Me he burlado alguna vez de la forma de entender el cine de Bela Tarr. Eso de dejar la cámara apuntando a un paisaje vacío y marcharse a comer un bocadillo mientras la cámara rueda. Esto les dirá la clase de cine que hace este hombre. Y sin embargo, es fascinante. Es otra forma de entender el cine que no tiene nada que ver con eso a que nos tienen acostumbrados los de Hollywood. Una forma que acabaremos por dejar de comprender si no nos esforzamos.
Porque eso es lo que tiene el cine de H… facilidad, simplicidad, comodidad, como las hamburguesas o ahora los kebabs que acabaran con la comida de cuchara. No digo que no hagan buen cine, muchas veces, pero hasta lo mejores utilizan recursos facilones para contentar al público. Por supuesto que tienen que tener sus complejidades, pero con un envoltorio azucarado para que de primeras se venda, y, sobre todo, exhibiendo impúdicamente ese obsceno, criminal, degradante modo de vida que venden como el fin de la Historia.
Es verdad que tengo un cierto rechazo por el modo de hacer de esta gente, lo que no me impide inflarme a ver películas de mierda, e incluso relegar buenas películas a cambio de ponerme a mirar un mondongo con tiros coches explosivos y estridencias sonoras. En fin, el espíritu es voluntarioso, pero la carne es débil, cada uno lo suyo.
No todo el mundo tiene la santa paciencia de ver una película de siete horas (yo tampoco, la he visto a trancos de dos horas). Aunque no es esta la dificultad. Siete y más horas se las pegan habitualmente atracándose de series en maratonianas sesiones. No es eso. Es otra cosa. Es el ritmo, completamente diferente de la narración. Es la preocupación por la imagen, más que por la acción contenida – incontables películas las puedes ver sin mirar solo escuchando, de hecho muchas las veo leyendo los subtítulos – , es la poética del cine por el cine y no por producto comercial.
Esta no es la única película de 7 horas que hay por ahí. De hecho hay películas de mayor duración – hay por ahí una circulando que dura 37 días –. Muchas son más bien documentales, pero no siempre. Lav Díaz, un realizador filipino debe ostentar el record de películas largas porque en esta página mencionan hasta tres.
La más larga que yo había visto, esta vez, en cine y completamente, fue El elefante sentado, (Hu Bo, 2018), cuya duración fue casi cuatro horas. (Tal vez miento, en casa me pongo cada dos por tres Siberiada, de Konchalovsky, o Doctor Zhivago, de D. Lean, que no llega a las cuatro pero casi) Me sorprendió que se tratase de una película de factura bastante convencional; simplemente que el director se tomó su tiempo para contar la historia relajadamente sin restringirse a la a veces excesivamente castradora limitación comercial. Eso, creo, es lo que le pasa a Bela Tar con esta película. Para su modo de hacer cine, tan relajado, tan moroso, el tener que condensar la narración en una hora y media resulta absurdo. O bien tiene que sacrificar la historia a base de elipsis que la hacen incomprensibles si uno no lee el libro antes – eso me pasó con Las Harmonías de Werckmeister, leí el libro para comprender lo que había visto. En El caballo de Turín (2011) llega al extremo de, me parece a mí, no contar nada. Simplemente va detrás de esa gente tan miserable y mira lo que hace (volver a casa después de deambular por ahí con el carro y el pobre caballo, donde hay una mujer que tiene preparada la comida, unas papas sancochadas). Creo que el caballo muere al final, no me acuerdo bien. Aquí parece que no había libro, todo es una ocurrencia apocalíptica de don Bela (o don Tarr, no sé cuál es el nombre).
Todo esto porque vi Santantango y fui tomando notas de cada episodio, por si algún día quiero recuperarlo, recordar cómo era qué. Reflexionar algo sobre lo que sucedía. No es lo que importa, lo que importa es la sucesión de imágenes. Pero el que haya una historia y uno más o menos la vaya siguiendo, ayuda a asimilar, llamémosle comprender en un sentido amplio, no lógico, lo que nos cuentan.
Me gusta el cine que me saca de aquí. El cine convencional ya es siempre aquí, es tan previsible, incluso en su supuesta forma de ser imprevisible, que uno se pone y no tiene que hacer ningún esfuerzo. Estas películas te obligan a estar despierto mirándolas. Te llevan a otra parte, en el sentido de que experimentas esa sensación de lo nuevo, de lo otro, frente a lo de siempre. Es verdad que no siempre está uno dispuesto a salir, y por eso la mayor parte del tiempo se come toda la basura que le dan por la tele con anuncios y todo. Pero de vez en cuando consigo elegir, y solo por eso acierto. Si encima acierto, mejor.
La película comienza con Futaki mirando por la ventana. El narrador nos cuenta que ha oído campanas, pero el único campanario está a ocho kilómetros y no tiene campana. Las campanas anuncian algo, algo va a pasar. Nosotros no oímos campanas, pero sí una especie de vibración extraña que, de algún modo, también oyen los personajes, o creen oír; algo reaccionan cuando suenan. Es como una vibración baja de fondo que anuncia inminencia de algo por suceder.
La película transcurre en escenas, anunciadas con un título al principio y al final de las cuales el narrador las termina con una conclusión o un resumen. Las escenas se solapan en el tiempo, porque vemos en muchas de ellas, esquinadamente, sucesos que ocurren en las otras.
Sospecho que hay mucha elipsis en relación con lo narrado en el libro. Que tal vez en el libro está más explícito y aquí se queda en misterio interpretable si uno no conoce la historia.
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En la primera historia, amanece. Futaki se ha acostado con la mujer de Schmidt. De pronto este aparece y Futaki tiene que escabullirse. Escondido en la habitación, oye cómo Schmidt le cuenta a su mujer que se van a fugar con el dinero. Por lo visto tienen el dinero de todo el mundo, que habría que repartir, pero él y otro han decidido dividirlo en dos partes y largarse. Futaki consigue salir a la calle en un momento de despiste de Schmidt y luego regresa como si fuera a visitarlo y le pregunta sobre este asunto del dinero. Schmidt trata de implicarlo en la trama, lo que Futaki más o menos acepta, hasta que una mujer llega diciendo que han visto a Irimías y a Petrina viniendo por el camino. Parece que consideraban que estos dos habían muerto y temen de algún modo su regreso. Futaki, menos, cree que Irimías tiene buenas ideas y va a ayudarles a salir del problema en que andan.
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Le llaman el profesor y siempre está mirando por la ventana. Ha observado toda la escena, la que se veía desde la calle, entre Futaki y Schmid. Acostumbra a anotar todo lo que va sucediendo en unas libretitas con el nombre de cada uno de los habitantes de la aldea. La mujer de Schmidt u otra vienen a ayudarle en la casa y traerle suministros, pero hoy lo que le ha dicho es que ya no va a volver, que pregunte al tendero si él puede traerle los suministros. Después de que la mujer le ha dejado, el profesor se da cuenta de que se le ha terminado el licor y sale a buscarlo – antes se ha desmayado en la propia habitación, se ha despertado en el suelo. Después de recuperarse sentado un rato en la cama, ha vuelto a su asiento delante de la ventana y es cuando se ha dado cuenta de la carencia –. Llueve, siempre está lloviendo durante casi toda la película. El profesor camina bajo la lluvia con mucha dificultad. Se refugia en una especie de almacén vacío donde hay dos chicas que le proponen sexo, que no acepta. Luego vuelve a salir a la calle, anochece. Ve a lo lejos las luces de la taberna. Allí hay una niña mirando por la ventana que lo molesta y luego se pierde por el bosque. El profesor va tras ella pero se vuelve a desmayar. No se levanta hasta la mañana siguiente que un carretero le ayuda a subir a su carreta y lo lleva a la ciudad.
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Irimías y Petrina están en la comisaría esperando a que los reciba el comisario. Este parece conocerlos. Les echa un discurso sobre el Orden y la Libertad. Considera que Irimías y Petrina son algo así como unos vagos, unos estafadores, reacios al trabajo. Les obliga a trabajar para él. Luego están en un bar. Irimías pierde un poco los estribos hablando de explosivos, que va a hacerlo estallar todo. Hay allí un tipo con bigote que escucha lo que se habla. Más tarde Irimías y Petrina están en el camino. Un muchacho que esperaba por ellos junto a unas ruinas se les une.
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Una niña y un muchacho andan por el bosque. Entierran una bolsa con dinero. El muchacho le explica a la niña que crecerá un árbol de dinero que dará muchas monedas. Luego la niña está sentada ante la puerta de su casa. Un hombre llega y una mujer le abre la puerta. El hombre pasa. La mujer insiste a la niña que no se mueva de donde está sentada. La niña se levanta y se mueve por la casa. Todo parece bastante ruinoso. Juega con un gato al que le hace sufrir algunas mataperrerías con la santa paciencia del gato soportándolas. Luego entra en la casa y roba un tarro. Contiene unos polvos que echa en un cacharro donde hay leche y obliga a beber al gato. El gato muere. La niña deambula por el campo. Vuelve al bosque y encuentra que alguien ha sacado el dinero del agujero donde lo enterraron. Se encuentra con el hermano que espera junto a las ruinas y le recrimina lo del dinero. El muchacho la echa. La niña va todo el rato con su gato muerto en brazos. Más tarde la niña llega a una ruinas, saca su tarro de veneno del bolsillo y se echa un montoncito a la boca. Se tumba bajo un árbol con el gato muerto a su lado.
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Parece que todos los de la aldea están en la taberna. Reparten el dinero y luego beben. Hay uno, el que los vio en el bar, que habla de Irimías y Petrina insistentemente, repitiendo siempre lo mismo. La madre de la niña aparece preguntando por su hija. Luego hay una larga fiesta. Bailan, beben. Se ve la cara de la niña en la ventana. Al final todos acaban dormidos donde los coge la borrachera.
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Irimías da un discurso en el funeral de la niña. Les recrimina a todos que se hayan estado divirtiendo y emborrachando cuando la niña andaba sola de noche sin saber por dónde. Les recrimina su apatía y dejadez. Les pide dinero para montar un nuevo negocio. Los consigue convencer. Al día siguiente tienen que estar en otra granja que piensa comprar para que juntos la exploten. Todos acaban aceptando.
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Irimías, Petrina y el muchacho, hermano de la niña, están en una taberna en la ciudad. Hablan con un posible traficante de armas. Le está pidiendo bombas. El tipo no está seguro de querer realizar el negocio. También acuerda con el tendero del bar que le prestará su vehículo. Aquí Irimías ha dictado una carta para que Petrina la escriba.
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Los habitantes de la aldea se han trasladado a la nueva granja. Es un majestuoso edifico pero también está en ruinas. Empiezan a dudar de que Irimías no los haya engañado. Hay algunos piques entre ellos. Justo en ese momento llega Irimías. Les echa una bronca que ellos aceptan compungidos. Cuando él hace amago de rechazarlos ellos le suplican que les perdone e insisten en seguir a su lado. Les explica que no ha podido conseguir lo que se proponía en la ciudad. Que ha cambiado de planes. Todos se dispersarán por diferentes lugares. Él estará en contacto con todos, pero ellos no entre sí. Parece que tiene un plan claro para algo, pero no sabemos de qué se trata. Todos aceptan sumisamente todo lo que dice Irimías. Tienen dudas pero confían en él. Obedecen sumisamente sus indicaciones. Todos menos Futaki al que aún le queda un resto de independencia.
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Dos policías están transcribiendo un texto que empieza como la carta que Irimías le dictó a Petrina. Parece un informe de un confidente. Tal vez el trabajo de que le habló el comisario en el encuentro anterior. Habla de cada uno de los habitantes de la aldea, calificándolos, categorizándolos, siempre de una manera bastante denigrante. Del único que viene a tener alguna consideración con respecto a su inteligencia e integridad es de Futaki.
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El profesor regresa a casa después de, según el mismo murmura, diecisiete días en el hospital. No se ha dado cuenta de que ya no hay nadie en la aldea. Oye campanas, esa vibración que antes decía. Se acerca hasta un campanario donde un viejo golpea una barra de hierro al tiempo que grita que vienen los turcos. Regresa a su casa y comienza a tapar la única ventana con unos tablones que guarda para ello. Ya con la pantalla en negro oímos, en su voz, las mismas frases con que se inicia la película, aquellas que describían cómo Futaki se había despertado oyendo campana.