lunes, 13 de mayo de 2024

Satantango, de Bela Tarr


Me he burlado alguna vez de la forma de entender el cine de Bela Tarr. Eso de dejar la cámara apuntando a un paisaje vacío y marcharse a comer un bocadillo mientras la cámara rueda. Esto les dirá la clase de cine que hace este hombre. Y sin embargo, es fascinante. Es otra forma de entender el cine que no tiene nada que ver con eso a que nos tienen acostumbrados los de Hollywood. Una forma que acabaremos por dejar de comprender si no nos esforzamos. 

Porque eso es lo que tiene el cine de H… facilidad, simplicidad, comodidad, como las hamburguesas o ahora los kebabs que acabaran con la comida de cuchara. No digo que no hagan buen cine, muchas veces, pero hasta lo mejores utilizan recursos facilones para contentar al público. Por supuesto que tienen que tener sus complejidades, pero con un envoltorio azucarado para que de primeras se venda, y, sobre todo, exhibiendo impúdicamente ese obsceno, criminal, degradante modo de vida que venden como el fin de la Historia. 

Es verdad que tengo un cierto rechazo por el modo de hacer de esta gente, lo que no me impide inflarme a ver películas de mierda, e incluso relegar buenas películas a cambio de ponerme a mirar un mondongo con tiros coches explosivos y estridencias sonoras. En fin, el espíritu es voluntarioso, pero la carne es débil, cada uno lo suyo. 

No todo el mundo tiene la santa paciencia de ver una película de siete horas (yo tampoco, la he visto a trancos de dos horas). Aunque no es esta la dificultad. Siete y más horas se las pegan habitualmente atracándose de series en maratonianas sesiones. No es eso. Es otra cosa. Es el ritmo, completamente diferente de la narración. Es la preocupación por la imagen, más que por la acción contenida – incontables películas las puedes ver sin mirar solo escuchando, de hecho muchas las veo leyendo los subtítulos – , es la poética del cine por el cine y no por producto comercial.

Esta no es la única película de 7 horas que hay por ahí. De hecho hay películas de mayor duración –  hay por ahí una circulando que dura 37 días –. Muchas son más bien documentales, pero no siempre. Lav Díaz, un realizador filipino debe ostentar el record de películas largas porque en esta página  mencionan hasta tres. 

La más larga que yo había visto, esta vez, en cine y completamente, fue El elefante sentado, (Hu Bo, 2018), cuya duración fue casi cuatro horas. (Tal vez miento, en casa me pongo cada dos por tres Siberiada, de Konchalovsky, o Doctor Zhivago, de D. Lean, que no llega a las cuatro pero casi) Me sorprendió que se tratase de una película de factura bastante convencional; simplemente que el director se tomó su tiempo para contar la historia relajadamente sin restringirse a la a veces excesivamente castradora limitación comercial. Eso, creo, es lo que le pasa a Bela Tar con esta película. Para su modo de hacer cine, tan relajado, tan moroso, el tener que condensar la narración en una hora y media resulta absurdo. O bien tiene que sacrificar la  historia a base de elipsis que la hacen incomprensibles si uno no lee el libro antes – eso me pasó con Las Harmonías de Werckmeister, leí el libro para comprender lo que había visto. En El caballo de Turín (2011) llega al extremo de, me parece a mí, no contar nada. Simplemente va detrás de esa gente tan miserable y mira lo que hace (volver a casa después de deambular por ahí con el carro y el pobre caballo, donde hay una mujer que tiene preparada la comida, unas papas sancochadas). Creo que el caballo muere al final, no me acuerdo bien. Aquí parece que no había libro, todo es una ocurrencia apocalíptica de don Bela (o don Tarr, no sé cuál es el nombre). 

Todo esto porque vi Santantango y fui tomando notas de cada episodio, por si algún día quiero recuperarlo, recordar cómo era qué. Reflexionar algo sobre lo que sucedía. No es lo que importa, lo que importa es la sucesión de imágenes. Pero el que haya una historia y uno más o menos la vaya siguiendo, ayuda a asimilar, llamémosle comprender en un sentido amplio, no lógico, lo que nos cuentan.  

Me gusta el cine que me saca de aquí. El cine convencional ya es siempre aquí, es tan previsible, incluso en su supuesta forma de ser imprevisible, que uno se pone y no tiene que hacer ningún esfuerzo. Estas películas te obligan a estar despierto mirándolas. Te llevan a otra parte, en el sentido de que experimentas esa sensación de lo nuevo, de lo otro, frente a lo de siempre. Es verdad que no siempre está uno dispuesto a salir, y por eso la mayor parte del tiempo se come toda la basura que le dan por la tele con anuncios y todo. Pero de vez en cuando consigo elegir, y solo por eso acierto. Si encima acierto, mejor. 


La película comienza con Futaki mirando por la ventana. El narrador nos cuenta que ha oído campanas, pero el único campanario está a ocho kilómetros  y no tiene campana. Las campanas anuncian algo, algo va a pasar. Nosotros no oímos campanas, pero sí una especie de vibración extraña que, de algún modo, también oyen los personajes, o creen oír; algo reaccionan cuando suenan. Es como una vibración baja de fondo que anuncia inminencia de algo por suceder.

La película transcurre en escenas, anunciadas con un título al principio y al final de las cuales el narrador las termina con una conclusión o un resumen. Las escenas se solapan en el tiempo, porque vemos en muchas de ellas, esquinadamente, sucesos que ocurren en las otras. 

Sospecho que hay mucha elipsis en relación con lo narrado en el libro. Que tal vez en el libro está más explícito y aquí se queda en misterio interpretable si uno no conoce la historia. 

--

En la primera historia, amanece. Futaki se ha acostado con la mujer de Schmidt. De pronto este aparece y Futaki tiene que escabullirse. Escondido en la habitación, oye cómo Schmidt le cuenta a su mujer que se van a fugar con el dinero. Por lo visto tienen el dinero de todo el mundo, que habría que repartir, pero él y otro han decidido dividirlo en dos partes y largarse. Futaki consigue salir a la calle en un momento de despiste de Schmidt y luego regresa como si fuera a visitarlo y le pregunta sobre este asunto del dinero. Schmidt trata de implicarlo en la trama, lo que Futaki más o menos acepta, hasta que una mujer llega diciendo que han visto a Irimías y a Petrina viniendo por el camino. Parece que consideraban que estos dos habían muerto y temen de algún modo su regreso. Futaki, menos, cree que Irimías tiene buenas ideas y va a ayudarles a salir del problema en que andan. 

Le llaman el profesor y siempre está mirando por la ventana. Ha observado toda la escena, la que se veía desde la calle, entre Futaki y Schmid. Acostumbra a anotar todo lo que va sucediendo en unas libretitas con el nombre de cada uno de los habitantes de la aldea. La mujer de Schmidt u otra vienen a ayudarle en la casa y traerle suministros, pero hoy lo que le ha dicho es que ya no va a volver, que pregunte al tendero si él puede traerle los suministros. Después de que la mujer le ha dejado, el profesor se da cuenta de que se le ha terminado el licor y sale a buscarlo – antes se ha desmayado en la propia habitación, se ha despertado en el suelo. Después de recuperarse sentado un rato en la cama, ha vuelto a su asiento delante de la ventana y es cuando se ha dado cuenta de la carencia –. Llueve, siempre está lloviendo durante casi toda la película. El profesor camina bajo la lluvia con mucha dificultad. Se refugia en una especie de almacén vacío donde hay dos chicas que le proponen sexo, que no acepta. Luego vuelve a salir a la calle, anochece. Ve a lo lejos las luces de la taberna. Allí hay una niña mirando por la ventana que lo molesta y luego se pierde por el bosque. El profesor va tras ella pero se vuelve a desmayar. No se levanta hasta la mañana siguiente que un carretero le ayuda a subir a su carreta y lo lleva a la ciudad. 

Irimías y Petrina están en la comisaría esperando a que los reciba el comisario. Este parece conocerlos. Les echa un discurso sobre el Orden y la Libertad. Considera que Irimías y Petrina son algo así como unos vagos, unos estafadores, reacios al trabajo. Les obliga a trabajar para él. Luego están en un bar. Irimías pierde un poco los estribos hablando de explosivos, que va a hacerlo estallar todo. Hay allí un tipo con bigote que escucha lo que se habla.  Más tarde Irimías y Petrina están en el camino. Un muchacho que esperaba por ellos junto a unas ruinas se les une. 

Una niña y un muchacho andan por el bosque.  Entierran una bolsa con dinero. El muchacho le explica a la niña que crecerá un árbol de dinero que dará muchas monedas. Luego la niña está sentada ante la puerta de su casa. Un hombre llega y una mujer le abre la puerta. El hombre pasa. La mujer insiste a la niña que no se mueva de donde está sentada. La niña se levanta y se mueve por la casa. Todo parece bastante ruinoso. Juega con un gato al que le hace sufrir algunas mataperrerías con la santa paciencia del gato soportándolas. Luego entra en la casa y roba un tarro. Contiene unos polvos que echa en un cacharro donde hay leche y obliga a beber al gato. El gato muere. La niña deambula por el campo. Vuelve al bosque y encuentra que alguien ha sacado el dinero del agujero donde lo enterraron. Se encuentra con el hermano que espera junto a las ruinas y le recrimina lo del dinero. El muchacho la echa. La niña va todo el rato con su gato muerto en brazos. Más tarde la niña llega a una ruinas, saca su tarro de veneno del bolsillo y se echa un montoncito a la boca. Se tumba bajo un árbol con el gato muerto a su lado. 

Parece que todos los de la aldea están en la taberna. Reparten el dinero y luego beben. Hay uno, el que los vio en el bar, que habla de Irimías y Petrina insistentemente, repitiendo siempre lo mismo. La madre de la niña aparece preguntando por su hija. Luego hay una larga fiesta. Bailan, beben. Se ve la cara de la niña en la ventana. Al final todos acaban dormidos donde los coge la borrachera.

Irimías da un discurso en el funeral de la niña. Les recrimina a todos que se hayan estado divirtiendo y emborrachando cuando la niña andaba sola de noche sin saber por dónde. Les recrimina su apatía y dejadez.  Les pide dinero para montar un nuevo negocio. Los consigue convencer. Al día siguiente tienen que estar en otra granja que piensa comprar para que juntos la exploten. Todos acaban aceptando.

Irimías, Petrina y el muchacho, hermano de la niña, están en una taberna en la ciudad. Hablan con un posible traficante de armas. Le está pidiendo bombas. El tipo no está seguro de querer realizar el negocio.  También acuerda con el tendero del bar que le prestará su vehículo. Aquí Irimías ha dictado una carta para que Petrina la escriba. 

— 

Los habitantes de la aldea se han trasladado a la nueva granja. Es un majestuoso edifico pero también está en ruinas. Empiezan a dudar de que Irimías no los haya engañado. Hay algunos piques entre ellos. Justo en ese momento llega Irimías. Les echa una bronca que ellos aceptan compungidos. Cuando él hace amago de rechazarlos ellos le suplican que les perdone e insisten en seguir a su lado. Les explica que no ha podido conseguir lo que se proponía en la ciudad. Que ha cambiado de planes. Todos se dispersarán por diferentes lugares. Él estará en contacto con todos, pero ellos no entre sí. Parece que tiene un plan claro para algo, pero no sabemos de qué se trata. Todos aceptan sumisamente todo lo que dice Irimías. Tienen dudas pero confían en él.  Obedecen sumisamente sus indicaciones. Todos menos Futaki al que aún le queda un resto de independencia. 

Dos policías están transcribiendo un texto que empieza como la carta que Irimías le dictó a Petrina. Parece un informe de un confidente. Tal vez el trabajo de que le habló el comisario en el encuentro anterior. Habla de cada uno de los habitantes de la aldea, calificándolos, categorizándolos, siempre de una manera bastante denigrante. Del único que viene a tener alguna consideración con respecto a su inteligencia e integridad es de Futaki. 

El profesor regresa a casa después de, según el mismo murmura, diecisiete días en el hospital. No se ha dado cuenta de que ya no hay nadie en la aldea. Oye campanas, esa vibración que antes decía. Se acerca hasta un campanario donde un viejo golpea una barra de hierro al tiempo que grita que vienen los turcos. Regresa a su casa y comienza a tapar la única ventana con unos tablones que guarda para ello. Ya con la pantalla en negro oímos, en su voz, las mismas frases con que se inicia la película, aquellas que describían cómo Futaki se había despertado oyendo campana. 

miércoles, 8 de mayo de 2024

A cuentas con lo de la Humanidad y todo eso

 Yo no lo sé con certeza, pero probablemente no hay otra especie en la Naturaleza que pueda acabar con todo, digo toda vida, que el Ser Humano. Otras especies pueden producir mucho daño, pero en la producción de ese daño está implícita su propia extinción mucho antes de que el problema que generan sea cataclísmico. Me vienen a la mente las plagas de langosta, que una vez que se lo han comido todo se extinguen. Lo mismo le pasó a los Hunos aquellos que por donde pasaban no volvía a crecer la hierba; cuando regresaban a casa los caballos no tenían nada que comer y se morían de hambre y ellos mismo, que dependían del caballo para todo, acabaron extinguiéndose. Los propios virus tipo el Ébola, mata tanto y mata tan bien que en poco tiempo acaba con la población cercana y se extingue a falta de más huéspedes a los que chuparle el plasma o lo que sea. 

Con el Ser Humano ocurre que no solo la especie, un solo Ser Humano podría acabar con toda vida en el planeta. A lo mejor esto no es tan cierto como  nos creemos y las bombas atómicas tan solo pueden rascar un poco el tapizado, pero en algún momento estuvimos convencidos de que era posible y, de hecho, en más de algún momento hemos estado a punto de iniciar el proceso. 

Esto necesariamente es una anomalía en el plan de la Naturaleza. El plan de la Naturaleza, probablemente, creo que lo han dicho muchos biólogos, es mantener la vida mientra haya vida. Y cuando no haya vida, pues nada. Mantener los planetas y las estrellas equilibrados unos con otros con fuerzas y contra fuerzas, y cuando haya un desequilibrio pues al carajo y a empezar de nuevo. Ese es el plan de la Naturaleza. Aquí no hay plan. Es el asunto este de los monos escribiendo aleatoriamente en una máquina de escribir, si les damos el tiempo suficiente acabarán reproduciendo todas y cada una de las obras maestras de la literatura mundial de todos los tiempos. Claro que ese  « tiempos suficiente » tiene que ser aproximadamente infinito. (Y además para cuando acaben ya se habrán generado infinitas obras más de literatura etc., etc., etc.) 

Lo bueno que tiene la Naturaleza es que dispone de tiempo. Quién sabe cuántos universos previos se han formado hasta dar con esta fórmula de fuerzas y tabla periódica concreta. Algunos universos durarían una décima de nano segundo y otros durarían eternidades en comparación con lo que llevamos siendo en este. Hasta que se dio tal vez el caso de una anomalía que mandó todo al carajo. 

La vida en la Tierra está llena de eso. Todo iba bien hasta que un pedrusco se coló por el campo magnético, atravesó la atmósfera y ¡cataplúm!, todo lo que habíamos conseguido hasta ahora, para el carajo. Pero siempre quedaba algún ratoncito, alguna semillita enterrada y de ahí volvía a empezar todo. 

Tal vez el Ser Humano no sea peor que cualquiera de estos pedruscos. Después de los de Chernobill ya no le tenemos tanto miedo a los desastres nucleares. Aquello, por lo visto, es un vergel desde el que la gente no pasa por allí más que para hacer videos de youtube. Supongo que dentro de algunos años empezarán a salir monstruos, algo así como gusanos con orejas o patos cantando por Frank Sinatra, pero esto también es Vida y a la Naturaleza tanto le da Frank que Stein.

En fin, no somos tan peligrosos, pero somos peligrosos en extremo.  Cuál es la anomalía. 

La mente, la razón. Esta es la anomalía. Esto que tenemos como nuestra mejor característica, la más definitoria, es la anomalía. El hecho de que por medio de ella creamos que nos salimos del instinto pero no acabemos de quitarnos las cáscara de huevo de una puñetera vez. 

Hay una fuerte mezcla de instinto y razón en todos nuestros comportamientos que es la verdadera anomalía. Porque si bien la razón compensa las debilidades del instinto, también ocurre que bloquea sus bondades. La principal de ellas, me parece, la del someternos al equilibrio natural. Creo que nuestro principal problema es que nuestra razón nos justifica para ir contra la naturaleza incluso cuando esta tiene razón. Creemos que porque podemos debemos. Ya lo decía el divino marqués. Y no es así. Porque eso no es razonable. Lo razonable es que aunque podamos decidimos hacer o no hacer conforme a criterios racionales de supervivencia a largo plazo que es el criterio que le ha funcionado bien a la Naturaleza  durante millones de años. 

Hay que aprender a conjugar ambos criterios, el racional y el instintivo que todavía conservamos. Los prototipos de Ser Humano vivieron durante millones de años ante de decidirse a cuajar en el actual Ser Humano, millones de años. El Ser Humano actual apenas tiene, por lo visto 50000 años. Equivalen a 225 letras de las 4500 y pico que llevo escritas hasta ahora (desde el comienzo de este párrafo hasta el primer punto y seguido). Y en estos últimos dos mil años hemos conjurado El Fin Del Mundo, es decir, el fin nosotros, unas cuatro o cinco veces. Ahora estamos en una de esas etapas milenaristas, con lo del Cambio Climático y las Guerras Mundiales pendientes de desatar. 

No sé. No ha sido tan bueno que adquiriésemos razón. Hay que empezar a ajustar la razón a sus verdaderas dimensiones. O mejor dicho hay que empezar a ser razonables de una vez, porque siendo razonables lo primero que haremos será ajustarnos adecuadamente a los ritmos naturales, sin duda ninguna. Sin que eso signifique dejar de explorar nuevas posibilidades, que es otro de los dictámenes de la Naturaleza, explorar variantes por donde seguir expandiendo y manteniendo la vida. 

Mientras no salgamos de este tránsito en el que nos mantenemos con una racionalidad apenas apuntada, con una mente apenas explorada, seguiremos estando en la categoría de plaga. Podemos salir, pero tenemos que ponernos de una vez a pensar y actuar conforme a esa justa razón. Dejar de someter la razón al instinto (las mentes más  « inteligentes » se dedican a aplicar su inteligencia a actividades como ganar dinero vendiendo cocacolas, hamburguesas, coches y casas, para comprarse coches, casas, hamburguesas y cocacolas. Hay gentes inteligentes que cobran 100 000 euros por día y creen que eso es una compensación por su inteligencia) que es lo que actualmente hacemos y tratar de someter el instinto a la razón.

martes, 7 de mayo de 2024

Espiritualidad, dónde estás

 Ayer mientras paseaba y leía, mi mente se iba, a veces, por otra parte; desconcentrada de la lectura, detrás de otro pensamiento, probablemente sugerido por la propia lectura. 

Alguien, un otro en mí, me preguntaba si yo me consideraba un tipo espiritual.

La pregunta es muy común, pero si uno la considera con detalle tiene que examinar qué significa ser  «espiritual». 

Supongo que espiritual es lo contrario de material. Es decir que uno cree que la vida es algo más que una emanación de la materia. Y no solo eso sino que uno cree que la muerte no termina con todo lo que hemos sido sino que una parte, algo de nosotros, no sucumbe a la muerte, sino que continua existiendo de algún modo cuando la materia desaparece. En el fondo, es también materialista cuando los que hablan de estas cosas mencionan  «una forma de energía», que al final es también materia en su mínima expresión. 

Pero, ¿y si fuera así?, ¿qué?, eso ya no seríamos nosotros. La espiritualidad conlleva necesariamente una forma de conservar la auto conciencia de esto que somos, este que está escribiendo ahora, cuando adopte esa nueva forma energética. 

Pero  «espiritualidad» no solo alude a eso en lo que podríamos convertirnos, sino más propiamente a que somos conscientes aquí y ahora de ese destino y nos preparamos de alguna manera para enfrentarlo. No sé cómo se puede uno preparar para convertirse en un fotón autoconsciente, pero como lo hemos entendido más o menos aquí debajo es en el ámbito de la moral, con nuestro comportamiento en relación con lo otros seres (algunos lo extienden hasta las cosas, otros lo reducen a su propia especie o incluso a su propio grupo social), es decir, ser buenos, tener un comportamiento no reprobable (¿por quién?, principalmente por nosotros mismos). Y pensar en una autoridad superior que nos evaluará, como energía autoconsciente, de alguna manera, implicando esa evaluación una especie de premio o de castigo, todo dicho muy laxamente, teniendo en cuenta que somos algo así como rayos cósmicos pensantes, a ver cómo metes a viaje eso, como no sea encerrándolo en una pila.  

Pues no, no consigo yo ubicarme como un rayo cósmico pensante. En ese sentido no soy espiritual. Sin embargo, echando mano al conocimiento disperso que uno tiene del mundo, se da cuenta de que  el individuo, salvo en nuestro caso, creemos los monosabios, no es que juegue un papel crucial en el concepto de Vida. Quiero decir que si de verdad pensamos en una trascendencia de esto que somos deberíamos ir más allá de nuestros propias soberbias mentales acerca de a lo que podríamos llegar. 

Quiero decir que  si uno observa la Naturaleza, encuentra, sí, individuos, indiferenciados, que forman parte de una superestructura en la cual son seres anónimos cumpliendo un papel; prescindibles como individuos, porque otros muchos cumplen el mismo; importantes en tanto que somos uno de esos que cumplen ese papel y que si no quedara ninguno habría una anomalía. 

En la Naturaleza parece que estas superestructuras son realmente la entidad, lo mismo que nosotros somos la entidad de este montón de células individuales que nos forman, y de las cuales todos los días mueren y nacen un montonazo de ellas ( 330 millones, leo en algún sitio, se crean por segundo, lo que equivale a unos 80 gramos al día, así no hay manera de adelgazar) sin que nosotros, como entidad formada por ellas,  seamos conscientes.

¿Significa eso que perteneceríamos a un organismo espiritual superior lo mismo que cada célula pertenece a un cuerpo – a un órgano, un colectivo de células, que a su vez forman un colectivo de colectivos? ¿Significa que lo que a fin de cuentas podría trascender no son los individuos sino es la propia Humanidad? Como que habría un Dios, no entidad única, sino conformado por muchos individuos diocesillos sin importancia cada uno en sí; de hecho, siendo uno de esos diocesillos esta Humanidad a la que pertenecemos, etc...

Volviendo a nuestro individualismo. ¿Una célula puede  «despertar» y ser consciente de su pertenencia a un colectivo, que a su vez pertenece a una confederación que conforma el cuerpo humano que tiene una conciencia de sí, y querer ponerse en contacto con esa superconciencia para preguntarle cuál es el sentido de su existencia? No sé. Si oigo hablarme a alguna célula ya informaré, cuando me reponga del susto.


Desde luego, como Humanidad, y tal y como la percibimos ahora mismo desde aquí, yo, a la luz de las noticias que van llegando, no puedo ni concebir que la Humanidad esté próxima a ser un ente espiritual.  Puedo concebir que el concepto Vida está conformado por otras  «humanidades», hormigas, abejas, bosques, ratas, cucarachas, clima, suelo… etc. Y no siento que precisamente esta entidad que conformamos sea la parte más saludable de este cuerpo. 

Precisamente la única de todo este entramado que está conformada con individuos que se preguntan si creen en la espiritualidad.