De todo se saca una lección. Llego a mi calle y no hay ni un
aparcamiento. Todo ocupado. Los tipos que trabajan en los alrededores prefieren
aparcar en las calles antes que alrededor del parque, donde hay un parquímetro
que cobra por minutos. No les culpo a esos cabrones, pero llego a mi calle y no
encuentro aparcamiento. Así que doy una vuelta. Por arriba tampoco, por abajo
menos. Vuelvo a pasar por mi calle y sigue todo igual. Amplío el círculo, trazo
una espiral, dos calles más allá, tampoco. Pero mantengo la esperanza y vuelvo
a pasar por mi calle a ver si. Pero no. Nueva vuelta, nuevo ciclo con una calle
más de radio, un sitio incómodo, pero libre. Me daré otra oportunidad. Otro
sitio mejor que el anterior, aprovecho. Aparco y vuelvo andando. Enfilo mi calle
y me encuentro uno, dos sitios libres: los tipos han terminado su jornada y se
acaban de ir a casa. ¿Conclusión? No he insistido lo suficiente, no he tenido
paciencia. Debí haber esperado un poquito más y habría obtenido mi recompensa.
Pero me precipité, abandoné demasiado pronto. Esto parece una historia de Jorge
Bucay o de Jodorowski. Pero no, es de Riforfo Rex. Aprendizajes a pie de calle.
Lo que el día a día nos enseña. No abandones nunca. O bien, mira la hora y
calcula más o menos cuándo sale la gente del curro para sincronizarlo con tu
regreso a casa. O aún mejor, qué rebuznos te importa dónde aparcar tu coche.
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