El lunes fui al cine con X. Me llamó por la mañana porque tenía una entrada de sobra. Su compadre de cinefilia, Y, había fallado y pensó en mí porque estábamos yendo juntos a un curso sobre cine (sobre cómo ver cine, más bien). Yo no suelo salir entre semana, porque soy muy casero y porque no me gustan demasiado las zonas de multitudes, y, vamos, prefiero el cine en casa, pero como he emprendido hace un tiempo una especie de campaña del “sí, vamos pa'llá”, que últimamente estoy muy parado, pues le respondí de esa manera (casualidad 1).
No nos quedamos a ver la película. Nos tocó una muy primera fila donde las caras de los protagonistas y hasta de los secundarios eran más grandes que nosotros. Y las teníamos que mirar desde abajo. Me daba hasta un poco de reparo estar allí mirando hacia arriba cuando salieran las protagonistas con falda. Con esto del COVID estaba la sala dividida por cuatro, es decir, cada cuatro butacas clausuradas había una operativa. Y para colmo las butacas habían sido asignadas con antelación de manera nominal. De modo que nos resultaba imposible ocupar otra butaca, aunque supiéramos que no iba a ser ocupada por su titular, sin quebrantar alguna normativa. Así nos lo explicó la chica de la puerta cuando nos quejamos de nuestra situación. Parece que la cosa estaba prevista. “Nos pasa siempre. Unos deciden quedarse por no perder el dinero, pero la mayoría se marcha”. Pues si lo saben y siguen vendiendo las entradas a propósito se trata de un timo o muy parecido. Cierto que las entradas cuestan una minucia irrelevante, pero no solo es dolo económico el timo, también son expectativas frustradas y desilusión.
Apesadumbrados, quedamos con nuestro amigo Z a tomarnos unas cervezas y unos platos de pata de cerdo con su guarnición de papas arrugadas y mojo, que tan bien van para la tensión y que consuelan mucho y bien. Todo esto es solo la ambientación, ahora viene el meollo.
Hace unas semanas que vengo leyendo al autor A. Sabía que X poseía algunos de sus libros y le pedí uno en concreto. X creía que ese libro estaba en otra casa distinta a la que suele morar; tiene como una segunda vivienda donde va acumulando los libros que ya le van estorbando por leídos o por no. En la ocasión anterior que nos habíamos visto aún no había pasado por esa segunda vivienda, así que no me trajo el libro que yo tan ansiosamente esperaba. Por esa razón tuve que iniciar una lectura alternativa. Cuando recibió la llamada del amigo Y esa mañana avisando de su incomparecencia y me llamó a mí como compadre cinéfilo de sustitución lo hizo de manera extraordinaria (casualidad 2). Quiero decir que no es muy habitual que nos citemos para estos eventos. Justo también esa mañana estuvo de visita en casa de alguien, llamémosle L, que antes de despedirse se acordó de que había por la casa un libro de X que hacía tiempo tenía pensado devolverle y que por aquellas cosas del yo qué sé, aún no lo había hecho, y aprovechaba el momento para hacerlo. Ese libro era exactamente el que yo le había pedido a X (casualidad 3). Él se sorprendió mucho pues pensaba que ese libro estaba en su depósito de cadáveres de la segunda vivienda. Así que aprovechó que ya lo tenía para llevármelo a la cita cinéfila.
A lo que quiero llegar es a que se unieron tres casualidades que, vistas con perspectiva soñadora, podrían no serlo tanto, sino una perfecta jugada ajedrecística del Universo, en la que concitó un conjunto de sucesos (casualidades) y creó una situación falsa (cita para ir al cine) que luego desbarató una vez cumplido su propósito (hacerme llegar el libro). Todo para, simplemente, hacerme feliz. Cosa que yo agradezco al Universo humildemente, esperando que nunca las mañas pierda.
Me alegro, no tanto de que el Universo procure tu felicidad, que también, sino de que tú pienses que es así, que me parece mucho más importante. Un abrazo de Z.
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