miércoles, 23 de diciembre de 2020

Tenéis fe; tened, pues, fe en el Señor.

 Hay una novela de Cesar Aira, el Mago, creo, donde un mago, uno de verdad, disfraza su condición bajo la profesión de prestidigitador. Solo que él hace los trucos en realidad. El mago no tiene necesidades porque puede satisfacer cualquier necesidad con solo desearla. Si necesita dinero, simplemente lo hace aparecer; si necesita el amor de una mujer, con un gesto inocula en ella un amor sincero. Ya está. Por eso se siente profundamente insatisfecho y vacío, no sabe distinguir cuál es la realidad del mundo y cual es la realidad que él ha creado, no puede distinguir el mundo de su propia subjetividad.  

Me he acordado de esto leyendo la novela de Alberto Laiseca, El jardín de las máquinas parlantes, en donde un mago le explica a un lego, por distinguirlo, que tiene que creer en todo lo que le diga, no puede confiar en la realidad de lo que pasa porque los magos enemigos pueden disfrazarse de cualquier cosa y engañarle sin que él tenga opción a descubrir que es un fraude. 

Piensa uno en estos tiempos de fake news y de saturación de información y te das cuenta de que es lo mismo. La verdad es solo una cuestión de fe, de en qué o en quien quieres fiar-te. Pero en la realidad siempre puedes desconfiar de todo y al menos contrastar múltiples informaciones y sacar un promedio que te permita, si no descubrir la verdad, adivinar el núcleo en torno al que se han tejido todas esas mentiras. 

Naturalmente esto implica un gran trabajo, tanto como ir tanteando el suelo a cada paso que das no sea que se vaya a hundir. Si uno fuera a desconfiar de todo lo que pasa ahí fuera el mundo se haría una pesadilla desde que te levantas hasta que te acuestas. Poniendo en cuestión todo lo que ocurre, la fiabilidad de cada persona con la que hablas, la capacidad de tu coche para responder al acelerón, la de tu bolígrafo para continuar vertiendo tinta, hasta la de tu corazón para seguir latiendo. No. Uno tiene que tener ciertas certezas, fiar-se de muchas cosas para ahorrarse muchos trabajos de verificación, y es por eso que al final, es verdad, gran parte de nuestras existencias están basadas en la fe, en la creencia sin verificación. Y es por eso que yo os conmino a todos a que tengáis fe en el Señor ... etc.


viernes, 11 de diciembre de 2020

Crónicas de actualidad.

 Yo no entiendo nada. Al rey emérito JC primero le pagaron una enorme cantidad de pasta por conseguir que un consorcio de empresas españolas obtuvieran la adjudicación de la construcción del AVE de Medina a la Meca en Arabia Saudí. Quien le pagó no fue el consorcio de empresas sino el gobierno (o lo que sea) de Arabia Saudí. No lo entiendo. Entendería que las empresas le hubieran pagado al ex-rey para que utilizara su campechanía con sus amiguitos árabes para conseguir que estos optaran por las empresas españolas, pero ¡qué sean estos lo que le hayan pagado!... 

Y entiendo menos que más de la mitad de ese dinero que por lo visto fueron 100 millones se los "regalara" (cuando pienso que le negué un euro a un chiquillo desdentado que tocó ayer a la puerta de casa) a la señora Corinna. Que, según su abogado, no se los había pedido. Que sí, una ayudita para el colegio del chiquillo me parece que no está de más, pero es más de la mitad de lo que ingresó por su campechanía o lo que fuera. Tal vez es "su parte" del negocio y la campechanía fue a medias.

Esto se descubrió investigando los tejemanejes de ese tio, El Villarejo, que lo sabe todo sobre lo que en Podemos llaman "Las Cloacas del Sistema". Que cada vez que le da por respirar destapa más chanchullos y que debe tener más enemigos que Venezuela en el panorama político, y sin embargo ahí lo tienes, intocable, al parecer. 

Todo esto no tiene nada que ver con la deuda que acaba de pagar su exmajestad de casi setecientos mil euros, que es mucho como deuda a hacienda por parte de un asalariado que ingresa oficialmente algo menos de doscientos mil euros anuales, y que por lo visto se debe a que el hombre no gastaba de su dinero, sino del dinero que amablemente le cedía( graciosamente o no, a saber qué favores le exigiría, que esos mexicanos son muy machos por fuera pero luego..., ah, no, que este es medio inglé), en una tarjeta prestada, un fulano mexicano al que también debe sobrarle por todas partes (menos, probablemente, por la parte de los salarios que paga a sus empleados... bueno, empleados, el tío es banquero e inversionista, así que es de esos que ni siquiera paga sueldos, especulación pura, dinero de aire), que tiene que regalarlo, pero que para la hacienda española son ingresos del exrey, y por lo tanto sujetos a contribución. 

Vamos, que por esas atmósferas superiores vuela el dinero de un lado para otro en bandadas tan compactas como las de los estorninos. Y no está mal, que hace bonito, como las bandadas de los estorninos, pero con las dificultades que hay por aquí debajo no sé yo si es ejemplo edificante. Y que para lo único que se use ese dinero es para ir a cazar elefantes, o encerrarse en habitaciones de 11.500 euros por noche, que, teniendo en cuenta que en los hoteles del sur están anunciado ofertas de 60 euros por noche, ciertamente es algo carilla, no sé yo si está eso mejorando el mundo o no. El mejicano-inglé, por lo menos invita a sus fiestas a la gente del pueblo, dicen, al menos a la inauguración de su castillo allá en Irlanda, donde, dicen, acostumbra a hacer fiestas cucas, invitando al exmonarca, claro, de disfraces y eso.

martes, 1 de diciembre de 2020

El cajón de las tareas pendientes

 

Vengo pensando que hay muchísimas cosas, triviales en su mayoría, que proyecto hacer, pero que no hago; que pospongo hasta que sea «su momento», quizá dejando pasar su momento que es, muchas veces, el momento en que se me ocurre hacerlas; y que se van acumulando ahí, en el cajón de tareas pendientes. 

Son cosas, ya digo, sin importancia: ir al cine, salir por las tardes, hacer un viaje, escribir un libro, hablar con alguna persona que me interesa por una u otra razón, leer algún libro, abandonar el trabajo, suicidarme...Las voy dejando por simple pereza o porque su realización me genera mucho trajín y no es el momento, o porque no encuentro una motivación compensadora de tanto esfuerzo, o simplemente porque no encuentro una motivación para hacerlas, o porque preveo por adelantado la inutilidad del acto.

Muchas dejarán de tener relevancia, otras perderán vigencia y otras envejecerán esperando y siempre estarán latentes; pero solo unas pocas se realizarán. No las más interesantes, no las más trascendentales; apenas las que su materialización no estorbe demasiado el hábito de vida mediocre y sin sobresaltos que se ha hecho fuerte en mí.