Se citaron a la puerta del cine. No se conocían. Y
olvidaron convenir un método de reconocimiento. Él estaba apoyado junto al
ascensor, leyendo un libro. De vez en cuando levantaba los ojos y echaba un
vistazo alrededor. Ella estaba junto a las taquillas. Miraba a la cara a todo
el que pasaba y si hacía un gesto de reconocimiento le preguntaba, ¿eres R.?
Unos le respondían que no, simplemente. Otros intentaban aprovechar la ventaja,
"soy quien tú quieras". Y alguno huía hacia la otra ventanilla sin responder,
mirándola con ojos de loco, que es como se mira a los locos cuando nos sentimos
atacados por ellos. Por fin, él dejó de leer y se acercó a ella. Soy yo, dijo
simplemente. Ella lo miró, luego miró hacia el lugar que él acababa de abandonar
cerca del ascensor. Luego volvió a mirarle y su rostro se volvió roja de ira.
Le pegó un bofetón electrizante, que hizo que a él se le virara la cara y se le
cayera el libro. Después se marchó a toda prisa. Él quedó con una mano apoyada
en la mejilla golpeada. Cuando ella desapareció, recogió el libro de las manos
de una anciana que se lo tendía pacientemente, sonriendo. Gracias. ¿Tú eres R.?
Yo soy Ami. Su cara de dolor se transformó en asombro. Volvió a mirar hacia el
lugar por donde había desaparecido la chica. Miró a la anciana.
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