miércoles, 30 de noviembre de 2016

Chorizo y Salchichón

Esta mañana me desperté con la frase “como lágrimas en la lluvia” flotando en la mente.
Debe ser que había estado soñando con la muerte porque esa frase se refería a mí, a todo lo que soy, a mis bromitas de por la mañana, a mis ideas, a mi forma de hacer el café, a todo eso que llamo yo y que somos tantos pero dentro de este cuerpecito que diosmadao. Ya sé que no es tan grandilocuente como ver estallar naves en llamas en la constelación de Orión o echar una meada a las puertas de Tanhauser, pero esto es lo que puedo dar, y, al parecer, algunas mañanas siento pena de que se pierda. Creo que solo por esto vale la pena seguir escribiendo. No es que uno valga o no valga la pena de conservar. Es que esa sensación de que algo de ti queda cuando tú no estés nos reconforta levemente mientras nos encontramos vivos, a pesar de sospechar que todo eso nos resultará absolutamente inútil cuando hayamos muertos.

No se crean que es así siempre, ayer por ejemplo me desperté con dos personajes, payasos, que se llamaban Chorizo y Salchichón. (Eran ladrones; Chorizo, el serio, el que hacía los planes, y Salchichón, el inquieto, medio tontorrón, que era el que al final hacía las cosas bien pese a sus continuas meteduras de pata y las broncas de Chorizo que en realidad nunca llega a hacer nada).

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Albricias

Tanto va el cántaro a la fuente que raro es que no vuelva lleno de agua. Pero claro, no toda la culpa es del cántaro, la fuente pone lo suyo. En nuestro caso, también hay que hablar -siempre queda exculpado por ese refrán- del señor, más a menudo señora, que lleva y trae el cántaro para un lado y para el otro. Que parece que fuera el cántaro solo el que desplegase unas patitas para andar y que la fuente se le subiera al hombro para tentarle: "déjame entrar en ti, cantarito". Nada que ver. El refrán abstrae el elemento más importante de la acción: el ser  humano o individuo que porta el cántaro. Este es el culpable de que el cántaro caiga y rompa. Perdiendo toda el agua si es a la vuelta o todo el aire si es a la ida. Hay otro refrán que sí culpa a la bella pastora de ir distraída haciendo cábalas de cómo va a gastar el dinero obtenido de la venta de la leche que, en esta ocasión, encierra el cántaro. Pero, ya digo, es otro refrán.

Pues todo este preámbulo, que no tiene nada que ver con el tema central, es para desembocar en el tema central, que es que: de tanto insistir en escribir tonterías, al final uno va y pilla un libro. Así, como quien pilla una pulmonía de tanto andar bajo la lluvia, o pilla una alergia de tanto caminar entre las gramíneas, o pilla una sífilis de tanto andar con mujeres desaseadas. De esa misma manera que digo en plan metáfora, las muchas escrituras en este blog al que me expongo imprudentemente me han llevado a pillar otra vez un libro; ya en otras ocasiones me ha pasado, pero no se inmuniza uno contra esto, la única vacuna es el aburrimiento, el cansancio, la malagana, la desilusión; pero quién se cansa de un orgasmo continuo -no sé por qué pienso en ratas de laboratorio, cosas del subconsciente-, quién se cansa de la más maravillosa de las maneras que ha inventado el hombre de no hacer nada, quién se cansa de mirarse para adentro para olvidarse de lo de fuera, esa matrix para la cual no hay pastilla que valga. Yo me canso a veces, pero me recupero enseguida. En cuanto pienso que peor es trabajar, y como trabajar tengo que trabajar, que no me gusta, por qué voy a privarme de escribir, que sí que me gusta mucho.

Pues entonces pasa, y todavía no lo he terminado de decir, que mira que soy cansino, que tengo libro nuevo. Quiero decir que no lo tengo aún, pero lo tendré, editor mediante, dios le conserve toda su buena voluntad. El libro se va a llamar si la censura no lo remedia
INVENTOS Y MIXTIFICCIONES  
(Mercurio Ediciones)
y lo autorizo yo, Riforfo Rex, aunque, como siempre, el amigo Ricardo me echa una mano en poner las manos y eso, que él se lleva la parte trabajosa del asunto que es mover los dedos y poner las palabras y yo la parte mollar, que es estar tumbado y pensar las historias, soñarlas, inventarlas, o copiarlas clavadito clavadito de la realidad, según le convenga a cada una.

Si hubiere o hubiese algún lector de este blog, y si, siendo habitual dél, estuviese interesado en mis... llamémosles tonterías, que a mí se me hace gordo llamarlo obra o creación, que yo no creo nada y obro menos, si no es en cierto lugar, donde, por cierto, recibo no pocas de las inspiraciones que luego aquí llegan convenientemente perfumadas, estoy seguro de que le parecerán albricias estas nuevas (no sé si conviene aquí esta palabra, pero la dejo que es bonita, y últimamente tengo cuerpo de Góngora como aquel de Amanece que no es poco), vayan para ellos estas notas como campanillas para el perro de Paulov, haciéndole paladear los manjares anunciados (que vendrán, no como al perro referido que al final ya no venían y todo quedaba en campanillas). Si no hubiere lectores de este blog, pues nada les anuncio y nada les deseo que es tontería gastar palabras para quien no las lee.


jueves, 10 de noviembre de 2016

Ingeniería Social

El otro día, echando un vistazo al libro de filosofía de COU que todavía hoy me siento incapaz de “leer” comprensivamente, me entretuve en Compte, que hablaba o proponía o tenía esperanzas de que algún día hubiera una “ingeniería social”, es decir, un estudio de la sociología como ciencia empírica, en la que se aplicaran fórmulas para analizar y sacar conclusiones y establecer direcciones. No sé si basado en eso estaba la saga aquella de Isaac Asimov que se llamaba Las Fundaciones, en donde el tío venía a proponer una sociedad que preveía los sucesos del futuro y trataba de corregir deficiencias dirigiendo el rumbo de la sociedad en un sentido u otro. Algo de eso nos falta, me parece a mí. Ya está bien de política circunstancial, dirigida por intereses mezquinos y zafios, es decir, intereses particulares, “dinero, casi siempre”, en los que nos embarcan a todos bajo el indiscutible, e indefinido o pervertido, paraguas de la democracia.
Sin hacer alardes de erudito, nada más alejado de mi humilde persona, tengo para mí que el gran cambio que hubo desde el siglo dieciocho al siglo diecinueve, la abolición de un sistema de sociedad, estuvo marcado por dos guerras, en cierta medida mundiales, aunque con epicentro en Europa, me refiero a la Revolución Francesa y a las invasiones Napoleónicas. Tras eso, el mundo tomó un nuevo rumbo, al menos hubo un cambio significativo de la configuración de nuestras sociedades. Lo mismo ocurrió al comienzo del siglo XX, con la primera y la segunda guerras mundiales. Y ahora estamos en el siglo XXI, donde, todavía, tocamos madera, no se ha desatado el caos físico, aunque el caos metafísico ya hace tiempo que lo tenemos aquí. Si no queremos entender las guerras en oriente medio como la primera parte de esta, al parecer costumbre humana de no mover ficha hasta que no hayamos cometido las mayores barbaridades de que seamos capaces, para luego arrepentirnos,  darnos golpes de pecho y jurar por todos los demonios, como en aquellas primeras borracheras descontroladas de nuestra juventud, que nunca más.