Me gustaría...
(¡cuidado con lo que vas a decir!),
es verdad, nada.
Un «me gustaría» es un “pero si no hay que molestarse demasiado, y si puedo decir que no después de adquirido y me doy cuenta de que no, de que en realidad no, o de que ya no...”
Sí, me paso el tiempo con estos me gustaría que preferiría que no, no sea que al final no me gustase. En realidad es que trato de llenar mi, no sé qué, mi bolsa de sensaciones, engrasar mi máquina de sentir, de desear, deseando algo aunque sea en vacío, pero lo intento y me sale esto, esta desactivación automática de perspectivas falsas.
Es, supongo, mi lucidez, o mi ancianidad, que esto sí que debe ser hacerse viejo, cuando uno ya tiene que forzarse a desear para querer algo, cuando ya no le brotan deseos de la tierra estéril por más fertilizante que uno le eche.
No sé. Me gustaría volver a desear algo. Es cierto que no tengo buenas experiencias con esto de los deseos (casi todos iban de mujeres), pero echa uno de menos esa parte de su vida en la que aún creía que existían tierras ignotas en su propio futuro. No. El mapa parece ya cubierto de nombres, vías, rayas que forman fronteras, colores que indican propiedades. A lo más que puede uno aspirar es a viajar como turista dentro de su propio porvenir.
Y de pronto, un volcán te echa de tu casa y borra de la superficie todo lo que tienes, y te encuentras solo y desnudo, como quien dice, al principio de un camino y sin ganas, ya sin ganas, de ir a ninguna parte, que estás más cerca del ya haber vuelto y descansando. No. No me ha pasado. Solo trataba de imaginar cómo es eso, cómo sería eso de, de pronto, volver a tener que…
Qué pereza,
que desgana,
¡qué mierda!
Y qué suerte que no me ha pasado a mí.
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