viernes, 24 de julio de 2015

Gilipollas

Muchas veces dejamos de actuar por vergüenza. Cuando digo “dejamos de actuar” quiero decir que  inhibimos el impulso de emprender una acción que nos resulta natural realizar, sea con un buen o un mal fin. Vergüenza es una sensación íntima de estar siendo observados y juzgados o categorizados en un ámbito que nos disgusta. Cuando el carácter de esa acción inhibida era positivo, hacer un bien, el ámbito en el que tememos que nos incluyan, y por eso abortamos su realización, es el, tan amplio por ambiguo, de los «gilipollas». Cuando, por el contrario, el carácter de esa acción inhibida era negativo, cometer una maldad, el ámbito en el que tememos que nos incluyan, lo que evita que al final cometamos el mal, es el, más específico, de los «gilipollas».

Y sin embargo, tengo para mí que ese tipo de gente que nunca tiene vergüenza, y que cuando deciden hacer el bien lo hacen abiertamente y cuando deciden hacer el mal tampoco se preocupan demasiado de lo que los demás puedan decir, al final no son más que una panda de «gilipollas».

Por otra parte, pienso que hay una cierta consideración de calidad entre ser «gilipollas» y ser «gilipollas» y que mucha gente, diría que la mayoría, pues se trata de una actitud instintiva de preferir ser considerado temible a ser considerado vulnerable, prefiere ser catalogado como «gilipollas» a ser incluidos en ese otro grupo, tan amplio como ambiguo por poco definido y sobre todo menospreciado, de los «gilipollas».

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