lunes, 21 de enero de 2013

Una historia verdadera - David Lynch

 
Había oído hablar de esa película rara de David Lynch -una película rara de David Lynch es una película de David Lynch que no es rara, es decir, una película con el argumento expuesto ante ti como una línea recta, bien marcada, sin sueños, sin flashbacks, sin personajes circense; una película de gente corriente que hace cosas solo un poco desviadas de lo corriente- y me parecía una estupidez. Pero ayer acabé de ver Papillón, que nunca había visto, y cuando terminé vi el nombre de David Lynch y pinché. Me puse a ver la película.
Un viejito, setenta y pocos años, bastante jodido de las caderas, que se resiste lo más posible a las recomendaciones del médico, que vive con su hija que contruye nidos para pájaros, se entera de que su hermano ha tenido un infarto y decide ir a verlo. Al parecer lleva diez años sin hablarse con él y quiere resolver el asunto antes de que sea demasiado tarde. La única manera que se le ocurre es conduciendo un pequeño tractor que usa para podar el césped. Tiene dos salidas, como don Quijote, en la primera, la máquina le falla a los pocos kilómetros y tiene que regresar. Se compra una de segunda mano y con esta emprende su segunda salida. Por el camino se tropieza con una chica que lleva cinco meses fugada de casa -la parábola de la ramita que se quiebra fácilmente y el haz que es más difícil de quebrar-, con unos jóvenes ciclistas -lo peor de ser viejo es recordar cuando se era joven-, con una familia que le acoge en su jardín mientras reparan la máquina, con un compañero de generación con el que recuerda los duros momentos vividos en la guerra, y, al final, con su hermano. “¿Y has recorrido trescientos kilómetros en ese cacharro para venir a verme?”, “Sip”.
Por el camino tenemos los paisajes, maizales y, supongo, trigales. Máquinas segando. Larguísimas carreteras. Apacibles caseríos esparcidos. Esa América completamente alejada de las ruidosas ciudades y que cuando salen en las películas es porque son el escenario de sangrientas tramas perpetradas por asesinos en serie, sectas siniestras o mafiosos en fuga.
Para mí, la película trata de la vejez. Del simple hecho de envejecer y de la disconformidad que tienen con eso algunas personas, sin llegar al extremo trágico de impedirlo por medios más expeditivos. Este viejito ve la muerte hacerle señas y siente que aún le queda algo por hacer y que tiene que hacerlo por sí mismo, y ahí va, sin dejarse amedrentar por las burlas de sus compañeros de cartas del bar.

Viendo esta película me he sentido por primera vez en el umbral de la vejez.

Dice Maqroll el Gaviero que lo peor de hacerse viejo es que uno tiene en su interior a un muchacho intemporal, por el cual no transcurre el tiempo, que va encontrando cada vez más dificultades en identificarse con ese cuerpo que lo porta. Si no se acuerda uno de ese contraste que va aumentando con el tiempo, se mantiene, hasta el borde de la ancianidad, comportándose ridículamente, pero de forma inadvertida, hasta que, de pronto, un día, se encuentra tirado en el suelo de la cocina sin poder levantarse porque se ha fracturado una cadera. Entonces todo el tiempo de desfase se le desploma a ese jovencito interior de una sentada y es cuando todo se corrige.

postdata: no me gustan los años que terminan en tres.

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