Se me paró el reloj, pero no se paró el tiempo. Sus piezas detenidas siguieron envejeciendo. Las ocho de ayer marcadas hoy parecían otras, no las mismas. Ningún reloj marca dos veces la misma hora ni aún parado.
Después de una semana ya no era ni siquiera el mismo reloj y me compré otro reloj, porque este ya era viejo. Un reloj es viejo cuando se para. Mientras anda, va con el tiempo, a su lado y no envejece, pero al pararse se queda atrás, se marchita y a veces muere. Este volvió a funcionar. Lo puse en hora y ahora corre para alcanzar las horas que dejó de dar, pero es inútil. Nunca alcanzará las horas perdidas. Si pudiera mirar miraría con desconsuelo al reloj nuevo allá adelante junto al tiempo, siempre joven.
Supongo que ahora me pondré uno u otro según me sienta. Si estoy al día me pondré el nuevo, si me siento viejo y cansado me pondré el viejo, que a veces se parará conmigo y juntos dejaremos pasar el tiempo. Sin desconsuelo porque es inútil; sin esperanza tampoco porque también lo es. Simplemente miraremos al reloj nuevo allá adelante sin nosotros y tal vez nos echemos una mirada cómplice.
Y la gente me verá sonreírle a mi reloj y se atornillará la sien con un dedo. Y pensará este es uno de esos viejos enamorados de sus viejos relojes parados. A veces tendrán razón.
Se podría etiquetar como proesía
ResponderEliminar¡Ja!
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