y son temas poco relacionados, saltando de un ámbito a otro. Los autores frecuentados por este autor me suenan habitualmente, es otra medida de que pertenece a mi generación o anterior. Y una última cosa es que acostumbra a referirse a «los jóvenes» como a una raza aparte. 


Los escritores más jóvenes suelen ser mucho más cachazudos, más coloquiales o confianzudos en la escritura incluso aquellos que sientan cátedra y afirman con rotundidad y están avalados por infinidad de títulos y citan multitud de autores de los que yo no he oído ni hablar, gente muy moderna; muchos son bastante jactanciosos, y escriben con sorprendente seguridad en sí mismos, o esa es la impresión que dan. 


Esta sorpresa me ha hecho meditar sobre nuestra imagen llamada virtual. Me pregunto cómo se me verá a mí desde ahí fuera. No quiero ni pensarlo, porque yo, desde aquí dentro ya me veo bastante ridículo muchas veces.  Me río comentando muy a menudo cómo en el mercado las dependientas me siguen tratando de mi niño, – aunque lo considero una estrategia de marketing, más descarado es el pescadero que todavía me trata de  campeón– , pero, aunque presumo de parecer más joven de lo que soy, frecuentemente me acuerdo de algo que leí sobre Walter Benjamin, que se quejaba de que una novia que tenía le trataba con apelativos ridículos, del tipo cuchi cuchi,  o mi chiquirritín,  que a él le hacían sentirse subestimado intelectualmente (además le pinchaba en su complejo de bajito), y la verdad es que me incomoda dar esta imagen infantil y poco madura que sospecho que doy, porque en realidad así es como me siento, cuando quisiera parecer serio, distante, respetable. Y desde luego mi escritura, vamos a decir que tengo una escritura, es bastante informal y a veces populachera. No es imitación, naturalmente, de los modos juveniles, para que se me crea joven, sino simple pervivencia de mi inmadurez, mi baja extracción social y mi fobia a asumir actitudes ceremoniales, entre las cuales cuento la imitación de otros, tanto en mi actitud como en mi estilo de escritura e incluso en mi vocabulario. Esto me hace, llamémosle contradicción, darme cuenta de que mis textos dejan mucho que desear sobre todo en credibilidad, autoridad, literaturalidad, lo cual me molesta, pero  tampoco es que me la vaya a echar fingiendo que se trata de una postura ética que voy a mantener firmemente, más bien es que soy incapaz de hacerlo de otra manera. Me temo que no estoy, dolorosamente, a la altura de mis propias expectativas sobre mí.