¿Por qué suceden las cosas en el orden en que suceden? ¿Por qué pasa tanto tiempo sin que me ocurra nada relevante y de pronto se presentan las ocurrencias –generalmente malas, que son a las que uno le presta esta clase de atención; las buenas, simplemente las disfruta– seguidas unas detrás de otras? ¿Será esto verdad o es simplemente que cuando a uno le pasan cosas malas ya todo lo que le sobreviene lo interpreta con tintes fúnebres atándolo todo en la misma hebra, hasta que no da con una solución de continuidad–una idea que desactiva la cadena o simplemente que se olvida uno después de un tiempo en que nada llama tu atención?
Tengo la teoría de que hay temporadas en que de algún modo estoy magnetizado negativamente. Me afecta sobre todo en mi relación con las máquinas. Después de trabajar con ellas sin percances, me ocurre que en la misma semana o el mismo día, me falla el computador, se me descompone el móvil y las máquinas expendedoras se tragan las monedas sin devolverme el producto señalado. Después, al día siguiente o al otro, el ordenador vuelve a arrancar sin percances, reseteo el móvil y recupera toda su vitalidad y la máquina expendedora me devuelve dos por uno.
Estos días ando algo desinquieto porque no pillo un libro con el que me sienta cómodo, voy dejando a medias uno tras otro: el amante lesbiano, de Sampedro, el cónsul, de Lucién Bodard, tierras de occidente, de Burroughs, viaje por marruecos, de Alí Bey, la ciudad de la alegría, de Dominique Lapierre... etc, porque hay más. Todos a medias porque no consiguen arrancarme el espíritu y meterlo dentro de su historia. Me quedo de este lado, esforzándome por avanzar una página tras otra, tratando de eludir la idea de pararme y preguntarme ¿qué necesidad tengo yo de subir esta cuesta? Esto lo considero un signo de mal agüero. El único que me trae un poco de consuelo es Juan Tallón con su mientras haya bares, artículos muy reconfortantes sobre nada en particular, pero que exhiben una vitalidad y una actitud desenfadada y despreocupada que dan mucha envidia. El problema es que solo lo leo cuando voy a la playa, porque yo soy muy militar en esto, las ordenanzas colocan a cada libro a su hora del día y en su lugar, y el libro de Tallón, aunque es prestado, como tengo a bien consignar en la hoja de guarda, desde el 2017 y ya va siendo hora de que devuelva, tiene su lugar en la apenas hora y media que me paso algunas mañanas en la playa. Voy poco a la playa, es verdad, aún tengo el marca páginas por la mitad poco más del libro, pero entre esas sensaciones placenteras que le sobrevienen a uno cuando está en otra cosa, como en medio de una clase, o haciendo cola para entrar al médico, caminando de prisa para llegar a tiempo a un lugar al que no nos importaría que bombardeasen, está esa sensación de lectura medio adormilada tirado en la arena como si no hubiera ninguna obligación ni ninguna preocupación en el mundo, después de haberse dado uno un baño a primero hora sin nadie más en la playa, y con el agua aún fría de la noche, que parece que está uno estrenando el mar.
Pues en esa actitud de éxtasis optimista y relajado, regresamos al coche cuando el sol empezó a picar y me encuentro con que han saboteado mi preciado vehículo. Le han birlado una pieza, poco importante para su funcionamiento general, pero cuya falta da una apariencia de fea herida. Naturalmente me irritó, pero con una irritación, por lo menos al principio, apagada, y lo único que acierto a pensar/decir a mi cónyuga es ¡oosh, qué contrariedad! Vámonos de aquí. Porque en esos momentos tras una agresión, supongo que de cualquier tipo, lo primero que sientes es vergüenza y lo siguiente repulsión por el lugar y las circunstancias en que han ocurrido. Después he conseguido no pensar en el asunto demasiado, aunque no puedo evitar, por momentos, el temor de ser el centro de una conjura siniestra de ladrones de piezas de coche que han pillado el mío por banda y hasta que no lo dejen pelado como los huesos de un pollo asado no se van a sentir satisfechos. Así que ya hoy no fui a la playa. Y no pude leer a Tallón para consolarme. La excusa en realidad es otra, más consistente, pero la sensación de alivio por no tener que volver a aparcar el coche en el lugar donde fue ultrajado, es evidente.
Supongo que estoy sacando las cosas de quicio al comparar la insatisfacción de no encontrar un libro que me colme el ansia lectora con este suceso que me ocurre precisamente después de un rato de lectura gozosa, pero ya se sabe que el azar a veces se manifiesta con una coherencia sospechosa que hace pensar que esa secuencia de localizaciones de la flecha en momentos consecutivos tengan una relación de causa y efecto unas de otras. Absurdo para una mente racional, pero completamente evidente para una mente fantasiosa como la que solemos tener los que perdemos infaustas cantidades de tiempo en esta actividad inútil de desencriptar grafogramas, vulgo leer.
Releyendo lo que he escrito y sin saber cómo concluirlo, me resulta, sin embargo, evidente, que somos, tal vez solo soy, mentes emocionales que buscamos alimentarnos de emociones –por supuesto, positivas, gozosas, y no amenazadoras, tengo tan poco espíritu guerrero como un oso perezoso– y que cuando nos falta ese alimento nos sentimos inquietos y amenazados, incómodos e insatisfechos y cualquier suceso por banal que sea –y que te roben una pieza estúpida del coche es una cosa banal, que te roben el coche entero es una cosa banal, que te caiga un piano en la cabeza o te descubran un cáncer terminal en la oreja es una cosa banal, la vida es una cosa banal– nos pilla con los nervios afilados como mis gatos cada vez que pasa el Poncho por su lado, a pesar de que Poncho es más bueno que un perro de porcelana.
Este artículo no es más que un intento poco convincente de imitar el estilo jubiloso y despreocupado de Tallón al mismo tiempo que es una especie de conjuro contra las malas sensaciones que me ha dejado el asunto del latrocinio banal. La escritura tiene como otro de sus grandes beneficios el reinterpretar la realidad, distanciándola, mostrándola como de manera objetiva, explicándola de modo que uno mismo al hacerlo trate de ubicarse en la perspectiva de los otros es decir de la de uno mismo si el suceso fuera ajeno, lo que desactiva en gran parte el veneno que este tipo de picaduras te inficiona que, sin llegar a ser mortal, ciertamente te puede dejar cojeando para unas cuantas semanas si no lo tratas bien. Escupido el veneno, un poquito de betadine, esparadrapo y fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario