lunes, 13 de julio de 2015

La vida nueva

Un libro me cambió la vida. Así empieza La vida nueva de Orham Pamuk. Cualquiera que lea con un mínimo de pasión está buscando un libro como ese. Un libro que te cambie la vida, un libro que te proporcione no sé qué iluminación interior y dejes de sentir ese ansia de búsqueda, de explicaciones, de certezas. No creo que exista. Es decir, cualquier libro puede ser ese libro si la tierra está abonada. Las respuestas que encuentra Osmán me lo confirman. ¿Qué le cambió la vida, el libro o Canán? Cómo se hubiera desarrollado la trama sin Canán. ¿Hubiera subido Osmán a los autobuses si no pensara en encontrar a Canán? Mehmet sí lo hizo. Exclusivamente empujado por el libro. Tal vez por eso llegaron a conclusiones distintas, a pesar del paralelismo de sus vidas. El objetivo de Mehmet era encontrar el mundo que le sugería el libro, pero el objetivo de Osmán era lograr el amor de Canán. (Y Canán, igualmente tenía por objetivo su amor por Mehmet) Pero, por supuesto, el libro es importante. Sin el libro nada hubiera ocurrido. Sin el vistazo casual al libro que estaba leyendo Canán, sin el encuentro casual del libro en la librería de viejo, nada hubiera ocurrido. Pero tampoco hubiera ocurrido nada sin el beso de Canán. Sin el beso, tal vez la historia de Osmán y la de Mehmet hubiera sido la misma. Y ambos hubieran acabado en una remota y pequeña ciudad transcribiendo a mano, reconcentradamente, como si lo estuvieran reescribiendo una y otra vez, el libro. Tal vez lo que tenemos son dos posibilidades, tres si contamos al Mehmet médico, aquel tan ordenado que siempre subrayaba los libros que leía, a quien el libro le había influido de una manera radicalmente distinta (con él se casó Canán más tarde, y juntos emigraron a Alemania).
Pero aquí el que importa es Osmán, el que se perdió, el que nunca encontró. El que fue arrebatado de su vida por el libro y que volvió a ella como si una tormenta lo hubiera arrancado de la playa, lo hubiera empujado por los siete mares y al final lo devolviera a la misma orilla. Donde retomó su vida en el punto en que la había dejado: volvió a la universidad, acabó los estudios y logró una posición, se casó con la chica de enfrente (al principio de la novela esos vecinos están instalándose) tuvo una hija, asistió a la muerte de su madre y se quedó a vivir en la casa familiar. Así, como tenía que haber sido, fue. Pero ya era otro; la misma vida ya no encajaba en el otro que era. Dentro de Osmán la tormenta siguió bullendo. Necesitaba respuestas.
Una de las claves de la falta de tranquilidad de Osmán tras la tormenta es su remordimiento. Osmán mató a Mehmet. ¿Por qué lo mató? Porque Mehmet había encontrado la paz, pero no la paz que prometía el libro, sino una ajena, propia. Una paz absurda para Osmán que no encontraba la suya a causa del amor por Canán. Una paz que le traicionaba a él y a Canán y al libro –no olvidemos que fue él el que incitó a Canán a captar a Osmán–. Lo mató por la cosa tan banal de que mientras siguiera existiendo Canán no sería suya. Lo mató porque había descubierto que las promesas del libro eran falsas –la chica que hacía de ángel en el circo era una simple prostituta que se iba con cualquiera–, lo mató porque había alcanzado la paz y eso no podía soportarlo cuando en su interior estaba muy lejos, muy lejos aún.
Pero aún queda sin resolver el enigma. ¿Qué prometía el libro? ¿Quién era el ángel? El libro estaba escrito a trozos extraídos de otros libros que había en casa de Rifkin y que él leía constantemente (Rilke entre ellos, siempre Rilke; y Chéjov). Solo había sido un divertimento para Rifkin que murió por ello; el libro adquirió una importancia que él no podía explicarse, que no había buscado, y renegó de él. Él solo había pensado en escribir algo para adultos lo mismo que había escrito-dibujado las aventuras de Pertev y Peter para niños que tanto Osmán como Mehmet habían leído. No había ninguna idea detrás del libro, no había ninguna voluntad de demostrar nada, de señalar ningún camino. La lámpara que había en casa de Rifkin era la misma que se rifaba en el circo, donde estaba la mujer ángel-prostituta, al final de cada representación. El ángel del libro era el de los caramelos Vida Nueva que el viejo –ciego– que los fabricaba había dibujado inspirado en la película El ángel azul,  protagonizada por Marlene Dietrich. Esas eran las claves del libro. Puro humo.
Postdata:
Lo que no me explico es por qué no hay trenes en esta novela. Si alguna idea tenía Rifkin, aparte de entretener sus ocios tras el trabajo (inspector en la compañía de ferrocarriles), era divulgar los beneficios y el progreso que traía el sistema ferroviario. Era un amante apasionado de los trenes. Y sin embargo en el libro solo había autobuses. Autobuses que recorren todos los rincones de la nación. ¿Dónde han ido a parar los trenes?



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