jueves, 2 de noviembre de 2023

Hoya del Parrado, antigua leprosería.

 Estuve leyendo sobre el asunto de la lepra. No sé, me dio por ahí. Al parecer no es una enfermedad tan contagiosa como otras, pero los efectos tan escandalizadores que produce en los afectados la ha convertido en una enfermedad paradigmática. Otras muchas son más contagiosas que esta, como la misma sífilis, que sin embargo tiene menos prensa, aunque igual de mala – en este caso por su procedencia, generalmente de prácticas lúbricas poco honestas. Se dice que muchas veces se encerraba a los sifilíticos con los propios leprosos lo cual provocaba no que los sifilíticos se contagiaran de la lepra sino que los leprosos acabaran muriendo de sífilis.  

Desde muy antiguo se mantuvo a los leprosos apartados y para eso se inventaron las leproserías o lazaretos. Esto de lazareto ha de venir del propio Lázaro revivido por Jesús en aquella memorable escena bíblica. Debe ser que así se imaginaron que volvía de la muerte el fulano, la cual no es precisamente una imagen redentora. 

El caso es que esos recintos se consagraron a don Lázaro y mira tú por dónde, aquí en nuestra ciudad, el barrio o risco de San Lázaro es probable que llevara ese nombre porque por ahí estaba situado el Lazareto donde arrumbaban a todos los que estaban afectados de esta o cualquier otra enfermedad infecciosa. En su momento debió haber una ermita también, pero ya han desaparecido todos los recuerdos de aquello salvo el propio nombre del risco.


Hacia 1928 empiezan a leerse en los periódicos inquietudes por el estado del Lazareto y por la necesidad de trasladarlos a un lugar donde estuvieran con más acomodo – y lo más lejos posible, era probablemente lo subyacente a esta caritativa propuesta –. Se planteó el también llamado lazareto de Gando. Y también este asunto tanto del lazareto como del manicomio del cual asimismo se carecía de un recinto adecuado, fue pasto del famoso pleito insular, criticando los canariones que fuera el de acá el único recinto que acogía a tales enfermos y carecieran de adecuada financiación. El caso es que a finales de la década de los veinte empieza a verse clara inquietud por encontrar un lugar adecuado para ubicar a estos enfermos y en mejores condiciones que las que disponían en la localización actual. Y así hacia 1932 ya se han podido trasladar a la nueva localización de Hoya del Parrado, junto a la cual también se está en trámites de construir el nuevo manicomio. 

La obra se atribuye a Eduardo Laforet Altolaguirre, que no me sonaría de nada si no fuera el padre de Camen Laforet. Sin embargo el hombre tenía trabajo en la época y muchos de sus trabajos aún pueden contemplarse. En San Mateo se le atribuye un edificio que allí llaman Casa del Coño por lo exagerado de sus dimensiones frente a lo que tradicionalmente se acostumbraba. Por la misma razón se llamó de esa manera a uno de los primeros rascacielos construidos aquí en Las Palmas. Al parecer la especialidad de este arquitecto fue la de los cines y muchos de los cines de la ciudad de aquella época llevan su firma. También la lleva la fachada del Cementerio del Puerto, el quiosco de la prensa en el Parque San Telmo,  además de incontables chalecitos de la ciudad. 

El caso es que se me ocurrió hacer una excursión para ver de cerca el edificio y allá que me fui usando el transporte público urbano. En concreto la guagua 9 que me deja en la miniestación – la nueva está en trámites de construcción y me da que va para largo – de Hoya de la Plata, para luego pillar la 6, un microbus que sube las cuestas de El Salto del Negro, cruza por La Montañeta y acaba su viaje en San Francisco de Paula. Allí me bajé. 

Callejeé un poco por el barrio que también tiene su interés. Es un barrio de auto construcción con casas apiñadas unas contra otras. Yo no le echaría más de treinta años, aunque la mención topográfica ya aparece en el siglo XVI. Probablemente las primeras habitaciones fueran cuevas, a las que se hace referencia en el siglo XIX en algún documento (blog topónimos de gran canaria). Y, por supuesto, siendo zona elegante, hay sus güenos chaslenes y sus construcciones de arquitectura fina. Si no hay más es más bien por ese apiñamiento de la autoconstrucción tradicional que dificulta la venta de terrenos adecuados para una construcción moderna. 

Pues por una banda, el barrio da a un barranco que prodigiosamente está sin urbanizar. En el google maps aparece como zona protegida. Parece que perteneció todo esto que nos rodea a la finca Las Magnolias, de la familia Miller, a la que se hace alusión en aquella novela de Alfonso O'Shanahan, Equinoccio, que, para disgusto del propietario, era comida por la construcción de la autovía y por la avidez urbanística. Aún se conserva un desdentado palmeral que en aquellos tiempos debió ser más frondoso.



Bajé por un camino mal acondicionado, que en el google figura como calle Los Garajes y enlaza con una vía medio cementada que se nombra Cta del Parrado tal vez porque viene a dar a la Hoya del Parrado, que es el llano donde se construyó el lazareto. 


Acaba esta vía en la carretera de Marzagán a Tafira, junto a una gasolinera y al antiguo Manicomio (Hospital psiquiátrico) que actualmente es un genérico centro socio sanitario. Es una de las incontables firmas de Miguel Martín Fernández de la Torre, construido poco después del propio lazareto respondiendo a las mismas urgencias que aquel de saturación y mal acondicionamiento del que ya existía en Las Palmas. La peculiaridad de sus formas redondeadas, al menos en la fachada, que tal vez es lo que queda del complejo original, es lo que llama la atención. 


Para llegar a la antigua leprosería el camino no ofrece facilidades, la carretera no tiene arcén y en las curvas uno está expuesto al despiste de los conductores. 

También se trata de un complejo de varios edificios, concretamente cinco de los cuales uno se trata de una ermita. Estarían distribuidos en amplio espacio ajardinado y delimitado. Se accede por una entrada con verja, actualmente siempre abierta. El edificio pertenece al Cabildo y está en uso, sobre todo por la Asociación de Alzheimer de Las Palmas. 

La verdad es que me metí por la cara, con lo apocado que soy yo, en el recinto. A la entrada, a mano izquierda hay un chalecito muy coqueto, para mí lo quisiera, de dos plantas que debió ser, por posición, la portería. Luego le sigue uno de esos pabellones, de los cuales se planificaron cinco para albergar a hombres y mujeres separadamente y luego zonas comunes y hospital, además de la ermita. 

Lo más destacable, lo que más me llamó la atención, es la escalera de piedra que hoy nos suena muy señorial, pero que probablemente en la época era modesta. (foto escalera)


El edificio es rectangular, de dos plantas, fachada plagada de ventanas. Las de abajo tienen el dintel ligeramente curvado. Hacia la mitad, separando ambas plantas hay un pequeño saledizo que luego se repite en la zona final un poco más pronunciado. El edificio se asienta sobre lo que parece un bajo o sótano alto que en la fachada se distingue por el embaldosado en piedra interrumpido por largos y estrechos ventanucos. 


La ermita está al fondo, en un pequeño altillo al que se accede también por una escalera de piedra, sin los flancos con maceteros de barro que tenía la del pabellón. Tiene un solo cuerpo, aunque atrás hay un ensanchamiento que ha de servir, supongo, de sacristía o cuarto de aperos eclesiásticos. 


No llegué al edificio principal, mi apocamiento. Pero en el google maps se percibe como dos módulos laterales unidos por uno central más estrecho. También se aprecia que el pabellón delantero tiene por su parte trasera un ensanchamiento que da la impresión de encajar, como en un tetris, en el hueco dejado por la estrechez de este módulo central. 



Detrás de este principal aún queda otro pabellón situado en una pequeña colina justo al lado de la autovía.

Ignoro si han sido modificados apreciablemente desde su construcción original, pero su aspecto es de bastante buen estado de mantenimiento. Como hemos dicho no es un edificio abandonado, está en pleno uso por la Asociación de Alzheimer de Canarias, además de alguna otra ong. 

Antes de embarcarme de nuevo en la guagua de retorno me subí hasta el cementerio de La Montañeta, que, situado en una montañeta mismamente, disfruta de una vista encantadora en cualquier dirección que se mire – si conseguimos obviar la cicatriz de la autovía –. 



Destaca, por cierto, este cementerio por ese rinconcito separado del recinto principal por un murete y dando ya a la salida, con una decena o menos de tumbas llamativas por los símbolos no cristianos grabados en las lápidas, en concreto exóticas estrellas de David. 

Y ahora sí. Tuve que dar un paseo por el barrio de la Montañeta, también de casas apretadas entre las que puede descubrirse alguna tal vez más que centenaria, y casi devorado por una urbanización que, si no puertas, al menos ya le ha puesto rejas y farolas al campo. 


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