Según dice Mircea Eliade en El Mito del Eterno Retorno, las ceremonias, las tradiciones, son actos repetitivos que imitan a los actos primigenios realizados por los dioses al comienzo de los tiempos. Esta repetición no es considerada en sí una imitación sino una verdadera repetición del acto, es decir, que mientras se está realizando se vuelve al comienzo, al mismo momento en que los dioses realizaban aquel acto. Con esto se anula el transcurso del tiempo puesto que se repite incesantemente. Se anula más bien la idea de historia, es decir, de sucesión de actos irrepetibles que se pierden una vez realizados y que nos hace tomar conciencia del transcurso del tiempo y por lo tanto de la aproximación al fin.
Esto explica por qué me siento más cómodo durante el curso, durante mis jornadas laborales con mis días iguales unos a los otros, mis semanas iguales unas a las otras, y cuando llegan las vacaciones esté todo el tiempo con una vaga inquietud, notando cómo se va perdiendo atrás cada segundo porque no hay dos días iguales (unos no hago unas cosas, otros no hago otras, pero nunca pienso por adelantado qué es lo que voy a dejar de no hacer cada día; se aplica verdaderamente esa máxima que me extraña que venga en la Biblia: dejemos que cada día tenga su propio afán).
Dice también que solo la repetición confiere realidad a las cosas, a los sucesos. Esto está luego corroborado por Hegel, según parece, vaya usted a saber, que quería tratar de explicar en qué consistía la historia. Eliade dice que la historia es esa sucesión de ocurrencias imprevisibles, irrepetibles –por lo tanto, para fijarlas, para darles una cierta eternidad, hemos terminado por inventar la escritura, para poder, al menos, de palabra, repetir lo que sucedió y que así no se pierda irremisiblemente, de nuevo, haciéndonos plenamente conscientes del transcurso del tiempo –que componen nuestros días cuando no actuamos bajo un patrón previsto sino que vivimos a lo loco respondiendo a los estímulos que nos van acosando a cada instante. Por eso de vez en cuando necesitamos pararnos y hacer algo previsto, una ceremonia, en la que controlemos exactamente qué es lo que vamos a hacer. De ahí las bodas, los bautizos, las fiestas repartidas a lo largo del año en las que ponemos tantas esperanzas, aparentemente porque libramos un día del abuso del trabajo, pero en realidad porque es un día previsible de caos, de interrupción, de fiesta (orgía) que precede a la nueva creación del mundo.
La mentalidad arcaica no tiene historia, tiene mito. Como yo, que apenas recuerdo por fechas o por números o por referencias, lo que sucedió. A partir de un año atrás todo ocurrió en un tiempo mítico, in illo tempore, que repite Eliade, un tiempo en el que todavía habitaban los dioses; y por eso todo lo que recuerdo despierta esa nostalgia de paraíso perdido, incluso si el recuerdo, mejor razonado, hace sospechar que en el momento, aquello que nos estaba pasando no nos estaba gustando nada. Los sucesos se van acumulando intemporalmente en el mismo saco y cuando se forman patrones que vagamente despiertan el eco de algún suceso inaugurado por los dioses en aquel paraíso, se crea un nuevo mito: ejemplo, vas andando por tu casa despistadamente pensando en qué demonios es lo que querías hacer ahora, que se te ha olvidado, cuando ves una cucaracha en la puerta de la cocina. Plaf, zapatazo, y sigues para adelante. Pero eso queda; y tres días después estás contándole a los colegas cómo aniquilaste a aquel monstruo que te atacó sin sentido y sin provocación alguna y que una vez que acabaste con él, con el caos primigenio, de sus partes derrotadas y separadas construiste una vez más el mundo: las alas formaron el cielo, las patas sostuvieron la tierra, las antenas… pues con esas montamos los rayos cósmicos y con el líquido baboso que sale del cuerpo, el mar original, el cuerpo aplastado el mundo, etc. Tus amigos no se lo creen, por supuesto, porque son muy escépticos y piensan que estás haciendo toda una cosmogonía de haber simplemente aplastado una cucaracha, pero ellos no saben que yo he purificado mi espíritu de los pecados de la transitoriedad porque he recomenzado de nuevo con el mundo nuevamente creado, mientras que ellos, en el mundo viejo y acabado siguen en el carro de la temporalidad que se dirige cada vez más rápido hacia el caos que precederá, quién sabe cuánto tiempo después, a una nueva creación que yo ya había previsto.
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